jueves, 29 de mayo de 2014

Piano, piano

por Lidia Ferrari

Algunas enseñanzas trae vivir lejos de la propia patria, anidar en suelos extraños y, piano, piano ir entrando en una forma de vida diferente de la conocida. Vivir “afuera” después de casi toda la vida vivir “adentro” hizo que mi mirada tomara, a veces, pocas, esa distancia que dicen, te permite ver mejor ciertas cosas, pues el árbol ahora está lejos y el bosque se ve más claro.

Aunque no creo que sea la distancia la que te hace ver diferente, sino vivir dentro de otra lógica de lo cotidiano, dentro de otros parámetros, esos a los que una se resiste a entrar, a admitir, a vivir con ellos. Pero es más fuerte que nuestra lealtad a la patria, se te mete la forma de vida de todos, precisamente porque te están rodeando. Te resistís un tiempo, pero tarde o temprano la vida ajena se te mete dentro, piano, piano.

Imposible evitar que el clima te cale de frío en los huesos, cuando estás habituado a vivir en un clima tibio y apacible. Imposible evitar que poco a poco dejes de tomar mate, cuando el mate para vos era una cosa social, algo que tomabas con los demás, y aquí, sin piedad, estás sola para tomar mate. No hay más remedio: abrigarte para salir al frío, y encerrarte en los largos inviernos, pues a las 4 de la tarde ya es de noche. Empezás a entender que sea tan importante el refugio y la calefacción. Empezás a entender las calles desiertas, aunque no a quererlas. Las ciudades parecen fantasmas, cuando uno sabe que hay muchos y están adentro. Porque hablo de ciudades de cierta dimensión, que a ciertas horas, largas horas, y no sólo las nocturnas, parecen ciudades deshabitadas. Hay otras, pequeñas, que sí son ciudades fantasmas, donde viven algunos pocos viejos, ya sea porque los jóvenes se han ido a las grandes ciudades, ya sea por la escasa tasa de natalidad.

Entonces, piano, piano, llegás a saber cuánto debés abrigarte para salir y, piano, piano, se te hace carne que no querés salir con ese frío. Piano, piano, preferís quedarte en casa en esos largos inviernos y, piano, piano, se te va adormeciendo las ganas de salir, de retozar, de vivir afuera con ímpetu porteño. Y cuando te vas quedando un poco más adentro, también te vas sosegando, algo así como si se te durmieran algunos nervios ansiosos de vida febril y agitada.

Con el mate pasa lo mismo. Buscas compañeros para tomar mate, tratás de convertir a la religión del mate a tu compañero, te resignás a tomar sola el mate cotidiano, pero, piano, piano los compañeros para tomar mate van raleando, no porque desistan sino porque no existen; te das cuenta de que tus dotes de predicadora no son tales, y sabés, en lo más hondo de tu corazón, que no querés tomar mate a solas. Sabés que el mate es compañía, es charla, es encuentro. Por lo tanto, piano, piano, vas dejando el mate para esas ocasiones donde encontrás la justa compañía. Pero esas ocasiones son pocas. Y allí haces el descubrimiento. Cuando empezaste a tomar el mate muy de vez en cuando sucedió que, la primera vez, no dormiste en toda la noche. Supusiste que fue la charla febril con tu compañera de mateada, una charla apasionada y fuerte, como son las conversaciones argentinas, que te dejó tan estimulada como para revivir la vida insomne porteña. Cuando a la segunda y la tercera vez te pasa lo mismo, te das cuenta de otra cosa. Te das cuenta de que el mate te excita, te altera, te despierta, pero no sólo del sueño, sino que te altera el ritmo cardíaco, te deja en un estado de agitación. Ahí te das cuenta que el mate es un excitante, que tiene efectos sobre el sistema nervioso además de sobre la conversación, y que cuando el cuerpo se desacostumbra hace escuchar sus efectos. No sólo estimula la conversación, sino que excita los nervios. Ahí te das cuenta de que ya no estás en tus pagos y, aunque te resistas, no hay nada que hacer, lo que te pasa con el mate es el signo de que la vida agitada, palpitante que siempre amaste, se ha ido, piano, piano, convirtiendo en una vida apacible, tranquila. No es que te disguste, pero está claro que el mate no te cae bien en esta nueva vida.

Entonces entre el mate que tuviste que dejar, y el frío que te seda en los inviernos, tu argentinidad, es decir tu vida porteña vertiginosa, sólo florece en la lectura, en la escritura, en la ansiedad de saber lo que pasa allá. Porque de ninguna manera tus genes han devenido en papas fritas o tus ganas se han adormecido, ellas se ocupan de aquello que puede encender tu pensamiento y tu conversación, más allá del mate y del frío europeo.


Y he aquí que has llegado a una conclusión luego de haberte hecho la siguiente pregunta:

¿Cómo es posible que en estos poco más de diez años de crecimiento económico en la Argentina, de recuperación de una democracia desgajada, en estos tiempos que tanta gente que antes no salía de vacaciones ahora viaja a Europa, bastante gente que conozco que se ha comprado casa gracias al crédito, gracias a obtener mejor salario, cómo es posible que haya tanta inquietud en Argentina? La pregunta se extiende a esas personas que por primera vez tienen un auto, o aquellos que lo cambiaron a un 0 KM, aquellas personas que ahora pueden pasear y divertirse, los docentes que ganan mejor que antes o la cantidad de gente que ha accedido a una jubilación. Me pregunto cómo puede haber tanto malestar, cuando la gente llena los restaurantes, los teatros, los cines. ¿Cómo puede ser que se enojen tanto cuando basta ver la cantidad de espectáculos de artistas internacionales que visitan Argentina, porque tienen un público que ya no tienen en Europa? Los números dicen que bajó la tasa de desocupación. El 2001 quedó atrás en muy poco tiempo. Si bien no todo se ha solucionado (¿eso existe?), la gente en general está mejor. Los ricos también parece que han ganado con este acceso de tanta gente al consumo. Del 2001, lugar del abismo y de la angustia, parece que se ha pasado a un escenario de progreso, mejoramiento de la calidad de vida, acceso a la educación y la salud mejoradas, es decir, esos índices que para los organismos internacionales son irrefutables pruebas de mejores condiciones de vida.

La pregunta me taladra el cerebro varias veces por día. Parece que muchos también se hacen esas preguntas. Una de las respuestas compartida ha sido la de la insistencia mediática por hacer sentir a la gente mal, que la hace olvidar de su propia situación real. Sin duda, los medios de comunicación en todo el mundo están haciendo perder la tranquilidad a la gente. Me consta que eso sucede, al menos en otros países. Parece, eso dicen, que cuando los gobiernos de ciertos países no les gustan a ciertos grupos concentrados de la riqueza, parece, que se lanzan a preocupar y agitar a los pueblos. Eso dicen, y me parece una respuesta plausible.

Pero, en estos días, piano, piano, cuando me he convencido de este cambio que piano, piano, se hizo claro en mi vida, debido a los efectos del clima y a mi falta de mate, he llegado a la conclusión de que los argentinos no podemos estar tranquilos por dos razones, que ahora descubro estructurales. El clima en el que vivimos nos inclina a estar siempre afuera, a tener una vida social intensa, a poner las emociones a flor de piel, a encontrarnos con los otros, y acostumbrarnos a expresarnos, ya sea lo bueno, ya sea lo malo. De alguna manera estamos habituados a estar inquietos. No existe un tórrido invierno que nos haga replegarnos a una vida serena en el interior de nuestras casas, no existe el clima que te obliga a quedarte tranquilo. Porque aquí, en Europa, hay una alternancia de ánimos y una fijación al clima notorios, pues la gente se desespera por salir apenas aparece el sol y se entibia el aire, y se repliega cuando llega el invierno. Salir y andar; replegarse y dormir, en una alternancia infinita. Como los osos, que se sostienen en una vida donde la tranquilidad aparece inexorablemente. No se han encontrado osos que se nieguen al invierno y se planteen mudarse a los trópicos para corretear por el bosque. Los tipos se agitan en los veranos y duermen en los inviernos. Los argentinos no conocemos esa alternancia. La de agitarnos cuando las cosas van mal y quedarnos tranquilos cuando tenemos el pan asegurado.

No hemos aprendido a adecuarnos a los tiempos, y a quedarnos tranquilos cuando tenemos un gobierno que se ocupa de las cosas, a quedarnos tranquilos cuando ahora tenemos un sueldo que nos asegura llegar a fin de mes, aunque no sea el gobierno que más nos guste.

Pero esta razón, de estar tan alejados de los osos, se junta con la del mate. No es casual que nuestra adicción social sea el mate. Al descubrir estos efectos de la yerba en mí, pienso que los argentinos somos ansiosos, protestones, rebeldes, muchas veces con causa, pero tantas sin causa o por las dudas, excitados noctámbulos y buscadores de problemas, también por causa del mate. El mate nos ha llevado a sentir que podemos ir más allá de nuestros límites. Somos osos rebeldes al invierno, que protestan a la naturaleza, en lugar de aprovisionarnos en el verano para prepararnos a un buen descanso en invierno. ¿Por qué no aprender de los osos, aunque no nos lo exija nuestro clima, por qué no aplicarnos a regular nuestro metabolismo? Quiero decir, cuando nos toca la primavera, aprender a disfrutarla.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Nietzsche, un testigo de la verdad

por Oscar Cuervo

En sus últimos años lúcidos (antes de enloquecer en 1889) Nietzsche se manifestaba obsesionado por escribir el libro que llamaba "su Obra Capital", en el que legaría a la posteridad la versión consumada de su pensamiento. Para ese libro escribió miles de páginas en borrador, proyectó organizarlo de varias maneras distintas, y barajó tres títulos posibles: La voluntad de poder, Ensayo de una Transvaloración de todos lo valores, y El eterno retorno.  La decisión de qué título adoptar y de qué estructura dotar al libro tenían que ver con el “cierre” que pudiera lograr para su pensamiento. De lo que se trataba era de dar por terminados tantos siglos en los que el hombre vivió bajo el peso de sus propias invenciones, para asumir definitivamente que las grandes ideas que hasta ahora nos guiaron (Dios, la verdad, la justicia...) dependen de nosotros y no nosotros de ellas. En ese sentido puede entenderse el pensamiento nietzscheano como un humanismo extremo: "Siempre que se habla de "humanizar" el mundo, equivale a adueñarse más del mundo." [i]

El superhombre nietzscheano, que muchas veces se ha querido identificar con la política nacionalsocialista, sería sin embargo la versión extrema del humanismo, en la que el hombre por fin, aboliendo la verdad, se hace dueño del todo. O en todo caso: Hitler tiene tanto derecho a reclamar para sí el rango nietzscheano como Foucault o el científico que descubrió el mapa genético del hombre. Ya no se trata de la verdad, sino del poder.



Corre el año 1888. Nietzsche viaja a Turín. A medida que pasan los meses, en vez de sentirse cerca de darle forma a su Obra Capital, empieza a sentirse cada vez más inquieto: elige uno de los tres títulos y una determinada estructura, pero a las pocas semanas cambia de idea. Si muchas veces en sus libros Nietzsche se ha jactado de una serena jovialidad conquistada por haber dejado atrás el espíritu de pesadez, si por esa jovialidad toda la existencia se aparece como un juego, en aquellos días de creciente inquietud ya no parece capaz de jugar este "juego". Más bien está desesperado:

Mi vida cayó en un cierto desorden en las últimas semanas. Varias veces me levanté a las dos de la mañana, «impulsado por el espíritu» y transcribí lo que acababa de pasarme por la cabeza. Entonces escuchaba cómo el dueño de casa, el señor Durisch, abría con cuidado la puerta, deslizándose a cazar gamuzas. ¿Quién sabe? Quizá esté yo también a la caza de gamuzas...”[ii]

Anuncia la inminente salida de su Obra Capital y después cambia de parecer. Decide dividir el libro en varias partes, que se propone publicar como “anticipos” de la gran obra. Así envía a la imprenta El Anticristo y El ocaso de los ídolos, Varias veces se arrepiente, manda a parar la impresión y cambia pliegos enteros de estos libros. En lugar de la Obra Capital, sigue publicando "opúsculos": aparece Nietzsche contra Wagner (en gran parte un compilado de cosas escritas anteriormente sobre quien había sido su gran amigo y después se volvió su odiado enemigo). A fines de octubre decide que antes de llevar a cabo “el solitario e inquietante acto de la transvaloración de todos los valores” tiene que presentarse ante la humanidad y para eso escribe otro “opúsculo” anticipatorio: Ecce homo.

“Previendo que muy pronto tendré que presentarme a la humanidad exigiendo de ella las cosas más difíciles que jamás han sido exigidas, considero indispensable decir lo que yo soy”.[iii]

¿De dónde sale el título del libro con el que Nietzsche quiere presentarse ante la humanidad? 

Del Evangelio de Juan:

Entonces Pilatos entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilatos respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús:

«Mi Reino no es de este mundo.

Si mi Reino fuese de este mundo,

mi gente habría combatido

para que no fuese entregado a los judíos:

pero mi Reino no es de aquí.»

Entonces Pilatos le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús:

«Sí, como dices, soy Rey.

Yo para esto he nacido

y para esto he venido al mundo:

para dar testimonio de la verdad.

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

Le dice Pilatos: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los Judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ese no, a Barrabás!». Barrabás era un salteador. Pilatos entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas.

Volvió a salir Pilatos y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilatos: «Aquí tenéis al hombre» (en latín: Ecce homo)”[iv]




En diciembre del 88 Nietzsche empieza a mandar cartas a sus amigos y familiares en las que dice haber llegado a una calma indescriptible y gloriosa. Le dice a su madre que la gente lo trata como un príncipe. Días después le escribe a su amigo Franz Overbeck que se propone organizar una liga de naciones contra Alemania y derrocar al rey. Quiere poner fin a tantos siglos de locura criminal.

El 3 de enero de 1889 le vuelve a escribir a Meta von Salis: "El mundo está transfigurado, dado que Dios está en la tierra. ¿No ves que todos los cielos se alegran? Acabo de tomar posesión de mi reino, arrojo al Papa en la cárcel y hago fusilar a Bismark..."

Y al otro día a su amigo danés, Georg Brandes: "Después de haberme descubierto, no es gran cosa el encontrarme, ahora lo difícil será perderme" y firma: El Crucificado.

Los amigos se alarman, viajan a Turín, donde lo encuentran en una habitación totalmente desordenada, desnudo, cantando y bailando desaforado y diciendo cosas incomprensibles. Lo llevan al manicomio.

Obviamente no llegó a escribir nunca su obra capital. Ya demente, su hermana se hace cargo de todos sus borradores (una herencia filosófica fabulosa), esos a los que Nietzsche no se había decidido publicar, los ordena de acuerdo con su criterio y lo terminará publicando con el título La voluntad de poder. Por supuesto que en este libro no están todos los papeles póstumos (que son decenas de miles) sino un recorte hecho por la hermana.



Nietzsche no llegó a publicar el libro porque no pudo darle una forma definitiva a su pensamiento. Hizo todo lo que pudo para darle un "cierre" a su visión del mundo, pero no pudo, por las dificultades intrínsecas del tema que quería resolver. Nietzsche se daba cuenta de esas dificultades y por eso su terrible inquietud. Creo que la clave de su desesperación se halla en su pretensión de haber resuelto el problema de la verdad. Esa "solución" se expresa simplemente así: La verdad es el error que resulta útil para la vida. Máxima que inspira y guía a todos los que en el siglo XX quieren "licuar" el problema de la verdad, mediante un pensiero débole, postmoderno, historicista, etc.

También a Nietzsche lo obsesiona el cristianismo. En un fragmento póstumo dice:

“Ya no somos más cristianos: nos hemos salido del cristianismo no porque no hayamos habitado demasiado cerca suyo, más aún, porque hemos salido de él; es nuestra propia piedad más estricta y exigente lo que hoy nos prohibe seguir siendo cristianos[v]

Creo que hay que tener muy en cuenta estos párrafos, más secretos que sus jactanciosas y altisonantes declaraciones de guerra al cristianismo y al platonismo. Porque quizá lo que dice en la carta que firma como El Crucificado, no sea una mera locura, sino el retorno definitivo de lo que él quiso por todos los medios desalojar. Los licuadores de la verdad, tan entusiastas seguidores de Nietzsche, deberían tener en cuenta lo que él termina diciendo en Ecce homo:

“Quizá soy un muñeco... Y a pesar de esto (o no a pesar de esto, porque hasta ahora no ha habido nada más mentiroso que un santo) soy todo lo contrario de un santo, a pesar de eso, la verdad habla por mi boca. Pero mi verdad es espantosa, porque hasta el presente todo lo que ha sido llamado verdad es la mentira.”[vi]



No hay verdad, todo es interpretación.

Nietzsche tuvo la enorme grandeza de desmoronarse en el intento de sostener esta idea: cuando se piensa en él, no hay que olvidar que su Ecce homo, tanto como las llamadas "cartas de la locura", también forman parte de su filosofía. Hoy, para nosotros, los herederos de Nietzsche, ya nuestra perspectiva no es tanto la de estallar, sino más bien la de desvanecernos. Joseph Conrad dice que quizá lo último que se escuche en el mundo no será una explosión, sino un gemido.





[i] Voluntad de poder, Libro 3º, párr. 605
[ii] Carta a Meta von Salis, septiembre de 1888.
[iii] Ecce homo, Prefacio, 1.
[iv] Evangelio de San Juan, 18-33, 19-5.
[v] Fragmento póstumo, XIII, 318.
[vi] Ecce homo, “Por qué soy una fatalidad”, 1.