viernes, 21 de agosto de 2015

Melconian, Espert, Broda... ¿Y Bein?

De qué hablamos cuando hablamos de liberales y otras cuestiones 3



por Juan Manuel Iribarren


Creo que sería bueno cerrar estos apuntes desordenados tratando de ver al otro economista, el que no es Melconian Espert Broda ni tampoco Kicillof. A mi modo de ver, teatralizando un poco, Miguel Bein parece plantarse en este punto: ok, no es la economía estúpido, pero tampoco es la política, pavotes, porque si fuera la política, pavotes, estaríamos sujetos a un ciclo de empleo y consumo que no se podría sostener por siempre, y que nos llevaría a una crisis, y, por el otro lado, la agenda electoral determinaría las políticas económicas más populares, sin tomar en cuenta el largo plazo (varias décadas), y por este medio se puede hacer mucho y se ha hecho mucho, pero no se puede hacer todo, y eso siempre pasa así y siempre tenemos que volver a comenzar, por lo que habría que pasar a un ciclo de inversión y productividad: una versión bastante más matizada de la frase de Miguel Ángel Broda: la Macro siempre se venga.

Bein comparte presupuestos con los economistas de la oposición: el kirchnerismo ha sido cortoplacista, ha buscado políticas económicas populares, pero debido a esto se está quedando sin reservas, y hasta aquí no hay grandes diferencias entre los discursos; sin embargo, es crucial entender que hay enormes diferencias entre estos economistas y que estas diferencias esenciales tienen que ver con los enfoques tanto del pasado como del futuro: para los economistas de la oposición no existió década ganada, para Miguel Bein la década fue "recontraganada"; para los economistas de la oposición el corto plazo fue solo propaganda para la agenda electoral, para Miguel Bein el corto plazo fue un proceso necesario para incorporar 7 millones de pobres a la clase media; para los economistas de la oposición la caída de las reservas demuestra el carácter irresponsable del gobierno, para Miguel Bein la caída de las reservas no se puede adjudicar del todo al gobierno, sino también a los procesos de desestabilización contra el gobierno por parte de movimientos especulativos foráneos.

Ver cómo ven el futuro ambos es mucho más difícil, ambos quieren inversiones y ambos quieren bajar la inflación: el tema de las inversiones es complejo de ver, porque no se han pronunciado demasiado, pero a mi modo de entender Bein piensa en una inversión orientada a investigación y desarrollo, con el fin de  diversificar  las exportaciones y subir la calidad de empleo, pero también piensa en reducir la inflación a un dígito de aquí a cuatro años, aunque no creo que piense en un levantamiento del cepo, ni en un ajuste rápido, ni en privatizaciones, sino en una desaceleración del crecimiento, necesaria para no quedarse sin reservas, y seguramente también en adquirir algún préstamo importante. En el caso de Melconian Espert Broda, no es fácil ver qué entienden por inversiones, pero cuando dicen "inversiones", de acuerdo al credo que profesan  suena a privatizaciones para capitalizar, las reservas al mismo tiempo que levantan el cepo cambiario. Y, por supuesto, antes de pensar cómo, ir haciendo crecer las exportaciones gradualmente, reducir la inflación a un dígito en un año por una liberación del mercado e inversiones del tipo anterior o aún medidas más arriesgadas; en suma: achicar el gasto público por medio de despidos masivos y algún panfleto de libre comercio: a mi modo de entender, en nombre del largo plazo quieren hacer medidas cortoplacistas que reduzcan la inflación y traigan inversiones, pero en este caso no se ve muy clara cuál es la idea a largo plazo.

Es decir, se puede inducir fácilmente que para Bein el modelo sería un país como Corea del Sur (llegar a ser un país desarrollado en 30 años, algo tan alejado de la sensibilidad argentina, y tan sospechoso de coartada, aunque en su frase lo deja claro: "uno puede llegar en tren bala al pleno empleo, pero el desarrollo es un tren lechero"). Por esto, la incógnita sería si cree que puede o no puede hacerlo sin tener que reducir mucho el gasto público, si tiene alguna idea para un Estado de Bienestar desarrollista al estilo de los Tigres Asiáticos,  o incluso de los países nórdicos, sin petróleo o con petróleo, aunque esto último por cuestiones demográficas y culturales sea un poco más difícil. Sin embargo, lo que parece seguro es que el modelo económico peronista y kirchnerista de consumo y empleo no es precisamente el que está pensando, aunque esto no es totalmente lo mismo que descartar el modelo político de justicia social, sino que puede tratarse de retenerlo sin aumentarlo -o sin priorizarlo- como base para el desarrollo futuro, ralentizar la economía mientras se generan inversiones y muy probablemente no incorporar más pobres a la clase media, sino darle prioridad a elevar el nivel de esa clase media cuidando de no reducirla: el futuro de esto parece confuso, puede tratarse de una intrincada mayoría de edad como de una trampa más, es muy difícil analizarlo: la óptica del pensamiento nacional y popular ha asumido una mayoría de edad prematura, por el gran crecimiento y la profunda originalidad del modelo, que podría juzgar este intento de retroceso, sin preocuparse en discernir donde están las causas de este retroceso, si en ideas económicas, en intereses ajenos al modelo, o en coyunturas económicas creadas por el modelo. Pero creo que esto es lo que hay, crudo, en el pensamiento de Bein, posiblemente, la velocidad de la lancha; ahora, es mucho más difícil pensar en el modelo de Melconian Espert Broda, porque su lenguaje está siempre generalizando, y se precisa muy poco por medio de sus discursos .Incluso hay un intento clarísimo de parte de Melconian de no hablar con claridad sobre esto, afirmando que los subsidios generan irritabilidad social, pero lo cuantitativo está en otra parte. Por supuesto, se trata de ajuste, reducción de subsidios, despidos, tratados de libre comercio y todo el recetario, así que podría sugerirse que el modelo sería un país como Colombia, un país con estabilidad monetaria (que justo en estos días se rompió) por medio de inversiones constantes cuya consecuencia natural sería la apertura indiscriminada al mundo y el sálvese quien pueda.

Hay otra diferencia más esencial aún: para Bein la época kirchnerista de crecimiento y pleno empleo se tiene que compaginar con una nueva época de inversión y productividad; cuando se llega al pleno empleo el motor de la economía ya no puede ser más el consumo, sino que pasa a ser la inversión, hay que cambiar la agenda; en tanto que para Melconian Espert y Broda todo ha sido mal hecho y hay que rehacerlo: lo único que sirve son sus ideas.


Creo que otra diferencia que se puede señalar es que Miguel Bein tiene algo para decir, y quiere ser entendido, no habla como si estuviera en ámbitos académicos y el problema de ser entendido fuera del otro, que es el mensaje de Melconian, por ejemplo, al expresarse: pragmatismo versus dogmatismo.

Esto es sumamente crucial, ya que el kirchnerismo tienes dos bases: una base histórica heredera de los ideales justicialistas, pero también una base profundamente original de un modelo que a pesar de las apariencias no se casa con instrumentos; es decir, exclusivamente pragmático en función de las necesidades del momento, y mucho más sensible por esto a las inquietudes de la época que cualquier otro modelo anterior. Quizás hoy sea algo raro de pensar o incluso de visualizar, porque en Occidente los políticos han desnaturalizado un poco el término, pero en la historia argentina reciente, desde mediados de siglo pasado hasta aquí, el pragmatismo brilló por su ausencia: los ideales abrochados a las recetas ocuparon su lugar. Y ojo, que pragmatismo no significa sentido común, sino todo lo contrario: las ideas pueden estar sujetas al cambio, no hay verdades absolutas, y siempre se necesita investigar en función de lo que se quiere realizar. Sin embargo, creo que Axel Kicillof marca la línea roja que no se puede cruzar, y justamente lo hace en el mismo recinto del que venimos hablando, cuando dice frente al Consejo Interamericano de Comercio y Producción: "Ningún país de fuerte, vigorosa industrialización tardía,periférica, lo hizo sin una decidida y clara intervención de su Estado".


El interrogante que queda pendiente es si de ahora en más se va a hacer hincapié en el carácter heredero de los ideales justicialistas o en el carácter pragmático para hacer de la Argentina un país de vigorosa industrialización. Sinceramente, creo que esa es la discusión próxima dentro del kirchnerismo, porque del mismo modo que es difícil de ver hoy (debido al mito) el carácter pragmático del modelo, puede que en el futuro sea difícil de ver (debido al próximo mito) el carácter justicialista de su continuidad.

Del otro lado sólo hay palabras sueltas, y es interesante ver cómo la prensa mima a los economistas que hablan con tecnicismos, como si el complejo de inferioridad intelectual del que padecen muchos periodistas no encontrara mejor lugar para verse reflejado que en el vacío de ideas que esconden los tecnicismos. Y que, al poder compartir con los periodistas, los pone a hablar de lo mismo que es, en último lugar, la imposición ideológica de la que no quieren hacerse cargo: la fuerza de los intereses privados en sus palabras.

martes, 18 de agosto de 2015

Fundamentalistas de mercado

De qué hablamos cuando hablamos de liberales y otras cuestiones 2



por Juan Manuel Iribarren

(viene de acá)

Y me voy: regreso por un momento a la Argentina del Siglo xxi, a la reunión del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, con economistas que se autodenominan liberales porque consideran despectivo el término neoliberal -o quizás piensen que no tiene que ver con ellos.

Lo que llama singularmente la atención es que no hay ninguna señal en el debate de que la Argentina haya pasado por un proceso de crecimiento y cambio, reconocible aun para muchos economistas ortodoxos; la negación de estos 12 años es total, e incluso la llaman "la década perdida" en un intento de negación pueril que sólo evidencia una completa adhesión a su credo.

En realidad, es como si estos señores recién acabaran de salir de un seminario con Milton Friedman, iluminados y racionales en contraposición al dogmatismo ignorante de los viejos economistas del establishment (veteranos keynesianos del New Deal). Y entonces, sinceramente preocupados por el problema de la inflación, sinceramente histéricos por su reputación, creyesen que nada se ha hecho correctamente, que hay que cesar la emisión monetaria, abrir fronteras, ajustar, más deuda externa y punto: lo demás lo hace el sector privado. Sinceramente, pero raro.

Milton Friedman

La arrogancia y la impostada seriedad con la que hoy hablan de estos temas no hace más que solapar la inseguridad que sentirían frente a verdaderos referentes de peso en este momento, pero también oculta algo peor, algo que se le debería poder cuestionar a cualquiera que se dedique a una ciencia social -con matices normativos- y pretenda ser un referente: desconocen por completo la sensibilidad contemporánea, aun de los economistas de más peso en la opinión mundial; desconocen -o quieren desconocer- que el tema más preocupante en el mundo en estos momentos para los verdaderos referentes de la economía -de los cuales ninguno, hay que decirlo, es neoliberal- es la abrumadora desigualdad, es el capitalismo patrimonial -que vuelve superfluos los puntos de vista liberales de la igualdad de oportunidades-, y que todos estos temas, evidenciando que son centrales en esta época, se transparentan en la crisis del Euro por la imposición de esas políticas que defiende la Troika y que están acabando  con el proyecto de la Unión Europea por irracionalidades, cinismos y castigos.

Escuchándolos pensaría no que estamos volviendo a los 90, sino que estamos en los 70, al comienzo de la contrarrevolución contra Keynes, la que pretendió restaurar al Dios Mercado y su panacea del equilibrio, la de los modelos consistentes que han puesto la lógica del mercado por encima de todo, la que lanzó por décadas la cruzada contra el impuesto de la inflación con que el Estado malvado, enemigo de la libertad, robaba al pueblo (técnicamente, cobraba un impuesto oculto) pero la que también, por sobre todo, cerró los ojos frente al monopolio, las grandes concentraciones de capital, la información asimétrica, los acuerdos de los gremios (actualizando: los oligopolios) a los que Adam Smith denunció y combatió, incluso censurando cualquier posibilidad de reunión entre patrones, a años luz de las consultorías actuales, de esos economistas al servicio de la empresa privada que viven en la ilusión autoritaria de no tener ideología, de no obedecer a líneas políticas, de ser objetivos y neutrales; digamos también que esa cruzada a la larga, por acción u omisión, demostró lo que entendía por pueblo, defendiendo los intereses de unos pocos en nombre del liberalismo que ciertamente defendía (o intentaba generar las condiciones para defender) los intereses de muchos, pero esta vez no, esta vez no sería ese el destino, esta vez se propugnaría por omisión de críticas -por omisión también de refinamiento de sus premisas, de actualización frente a la realidad de las naciones y el mercado, ambas cambiantes- el terrorismo económico de sus gurúes desestabilizando gobiernos, intrigando, boicoteando, realizando golpes de estado y reprimiendo, por medio de la terapia de shock necesaria para imponer un nuevo paradigma, por medio del atontamiento y hablemos de una vez de la terapia de choque, porque estos señores parece que saben apreciarla lo suficiente para nombrarla repetidas veces.

La terapia de choque fue planteada en contraposición al gradualismo, desmontar el Estado por partes, gradualmente, en objetivos de largo plazo, o hacerlo de golpe, no permitiendo ninguna reacción, por sorpresa: se considera esto más eficaz frente a estados fuertes consolidados; pero terapia de choque en el fondo también significa: con ustedes no se puede razonar, solo hay que golpearlos, atontarlos, son ignorantes que no comprenden la profundidad de los cambios que hay que hacer, y debido a que no son interlocutores válidos, como sus ideas no importan y esto es cuestión de especialistas, solo se puede imponer nuestro paradigma por medio del debilitamiento de su resistencia, golpeando por sorpresa, reduciendo sus derechos sociales al mínimo indispensable para dejar todo en manos privadas y en la sabiduría perenne del mercado; y por supuesto, todo esto en nombre de los ideales liberales, de la libertad de mercado, de la libertad a secas, de la libertad, etc.:  se trató de un hombre que al principio fue una voz en el desierto, pero luego consiguió unos cuantos miles de fieles e impuso una doctrina que durante dos décadas se consideró palabra santa, pero que pasado ese tiempo, demostrada la inutilidad de su percepción para la mayoría de los pueblos, su enseñanza se enquistó en las universidades, en los organismos de crédito y en algunas consultorías privadas y así se fue  transformando de a poco en una pequeña secta de tecnócratas, apoyados por una sobreexposición en los medios, que aún conciben su culto y sus delirios de grandeza por medio de chantajes cuando tienen el poder, de astucias y engaños cuando no lo tienen: nada más alejado del liberalismo que estos neoliberales, los cuales sólo existen por haberse aferrado a las imperiosas necesidades que genera el problema de la inflación -y posteriormente de la deuda-, parasitando todas las opciones por medio de su fe ciega por un lado, su profundo ocultamiento de estar al servicio de los intereses privados, por el otro.

Bien, sabemos que la inflación puede ser un gran problema, pero mientras los modos de arreglar la inflación que se propongan consistan en un uso político de la solución para coartar libertades y reforzar privilegios, la medicina va a ser peor que la enfermedad y esto lo puede comprender cualquiera: es irresponsable pensar que algo va a solucionarse creando un nuevo problema en su lugar, no es así como funcionan las responsabilidades, y tampoco es así como funciona en todos los casos la inflación: hay casos de alta emisión monetaria y nula inflación, contradiciendo los presupuestos básicos del monetarismo: no está claro que achicar el gasto público y dejar de emitir moneda sea el único modo de solucionar una inflación, aunque sí está perfectamente claro, aun para estos soñadores fríos, que de este modo el país va hacia un retroceso, lo que sería una tragedia, ellos dicen, provisoria, pero las consecuencias realmente no se pueden prever. Y aunque no puedan ser medidas eternas, la indexación continua de los salarios y el control de precios son medidas mucho más sensatas y prudentes que la postración ante el Dios Mercado.

Por eso también es importante reconocer a esta gente por un nombre: fundamentalistas: sus ideas no sólo son más importantes que el sufrimiento y la pérdida de una generación, que el futuro de un sector de la población que no contemplan en sus números, sino que -y esto es decisivo para ellos- sus ideas son más importantes que la necesidad de revisarlas, actualizarlas y cuestionarlas de acuerdo a los datos de la realidad, no de la ficción estereotipada de los números, sino de la sensibilidad contemporánea con respecto a los temas sensibles de nuestra época, ya que justamente es en las sensibilidades de una época  donde siempre hay información sobre las necesidades, no solo del presente, sino también del futuro, por lo que descuidar las sensibilidades de la época suele ser un rasgo propio del despotismo, y por supuesto, de los malos gobernantes; y esto que digo no es nada menor, ya que ellos fueron parte de un proceso desastroso en la economía del que no han hecho ninguna autocrítica ni parecen tener intenciones de hacerla, por lo que se trata clara y llanamente de fundamentalismo de mercado, terapia de shock (ahora dicen que gradual) e imposición del modelo neoliberal que viene fracasando en todo el mundo y que solo se sostiene por los intereses de las instituciones que lo promueven, pero que ha perdido todo peso en el mundo actual de las ideas económicas, y a medida que avanza el siglo xxi parece perder progresivamente peso en la geopolítica mundial.

Cualquiera que escuchara sus discursos podría incluso pensar que las naciones avanzadas del mundo no tienen gasto público y mucho menos estado de bienestar, que esa es una barbarie del populismo latino, que quizás lo desmantelan para avanzar y crecer económicamente y así se vuelven países civilizados, pero la realidad no es esa: Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia, Austria, Noruega, Finlandia, Japón e Israel usan entre un 40 y un 58 % del PBI en gasto público (algunas de estas naciones tienen un sistema de cobertura social más completo que el nuestro, incluso para los inmigrantes); en el caso de Argentina este porcentaje está alrededor del 45%, menos del 40% tienen Suiza, EEUU, Australia y Canadá. Creo que más allá de las diferencias demográficas y de prioridad dentro del mismo gasto público que habría que tomar en cuenta para que esto no fuera más que una observación menor al margen, se puede intentar inferir que el estado mínimo no tiene mucha incidencia en las naciones desarrolladas, y que, al menos en lo que respecta a Europa, el Estado de Bienestar está claramente consolidado. Y habría que recordar que entre 1993 y el 2000 este porcentaje en la Argentina promediaba en cerca del 25% del PBI, al que muchos considerarían necesario volver.

Se ha generado un modo de emitir moneda sin generar inflación, por lo que no sólo las ideas, sino también las políticas en el mundo, no parecen querer ya profesar el neoliberalismo, aunque lo prediquen a las naciones subdesarrolladas, rasgándose las vestiduras o vistiéndose de víctimas de la irresponsabilidad de los gobiernos: chantajeando y controlando, censurando, aun así, casi todas las naciones, a pesar de esto, suelen estar a favor de un fuerte estado de bienestar que les garantice el consumo y el acuerdo entre clases.

Es por eso que nada ha criticado tanto el credo neoliberal como la construcción de este estado de bienestar en países subdesarrollados, por eso su indolente percepción lo percibe simplemente como una interferencia del mercado, le niega toda bondad y necesidad, y solo habla de ajustes -como quien no quiere la cosa- en medio del comienzo de una polémica mundial sobre la necesidad de un impuesto global al capital para que el capitalismo no degenere en oligarquía, y para que la separación entre clases cada vez mayor no sea un sino irremediable; para evitar una vuelta al siglo xix, al imperio de los patrimonios, las grandes fortunas y las grandes miserias. Este intento bienintencionado de salvar al capitalismo de sus excesos -porque esta viene siendo la principal tarea de los economistas hace ya algún tiempo- que han emprendido los principales referentes mundiales (Stiglitz, Krugman y Piketty en primera fila, secundados desde lejos por el aura de Amartya Sen, proponiendo una nueva razón práctica que guíe la economía en una vuelta a los valores filosóficos) parecen pertenecer a un tiempo muy distinto al de Melconian, Espert y Broda, los que profesan la religión monetarista sin siquiera necesidad de actualizarla, con todos sus mantras (achicar el estado, reducir el gasto, eliminar aranceles).

En serio que este discurso no se diferencia en nada del que podrían haber dado en la década del 70, carece del oportunismo menemista de los 90 y es un programa dogmático al estilo del Ladrillo, los Chicago Boys, Martínez de Hoz y la era Reagan Thatcher, da la sensación de haberse quedado en esa época influido por la lamentable conversión de Milton Friedman, de crítico necesario, cuidadoso y consciente del keynesianismo a irresponsable ideólogo conservador de la derecha, pero en nombre de los valores liberales, tergiversando profundamente el pensamiento de Adam Smith. Aclarémoslo de una vez: el neoliberalismo no tiene demasiados valores en común con el liberalismo, más bien parece ser un indirecto promotor de muchas cosas que Adam Smith combatió y que la teoría económica parece soslayar en sus observaciones, dejándoles la dudosa categoría de fallas del mercado, como si estas fallas fueran una abolladura en una máquina y no los fundamentos que ponen a funcionar la máquina, generando desigualdad de oportunidades, principalmente; el gran problema de la teoría económica clásica es que ha visto accidentes innecesarios (perturbaciones del equilibrio) en cuestiones que ya son prácticamente inseparables del funcionamiento del mercado.

La escuela de Chicago, como promotora del fundamentalismo de mercado de los 80 y los 90, del desmantelamiento de naciones, de particiones, guerras civiles y desplazamientos de fronteras, fortaleció indirectamente el lamentable traspaso de la economía desde una ciencia descriptiva hacia una ciencia predictiva, el lamentable traspaso de la figura del humanista ilustrado a la del gurú soberbio que tanto daño ha hecho por profecías autocumplidas y demás intrigas. Esa degradación de la ciencia social a una disciplina técnica sin rostro humano pero con halos pseudomísticos, con lenguaje revelado, con iniciados y secretos, toda esta parafernalia técnica se trasunta de la arrogancia de estos señores, pero cada vez parece más fuera de lugar en los debates del mundo actual.
Y esta es la gente que piensa que puede entender y cambiar la Argentina. No, de ningún modo, esta gente cree que puede amoldar la Argentina, reducirla a sus perspectivas, y principalmente por eso es afecta a los pronósticos erróneos, ya que intentar entender a la Argentina, por supuesto, no es parte de su trabajo.

jueves, 13 de agosto de 2015

De qué hablamos cuando hablamos de liberales y otras cuestiones (1)

por Juan Manuel Iribarren

Como por consejo de asesor han decidido no presentar ningún proyecto económico, habrá que hacer de cuenta que las ponencias de Espert, Broda y Melconian en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción son el único rastro, la única pista con la que contamos para dilucidar algo de lo que están pensando sobre la economía, por lo que no sería descaminado hacer de cuenta también que esa reunión semiprivada fue una reunión pública con el objeto de dar a conocer cómo piensa el equipo económico del macrismo y por qué lo deberíamos votar. Que no podamos recurrir al Pro para saber cómo piensa el Pro solo es parte de la época; hoy no solo la derecha ya no cree en la división derecha- izquierda, y los neoliberales se ven a sí mismos como liberales, sino que hay un intento de dejar de considerar a la política como tal con el fin de presentarla como gestión- y la gestión es racional y esa racionalidad es más o menos compartida por todos los analistas de buen fundamento; lo que evidencia, por supuesto, que la ideología es de los otros, y que son ellos- los gestores- los únicos que no tienen ideología, ya que la ideología es irracional y ellos representan el sentido común; y por sentido común también se debe entender una razón suprema, por lo que los políticos solo deben limitarse a gestionar, o en su defecto, a buscar quien les gestione y nada más: se trata por supuesto de ideologías reforzadas, y hay que entender en esta naturalización de la ideología un enorme y peligroso acto autoritario- tan brutal en sus fundamentos como inofensivo en su imagen- expresado en la frase de Melconian: "aquí no hay ideología, aquí hay capitalismo, aquí hay sentido común y aquí hay reglas de juego".

Como los tiempos han cambiado, hoy algunos partidos políticos ya no pueden lucir sus economistas como en otras épocas, hoy tienen que esconderlos, ocultarlos, solapar un poco sus ideas, y si fuera posible, negarlos un poco, oscurecerlos, aunque se trate de economistas reconocidos, todos doctores con una larga reputación de la que sin embargo ya no se ocupa la sociedad civil, que ha dejado de percibir garantías en el conocimiento académico como lo hacía en otras épocas; pero quizás esté tan naturalizado el ocultamiento del macrismo detrás de falsas banderas, y sea tan fácil de entender, que no pensemos que sea importante intentar entender también la otra cara de la moneda y es por qué estos economistas se prestan al juego, y qué lejos quedó la época en que los economistas defendían a capa y espada sus ideas y sus locuras, diciendo lo que había que hacer con todas las letras y en todos los medios, muy lejos de la inquietante timidez (matizada de soberbia compulsiva, hay que decirlo) de algunos economistas de hoy, que juegan el papel de los incomprendidos, los que no pueden decir lo que piensan porque la sociedad no está preparada.

Que Melconian sea el único economista orgánico del Pro, que los demás sean asesores, que incluso Espert reniegue de la política y de los políticos y diga que no pertenece a ninguna corriente, no invalida que se pueda ver un conjunto en las ideas, no tanto porque se presenten juntos sino porque las diferencias sutiles en los discursos no son lo suficientemente evidentes para, de ser conocidas, generar una repercusión pública de distinto tenor; puede que si les tocara gobernar tuvieran algunas diferencias, pero en lo que respecta a la opinión pública no habría diferencias sustanciales, la reacción sería la misma, así que es conveniente ir a la cuestión central, que a mi modo de ver, no es tanto la que dicen, como la que suponen (e incluso dicen en otras ocasiones) al pasar: debido a que la sociedad argentina está enferma de populismo no es posible decirle la verdad sin generar una reacción negativa (sin que no nos voten), por lo que, dado que la sociedad argentina no puede hacer valer su razón, ya que se trata de una razón enferma, es necesario engañar al pueblo para evitar que el pueblo se autoengañe a sí mismo con falsas ilusiones de carácter patológico, digamos, por ejemplo, la inclusión social, el pleno empleo, el aumento del gasto público, entonces, resumiendo: es necesario engañar al pueblo para que el pueblo no se autoengañe. Y con esto arribamos a una diferencia sutil con la factoría Duran Barba que diría que es necesario engañar al pueblo solo para llegar al poder, lo cual no es tan sencillo de ver como reflejo de alguna ideología en particular, y parece ser un poco más elemental; en tanto que engañar al pueblo para que ese pueblo no se autoengañe, y por supuesto, con las mejores intenciones, no puede dejar de pensarse como una ideología interesante de señalar ya que tratar al pueblo como a un enfermo al que no hay que decirle lo que tiene ni explicarle cual va a ser su cura, presupone echar por la borda todos los ideales liberales al suponer un sujeto sin libertad, sin capacidad de decisión, y sin racionalidad, y evidentemente en esto hay una verdad y un sentido común que presupone lo conveniente de esa táctica y ambos, tanto la verdad como el sentido común, son una construcción ideológica; en lo que respecta a lo conveniente, son estrictamente ideológicos y como tales, siempre algo difíciles de vislumbrar y retener un tiempo en la lupa. Y con lo que intenta ser invisible, lo que no quiere mostrarse, siempre tenemos la opción de un deber: Visibilizarlo.

Ya que el macrismo se presenta como no ideológico y no creo que sea prudente juzgarlo sin saber que piensan ellos de sí mismos, y dado que sobre eso no pueden hablar por consejo de asesor, para acercarnos, deberíamos saber al menos qué piensan estos economistas de sí mismos? Por supuesto, que son liberales, pero ¿lo son realmente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de liberales?

Comencemos por Adam Smith, educado en el empirismo, y excesivamente realista. Realmente ¿creía en la libertad de mercado, como creería en la libertad de mercado Von Mises, Hayek o Friedman?

"Esperar que en la Gran Bretaña se establezca en seguida la libertad de comercio es tanto como prometerse una Oceanía o una Utopía. Se oponen a ello, de manera irresistible, no solo los prejuicios del público, sino los intereses privados de muchos individuos. Si los oficiales de un ejército se opusiesen a la reducción de las fuerzas militares con el mismo celo y unanimidad que los maestros y empresarios de todas las manufacturas, a cualquier ley que pretenda aumentar el número de sus rivales en el mercado doméstico; si los primeros animasen a sus soldados de la misma manera que los segundos inflaman a sus operarios para atacar con violencia y con odio a quienes osen proponer una medida encaminada a ese fin, entonces nos encontraríamos con que el intento de reformar el ejército sería tan peligroso como lo es actualmente el intento de disminuir por cualquier medio el monopolio que los fabricantes han conseguido establecer en contra nuestro. Este monopolio ha incrementado de tal forma el número de los obreros fabriles que, a la manera de un ejército poderoso, han llegado a ser una amenaza para el Gobierno y, en muchas ocasiones, hasta intimidaron al legislador. Cualquier miembro del Parlamento que presente una proposición encaminada a favorecer ese monopolio, puede estar seguro de que no solo adquirirá la reputación de perito en cuestiones comerciales, sino una gran popularidad e influencia entre aquellas clases que se distinguen por su número y su riqueza. Pero, si se opone, le sucederá todo lo contrario, y mucho más si tiene autoridad suficiente para sacar adelante sus recomendaciones, porque entonces ni la probidad más acreditada, ni la más alta jerarquía, ni los mayores servicios prestados al público, permitirán ponerle a cubierto de los tratos más infames, de las murmuraciones más injuriosas, de los insultos personales y, a veces, de un peligro real e inminente con que suele amenazarle la insolencia furiosa de los monopolistas, frustrados en sus propósitos".

Es curioso que en un párrafo dedicado exclusivamente a señalar el carácter utópico de la libertad de comercio, no decida señalar al Estado como el responsable de que la libertad de comercio no pueda realizarse, sino precisamente al Monopolio, como el principal referente del que hay que ocuparse.

Pero ¿no era que Adam Smith decía que el Estado no debía intervenir con la libertad de comercio, no debía regular los mercados, que los mercados se autorregulaban solos?

Fuera de la metáfora de la dichosa mano invisible que guía los intereses individuales promoviendo el bienestar general, es difícil encontrar algo así como una teoría o explicación de la autorregulación de los mercados en su obra, ya que Adam Smith concebía la economía política "como una rama de la ciencia del estadista o legislador", es decir, como una disciplina de interés más para el Estado que para los individuos, en una notoria diferencia con el pensamiento de los economistas neoclásicos, que han hecho del individuo y su libertad lo que Hobbes hizo del Estado, una entidad autosuficiente y necesaria para el progreso de la humanidad, con la consecuencia de exaltar la arrogancia empresarial y las predicciones de los economistas a niveles que ningún científico social serio hubiera estimulado.
Sin embargo, el liberalismo no discutió a Hobbes diciendo "No es el Estado, es el individuo", sino defendiendo una relación entre esos individuos que necesariamente presuponía autoridades y reglamentaciones de todo tipo, pero que limitaba el poder del Estado soberano: el liberalismo nunca fue absolutista, nunca creyó que el individuo y su propio interés bastaban por completo, pero tampoco creyó que el Estado debía ser algo impuesto desde afuera, siempre puso la sociedad civil por encima del individuo, lo que más adelante decantaría en el contrato social, donde lo que hacía el papel de entidad era el acuerdo y por eso fue, el liberalismo, ante todo, una defensa de las razones y el derecho que garantizara mínimos niveles de igualdad de oportunidades, y por eso rara vez dejo de pensar en el bienestar público, y por eso Adam Smith no justificó el interés privado por el interés privado en sí, sino actualizando el grito ideológico-o la crítica-de Mandeville acerca de los vicios privados como generadores de la prosperidad pública, en tiempos de Adam Smith, la prosperidad de las naciones; realmente es muy difícil pensar que el interés privado haya sido más importante para Adam Smith que la prosperidad pública, comenzando por el título que escogió para ponerle a su libro.

Pero entonces, ¿qué pensaba Adam Smith del Estado?

"El gobierno civil supone una cierta subordinación; pero como su necesidad crece gradualmente con la adquisición de propiedad valiosa, las principales causas que de una manera natural introducen la subordinación, crecen parejamente con el incremento de esa propiedad".

Por un lado, Adam Smith no pudo llegar a ver que la historia acentuaría los abusos y las reacciones a los mismos y que, por lo tanto, el Estado cada vez iba a tener que cumplir más funciones; y él no pudo ver esto en gran medida por no conocer la revolución industrial y las consecuencias sociales que esta traería para las clases humildes; pero también, por otra parte, con la llegada de los totalitarismos, el gobierno civil sería identificado con el Leviatán y ya no podría ser rescatado por los nuevos liberales, los cuales le adjudicarían todos los males y endiosarían al individuo por sobre encima del estado : la crítica de Locke a Hobbes se convertiría por medio de la opinión de los nuevos liberales en una defensa encarnizada de la libertad del individuo y su razón impoluta , y esta opinión se aferraría a las ideas de Adam Smith en un acto de apropiación casi tan equívoco como el del superhombre nietzcheano por el fascismo.

La sensibilidad que muestra Adam Smith para con los pobres está años luz del profundo desprecio pseudoaristocrático ( al estilo Spencer) que muestran los neoliberales con la suerte de las clases humildes, y es necesario recalcar esta palabra "suerte" porque uno de los argumentos más falaces en los que incurren los autodenominados liberales es el de creer que la meritocracia alcanza para definir los derechos a propiedad en una sociedad libre, sin tomar en cuenta que el papel de los méritos en la construcción de la fortuna es, por lo menos, dudoso, y que muchas veces la suerte es el fundamento de grandes fortunas, cuando no lo son las injusticias o cosas peores : fuera del karma oriental, y en la sociedad occidental, es sospechosa esta fórmula de "la pobreza como consecuencia de la falta de mérito" de un razonamiento errado, de una consecuencia forzada de una premisa, en suma, de una evidente falacia: la arrogancia y la irracionalidad suelen ir de la mano en estos casos, porque ambas suelen ser siempre puntales de la clase dominante, y esta no es una razón menor de todas las razones por las cuales es importante ampliar la clase media para que un país progrese.

Sin embargo, Adam Smith como Locke también cree en que el Estado principalmente protege a los ricos, aunque no diga que deba hacerlo, sino que es así como funciona, y dado que la paz y el orden son más importantes que el consuelo del miserable (miserable sin connotación peyorativa) para evitar que los pobres se abalancen sobre los ricos es necesario el Estado; esta idea que fue refinándose a lo largo del tiempo, propició que frente al ascenso del socialismo en Europa los estados amenazados por la organización de la clase obrera se convirtieran en estados profundamente reformados, ya que la administración de justicia (aun con mano dura) no garantizaba que pudieran detener el impulso revolucionario, terminaron concluyendo que sólo con un estado más fuerte, que se ocupara de los problemas sociales, se garantizaría un progreso continuo y no peligrarían los intereses de la Nación: así nació el Estado de Bienestar, al que luego sería asociado el principal receptor de las críticas neoliberales: John Maynard Keynes.

Es evidente que dentro del pensamiento liberal generalmente hubo una defensa del estado, y de un estado fuerte que paliaría los efectos nocivos que tienen las desigualdades sobre la construcción de una sociedad civil, en primer lugar, protegiendo a los ricos de las consecuencias de las inquietudes que genera su posición entre los menos favorecidos, y en segundo lugar, otorgándoles más derechos y beneficios a los pobres para evitar estallidos sociales y revoluciones, y esto no tuvo que ver en lo más mínimo con lo que hoy denominan populismo sino con la  supervivencia de las sociedades industriales en épocas de profunda desigualdad: como es impensable un liberalismo sin Estado, ya que la sociedad tiende hacia la desigualdad y a provocar enfrentamientos, los hombres afortunados necesitan protección de los menos desafortunados y esa protección solo puede darla el Estado; pero a la vez, a lo largo del ascenso del capitalismo global, cada vez se hizo más evidente que no alcanzaría con la protección sino que habría que quitar fundamento a las inquietudes generadas por la desigualdad, construyendo un estado de Bienestar que garantizara servicios básicos para todos, el que hasta hoy goza de buena salud en las principales naciones desarrolladas del mundo y ha logrado evitar la mayor parte de los conflictos que podrían haber surgido.

Pero es injusto (o al menos inexacto) pensar que el liberalismo solo se preocupó de proteger los intereses de la clase dominante como sugería Marx: también ha habido grandes liberales que han sido fuertemente cuestionados (e incluso han querido atentar contra su vida) por decir que la pobreza era un orden profundamente antinatural , que había que gravar a los ricos y volver de a poco a una sociedad donde todos tuvieran su propiedad de suelo, y es bueno recordar a Thomas Paine (aunque no sea precisamente un defensor del Estado) en el momento en que aparece a nivel mundial la idea de un impuesto progresivo a la riqueza:

"No se trata por tanto de abolir ninguna propiedad privada, sino más bien de permitir que todos, mediante la redistribución operada por la renta basica, cuenten con unos recursos mínimos a la hora de decidir cómo quieren ganarse la vida. Se trata de evitar de este modo el chantaje de la supervivencia, la precarización social y las desigualdades flagrantes; y de permitir, en un momento como el actual en que el concepto mismo de trabajo se halla en crisis, encarar el porvenir desde la libertad y no desde la cruda necesidad".

Redistribución fue la palabra clave para este hombre, que invocaba la justicia agraria mucho antes de que Marx naciera, y redistribución es hoy la palabra clave en los principales economistas del mundo, por eso creo necesario hacer este humilde recorrido por las ideas liberales económicas culminando con él, tan cercano a la sensibilidad de los referentes actuales.

¿Y de qué hablamos cuando hablamos de liberales? De nada que se pueda considerar demasiado actual, por supuesto: el liberalismo y el capitalismo han sido hasta ahora casi incompatibles; de no ser por la enorme apropiación que ha hecho el capitalismo de este término, la verdadera cara del capitalismo, la creación de nuevas aristocracias, se hubiera visto ya hace mucho tiempo. Del lugar central que ocupa el monopolio señalado por Marx a la ilustración de la clase ociosa de Veblen no se puede decir que no se hayan dejado señales de la incompatibilidad del capitalismo con los ideales liberales; sin embargo, la propaganda capitalista ha sido absolutamente eficiente, y han convencido a la gente de lo natural del asunto hasta tal punto que, como dijo Zizek, "es mucho más fácil imaginar el fin de toda la vida en la tierra que un mucho más modesto cambio radical en el capitalismo": que hayamos dejado de percibir el despotismo de la sociedad de consumo, que ni siquiera entendamos su carácter despótico, que no entendamos tampoco la fragilidad de nuestro estado de derecho, que no está actualizado ni a las amenazas actuales ni a las intrusiones violentas que ejerce la sociedad actual sobre nuestras vidas, debido a que hoy las amenazas son mucho más refinadas y más difíciles de percibir , por medio de agresiones silenciosas a las que hemos sido sometidos, por un lado por las reglas de la eficiencia empresarial (del alimento a la medicina y mucho más), y, por el otro lado, por una industria orientada hacia una sociedad de control, en la que ya no podemos detectar el control que opera sobre nosotros, donde no solo inmensas poblaciones fueron sujetas a la obsolescencia programada y a la repetición de impulsos  (a una racionalidad técnica rentable, por encima de una racionalidad humana sustentable), sino que la misma ciencia, que nunca ha sido libre, pero en otros tiempos tenía un margen de maniobra, hoy parece tener cada vez menos margen de maniobra, y especialmente en lo que se refiere al progreso de la humanidad en su conjunto, haber sido cooptada por intereses, impidiendo el progreso para retener los negocios; y es que incluso en las concepciones democráticas no deja de evidenciarse que algo no cierra del todo al pretender responder la pregunta: sí, claro, no se puede decir que no haya liberales, hay gente que cree profundamente en el liberalismo, pero el liberalismo nació para pelear contra los absolutismos y contra las irracionalidades de las clases acomodadas de su época, y hoy cuando hablamos de liberales, solemos hablar en general de quienes callan sus verdaderas ideas, sus verdaderos intereses y sus verdaderas posiciones, los que establecen como coartada racionalidades objetivas del mercado, derechos civiles en abstracto y demás mercancías sofisticadas, y más especialmente, quienes consideran como absolutismo cosas similares a las que en épocas pasadas se consideraron absolutismos (sin comprender que hoy el absolutismo se ha vuelto mucho más sutil); quienes consideran irracional lo que no es ciencia consensuada (sin comprender que hoy la ciencia consensuada ocupa el lugar que antaño ocupó la religión); los que consideran la democracia y el libre mercado valores que hay que defender a toda costa (sin comprender que la democracia actual no es democracia y que el libre mercado actual tampoco lo es, y que, justamente, lo único que puede garantizar en buena parte de las naciones esos valores, es lo que anteriormente se veía con recelo, un fuerte estado preocupado por el bienestar general ) ; es decir, que hoy se han apropiado del liberalismo los que defienden la racionalidad del mercado con el mismo celo que se defendía en otros tiempos la racionalidad teológica (sin comprender como la razón humanista se ha perdido en el camino).


En suma, quienes no cuestionan más que lo que ya ha sido cuestionado en otras épocas para mantener intactos los intereses de esta época, son esos, a menudo, los que se llaman a sí mismos liberales, como reflejos equívocos de ideas muertas.