martes, 27 de enero de 2015

Los trajes del Sr. Cohen

Algunas notas sobre la música de Leonard Cohen


por Guillermo Colantonio

Leonard Cohen entró con traje al mundo del rock cuando los principales referentes ya se lo habían sacado. Su incursión musical, a los 33 años, comenzó formalmente en 1967 con la aparición de Songs of Leonard Cohen. Era un escritor bastante reconocido en el ambiente de las letras pero la irrupción de este canadiense errante no fue nada fácil: la psicodelia hacía estragos, Dylan había sacado al pop de la medianía compositiva hacía tiempo enchufando la guitarra y Cream junto con Hendrix preparaban el fin del sonido hippie. Claro está, esto no impediría que Cohen iniciase uno de los caminos más sólidos que haya dado la música del siglo XX.

No es fácil introducirse en el universo Cohen y tal vez muchos de sus seguidores lo hayan hecho a partir de otros cantantes que versionaron sus temas (un ejemplo que hace honor con creces es el documental de Lian Lunson, Leonard Cohen: I’m your man, 2005). De hecho, el primer hit de Leonard, Suzanne, fue un éxito sin que él lo hubiera interpretado, en la voz de Judy Collins. Al igual que Bob Dylan, Tom Waits y Johnny Cash, ha dejado siempre un aire en sus canciones para que otros las reelaboren. Ahora bien, una vez que se está dentro, el efecto es hipnótico e irresistible. La conjugación de sus voces particulares con el mundo estético que han creado bien les vale el mote de verdaderos autores. Al reconocimiento de una poética, se consagra la siguiente nota.

Un poeta, una guitarra y un sintetizador

Borges insiste a lo largo de su obra con que hay un momento en la vida en que los hombres advierten cuál es su destino en el mundo, es decir, encuentran la identidad de la que ya había hablado Yeats (“Estoy buscando el rostro que tenía/ antes de que el mundo fuera hecho.”, The winding stair). Ese momento para Leonard Cohen se da en 1950, en una vieja tienda de libros, cuando se topa con una antología de poemas de Federico García Lorca. A partir de entonces, su destino será recrear literaria y musicalmente al escritor español. A esta revelación, se le sumará más tarde un ignoto maestro de guitarra que le enseñaría la progresión flamenca. Ambos acontecimientos se transformaron inmediatamente en los fundamentos de su creación y sobre todo, en una firme creencia: no existen fronteras inquebrantables entre un poema y una canción. Todas las letras de Cohen se encuentran signadas por esta tensión entre literatura y música, como una especie de añoranza hacia los inicios de los viejos trovadores de romances. Tal es así que su concepción de la canción pasa por una sensación de duración infinita, sin horizonte a la vista, una especie de recitado que devela la cadencia del poeta. Raras veces los estribillos son importantes y lo que se privilegia es, en todo caso, el ritmo, el pulso interno. De esta manera, el hecho de cantar aparece como una extensión misma, sin culpa, de la literatura. “Todos mis textos tienen guitarras detrás, hasta las novelas.”, declaraba en un reportaje al New York Times en 1969. Este carácter inacabado, con giros y modificaciones, será una marca persistente desde los inicios hasta Popular Problems (2014): letras que se resisten a la clausura.

De la influencia lorquiana y de los poetas europeos, entre otros, surgirá una mirada que siempre parte de la desolación, del sufrimiento existencial y de la melancolía. El caos es el motor creativo, lo que determina una particular visión de la vida en sus principales aspectos: el amor, la religión, el matrimonio, el sexo. No obstante, lejos de optar por el mito romántico de la destrucción corporal, la nostalgia por el paraíso perdido se transforma en búsqueda estética.

Los tres primeros trabajos de Cohen; Songs of Leonard Cohen (1967), Songs from a room (1969), Songs of love and hate (1971) pueden entenderse como una trilogía. Sus letras definen un modelo de expresión cuyas bases son la voz en primer plano, acompañada con punteos de guitarra y una considerable extensión, por donde desfilan visiones oscuras del amor y de la pareja como rutina condenada al fracaso, la mezcla sin tapujos de lo sagrado con lo profano, diversas figuraciones de la mujer y deconstrucciones bíblicas no exentas de humor.

Sin estructuras melódicas reconocibles, se mantiene un tono elegíaco que cautiva y expulsa a la vez por su recurrencia sonora, despojada de grandes arreglos orquestales. Lo que prima es la narración. La complejidad de esta puesta en escena minimalista es suficiente para espantar a los críticos (y a gran parte del público) quienes le dan la espalda. Este amante insaciable no logra congeniar del todo con el mundo de los beatniks y los hippies de fines de los sesenta. Así como trabajaba sus canciones, comenzaría a trabajar su carrera.

La etapa que se inicia con Recent Songs (1979), luego del traumático y explosivo encuentro con Spector en Death of a ladie’s man (1977), marcará un incremento orquestal de cuerdas y de voces que incluye la presencia de músicos virtuosos provenientes del country (género que ha influenciado en más de un sentido a Cohen) y del jazz. No obstante, jamás perdería el gusto por el minimalismo, al punto de privilegiar ciertas líneas armónicas sencillas o de juguetear con sintetizadores baratos que, en manos de otros, podrían sonar ridículos, con pocos acordes repetidos y que se transformarán en marca registrada a partir de Various positions (1984), donde las canciones parecen abordarse desde otra óptica, sin la omnipresencia de la guitarra estilo flamenco y con una voz que ya evidencia el paso del tiempo, pero que gana en intensidad poética. El sonido socarrón del Casio empleado en este disco inaugura una manía por los sintetizadores que, más allá de la moda ochentosa, engalana composiciones más movidas pero con letras demoledoras en himnos como "Dance me to the end of love": “Llévame bailando atravesando los telones/ que han ajado nuestros besos./ Levanta una carpa como refugio/ aunque todos los hilos estén rotos”. Estamos hablando ya del sello Cohen.


De hoteles y de amores desesperados: el bardo de dormitorio

Escuchar las canciones de Leonard Cohen es un acto que demanda un grado de atención importante, un refugio silencioso, un territorio solitario, profético, al estilo del que dibujan muchas de sus letras. Si hay un espacio privilegiado en su obra es el de cuarto de hotel, un lugar que adquiere con su mundana transparencia un estado mítico, atemporal, ligado inexorablemente a la creación poética, motivada por el deseo sexual, la mirada idealizada del cuerpo femenino y los amores fugaces. No hay como un hotel para reforzar el carácter pasajero, evanescente del amor, alejado de cualquier compromiso duradero. Cada cama deshecha y vuelta a hacer, es la prueba de que todo transcurre solo en un instante. Esta asociación, placentera y dolorosa a la vez, es recurrente en muchas canciones de la primera época: “Vos seguiste amando/ y yo empecé a ayunar./ Ahora estoy demasiado delgado/ y tu amor es demasiado vasto”. No hay posibilidad de sostener el amor y el hotel encaja perfectamente con su condición fugaz: “Escojo los cuartos en los que vivo con cuidado./ Las ventanas son pequeñas y las paredes están desnudas./ Solo hay una cama/ solo hay una plegaria/ y espero cada noche oír tus pasos en la escalera.” ("Tonight will be fine", de Songs from a room, 1969). El día a día del hotel y su carácter templario sería inmortalizado en "Chelsea Hotel Nº 2", hermosa canción de contrastes y de máscaras, de lo íntimo y lo público, incluida en New skin for the old ceremony (1974) que narra un affaire con Janis Joplin en ese famoso sitio de ritos y de artistas en New York. La letra contiene una buena dosis del humor cínico tan caro a Cohen y condensa ambos tópicos, al mismo tiempo que se transforma en alusión irónica hacia los cantautores de “izquierda”: “Dándome una mamada/ en la cama deshecha/ mientras las limosinas esperaban en la calle./ Esas fueron las razones/ y eso fue New York./ Corríamos por el dinero y la carne/ y eso se llamaba amor/ para los trabajadores de la canción”. Las ventanas y las paredes de los hoteles serán límites, pantallas donde se inscribirán historias e imágenes de mujer, fundamentalmente esa primera imagen de mujer que se volverá imperceptible y que vive apenas unos segundos para no poder ser recuperada jamás. Dirá el propio autor al respecto: “no creo que un hombre supere nunca esa primera visión de la mujer desnuda. Todas las tristes aventuras de la pornografía y el amor y la canción son solo pasos en el camino hacia esa visión sagrada”.

Cohen propone diversas concepciones del amor. En todas ellas hay una desacralización, sobre todo en lo que concierne a la idea de matrimonio como institución o signo de perdurabilidad. Hay en este sentido un largo recorrido, intenso, que retomará la idea medieval del amor como lucha sexual, devenido en rutina, cuya estabilidad emocional y física involucra inevitablemente ataduras: “Te abrazaste a mí/ como si fuera un crucifijo/ cuando nos arrodillamos en la oscuridad (…)/ Permanezco al filo de la cornisa/ y tu fina telaraña/ ata mi tobillo a una piedra”. ("So long, Marianne", de Songs of Leonard Cohen, 1967). “Bueno, yo vivo aquí con una mujer y un niño./ La situación me pone nervioso./ Si me escapo de sus brazos, ella dice:/ “supongo, llamás a esto amor./ yo lo llamo servicio.” ("There is a war", de New skin for the old ceremony, de 1974). “Sé que me quisiste de verdad/ pero verás, mis manos estaban atadas”. ("Waiting for the miracle", de The future, 1992.) Años más tarde declarará sin tapujos: “El matrimonio es la práctica espiritual más difícil del mundo. Quien ers se refleja en el espejo de la pareja diariamente. ¿Quién puede aguantar eso?”.

Son constantes las referencias a esta oposición entre el deseo y su concreción. El resultado será el vacío, el fracaso, la cama como “un río que se ensancha”, la casa “embrujada por nuestros fantasmas” y la rutina, “un funeral en el espejo”. Si hay dos discos que refuerzan estos conceptos son Songs of love and hate (1971) y Death of a ladie’s man (1977), ambos concebidos en medio de desencantos y de rupturas amorosas. El primero sacude su propósito explícitamente en el título y contiene algunos de los temas más oscuros de Cohen, pero a la vez más bellos. Oscuridad y belleza van de la mano en las desoladoras imágenes que pueblan las letras: “Así entré en una avalancha/ que cubrió mi alma (…) Las migajas que me ofreces/ son las migajas que he dejado atrás.” ("Avalanche"). “Sólo echa un vistazo a tu cuerpo/ no hay mucho que salvar” (Dress rehearsal rag). El segundo es el resultado del encuentro nada menos que con Phil Spector, un disco maldito para Cohen, que ha crecido con el tiempo y que combina su sombría visión con la excentricidad de un genio. Con ecos del Walls and bridges de Lennon, las sobrecargadas orquestaciones, atípicas en los trabajos anteriores del músico canadiense, están a la orden del día para cubrir con sus capas de sonido y múltiples coros las sombrías perspectivas de un amor frustrado: “El verdadero amor no deja cicatrices” ("True love leave no traces"). “Me dejaste amarte/ aún sabiendo que era un fracaso” ("Iodine"). “…y todas sus virtudes se quemaron/ en el holocausto incendiado” (Death of a ladie’s man). A medida que el joven cantautor crezca, su visión se hará más desenfadada, con un humor particular, para connotar la inevitable carga del amor en la vida, la cruz de Jesús que todos debemos llevar, ya que “no hay cura para el amor”, como expresara en los álbumes que integran su etapa compositiva más depurada y madura, Various Positions (1984), I’m your man (1988) y The future (1992). Precisamente, en I’m your man, la autoconciencia de ser un amante esclavo como gesto de resignación parece toda una declaración sardónica de principios: “Si quieres un amante/ haré cualquier cosa que me pidas./ Y si quieres otro tipo de amor/ me pondré una máscara para ti./ Si quieres un compañero,/ toma mi mano./ O si quieres golpearme con ira/ pues aquí estoy/ soy tu hombre”. La existencia del amor trae implícita su misma imposibilidad de persistir. Tomar conciencia de ello es una dolorosa tarea, pero una vez que se la acepta, se puede vivir con la nostalgia del paraíso perdido, de la belleza fugaz, que no es otro que el cuerpo de una mujer desnuda y en la oscuridad, o en los pasadizos de una noche de hotel.

Máscaras, voces: narrar la experiencia

La figura de la máscara será otra constante en toda su obra a partir de diversas versiones enunciativas: amante, monje, poeta. Dos enormes testamentos con tintes autobiográficos llevarán esta idea a su punto álgido, con exquisita ironía. Uno de ellos, también incluido en I’m your man se llama "Tower of song", una perfecta combinación de máscaras para hablar de la escritura, el pesimismo existencial y la vejez, interpretada con la hermosa calma que precede a una tormenta: “Pues mis amigos se han ido/ y mi cabello está gris./ Me duele en los lugares donde solía jugar/ y estoy loco por el amor/ pero me voy a ir/ Solo pago mi alquiler a diario/ en la torre de la canción.” Más tarde, "Going home", incluida en Old ideas (2012), retomará las diferentes voces del yo: “Me encanta hablar con Leonard/ es deportista, es un pastor,/ es un cabrón perezoso/ que vive embutido en un traje”.

Como en los carnavales, detrás de las máscaras se esconden identidades, pero se ejecutan actos que liberan instintos, sensaciones y pensamientos reprimidos socialmente. El principal disfraz de Leonard Cohen ha sido el de su voz de oro, una extensión directa de su literatura, para hablarnos del valor de la experiencia como fuente de relatos. El desplazamiento constante del libro a la canción tal vez se vincule con la idea de Walter Benjamin acerca del narrador, aquel que recupera la oralidad de la épica, la voz del bardo frente al aburguesamiento de la novela. La relación vida/ experiencia/ obra es clave, y asumirá diversos rostros que apuntan a un mismo objetivo: estar vivo en el caos, nunca rendirse ante la atrocidad. Canciones como "The future" o "Everybody knows" expresan la derrota pero con belleza: “He visto el futuro, hermano: es asesinato (…) Pero el amor es el único motor de supervivencia”. “Todos saben que la guerra terminó/ Todos saben que los buenos perdieron/ Todos saben que la pelea fue arreglada/ Los pobres siguen pobres y los ricos se enriquecen”. Ambas canciones juegan con la figura del oxímoron, presente siempre en la poética Cohen, con la coexistencia de la pesadumbre en las letras y el ritmo bailable de las melodías.

Pese al pesimismo, siempre queda una vía de escape (el arte), “la grieta por donde se filtra la luz”, tal como se enuncia en el hermoso estribillo de "Anthem" de The future. De esta forma, el mundo será un valle de lágrimas perfectible gracias a las canciones, aunque sea “a mil besos de profundidad” ("A thousand kisses deep" de Ten new songs, 2001), gracias a la música.


“Perdón por no morir”

Con ochenta años, Leonard Cohen vuelve a sorprender con Popular problems (2014), su último trabajo. Todas sus ideas están ahí, en esas letras maravillosas que pueblan un territorio musical cada vez más despojado. La voz en primer plano confiere definitivamente el predominio de la palabra poética ante las melodías. No es un disco que se refugie en la vejez como excusa; por el contrario, toma la vejez como punto de partida para desplegar esa osadía que caracterizó a toda su obra, pero siempre con la tensa calma y el tiempo necesario para poder ingresar a su universo: ““Siempre me gustó hacerlo lento/ nunca me gustó hacerlo rápido/ para ti se tiene que acabar/ para mí tiene que durar/ no es porque yo sea viejo/ no es porque ya esté muerto/ siempre me gustó hacerlo lento/ eso es lo que mi mamá me dijo.”” ("Slow"). La vitalidad de Cohen nunca es un optimismo exacerbado ante el sufrimiento real en el mundo, pero tampoco una caída al abismo. En todo caso, siempre habrá una risa socarrona detrás de los diagnósticos apocalípticos, capaz de pensar, de “congelar el corazón para evitar su putrefacción” o de responder incluso a quienes trataron de destruirlo, como en la canción que cierra el disco, "You got me singing, una posible alusión a Kelly Lynch, su agente personal, quien lo estafó al punto de tener que comenzar de nuevo: “Me hiciste cantar incluso aunque las noticias fueran malas/ me hiciste cantar la única canción que tuve nunca/ me hiciste cantar hasta que el río se secó/ me hiciste cantar todos los lugares en los que nos pudimos ocultar”. Leonard Cohen pide perdón por no morir. Mientras tanto, podemos agradecerle por las canciones que escribió.

miércoles, 21 de enero de 2015

Robert Plant, artista de dos siglos

Se puede escuchar el especial de La otra.-radio dedicado a Plant clickeando acá




por César Colman

Tras el fallecimiento de John Bonham y la disolución de Led Zeppelin, Robert Plant inicia su carrera solista con un perfil notoriamente más bajo. En las primeras reuniones que mantuvo con Ahmet Ertegun (presidente y fundador del sello Atlantic) le pidió que lo tomen en serio. La inmensidad que adquirió Led Zeppelin demandó una estética distinta para la música de Robert Plant. En su etapa solista se pueden distinguir tres etapas. La primera, compuesta por los discos: Pictures at eleven, The principle of moments y Shaken’ n’ stirred. En esta etapa hubo un acercamiento al pop que le dio su mayor éxito comercial. La segunda etapa, compuesta por los discos Now and Zen, Manic nirvana y Fate of nations. En ella enriqueció su música con un endurecimiento en su propuesta, acercándose por momentos a lo hecho por Led Zeppelin. Y la tercer etapa, compuesta por los discos Dreamland, Mighty rearranger, Raising sand (Junto a Alison Krauss), Band of joy y el reciente lullaby and… The Ceaseseless Roar. Aquí lo vemos envejecer con sabiduría, manteniendo su voz en gran forma y jugando con distintos ritmos y sonidos. Estos son, entonces, disco por disco :

Primera etapa

Con Pictures at eleven del año 1982 buscó y consiguió alejarse lo más posible de lo hecho con Zeppelin. Producido por el mismo Plant, le dio a su música un inesperado acercamiento al pop, la new wave y, de alguna forma, al avant-garde. Contó con la colaboración compositiva del guitarrista Robbie Blunt en todos los temas y el aporte en dos temas del tecladista Jezz Woodroffe. Canciones como “Burning down one side” o “Fat lip” lo posicionan en un lugar sorprendente en comparación con lo hecho con Led Zeppelin. En el disco participa Phil Collins en seis de las ocho canciones, en las restantes “Slow dancer” y “Like i’ve never been gone” la batería está a cargo de Cozy Powell. Lo que puede llegar a sorprender es que no hubo presentación en vivo del disco.

Para The principle of moments, del año 1983, las cosas no habían cambiado mucho. Editó su disco bajo sello propio (Es Paranza) con lo que se desvinculaba del todo de Led Zeppelin y esta vez sí, hubo presentación en vivo. Lanza su primer hit, “Big log”; y coquetea con el reggae en “Messin’ with the mekon”. La placa podría catalogarse como un paso al costado sin grandes novedades respecto a su anterior trabajo, pero sí profundizando su alejamiento de Zeppelin.

Luego, el proyecto paralelo The Honeydrippers y el disco Volume one del año 1984. La idea de este EP fue de Ahmet Ertegün (legendario fundador del sello Atlantic), quien decidió grabar canciones clásicas de su sello de los años 50. El disco muestra a un Robert Plant en excelente forma para cantar canciones como “Sea of love” de Phil Phillips, “I got a woman” de Ray Charles y “Rockin’ at midnight” de Roy Brown. Participan Jimmy Page, Jeff Beck, Nile Rodgers y Dave Weckl en la batería.

Con Shaken n’ stirred del año 1985 la cosa volvería a sus carriles. Es que Plant dejó las baladas para concentrarse en su propia música. Ya sin la bateria de Phil Collins, se había corrido la voz de que Eurythmics iba a colaborar con uno o dos canciones para el disco. Con temas como “Little by Little” o “Kallaloo kallaloo”, las guitarras sintetizadas lo convierten en su disco más arraigado a los 80. Robert Plant lo definiría como la aventura de la tecnología.

Segunda etapa

Para Now and Zen del año 1988 Plant cambió la banda. Las canciones se tornaron más directas, ya el avant-garde de trabajos anteriores, a excepción tal vez de “The way i feel” y “Why”. Jimmy Page es invitado en dos temas, “Heaven knows” y “Tall cool one”. Phil Jonstone es una parte vital en la composición, en la ejecución de los teclados y en la producción integral del disco (hecha junto a Tim Palmer y a Plant).

Manic nirvana, editado en 1990, fue más allá. Plant concibió una suerte de compendio de su carrera con canciones nuevas, desde su lado más roquero hasta el world music. Estaba decidido a subir el voltaje y lo consiguió en canciones como “Hurting kind”, “Nirvana” o con el cover “Your ma’ said you cried in your sleep last night”. Las canciones parecen concebidas para sonar bien en vivo; con la incorporación de Charlie Jones en el bajo, la banda suena fluida.

El disco Fate of nations de 1993 significó el retorno a sus raíces musicales, con canciones como “If i were a carpenter”, el cover de Tim Hardin. Pero también con el enternecedor “I believe”, dedicado a Karac, su hijo fallecido en 1977. Se destacan canciones como la zeppeliana “29 palms”, “Calling to you” y “Memory song”, con un reconocible aroma oriental. También la increíble e hipnótica balada “Greatest gift” en la que Plant consolidaba su arte en un nivel superlativo.

Impasse

Muy a pesar de todo, hubo otra oportunidad para que Page y Plant arremetieran, ahora con No quarter en el año 1994. Convertidos en una suerte de dúo hicieron, canciones de Led Zeppelin y otras nuevas. MTV los invito al Unplugged y ellos le dieron una nueva forma al concepto, grabando en Marruecos, Gales y Londres con orquestación egipcia y marroquí. La nueva y misteriosa “Wonderful one” no desentona en un disco a la altura de sus protagonistas. El éxito fue tan inmediato que se lanzaron a una gira. 

Led Zeppelin. The BBC sessions (1997): dividido en dos partes totalmente discernibles, en el primer disco están las sesiones del año 1969. “Dazed and confused” y “Whole lotta love” presentan una típica zapada de la época. Por su lado, el segundo disco registra un concierto que tuvo lugar en el año 1971 con canciones que se acercan más a un nivel profesional, como “Black dog” o “Heartbreaker”. La cuestión con esta clase de ediciones es la necesidad creada desde un mercado siempre demandante. 

La segunda aparición del dúo Page & Plant, editada en 1998, se denominó Walking into the clarksdale. Hubiera sido, al menos, un sorprendente malentendido que repitieran el anterior y genial No quarter. Pero, con producción de Steve Albini (PJ Harvey, Urge Overkill, Nirvana), el disco dan un vuelco hacia el costado de Plant. Claro que no es un disco digerible en primera instancia pero la intensidad es la necesaria. Canciones como “When the world was young”, “Blue train” o la oriental “Most high” revelan un camino oculto y virgen al que tal vez le falta transitarlo.

Tercera etapa

Un disco de versiones es Dreamland ,del año 2002, con “One more cup of coffe” (Bob Dylan) o la más famosa “Hey Joe” (Billy Roberts), antes interpretada, entre otros, por Jimmi Hendrix. También está la inolvidable e insuperable versión de “Song to the siren” de Tim Buckley. Nueve años después de “Fate of nations” y después de un impasse que tuvo a Page de coprotagonistan vuelve con banda nueva. Dreamland agrupa las influencias de Plant. 

Mighty Rearranger de 2005, a nombre de Robert Plant & The Strange Sensation: si no escuchaste este disco, deberías hacerlo: Ese mismo año Plant se negó a recibir un Grammy en nombre de Led Zeppelin. De eso se trata su integridad. Canciones como “Tin pan valley”, “Mighty rearranger” o la deliciosa “Shine it all around” fueron concebidas para ser grandes, mirando hacia adelante pero volcando su experiencia y sabiduría en ello. Solo alguien de su talla podría lograr algo así. 

Raising sand: Robert Plant y la cantante de bluegrass Alison Kraus editaron en el 2007 este disco producido por T. Bone Burnett (una suerte de eminencia que trabajó con gente de la talla de Elton John, Bob Dylan, Elvis Costello, Diana Krall y extensísimo etc.). Acompañados por músicos como Marc Ribot y Rowland Salley, entre otros, el disco alberga versiones como “Trampled rose” de Tom Waits, “Please read the letter” de Page & Plant o “Fortune teller”, versionada también por los Rolling Stones a mediados de los 60, en Got life if you want it. Un disco irrepetible. 

Si bien el disco Band of joy fue editado en el 2010, este es el nombre de la banda que Robert Plant y John Bonham abandonaron para ingresar a Led Zeppelin. Aquí la formación se reúne sin Bonzo.Tiene una suerte de continuidad ideológica con Raising sand, con temas tradicionales como “Cindy, i’ll marry you someday” o “Satan your kingdom must comedown”. También hay covers como “Angel dance” y, por supuesto, temas propios. PEl disco es que nos regala un sabrosísimo folk blues primario. 

Por ultimo, lullaby and… The Ceaseseless Roar, editado el año pasado. Robert tenía dos hipotéticas opciones : o bien darle continuidad y tal vez profundizar lo hecho con Mighty rearranger, lo que sería lo obvio, dada su evolución, o sorprender con una nueva vuelta de tuerca. Con canciones como “A stolen Kiss”, “Turn it up” o “Little Maggie” demuestra por qué las respuestas más sencillas suelen ser las más acertadas, aunque no las obvias. Otro disco que muestra a Plant en gran forma, ya a mediados de la segunda década del siglo xxi. Definitivamente, Robert Plant es un artista de dos siglos.

martes, 13 de enero de 2015

Led Zeppelin: el signo de la intensidad

Clickeando acá se puede escuchar el especial de La otra.-radio sobre Zeppelin y Plant, con la participación del autor de este post


por César Colman

Con la simple mención de su nombre debería bastar para describir su influencia, pero, para una banda cuya evolución fue constante y marcada, sería insuficiente. Porque también podría decirse que no es necesario aclarar lo propio y distintivo de su música, alcanzaría con solo hablar de los discos que editaron y sus temas más destacados. Sin embargo, si hay que mencionar lo que signó su música a lo largo de su existencia eso es la intensidad. Porque, si bien no se desconoce del todo, Led Zeppelin es la banda que consiguió llegar a lo más alto de una cima en la que solo había lugar para alguien como ellos. O tal vez ese lugar les pertenecía, sin más. De cualquier manera, su inmensidad le otorgó la representación máxima al término “dinosaurio”, con todo lo que ello implica. Poco importa ya la mitología de una banda que desde un principio estuvo signada por maldiciones y que con el correr del tiempo y en base a esa misma maldición, al talento de sus integrantes, a los excesos en general y a varios otros componentes, fue haciendo a un lado a sus competidores. Es por eso que desandar algunos puntos destacados de esta historia puede servir de introducción para vérnosla con los monstruos.

Año 1969. Bastaba con poner la púa en el disco y escuchar una canción como “Good times, bad times” o “Communication breakdown” para entender que ya nada seria igual. O tal vez la monumental “Dazed and confused”, o los covers de Willie Dixon “You shook me” y “I can’t quit you baby”. O el cierre con “How many more times”. Pero lo que se respira a lo largo del disco es un aire cargado de blues. Producido por Jimmy Page, Led Zeppelin I muestra tras los inconfundibles riffs del guitarrista la influencia heredada directamente de los Yardbirds. Cimentando las bases de lo que años más tarde se denominó Heavy Metal.

De octubre del mismo año ‘69 son “Whole lotta love”, “Heartbreaker”, “Living loving (She’s just a woman)”. En contraposición a “Thank you”, están los más experimentales, como “The lemon song” o “Ramble on” o la instrumental “Moby dick”. Led Zeppelin II. Con un sonido crudo y directo, dieron rienda suelta a la experimentación, las zapadas y la psicodelia. Con un Jimmy Page inspiradísimo y un cantante como Robert Plant, que iba ganando protagonismo. Imposible no hablar de John Bonham o de John Paul Jones, convertidos ya en una de las bases más compactas del rock.

En Led Zeppelin III de 1970 fusionaron el folklore inglés con su ya infaltable marca registrada, el blues. Momentos acústicos, Mississipi, y mucha electricidad en los cables generan una atmósfera tensa que sobrevuela las canciones. “Immigrant song”, “Celebration day”, “Since i’ve been loving you”, aunque en realidad habría que mencionarlas todas. Erigieron un monumento, simple, directo y, por sobre todas las cosas, sorprendente.

Con Led Zeppelin IV de 1971 construyeron un disco cuya estructura se alimenta de una perfecta progresión y un sonido asombroso. Desde su lado más salvaje, con el comienzo de “Black dog” seguido de “Rock and roll”, hasta su costado más gentil, con melodías amables como “The battle of evermore” o la épica de “Stairway to heaven”. “Misty mountain hop” o “When the levee breaks” no habrían sido lo mismo si en la batería no estuviera Bonham. La inspiración de los músicos y la personalidad de una banda que ya parecía no tener techo compositivo.

Sin embargo, en Houses of the holy de 1973 incorporaron más conceptos musicales, logrando expandir sus propios límites. Este es un disco en el que, a pesar de adentrarse con nuevos sonidos (el reggae, el funk, y hasta el gótico), no caben dudas acerca de qué banda es. Es decir, canciones como “The song remains the same”, “Dancing days”, “D’yer mak’er”, la gloriosa “The crunge” o la oscuridad inquietante de “No quarter”, por nombrar solo algunas, recorren estilos inexplorados por el rock pesado de ese entonces.


Physical graffiti (1975) es el primer disco doble de la banda y también el primero en salir bajo su propio sello, Swan song. El nivel se mantenía intacto con canciones como la que abren el disco, “Custard pie”, “Trampled under foot”, o la eterna “Kashmir”. O el disco dos, con “Ten years gone”, “The wanton song” o “Boogie with Stu” (con Ian Stewart de los Rolling Stones como invitado). Como curiosidad se puede citar que, de las 15 canciones que conforman la obra, 8 fueron grabadas en los meses previos a su edición. El resto de los temas habían quedado afuera de sus discos previos, lo que demuestra los estándares compositivos con los que se manejaba la banda.


Con el disco doble en vivo The song remains the same (1976), llegan a la cúspide de la auto indulgencia de su carrera. Banda sonora de la película homónima, que se caracteriza por tener las zapadas más largas jamás grabadas en vivo. Si bien algunos lo consideran el mejor disco en vivo de la historia, con virtuosismo técnica e inventiva improvisación, para otros no es más que la ostentación de una banda y su cartel de dinosaurios.

Para la edición de Presence en el año 1976, Led Zeppelin atravesaba problemas personales y de salud. Robert Plant tuvo un terrible accidente automovilístico en Grecia que lo postró en una silla de ruedas durante un prolongado período. Los excesos y adicciones de Bonham y de Page, por otro lado, resultaron en una placa que no está a la altura de los discos anteriores. Estas circunstancias hicieron que fuera sumamente complicado grabar. En el disco se destacan la épica “Achilles last stand”, “Nobody’s fault but mine” y la bluesera “Tea for one”. Canciones en las que se vislumbra una búsqueda progresiva no del todo satisfactoria. Para el caso de canciones como “Royal Orleans” y “Hots on for nowhere”, tal vez no tengan la grandeza de discos anteriores.

En In through the out door editado en el año 1979 se percibía una atmosfera de melancolía y tragedia. Luego de la muerte de Karac, el hijo de Plant de seis años, por una enfermedad estomacal, la maquinaria se detuvo. Costó mucho tiempo reactivarla y el que actuaba como mediador mayormente era Bonham, el amigo. Desde el inicio con “In the evening” se nota el elaborado trabajo de John Paul Jones. En “South Bound Saurez” se luce el piano, quedando Page en un extraño segundo plano. Lo particular de “Fool in the rain” es que jamás pudieron tocarla en vivo, dado el protagonismo de los teclados. “Hot dog” es un country rockabilly en el que quedan en un segundo plano la guitarra y la voz. “Carouselambra” es una suerte de historia de los últimos años de Led Zeppelin. “All my love” surgió durante las esperas de Plant y Jones. El tema que cierra la placa, “I’m gonna crawl,” es el que tal vez tenga el mejor solo de guitarra del disco, donde también se destaca el trabajo de John Paul Jones. Luego se acabó.


Con un disco como Coda, del año 1982, se testifica el final de una carrera brillante, aunque no es más que un compilado de rarezas sacadas de las sesiones de Led Zeppelin III”, Houses of the holy In through the out door. Desde la primaria versión de “We’re gonna groove” hasta el refinado último período de la banda con “Darlene”, pero también con “Ozone baby” y “Wearing and tearing”, que hipotéticamente darían forma a un EP que iba a salir antes de In through the out door. Y finalmente el tema de John Bonham con su orquesta percusiva, “Bonzo’s Montreaux”. El disco, como siempre producido por Jimmy Page, si bien deja un sabor agridulce, está a la altura de una banda como Led Zeppelin.
(continuará)

sábado, 3 de enero de 2015

Dialogando con Clarice Lispector

por Liliana Piñeiro

Todo texto invita a un diálogo con su lector. A veces esta posibilidad se frustra, por una cuestión de expectativas (del autor y del lector). Pero otras, esta conversación imaginaria encuentra un tono, una frecuencia que la hace audible, en ese continuum maravilloso que es el lenguaje.

En este caso, Clarice Lispector * me “invitó” a escribir. A partir de algunos fragmentos, que estimo pueden ser una puerta de entrada a su obra, nacieron en mí asociaciones, imágenes, reflexiones que pongo a consideración de mis lectores, a modo de homenaje a esta gran escritora de la lengua portuguesa.

- Este libro es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo leyesen únicamente personas de alma ya formada. Aquellas que saben que el acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual y penoso, atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se aproxima. (La pasión según G. H.)

- Clarice, tus frases se deslizan inevitables, como si alguien te llevara de la mano suavemente hacia esos lugares prohibidos que no se pueden tocar. Palpando en la oscuridad el recorrido es trabajoso, porque el mundo se resiste siempre. Y solamente tenemos las palabras para acariciarlo.
Pero lo que adviene genera preguntas: ¿podremos dialogar con palabras nuevas? ¿o habrá una sola lengua y es Babel?

- Las palabras ya dichas me amordazan la boca. ¿Qué es lo que una persona le dice a la otra? Además del “¿Hola, qué tal?”. Si tuvieran la locura de la franqueza, ¿qué se dirían las personas, unas a otras? Y lo peor sería lo que se diría una persona a sí misma… (“Tempestad de almas”)

- Aunque tal vez, nuestro encuentro se dé calladamente…Imposible olvidar tu palabra atravesada por el silencio, como el alma por la hendidura del cuerpo:

- Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara el viento (…) Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece. El corazón late al reconocerlo. (Silencio)


- Algo trae ese silencio de noche de montaña, tan vasto y opaco… posiblemente la ausencia radical de un otro, que no espera ni siquiera respuestas. Ninguna otra cosa tiene ese espesor amenazante, que se extiende como un océano oscuro bordeando el corazón.
Arrojada a esa precariedad hiciste un surco, cavaste. Y el pozo resultó fecundo: de tu palabra nació un mundo dentro de mí.


- Su carne blanca estaba dulce como la de una langosta, las piernas de una langosta viva moviéndose lentamente en el aire. Y aquella pequeña maldad de quien tiene un cuerpo. (“Devaneo y embriaguez de una muchacha” en Lazos de Familia).

- ¿Muchacha perdida en el espejo, y recuperada en la escritura? Así parece. En esas frases, felizmente encontradas, está la clave de tu foto, un desafiante ejercicio de seducción. Carne para la letra. Los ojos desprecian levemente y tus labios se ofrecen, para rehusarse. Pequeña maldad de la belleza, cuando sabe de sí.


Pero hay también otros rostros inolvidables, arrancados, en un acto de redención, a esa masa de signos que es el lenguaje:


- Su nombre era Eremita. Tenía diecinueve años. Rostro confiado, algunos granitos. ¿En qué consistía su belleza? Había belleza en ese cuerpo que no era ni feo ni bonito, en ese rostro donde una dulzura ansiosa de mayores dulzuras era la señal de la vida.
Belleza, no sé. Posiblemente no la tenía, aunque los rasgos indecisos atrajesen como atrae el agua. Había, sí, sustancia viva, uñas, carnes, dientes, mezcla de resistencias y flaquezas, que constituían una vaga presencia que se concretaba sin embargo de inmediato en una cabeza interrogativa y ya servicial, apenas se pronunciaba un nombre: Eremita. Los ojos castaños eran intraducibles, sin correspondencia con el conjunto del rostro. Tan independientes como si estuvieran plantados en la carne de un brazo, y desde allí nos mirasen – abiertos, húmedos. Toda ella era de una dulzura cercana a las lágrimas. (“Como una corza” en Revelación de un mundo).


- Ésa es una de tus virtudes: rescatar de la ausencia, hacer sustancia viva de una materia inerte. Y en este alumbramiento de nuevas formas hay espacio para la transmutación: un escenario de reverberación kafkiana, una puesta en escena de tu interior.


- La cucaracha no tiene nariz. La miré, con aquella boca suya y sus ojos: parecía una mulata agonizante. Pero los ojos eran negros y estaban radiantes. Ojos de novia. Cada ojo en sí mismo parecía una cucaracha. El ojo, franjeado, oscuro, vivo y desempolvado. Y el otro ojo idéntico. Dos cucarachas incrustadas en la cucaracha, y cada ojo reproducía la cucaracha entera (…)

- La cucaracha es pura seducción. Cilios, cilios pestañeando que llaman.
También yo, que poco a poco me estaba reduciendo a lo que en mí era irreductible, también yo tenía millares de cilios pestañeando, y con mis cilios avanzo, yo, protozoo, proteína pura. (La pasión según G. H.)


- Así como el caballo ve fuera de sí lo que está dentro de sí, tu mirada quiere subvertir el límite humano. Y encuentra en este animal deslumbrante su representación más fidedigna. Indómito, el deseo toma el ritmo de un galope salvaje, propio de su condición:


- Con la envidia del deseo mi rostro adquiría la nobleza inquieta de una cabeza de caballo (...)
En cuanto saliera del cuarto mi forma iría cobrando volumen y purificándose, y, cuando llegara a la calle, ya podría galopar con patas sensibles, los cascos resbalando en los últimos tramos de la escalera de la casa. Desde la calle desierta yo miraría: una esquina y otra. Y vería las cosas como un caballo las ve. Ése era mi deseo. (“Seco estudio de caballos”)


- ¿Hacia dónde parten los trenes? ¿Qué comparten los pasajeros cuando cruzan sus vidas en movimiento, sentados frente a frente en un vagón? Tal vez sea falsa la creencia de que vamos a la estación fijada por el mapa del itinerario… ¿o no es cierto, acaso, que el punto de llegada incluye un pasado que no puede dejarse en la estación de partida?

De cada pregunta, un cuento. Toda vida tiene su hora, su punto de inflexión.
En “La partida del tren” hay iluminaciones. Y es tu voz, Clarice, la que se escucha en Ángela, la joven que huye de un amor, fugitiva del suicidio. Y también es tuya la voz de María Rita, la anciana de las arrugas incomprensibles:


- Ángela se miró en el pequeño espejo del bolso. Me parezco a un desmayo. Cuidado con el abismo, le digo a aquella que se parece a un desmayo (…)
La coherencia, no la quiero más. La coherencia es mutilación. Quiero el desorden. Sólo adivino a través de una vehemente incoherencia.

Yo no puedo detener el tiempo, pensó María Rita Alvarenga Chagas Souza Meló. Fracasé. Estoy vieja. Y fingió leer el diario sólo para recuperar la compostura (…)


¿Por qué los viejos, aún los que no tiemblan, sugieren algo delicadamente trémulo? Doña María Rita tenía un temblor quebradizo de música de acordeón.
Pero cuando se trata de la vida, ¿quién nos ampara? Pues cada uno es uno. Y cada vida tiene que ser amparada por esa propia vida de cada uno. Cada uno de nosotros: es con lo que contamos. (“La Partida del tren”)


- Nómade por destino, te aferraste a la lengua portuguesa como a una cuna. En esa cadencia escuchaste los primeros sonidos: así se dio la felicidad de nombrarte y de robar el mundo. Y a ella volviste, para escribir con los trazos vivos y ríspidos de la pintura:


- Esta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa. (…) La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe. Sobre todo para quien escribe quitando de las cosas y las personas la primera capa de superficialidad. (“Declaración de amor” en Revelación de un mundo)



- Aunque a veces se deba cubrir el hueso, velarlo con adornos (como una coartada más, frente a un cuerpo que va camino a lo definitivo), no hay posibilidad de engañar tu cruda lucidez. Hay que escribir en situación de emergencia, despojando…


- Escribo sobre lo parco mínimo adornándolo con púrpura, joyas y esplendor. ¿Así se escribe? No; no es acumulando y sí desnudando. Pero tengo miedo de la desnudez, pues ella es la palabra final (…)

Me apasioné súbitamente por los hechos sin literatura, los hechos son piedras duras y actuar me está interesando más que pensar, de los hechos no hay cómo huir (…)

Los hechos son sonoros pero entre los hechos hay un susurro. Es el susurro lo que me impresiona (…) (La hora de la estrella)


- Y al final del camino te esperaba Macabea, la nordestina, para compartir un saber: que la felicidad es un bien escaso. Y que tal vez, en la distracción, aparezca Dios.

- Debo decir que esa muchacha no tiene conciencia de mí, si la tuviese tendría a quien rezarle y sería su salvación. Pero yo tengo plena conciencia de ella: a través de esa joven doy mi grito de horror a la vida. La vida que tanto amo.


- En todo insomnio algo se sospecha… algo resiste a abandonarse. Pero el sueño es, tal vez, el rito de pasaje que debemos cumplir. ¿Alguien nos ayudará, en esa noche cerrada, a estrenar la valentía?


- Estoy tan asustada que sólo podré aceptar que me he perdido si imagino que alguien me tiende la mano (…)

Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría. Muchas veces, antes de dormirme – en esa pequeña lucha por no perder la conciencia y entrar en un mundo más vasto - , muchas veces, antes de tener el valor de embarcarme para el gran viaje del sueño, finjo que alguien me tiende la mano y entonces avanzo, avanzo hacia la enorme ausencia de forma que es el sueño. E incluso cuando, así acompañada me falta la valentía, entonces sueño (…)

Por el momento estoy inventando tu presencia, como un día tampoco sabré aventurarme a morir sola, morir es el mayor riesgo, no sabré franquear el umbral de la muerte y dar el primer paso en la primera ausencia de mí; también en esa hora última y tan primera inventaré tu presencia desconocida y contigo comenzaré a morir hasta que pueda aprender sola a no existir, y entonces te liberaré. (La pasión según G.H.)


- Haciéndote cargo del mundo, tu escritura no dejó de asombrarme: en la felicidad clandestina, sobre el corazón salvaje, por la imitación de la rosa. Palabras nuevas crean sentimientos nuevos, descubrí que era infinita la cantidad de pliegues en mi interior.

Sólo espero que mi compañía, como la de todos tus lectores, haya sido suficiente en el umbral. Y ahora que tus palabras avanzan sobre mí, no me liberes, quiero seguir presente en el dulce cautiverio de tu mano.



* Clarice Lispector es una de las novelistas más originales del siglo XX. Por la introspección y precisión del lenguaje que presiden toda su narrativa, se la ha comparado a James Joyce y Virginia Woolf.

Nacida en Ucrania en 1920, llegó con su familia a Maceió, en el nordeste de Brasil, con poco más de un año de vida. Después se mudó a Recife, también en el nordeste. A la edad de 10 años, Clarice perdió a su madre. Cuando tenía 14 años se instaló con su padre y una hermana en Río de Janeiro.

Casada con un diplomático, con quien tuvo dos hijos, vivió en diversos países de Europa y América. Empezó a escribir muy joven, y en 1944 publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, la cual fue reeditada en francés en 1954, con portada de Henri Matisse. A esta obra siguió El brillo (1946), La ciudad sitiada (1949) y La bella y la bestia (1979). Luego de su separación, que tuvo lugar en 1959, publicó en 1960  Lazos de familia, un libro de cuentos que alcanzó un gran reconocimiento. A partir de entonces fue calificada como uno de los mayores exponentes de la literatura portuguesa.

Entre 1967 y 1973, acepta escribir crónicas para el Jornal do Brasil, recopiladas luego como Revelación de un mundo.

Otras obras aparecidas posteriormente fueron La manzana en la oscuridad, La legión extranjera, La pasión según G. H., Felicidad clandestina, La imitación de la rosa, La araña,  Agua viva, La hora de la estrella y su obra póstuma Un soplo de vida.

Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas.

Clarice Lispector falleció a los 56 años, a raíz de un cáncer, el 9 de diciembre de 1977, en un Hospital de Río de Janeiro.