domingo, 24 de enero de 2021

La demonización del populismo

 
por Lidia Ferrari *

Para un historiador de pleno siglo XX como Lucien Febvre, en el siglo XVI estaban todos familiarizados con los ángeles y los demonios. Cada hombre, hasta el más culto, tenía del universo una visión mística, habitaban un universo fantasmagórico. Se preguntará Febvre si ellos ¿Tuvieron “una clara conciencia científica de lo real”? 1. Y cita a todos los maestros en demonología antigua, como Ficino, Agrippa, Paracelso que estaban sumergidos en una fantasmagoría cotidiana, poblados de espíritus, demonios, criaturas semidivinas. Eran los magos, los alquimistas o los astrólogos. Para el historiador, en los tiempos contemporáneos, las únicas fantasmagorías salen de los laboratorios. Entonces parece que el mundo de la creencia en lo “irreal” no atravesaría nuestros tiempos modernos, donde la ciencia y su legado simbólico lo impediría.

Obviamente, no se puede sostener eso después de Freud. Freud nos advirtió que fantasmagorías y demonios nutren al sujeto neurótico, y no sólo lo asaltan en la vida cotidiana sino que hasta le dan razón de existir. ¿Que estos demonios neuróticos son más reales que los que volaban en los cielos renacentistas? Lo que parece persistir en nuestra ideología occidental moderna es la “creencia” 2 de que estamos habitando un suelo firme y bien sustentado, en el cual ya no hay lugar para las tropelías de los demonios, como sí lo habría sido en siglos precedentes. Sin embargo, el psicoanálisis viene a decirnos que tenemos mucho lugar para ellos. Que son criaturas creadas por el discurso y que por eso tienen una eficacia que no puede cancelar ninguna ciencia positiva. Hay que poseer una teoría del sujeto que admita la existencia de las brujas y los demonios como seres que habitan el lenguaje. Si alguien nos dice que existen las brujas apelaremos a esa generalizada operación de la Verleugnung freudiana para, mientras la exorcisamos con un amuleto, decir que no creemos en ellas. Observamos cómo se crean demonios todos los días y cómo a una mayoría de gente, las “pruebas”, esas que no sólo reclama la ciencia sino que hasta los tribunales inquisidores exigían, serán incapaces de convencerlos de que estos demonios no existen. ¿Nos hemos vuelto ocultistas, esotéricos, mágicos, místicos? No, estamos ante la presencia de cómo se puede crear colectivamente la idea de la existencia del mal, un mal oscuro que no sobrevuela con escoba por los cielos, sino que se encarna en seres de carne y hueso que adoptan alguna actividad considerada, como los herejes de antaño, contestataria contra la corriente de los dispositivos de poder existentes.

La irregular historia de la persecución y demonización de las brujas como un capítulo de la persecución a los herejes en la Iglesia desmiente, una vez más, la idea del progreso en la evolución humana. El best seller de 1487 Malleus maleficarum 3, un tratado sobre el delito de brujería, donde se detalla su existencia y su tratamiento, sostuvo durante siglos la forma de enfrentar a la brujería no sólo en los tribunales inquisidores. A partir de este tratado, el papa Inocencio VIII hace constar que la Iglesia Católica cree en la existencia de las brujas. Lo significativo es que este decreto derogaba el Canon Episcopi del año 906, donde la Iglesia sostenía que creer en brujas era una herejía. En los años del primer milenio la Iglesia consideraba que creer en las brujas era una herejía. En el siglo XV, la Iglesia no sólo cree en su existencia sino que se dispone a perseguirlas y condenarlas. Esto muestra las acrobacias en la construcción de lo demoníaco y de la presencia del mal en la historia y sus agentes.

Estamos asistiendo a operaciones similares respecto de las palabras y lo que ellas designan, sólo que con dispositivos de diferente carácter tecnológico. Pero similar eficacia sobre los sujetos a quienes se dirige. En el siglo XVI, el inquisidor Alonso de Salazar hace una rigurosa indagación sobre ciertos episodios de brujería, donde encuentra muchas contradicciones en quienes daban su testimonio. En su informe sostuvo que esas palabras no podían ser tomadas en cuenta porque ellas estaban sostenidas en los dichos que circulaban en la época. Si se decía que las brujas volaban, alguien podía testificar que había visto a una bruja volar. Su informe, junto a otros, tuvo crucial importancia para que la Suprema Inquisición en 1614 dedicara una serie de instrucciones que “rezumaban escepticismo ante las declaraciones de las brujas, y aconsejaban cautela e indulgencia en todas las investigaciones” 4. Decía Alonso de Salazar: “…también saco de las experiencias que he visto ...que no hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos5.

Otra manera de mostrar la potencia de la manipulación de la lengua para introducir, a través de lo simbólico, un imaginario que hace suplencia de lo real imposible.

La palabra "populismo" se encuentra en el centro de una operación de demonización. Por eso estamos desenterrando una variedad de términos que ya pensamos desaparecidos de nuestro mundo racional y científico. Nos lo obliga una estrategia narrativa donde se exhuman terminologías que no hacen sino traer al repertorio del sentido común popular términos como demonios, lo maldito, la satanización, el eje del mal, etc. Se está recuperando la noción de lo diabólico y lo maldito sagrado. Hay un procedimiento tendiente a estigmatizar ciertas palabras, para estigmatizar a las personas y movimientos que son representados en esas palabras. De la misma manera que en los procedimientos que establecían la herejía y brujería. Es de tener en cuenta que el estigma es una marca que no se puede borrar. En cuanto alguien queda tocado por el estigma queda ubicado en un lugar de exclusión. En este proceso de demonización o estigmatización se produce una potente corriente de descrédito hacia el estigmatizado o demonizado. Nadie quiere ocupar el lugar del demonizado, lo que ya supone un principio de identificación por la negativa.

Los discursos que se imponen y cristalizan asedian a la lengua, la modifican. Las prácticas del lenguaje se van modificando en sus usos y prácticas. En estas épocas no es azaroso que se haya desatado un lenguaje injuriante, difamatorio y blasfemo (en un sentido secular, pero decantado de la blasfemia religiosa, donde no hay orden sagrado o investido de respeto que pueda limitar el uso de determinadas palabras y las injurias a determinados lugares investidos de dignidad). Se ha desencadenado, sobre todo en Argentina, un uso injuriante e infamante de las palabras con las que los sujetos intercambian entre sí. Las malas palabras están a la orden del día. No se trata de una crítica al uso de las “malas palabras” sino al estatuto del intercambio social que genera un lenguaje en el cual ellas reinan por doquier. Como dice Agamben: “El insulto es eficaz precisamente porque no funciona como un enunciado constatativo, sino más bien como un nombre propio, porque llama en el lenguaje de un modo que el llamado no puede aceptar, y del cual sin embargo no puede defenderse, como si alguien se obstinara en llamarme Gastón sabiendo que me llamo Giorgio” 6

Las condiciones en que se tramita la palabra "populismo", en su aparente disputa, hacen de la misma palabra usada por los medios de comunicación para ligarla a lo demoníaco un término que pertenece a un orden heterogéneo al de la razón populista de Laclau, tanto que se podría decir que ambos términos son inconmensurables. Que el lenguaje y las palabras estén en estado de movimiento continuo, que ese movimiento no pueda detenerse, no obsta para que veamos que en la actualidad, una de las formas del poder –como lo ha sido siempre, pero ahora con instrumentos más potentes- sea intentar controlar todo movimiento donde las unidades semánticas se puedan liberar o transformarse. Tales tipos de transformaciones ocurrieron a fines de la Edad Media cuando cierta “política de la lengua” impuso una desontologización del lenguaje 7 a partir, entre otros, de separar la lengua de su referente. Un divorcio entre las palabras y las cosas coincide, según Michel de Certeau, con el momento donde el Latín deja paso a las lenguas vulgares, que se convertirán ellas, más tarde, en lenguas nacionales. No podemos decir que estemos asistiendo a una vuelta a una relación directa entre la lengua y lo real que articula, pero es cierto que se imponen sentidos a partir de una dimensión narrativa que “sintetiza” las palabras y sus significados, privilegiando un orden sintagmático de la lengua, lo que, sin dudas, empobrece el lenguaje.


NOTAS

1 - Febvre, Lucien, El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais, Madrid, Akal, 2012, p. 310.

2 - Sobre la función de la creencia y la credulidad en su relación con la alteridad véase el libro La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina, Buenos Aires, Letra Viva, 2016.

3 - Freud le escribe a Fliess en enero de 1897 cuánto le interesa dicho libro, que se va a dedicar a “estudiarlo asiduamente”, ya que la comparación que encuentra entre brujería e histeria “cobra cada vez mayor vida”, Freud, S. O. C. T. III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 3560.

4 - Kamen, Henry, La inquisición española: Mito e historia, Grupo Planeta, posición Kindle 7639-7640.

5 - Ibid., posición Kindle 7616-7619.

6 - Agamben, Giorgio, “La Amistad”, La Nación, Suplemento Cultura, domingo 25 /09/2005.

7 - “La experiencia, en el sentido moderno del término, nace con la desontologización del lenguaje, a la que corresponde también el nacimiento de la lingüística”. De Certeau, Michel, La fábula mística (siglos XVI-XVII), Madrid, Siruela, 2006, p.126.

* Reproducimos un fragmento del texto de Lidia Ferrari "Populismo, emancipaciones y herejías", en el libro Decir de mujeres. Escritos entre psicoanálisis, política y feminismo, (Letra Viva, 2019).