Sobre el film Nimble fingers
por Lidia Ferrari
El documental Nimble fingers (Parsifal Reparato) -que ganó el Premio del Público en el Sole Luna Doc Film Festival, en Treviso, Italia, en septiembre de 2018 y el premio a Mejor mediometraje documental en el Golden Tree International Documentary Film Festival de Frankfurt, 2018- nos muestra el implante de famosas multinacionales en el actual Vietnam, ese país emblemático de la lucha contra el imperialismo. La escena que no se puede olvidar es la de una marea de cientos de jovencitas caminando presurosas hacia la entrada de la fábrica. Cientos, miles que visten muy parecido, pero cuya uniformidad no pasa por sus rostros o sus ropas, sino por el trabajo agobiante que deben realizar. Muy jóvenes entran a trabajar para producir esas impresoras que casi todos poseemos. Muchas pasan con las manos en los bolsillos, quizá por el frío, o quizás como abrazándose a sí mismas antes de entrar al torrente de la fatiga. Algunas calzan sandalias con medias, otras zapatillas, pero no corren, porque evidentemente llegan con tiempo. No deben llegar tarde si no quieren perder el trabajo. Las vemos entrar y las vemos salir de la fábrica, pero no las veremos dentro de ella trabajando. Está prohibido registrar. Y, aunque el director del documental obtuvo clandestinamente imágenes que tomaron algunas trabajadoras, decide mostrarnos ese agobiante trabajo a través de videos de animación que repiten una y mil veces un único movimiento.
Nimble fingers significa dedos ágiles. Las multinacionales emplean sólo jóvenes mujeres. ¿Por qué sólo mujeres? Porque tienen agilidad manual, son más dóciles que los hombres y no están sindicalizadas. Quizá esto no sea sino un prejuicio de los empleadores, pero lo cierto es que emplean sólo a chicas que la película nos mostrará no sólo como trabajadoras. La cámara seguirá sobre todo a una de ellas y a sus amigas en su vida, la que les resta después del trabajo; nos las mostrará en la habitación precaria en la que viven. Ellas están allí como emigradas de medios rurales del norte de Vietnam para realizar sus sueños. La película revela la devastación de esos sueños. La ganancia económica de este trabajo no les permite pensar en hacer algo más que subsistir y enviar alguna escasa remesa a su familia. Una realidad diseminada por todo el planeta. Nos recuerda a los trabajadores de la pujante y ultra tecnologizada Dubai, llamada "la ciudad de los sueños", cuya periferia Sonapur esconde a los que ponen en marcha los sueños de los otros viviendo en una especie de villa miseria y sin su familia. Estos trabajadores que vienen del sur de Asia se han pagado un costoso viaje para realizar un sueño de progreso que se transforma rápidamente en pesadilla. Nos recuerda a los trabajadores de la India, del Pakistan, Camboya y de tantos otros países en los que las multinacionales encuentran la posibilidad de explotar a sus trabajadores de una manera que no practican en los países centrales. En verdad, eso también está cambiando. Los flujos migratorios para los países centrales están nutriendo de trabajadores que reproducirán este modo de producción globalizada.
La tierra promisoria
La protagonista ha emigrado de un pueblo rural para trabajar en el parque industrial de Hanoi. El film muestra cómo sus sueños se deshacen en cuanto tocan la realidad. Vemos lo que significa para ella volver a su tierra durante las fiestas; también los dos entornos en los cuales vive: la habitación precaria que comparte con otras chicas en el suburbio de Hanoi y la gran choza familiar de su pueblo. Al ver esos dos entornos pensamos rápidamente que su lugar de origen es mucho más grato y hospitalario. Pero ella, cuando emigró, no lo sabía. No sabía que volvería a su tierra después de que sus sueños fueran deshechos.
Esta es la tragedia que construye el capitalismo globalizado. Siempre está en otro lugar la tierra prometida. Nunca es el propio terruño. Pero cuando se tiene la experiencia del exilio, el retorno ya no será igual. La marca de la decepción se hará cicatriz en el alma del emigrado.
El nivel de explotación al que debe adaptarse esta emigrante era impensable desde el sueño del progreso. Ma’ohi Nui, otro documental proyectado en el Sole Luna Doc Film Festival de Treviso, trata acerca de los tahitianos y los efectos sobre esa comunidad de la colonización francesa y las experiencias nucleares de Mururoa. Una población que hemos idealizado a través de las pinturas de Gauguin pierde aquí totalmente su halo idílico. Además de las enfermedades y muertes provocadas por esas experiencias y del engaño al que fueron sometidos, se muestra cómo la población fue abandonando los oficios que practicó a través de milenios de historia. Con los soldados franceses y sus bombas llegó el dinero, el vil metal. Se podía tener dinero más fácil si se trabajaba para los franceses. Sus oficios fueron olvidados al cortarse la línea de transmisión. Perdieron su manera de vivir y se quedaron con lo que los franceses les habían traído: la práctica de la muerte.
En estos casos, como en el de los que emigran a Estados Unidos o Europa, se ve que hay un deseo que guía esa emigración. Es necesario decirlo. No es la necesidad solamente la que obliga a emigrar. Son los relatos que cuentan que hay allá lejos una tierra promisoria. Como las narraciones las que conducían a los europeos a la América, para "hacérsela". La promesa de prosperidad lleva a las gentes de las narices. Es cierto que están implicados los tratantes de personas, las multinacionales, los traficantes… pero ellos usan un método muy antiguo y contagioso: la narración de historias venturosas. El deseo de emigrar de la propia desventura muchas veces no es sino el fruto de la potencia de un relato que sitúa aquí y ahora la desventura y ubica la ventura en el futuro y lejos. Estamos convencidos de que aquí se vive mal y partimos para alcanzar un sueño de fortuna.
Se terminaron las épocas en las que los negreros iban a cazar esclavos, o que la guerra perdida obligaba al vencido a convertirse en esclavo. Los relatos son sogas que encadenan y llevan ahora por esa fuerza de la narración a los futuros esclavos que eligen emigrar. Las narraciones fantasiosas les cuentan que, cuando pague cierta suma, un traficante lo llevará a Dubai, a New York, a Berlín donde podrá vivir mucho mejor y hará realidad su sueño de progreso. Los relatos mediáticos también narran un mundo mejor y nos encadenan a él. ¿Y cuál es ese mundo mejor? ¿Cuál es el sueño que impulsa a hacer las valijas a las mujeres rusas, ucranianas, del este de Europa para cuidar los viejos que no terminan de morirse de Europa occidental? Hay una promesa que es un sueño de riqueza, de prosperidad. Debemos decirlo. No es sólo la necesidad de escapar del hambre y de la guerra. No solamente se trata de necesidad. Se trata también del deseo que proviene de un relato que le habla de territorios bienaventurados, tierras pródigas, también de dinero más accesible. Siempre hubo éxodos y emigraciones. Siempre existió la ilusión de un lugar mejor para vivir. Pero no siempre hubo un obstinado y permanente empuje al consumo, a la adquisición de bienes y a poseer dinero. La población más vulnerable a esos estímulos de consumo se ve impulsada a emigrar. ¿Para qué? ¿Para vivir mejor? ¿Y qué es vivir mejor en este contexto sino poder consumir más y mejor? Así el círculo es cumplidamente vicioso. Las multinacionales ofrecen mercancías a mejor precio y ese decaído precio de las cosas se produce gracias a las personas que trabajan en condiciones infrahumanas para poder adquirir esos objetos.
La elección de emigrar no es libre, porque la presión publicitaria gigantesca convierte al ser humano en un consumidor consumido, como si no pudiera hacer otra elección que esa. Y así se arrojan a los brazos de quienes, en esa rueda sin fin, son los únicos pocos que acumulan la riqueza que ellos producen. ¿No era mejor quedarse en la propia aldea a cultivar el arroz? No lo sabemos. La película Nimble Fingers tiene la virtud de no ofrecernos la respuesta sino de suscitarnos ese interrogante.
¿Por qué tendrían que ser mujeres?
Diversas aristas se podrían analizar del hecho de que sean exclusivamente mujeres las únicas adaptadas a este trabajo que muestra Nimble fingers. Sabemos que no es sino una manera de contribuir con cierto prejuicio que condena a las personas a cumplir con estereotipos. El director Parsifal Reparato comentó al final de la proyección que hay estudios detallados de la organización funcional del cuerpo y cuáles son los movimientos necesarios que un obrero debe realizar en la cadena de montaje para optimizar la producción. La imagen que no vimos del interior de la fábrica con las chicas trabajando nos evoca el film de Chaplin, Tiempos Modernos. Estamos asistiendo a una ultra modernidad donde no hay límites, donde los derechos humanos adquiridos se diluyen en estas deslocalizaciones y desterritorializaciones de los cuerpos humanos, cuerpos concebidos como máquinas, mejor dicho como robots. Entonces nos preguntamos si sólo estamos condenados a dos opciones: o dejar de usar los cuerpos humanos para sustituirlos con robots o usar los cuerpos humanos como robots. Lo que la película muestra es que no nos han convertido aún en robots y que las chicas vietnamitas tienen sueños, preguntas e inquietudes para su vida que no pasan por el destino que algunos les han fijado.
La marea femenina de las manifestaciones del Ni una menos o del 8M, marea de mujeres en la lucha por los derechos que nos incumben a todas, contrasta mucho con esta otra marea, la de las trabajadoras que entran o salen de la fábrica. Vistas desde lo alto, estas mareas sugieren la unión entre las mujeres; no se distingue una de otra. Pero entre estas dos mareas de mujeres marchando hacia algún lugar, es necesaria la articulación, porque son muy diferentes. La emancipación por las que lucha Ni una menos debería poder articularse con esta marea que no puede hacer sino entrar a trabajar y vender su cuerpo dócil y sus dedos ágiles al mejor postor. No puede haber emancipación de unas sino hay de las otras.