sábado, 23 de noviembre de 2019

La demanda en adicciones, entre la criminalización y la expulsión

Consumo problemático y los dispositivos de salud mental. Este domingo a las 12 de la noche los autores desarrollan estas ideas en La otra.-radio, FM 89,3


por Alejandro Brain, Luciano Rosé, Rodrigo Videtta y Hernán Arra *

El verdadero objetivo de los tratamientos, plantean los autores, no es que la persona deje de consumir, aunque en muchas ocasiones sería lo más aconsejable, sino alojarla y favorecer las nuevas condiciones de producción de subjetividad.

El campo de la salud mental presenta una curiosa relación con el mundo de las sustancias psicoactivas. Los y las psiquiatras, al igual que los equipos de salud, disponemos de ellas como herramienta terapéutica, en muchos casos fundamental, a la vez que rechazamos sin mayores cuestionamientos tratar a aquellas personas que desarrollan trastornos derivados de su uso.

La ilegalidad de muchas de estas drogas no es una cuestión menor, en tanto quienes consultan por problemas derivados de su consumo son técnicamente delincuentes por el simple hecho de tenerlas consigo. Este rechazo a atender la demanda por consumo problemático de drogas no se limita a aquellas sustancias ilegales, también se extiende a sustancias como el alcohol o las benzodiacepinas.

La situación actual, reflejada por los últimos datos del Observatorio Argentino de Drogas, es que los consultorios externos y los hospitales son el cuarto y quinto efector en importancia en recibir la demanda de tratamiento por adicciones. Por encima de ellos se encuentran las iglesias y grupos religiosos, las reuniones de Alcohólicos Anónimos y las comunidades terapéuticas. Esto pone de manifiesto el incumplimiento generalizado de la Ley Nacional de Salud Mental y Adicciones, que en su artículo 4° remarca la obligatoriedad de brindar atención a las personas que usan drogas en todos los hospitales públicos y las lleva a buscar respuestas en otros agentes o a que nunca lleguen al sistema sanitario.

No se necesitan centros especializados en adicciones para recibirlas, lo que se necesita es un compromiso ético para trabajar con las presentaciones clínicas de la época. Debemos darle a la salud pública el rol protagónico que le corresponde ocupar en cualquier proceso de transformación social y cultural.

El sistema de salud público y estatal, con sus dimensiones de gestión y de atención en los diferentes niveles de complejidad, debería ser el actor protagónico en el proceso de cambio del paradigma en el abordaje de los consumos problemáticos de sustancias. Para alcanzar este objetivo es necesario implementar un modelo de atención complejo, científico, interdisciplinario, intersectorial, conforme a una perspectiva de derechos y accesible.

La única manera de atender la demanda por consumo problemático de sustancias es, valga la obviedad, aceptando que se utilizan estas sustancias. No podemos asistir a esta población si pretendemos que llegue siempre a la consulta sobria, pulcra y a horario. Proponer estas condiciones como parte inflexible del encuadre terapéutico e institucional implica negar la clínica de los consumos y perpetuar el circuito de exclusión que estos sujetos arrastran desde el inicio de su padecimiento.

Entonces, para que la atención de estas personas pueda instituirse bajo las condiciones arriba propuestas, es necesario que su problema de salud sea descriminalizado. Los trastornos derivados del consumo de sustancias son un problema de salud en la misma medida en que lo son un infarto de miocardio, una fractura de tibia o un aborto. En tanto la tenencia de drogas continúe siendo un delito penal, la figura del “adicto” o la “adicta” va a seguir siendo homologada a la del “delincuente”, lo que provoca la exclusión de potenciales usuarios o usuarias del sistema de salud de sus diferentes efectores (consultorios, hospitales, centros de salud, guardias).

Alojar, ser hospitalario y sostener vínculos intersubjetivos complejos son partes ineludibles de nuestra tarea. En tanto los consumos problemáticos no se constituyan y acepten como un problema de salud, quienes trabajan en el sistema sanitario difícilmente puedan realizar este tipo de abordajes. Para poder hacerlo, es necesario también partir de la idea de que las personas que consumen drogas cuentan con un saber que los profesionales y las profesionales de campo de la salud no tenemos. Este saber --que no es teórico sino biográfico, subjetivo, social y cultural-- debe ser puesto a dialogar con los saberes profesionales y académicos.

En Tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin señala que la historia se escribe desde el punto de vista de los vencedores. Lo que el autor nos propone es escribirla desde el punto de vista de quienes fueron vencidos. Para tratar a las personas con un consumo problemático de sustancias hay que darles la palabra, sobre todo a quienes “no están recuperadas”, en tanto su palabra está devaluada. Solo a través de esta operación de reescritura invertida es posible interrumpir el circuito de la opresión.

Por otra parte, la representación social del estereotipo del “adicto” o la “adicta” alcanza tanto al personal del campo de la salud como a las propias personas que consumen sustancias. No es infrecuente que de ambos lados del mostrador, el equipo de salud y quienes los consultan, coincidan en que el problema es “la droga”.

Es nuestra tarea otorgarle al abordaje clínico de los consumos problemáticos el espesor subjetivo que le corresponde, haciéndolos objeto de una atención sanitaria de igual calidad y compromiso ético que los que se les procuran a los demás padecimientos mentales.

Para esto, el dispositivo de atención debe ser descentrado, con un foco que no recaiga únicamente en el o la paciente sino también en su entorno y en el equipo tratante que lo recibe. Todas las personas participantes de este dispositivo son el centro en algún momento. La flexibilidad del sistema, que no significa blandura ni acefalía, es la única forma de alojar sin expulsar. Es por eso que entendemos que el verdadero objetivo de los tratamientos no es que la persona deje de consumir (aunque en no pocas ocasiones esto sería lo más aconsejable) sino alojarla y favorecer las nuevas condiciones de producción de subjetividad que implican que haya una red que escucha.

* Los autores son miembros de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM). Publicado originalmente en la sección Psicología de Página 12

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Para pensar la ciencia y la técnica


Cristina Campagna , Mónica Giardina, Oscar Cuervo, Eduardo Laso, Para pensar la ciencia y la técnica. Una introducción a la tecnociencia, Buenos Aires, Editorial FEDUN, 2017

por Cecilia Pourrieux *

En los libros dedicados a temas de Epistemología y Metodología, sobre todo los que están dedicados a cursos de iniciación en estas disciplinas, es común advertir que hay varias deficiencias cuando se presentan temas de Metodología sin sustento epistemológico o se presentan los autores emblemáticos de la Epistemología sin tratar las derivaciones de sus ideas en el campo de la Ética o la Política. Algunas propuestas son logicistas y aparecen como sucedáneas del clásico manual de Irving Copi, de Introducción a la lógica, o son decididamente una secuela del manual de Introducción a la filosofía de Adolfo Carpio. En los inicios del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, en marzo de 1985, la materia Introducción al Pensamiento Científico, una de las dos obligatorias junto a Introducción al conocimiento de la Sociedad y el Estado, requirió la formación de una gran masa de docentes. Las distintas cátedras orientaron sus programas, sobre la base de unos contenidos mínimos, pero entre sí mostraban una gran dispersión de intereses. En esos manuales era frecuente encontrar la Historia de la ciencia contada como el logro de algunas mentes más brillantes que otras mientras que los temas canónicos de la Filosofía de la ciencia aparecían desgajados de las contextualizaciones históricas. Ante tal estado de cosas aparece como necesario recordar la conocida sentencia de Lakatos que remeda la de Kant:

La filosofía de la ciencia sin historia de la ciencia es vacía, la historia de la ciencia sin filosofía de la ciencia es ciega (Lakatos, 1987) LAKATOS I: La historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales. Madrid, Tecnos, 1987 p.11.

El libro del que nos ocupamos en esta reseña evade estas limitaciones ya que se presenta como una propuesta de epistemología crítica pero sienta las bases filosóficas para mostrar en los orígenes de la filosofía griega esta actitud de la que espera ser consecuente en su propuesta. El ordenamiento de los artículos evidencia esta postura rupturista respecto a la posición canónica acerca de la neutralidad y la objetividad científica. Los autores, expertos profesores en el dictado de la materia Introducción al pensamiento científico del Ciclo Básico Común de la UBA, ordenan en esta secuencia de artículos una propuesta completa y exhaustiva de presentación crítica de los supuestos epistemológicos del positivismo y del neopositivismo, a la vez que desarrollan los principales argumentos de pensadores de rara aparición en este tipo de manuales como, Friedrich Nietzsche, Karl Marx, Martin Heidegger, Gastón Bachelard, Alexandre Koyré, Louis Althusser, Michel Foucault, Illya Prigogine, Enrique Mari y Oscar Varsavsky.

La secuencia de artículos evidencia la propuesta didáctica ya que podemos ver la especial preocupación por fundamentar el concepto de “tecnociencia”, de fuerte carga crítica respecto a la imagen positivista de la ciencia como un saber autonomizado del resto de las actividades sociales en vista a los requerimientos de objetividad y neutralidad. En "El saber y la filosofía" de Oscar Cuervo, se pregunta ¿qué es saber? Cuestiona la distinción entre saber teórico y práctico sin decirlo en términos técnicos y con ello abre la puerta a una toma de distancia con el cientificismo. La fusión entre la actitud filosófica y actitud política tiene como ejemplo el de Sócrates aludiendo a la presentación de Platón en Apología de Sócrates. Con la presentación de Descartes abre la puerta a la filosofía de la subjetividad moderna antes de exponer en el artículo siguiente las principales notas del Positivismo. En "Ciencia y epistemología" Oscar Cuervo se pregunta ¿qué son las ciencias? Ahora revisa el criterio de demarcación entre ciencia y no ciencia mostrando los argumentos de rechazo a la actitud monista para presentar los caracteres de la actitud cientificista. Realiza una presentación del positivismo a través de los tres estadíos enunciados por Augusto Comte. Presenta una crítica al cientificismo como actitud hegemónica que ha logrado asentar la distinción entre ciencia pura, ciencia aplicada y tecnología. Para contrarrestar la inercia de esta posición tradicional propone recuperar el plural para hablar de Ciencias como paso necesario de una epistemología crítica, una epistemología ampliada a la consideración de las condiciones socio históricas en las que se producen las ciencias y a los particulares marcos metodológicos en cada una de ellas. Luego de este posicionamiento epistemológico encontramos dos artículos dedicados a la revisión histórica de las matemáticas en un artículo de Cristina Campagna "El saber matemático: un recorrido histórico" donde se presenta el período pregriego, pre euclideo y Euclides, las geometrías neoeuclideanas y una conclusión sobre el estado actual. Luego otro artículo de vertiente histórica sobre "La revolución copernicana: un nuevo modelo de saber" de Oscar Cuervo quien profundiza en la necesidad de contextualizar los logros de la modernidad en el campo de las ciencias. En este artículo se revisa la Historia de la física a partir de la presentación del llamado “giro copernicano”. El autor presenta el giro copernicano como innovación y luego como Revolución científica en términos de Kuhn a partir de “El caso Galileo”, ejemplo paradigmático ya tomado por Thomas Kuhn como caso de interés epistemológico para mostrar las complejidades del cambio de paradigma. El artículo de Mónica Giardina "Del “mundo del aproximadamente” hacia el “universo de la precisión”". La impronta matemática en la física de Galileo profundiza la presentación de los artículos anteriores de Cuervo y Campagna. Giardina presenta el caso del principio de inercia como un intento de modelización matemática. El experimento de la torre de Pisa sirve como ejemplo, en favor de la posición de Thomas Kuhn, para mostrar que viendo lo mismo los aristotélicos y los galileanos interpretaron cosas distintas. La idea que se presenta, en contra de la noción tradicional de objetividad, es que los hechos toman sentido a la luz de un marco teórico en relación con otros hechos. Aquí se expresa el ideal de reducir los fenómenos a esquemas matemáticos, ideal que marca las posiciones de Descartes, Galileo y Bacon.

Luego de este bloque de artículos de posicionamiento histórico y epistemológico se presentan los siguientes artículos escritos por Eduardo Laso dedicados a temas de Metodología y Lógica. El titulado "Lógicas formales de la investigación científica: los métodos" resulta central para un curso de Introducción al pensamiento científico ya que avanza en el terreno del pensamiento formal sobre la base de la presentación anterior de la historia de la filosofía, de la matemática y de la física. Se exponen los distintos métodos, en primer lugar el método inductivo y las críticas de Hume. La presentación del método deductivo alude especialmente a la formulación del Método Hipotético Deductivo tal como lo presenta Carl Hempel. A partir de esta exposición se refiere el autor a los criterios de demarcación verificacionista y falsacionista. Cierra el artículo con las críticas al falsacionismo. El siguiente artículo "Paradigmas y revoluciones científicas" del mismo autor presenta el debate formalismo vs historicismo. Presenta las características de la llamada “Concepción Heredada” y sus autores emblemáticos como representantes del formalismo. Para la presentación del historicismo señala la importancia de la aparición en 1962 del libro La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn. Aquí se presentan los conceptos emblemáticos de este autor como los de “comunidad científica”, “ciencia normal”, “revolución científica”, “progreso científico”, “inconmensurabilidad”. Como un aporte importante en estos temas se señala también la crítica de Enrique Marí quien destaca que Kuhn mira solamente la historia interna de la ciencia, las comunidades científicas y deja afuera los factores económicos y políticos. El último artículo de Laso, Una introducción a la epistemología de las ciencias sociales presenta la figura emblemática del positivismo, Augusto  Comte, como un pensador preocupado en la necesidad de ordenar y hacer gobernable el cuerpo social, necesidad del desarrollo capitalista a finales del S XVIII y principios del XX. Aquí se evidencia el aporte de la filosofía de Michel Foucault en sus análisis de la llamada “sociedad disciplinaria”. Laso revisa los tres paradigmas en ciencias sociales: el Positivismo, la Hermenéutica y la Ciencia social crítica: el materialismo histórico. Para caracterizar a este paradigma de alto impacto en el pensamiento contemporáneo revisa los conceptos presentes en la obra de Karl Marx de praxis, estructura y superestructura, conflicto social y lucha de clases, ideología, método dialéctico.

Finalmente, un último bloque de artículos está dedicado a presentar el problema de la técnica y a fundamentar el uso del término “tecnociencia”. En "La cuestión de la técnica" Mónica Giardina alude a la imagen del fuego y la técnica: Prometeo y Hefesto. Presenta la autora las diferencias conceptuales entre técnica, tecnología, tecnocracia, tecnociencia. Luego señala el vínculo entre tecnología y economía. Expone las posiciones de José Ortega y Gasset y de Martin Heidegger para cuestionar el problema de la neutralidad tecnocientífica. En el artículo siguiente "Casos para pensar los contenidos previos" Mónica Giardina revela una perspectiva heideggeriana, en la aplicación de las ideas del artículo anterior a situaciones que muestran la intervención de la tecnociencia en la sociedad. En “La pelota maldita” alude a la intervención de la ciencia en el diseño de la pelota del Mundial. En “La rosa azul” señala la intervención de la ingeniería genética cuando produce formas inéditas en la naturaleza. "Fukushima", "El embotellamiento chino" y "La selfie es un camino de ida" son apartados de este capítulo que suponemos serán de gran fertilidad para mostrar la presencia de la tecnociencia en nuestra sociedad. El artículo de la misma autora, La ecología en el horizonte contemporáneo recupera el origen del término “ecología” en Ernst Haeckel. Giardina alude a este marco teórico como un nuevo paradigma para pensar la vida. Los últimos tres artículos definen la posición de inicio: necesidad de repensar el lugar de la producción científica en la sociedad, crítica a la neutralidad de la ciencia, crítica al pensamiento hegemónico, crítica a las dicotomías entre razón teórica y práctica, actitud cientificista. "La ética y la responsabilidad social en la investigación" de Cristina Campagna expone una crítica al positivismo en los supuestos de objetividad y neutralidad. La autora señala un punto de quiebre en las imágenes optimistas de la ciencia luego de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, en el juicio de Nuremberg y en la sanción del Código por parte de Las Naciones Unidas. Así se señala la necesidad de formación ética en los profesionales que no se restringa al conocimiento de las normas. En "Ciencia, política y economía" Campagna alude a las posiciones de Amartya Sen, Oscar Varsavsky, Enrique Dussel antes de la presentación de organismos regionales de biotecnología que atienden a los aspectos bioéticos de la producción científica. Cierra este libro el artículo La Universidad como escuela de ciudadanía donde Campagna presenta las limitaciones actuales de las Universidades Nacionales frente a los nuevos desafíos y plantea un ideal hacia el que orientar las acciones “debe ser elástica, permeable, ética, intercultural. Acompañará los cambios sociales o quedará fuera de la contienda que los pueblos están protagonizando”.

Para concluir esta presentación destacamos los méritos de esta presentación de temas: resisten la tentación de la cita bibliográfica lo que es muy difícil para quienes nos formamos en la escritura académica. Este estilo evidencia seguridad y manejo en profundidad del tratamiento de los autores involucrados. El estilo de escritura también evidencia capacidad de síntesis y de allanamiento del tecnicismo filosófico. Un libro introductorio es el primero que se lee y el último que se escribe. Este libro es un concentrado de ideas, expuestas con criterio didáctico y evidencia la experiencia tomada en las aulas junto al conocimiento en profundidad producto de la producción de escritos académicos acreditados en publicaciones anteriores. En definitiva este libro evade las limitaciones ya mencionadas y muestra una propuesta sólida y completa para iniciar la vida universitaria en esta sociedad tecnocientífica que transitamos y en vista a cumplirse los 100 años de la Reforma universitaria de 1918.

* Este texto fue publicado por la revista Perspectivas Metodológicas, editada por la Universidad Nacional de Lanús, Volumen 17, n° 20.

viernes, 4 de octubre de 2019

Visión sobre Perú


por Henrique Júdice Magalhães
1

La literatura peruana no tiene muchas equivalentes en el mundo en calidad y volúmen. A los clásicos José María Arguedas, César Vallejo, Mario Vargas Llosa, Ricardo Palma y Ciro Alegría y a los también consagrados Julio Ramón Ribeyro, Manuel Scorza, Clorinda Mato de Turner, Abraham Valdelomar y Alfredo Bryce hay que añadir decenas de escritores, jóvenes o no tanto, de muchísimo talento y sensibilidad para hurgar en los vericuetos de la sociedad peruana. De allí sacan la materia prima de novelas y cuentos que resultan tanto o más importantes para comprender al país que su respetable tradición historiográfica y ensayística, en la que se destacan Jorge Basadre y Pablo Macera. Pero cuidado: quien mejor logró tal entendimiento (Arguedas) también por ello terminó por suicidarse, y su viuda se fuE después a Sendero Luminoso y estuvo 14 años presa.

Parecería que al tener tantos buenos escritores, Perú se permite el lujo de eliminar algunos, en general a temprana edad como en los antiguos sacrifícios incas y preincas: Javier Héraud (21 años) [1]; Edith Lagos (19); José Valdivia Domínguez (35); Hildebrando Pérez Huarancca, en la casa de los 30 [2]. Los tres primeros comprobadamente muertos, el último desaparecido, todos a raíz de actividades políticas armadas que, en un país muy injusto, consideraron necesario emprender. Los tres últimos, de extraviada manera, pero eso no importa ante los crímenes de Estado que segaron sus vidas.

La calidad y diversidad musical es igualmente impresionante y en eso merece especial reconocimiento la contribución negra, representada, por ejemplo, por la voz y el repertorio de la espléndida Susana Baca. La más grande cantantautora peruana, Chabuca Granda, lo es no solo por su talento, sino también porque, al sumar a sus valses criollos un encomiable trabajo de valorización de esas expresiones de origen africano, se volvió una artista-síntesis de la diversidad musical de Perú. Y es justo agregar una mención a lo que produce la incorporación de influencias del jazz, el blues y la bossa nova a la música del país. En ese rubro se ubica la voz más bella y expresiva que he tenido el privilégio de oír: la de Ingrid Merath (aunque canta también boleros). A la falta de una grabación suya, la interpretación que hace Pilar de la Hoz de un clásico vals con exquisitos arreglos jazzísticos es una buena muestra de esa interesante aleación.

Los versos de Javier Lazo en “De los amores", que canta Baca; los de Chabuca en “Cardo o ceniza”; y los de Juan Mosto Domecq en “Quiero que estés conmigo” hablan de los intensos, desatados amores que saben vivir e inspirar ciertas damas que hay en Lima.







Tal música y la rara clase de mujer que la inspira, más algunas ricas comidas (frutas, jugos, chocolates, helados) y dos o tres periodistas y abogados que valen la pena (bonus de haber vivido recientemente bajo el autoritarismo, que pone dichas profesiones a prueba), son, quizás, lo único bueno de una ciudad que vive de espaldas al país, es intransitable, tiene demasiado ruido de bocinas, muy precario suministro de agua (un daño más que causaron los españoles, ya que antes el servicio andaba bien [3]) y una oferta cultural sorprendentemente acotada ante su misma producción. No fue en el més que pasé allá, sino a pocos días de regresar a Buenos Aires, que he podido ver (en Sala Lugones) cinco buenísimas películas de Francisco Lombardi pertenecientes a la filmoteca de la Pontifícia Universidad Católica del Perú.

2

Ni el arte milenario que dejaron los ancestros de la mayoría de los peruanos está disponible para sus descendientes. En Argentina –país de escasa herencia precolombina– los hacendados ricos del siglo XIX y comienzos del XX, en pos de ilustrar al país, traían de Europa obras de arte clásico para exponerlas en museos del Estado donde todavía hoy cualquiera puede verlas graátis o pagando muy poco. La colección entera del Museo Nacional de Bellas Artes no vale, por supuesto, la vida de un único indio asesinado en la campaña del desierto. Pero en Perú, donde no hubo menos muertes, las reliquias literalmente brotan del suelo y no haría falta importar nada, manda una sarta de huaqueros [4] que las saquea para traficarlas, tenerlas en casa o en museos privados donde cobran entradas caras no solo de turistas sino de sus conciudadanos. En espacios que pertenecen al Estado, como la Huaca Pucclana, en Lima, o el Qoriqancha, en Cusco, tampoco entran gratis los peruanos.

País rico en recursos naturales, Perú fue también una colonia rica, lo que conllevaba la existencia de condados y marquesados. El primer congreso independiente los anuló, pero, casi 200 años después, los herederos de aquella gente, o quienes dicen serlo, siguen pidiendo la rehabilitación de sus títulos. No al Estado peruano, sino al español, que les hace caso [5]. A aquella conocida pregunta sobre cuándo se jodió Perú, planteada en una novela de quien hoy es también marqués en España, corresponde agregar esta: ¿hasta cuando lo seguirá jodiendo la antigua metrópoli?

Quien subscribe no adhiere al etnocacerismo [6], pero si se trata de reivindicar aportes civilizatorios del Occidente iluminista y democrático, la España del 1600 y sus rezagos tampoco son parte de eso.

Las corridas de toros, prohibidas hace más de 100 años en Argentina, Uruguay y Chile, y blanco de restricciones hoy día en Ecuador, Venezuela, Bolivia y Colombia, tienen en Perú vigencia plena. Un reciente intento de suprimirlas concitó la fuerte y cohesionada reacción ya no solo de decrépitos con fantasías virreynales, sino también de la flor y nata de la ilustración peruana [7], incluidas personas cuya respetable hoja de servicios a la causa de los derechos humanos autorizaría esperar mejor conducta ante la tortura de animales de otras especies. Son los casos de Ricardo Uceda, periodista denunciante de los más letales aparatos clandestinos del Estado en la era fujimorista, y Diego García Sayán, quien como ministro hizo retornar el país a la jurisdición interamericana y es por eso denostado a diario por la prensa de derecha.

A la aristocracia peruana le encanta también las peleas de gallos –en Brasil, costumbre rural clandestina o de arrabal, a la que podrá adherir algún nuevo rico o postmoderno que lo crea cool, jamás quien se pretenda gente refinada o de alcurnia. Pero el maltrato animal no es en Perú, monopolio de ningún sector social, sino una de las muy pocas instituciones que no conocen barreras étnicas, ideológicas ni de clase en una sociedad tan racista y segmentada.

En más de un distrito de Lima se comen gatos previamente sometidos a tormentos [8] – costumbre tan venida de España y bendecida por la Iglesia Católica como la tauromaquía. Toda una contradicción en el país de San Martín de Porres, la única persona además de Francisco de Asís en preocuparse por los animales no humanos en los dos mil años de catolicismo. Y para hacer gala de su crueldad, Sendero Luminoso tenía la costumbre de ahorcar perros en postes –lo que, como otras prácticas aberrantes que llevó a efecto dicha organización, parece emular las de las fuerzas del Estado [9].

3

A raíz del conflicto de los 80/90, Perú es hoy un país signado por un trauma inmenso, alrededor del que se desarrolla un proceso de memoria histórica problemático pero existente –a diferencia de Brasil, mi país de nacimiento, donde la opción por la amnesia y la ignorancia histórica es plena.

En el Lugar de la Memória, Tolerancia e Inclusión Social (LUM), representación física de dicho proceso, he escuchado a Sofía Macher, ex-integrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) peruana, decir que Alberto Fujimori, sentenciado y preso por crímenes de lesa humanidad investigados por dicho organismo, salvó al país del terrorismo. Según la misma Macher, los derechos humanos sí se pueden negociar y el reconocimiento de las víctimas de los crímenes de las Fuerzas Armadas no debe darse sin anuencia de los uniformados [10].

La CVR promovió lo que, en Argentina, se conoce como “teoría de los dos demonios” [11] pero en versión muy empeorada, como se desprende de esos dichos. Su informe nivela en la categoría de “perpetradores” a las FFAA, Sendero Luminoso, el Movimiento Revolucionário Túpac Amaru y los grupos paramilitares, es decir, se trata a la violencia estatal, antiestatal y paraestatal como si pudieran conllevar el mismo tipo y nivel de responsabilidad. En el LUM, sin embargo, solo hay espacio para el descargo de las FFAA (o sea, ¿ya dejaron de ser lo mismo?). El informe de la CVR repite ad nauseam la expresion “lucha antisubversiva” y no habla del terrorismo de Estado.

Ese sesgo despertaría en Argentina o en Chile reacciones de escándalo. En Perú, ni siquiera calma los furibundos ataques que sigue dirigiendo a la CVR, tras 16 años de la conclusión de su trabajo y solo por haber señalado que los militares violaron los derechos humanos, un arco periodístico y parlamentario que rebasa a la derecha claramente violenta. A la manera brasileña, promueven el negacionismo de los crímenes de las FFAA y, al mismo tiempo, su reivindicación.

Sendero Luminoso tuvo un accionar atroz, con conductas claramente terroristas, ajenas a los principios y métodos históricos de la izquierda armada latinoamericana: coches-bomba en zona de intensa circulación [12], asesinatos de soldados y de civiles a hachazos, piedrazos y dinamita, masacre de un pueblo entero, incluso mujeres y niños [13]. Muy distinta, la acción armada del MRTA tampoco se justificaba en una democracia política plena como el Perú de los 80, donde cualquier propuesta ideológica podría acceder al gobierno y la actividad periodística, sindical y las reivindicaciones sociales eran libres en un principio y solo fueron dejando de serlo cuando los grupos armados dieron al deep State peruano el pretexto para terminar con eso matando no solo a sus miembros, sino a dirigentes sindicales [14] y periodistas [15] de izquierda.

Pero nada puede relativizar los crímenes del Estado peruano contra integrantes de Sendero Luminoso (masacrados de a cientos en distintos penales en 1986 y 1992) y del MRTA (ultimados tras rendirse en la casa del embajador japonés en 1997) y contra poblaciones enteras (niños incluso) en Soccos [16], Accomarca [17], Cayara [18] y sabrá Diós cuántos pueblos andinos más. Aberrantes para quien comparta valores de justicia y humanidad, las peores acciones de Sendero Luminoso eran débiles intentos de imitar el modus operandi del Estado con que deseaba medir fuerzas.

Nada justifica, tampoco, el negacionismo que rige hoy en Perú y rebasa a los 80-90. El más preciado tesoro tangible que poseo es un libro de Javier Heraud. Lo es por haber llegado a mis manos desde las de quien me lo dio. Esa persona – bondadosa, de fulgurante inteligencia, culta y sin cerramientos ideológicos – creía que Heraud se había suicidado. Posiblemente, así se lo dijeron en su colegio.

Es cierto que las FFAA peruanas, salvada la discusión sobre el decenio de Fujimori, pueden decir que en los 80-90 actuaron subordinadas al poder político civil, al que no intentaron voltear sino defender. Pero esto, lejos de atenuar la responsabilidad de los militares, debería generar la de los civiles. La línea establecida por la CVR y el Poder Judicial peruano para responsabilizar a Fujimori porque fue un dictador, pero no a Alan García, Fernando Belaúnde Terry y sus ministros, porque no lo fueron –línea que en los hechos rige en Argentina respecto de las responsabilidades de De la Rúa, Duhalde y algunos de sus ministros sobre la represión de 2001 y 2002 – es muy cuestionable. Desde que Belaúnde, García y Agustín Mantilla están muertos, esa discusión se vuelve metafísica en Perú en lo inmediato, pero el modo de sortear la contradicción es admitir que un gobierno no necesita ser una dictadura para ser criminal. No indultar a Fujimori como premio por haber terminado con el terrorismo, como sostiene un sector de la prensa hegemónica peruana [19] que además quiere dar lecciones a Colombia para que no haga demasiadas concesiones a las FARC en pos de lograr la paz [20] y aplique la metodología del nipón.

La responsabilidad no termina en el poder político. En Argentina, hay jueces presos por tan solo hacer la vista gorda a los crímenes de la dictadura de 1976-83 [21]. En Perú, fueron partícipes mucho más activos de violaciones a los derechos humanos. Al prescindir de toda formalidad para matar a sus opositores, Videla y Pinochet ahorraron a sus jueces bochornos como condenar extranjeros por traición a la patria [22] y apresar compatriotas por actividades (más bien declaraciones) que, siendo o no delito ante la ley del país, se habían realizado en... Inglaterra, que negó a Perú la extradicción de su autor, atrapado durante un viaje a España, que sí se prestó a ese rol [23].

4

Perú es hoy un país tan corrido a la derecha que hasta a un ícono de la derecha internacional y antiguo delfín de la peruana que un día lo quiso como presidente (Mario Vargas Llosa) se lo tilda de velasquista [24] (es decir, de comunista) en el mayor y más tradicional diario de Lima. Para el caso inmediato, porque él apoyaba, en un ballotage, a un candidato vagamente de centroizquierda contra la hija de Fujimori. Pero también porque impulsa el proceso de memoria a medias contra el negacionismo total y rechaza destruir obras de arte, aún planteando ocultar sus inscripciones [25].

Hay, en verdad, una burda explotación política del miedo al terrorismo, que ya tiene incluso nombre específico: terruqueo [26]. No pocos periodistas en Perú “deben agradecer a SL haber resuelto su problema de falta de trabajo”, como señala el ex-líder estudiantil José Carlos Vértiz.

Se volvió tabú cuestionar al operativo militar contra la toma de la residencia del embajador de Japón que terminó con 17 muertos en 1997 (14 del MRTA, incluso adolescentes; 2 del Ejército y un solo rehén que –¡oh casualidad!– era ministro de la Corte Suprema y no se amilanaba ante Fujimori). Buena muestra del valor que se da a la vida humana en el país.

Hay revuelo, sin embargo, cada vez que un ex-integrante de los grupos armados de los 80 termina de cumplir su condena y deja la cárcel. Aunque sean mujeres mayores que nunca participaron un hecho violento, como la conotada bailarina Maritza Garrido Lecca (25 años en la cárcel, gran parte de ellos a cuatro mil metros de altura y sin tener siquiera espacio para hacer movimientos de baile) y la monja Nelly Evans y Sybilla Arredondo, viuda de Arguedas.

Pero el terruqueo tiene también aplicaciones políticas relacionadas al presente: estigmatizar y criminalizar protestas contra proyectos mineros que contaminan aguas y tierras, por ejemplo.

La minería es – junto al narcotráfico – la fuente de la falsa prosperidad que vive hoy Perú. Igual a la que vi en Brasil en la primera década de este siglo: ningún servicio básico funciona bien y algunos lisa y llanamente no funcionan, pero hay plata en el bolsillo o la sensación de tenerla y comprar en cuotas. Parecida, también, a la de la Argentina menemista, en el sentido de que se la usa para tapar el trauma del pasado, para la fuga en clima de farándula hacia adelante, sin saber adónde.

La clase dirigente peruana ha sido, en eso, precursora: el país tiene acuerdos de libre comercio con EEUU y China, lo que refuerza la destrucción de la industria local pero garantiza el flujo de entrada de dinero, aún cuando una de las potencias se vea en problemas o intente causarlos para sacar ventajas de su relación con Perú. Pero la cotización de los recursos naturales es irremediablemente volátil. Algún día viene un sacudón económico y la sociedad tiene que enfrentarse con sus propios dilemas, todos a la vez.

En Brasil, la respuesta a tal situación fue el ascenso de un régimen brutal y el incremento de la criminalidad mafiosa en todos los níveles, del cuello blanco hasta la calle. Argentina pudo salir mejor de su colapso, incluso adoptando una administración económica en cierto grado menos rudimentaria: no logró salir de la dependencia de sus productos primarios, pero retiene uno de cada tres dólares de sus ventas al exterior y con eso sostiene los servicios públicos que conforman un razonable aparato de bienestar. Perú, cuando llegue ese día, sí deberá encarar sus fantasmas. Nadie puede saber ahora si la respuesta social será el rebrote de la lucha armada (terrorista o no), el giro hacia una barbarie más profunda sin cualquier trasfondo político (como Brasil) o pasará por el ajuste de cuentas con el pasado en el marco de la construcción de una sociedad mejor.


NOTAS


domingo, 1 de septiembre de 2019

El Fujimori brasileño


por Henrique Júdice Magalhães

Tras décadas de resistencia de las clases dominantes y de las Fuerzas Armadas, un partido de centroizquierda, con expresiva adhesión entre las masas empobrecidas, los trabajadores organizados en sindicatos y la clase media, llega a la presidencia de un país sudamericano signado por una iniquidad distributiva entrelazada a un racismo con raíces en la época colonial.

El partido, que tiene por símbolo una estrella, predicaba en su origen un socialismo heterodoxo – o, cuando menos, un reformismo radical – que tenía tanto de anticapitalismo como de anticomunismo, o anti-sovietismo, lo que lo llevó a acercarse a la II Internacional. A lo largo de los años, en aras de acceder al gobierno, renunció a ello y compuso con facciones del viejo sistema y de la derecha.

Su líder, elegido presidente, se destaca por el carisma y por la capacidad de comunicación, reconocidos por sus más duros adversarios. Conquista cierto prestigio internacional

Creyendo poder substituir reformas sociales efectivas por el simple aumento del poder de compra de la población e incentivo al consumo y al crédito, su gobierno empieza bien y termina mal. Casos de corrupción se van sumando y, junto al pésimo estado de los servicios públicos, a la violencia sin control y a la mala situación económica, hacen crecer el descontento.

Hay protestas de la izquierda en todos sus matices, con fuerte adhesión entre la juventud suburbana – universitaria, trabajadora o las dos cosas. También de la derecha liberal-conservadora, cuya fuerza motriz y base social es una clase media más blanca y acomodada. El gobierno, llegando a incurrir en violaciones a los derechos humanos, reprime a la izquierda y deja libre el terreno a la derecha.

En las siguientes elecciones presidenciales, el partido del gobierno pierde, pero preserva su piso histórico de votos. La izquierda parlamentaria es arrastrada al fango por el colaboracionismo de la mayoría de sus vertientes hacia el gobierno y por su división interna. La derecha tradicional, identificada correctamente por la amplia mayoría de los votantes como parte del problema, no de la solución, es igualmente repudiada.

El descontento lo capitaliza un candidato hasta ese entonces no tomado muy en serio, de un partido improvisado. Su sorprendente victoria hace ascender a un régimen policíaco, que se afirma por la combinación de liberalismo económico radical, incremento de la represión interna, agresividad ante la prensa y el desmoralizado Congreso y avasallamiento del Poder Judicial.

A la cabeza de todo está un capitán expulsado del Ejército décadas antes por conducta deshonrosa. Contra todo pronóstico, su liderazgo es aceptado por las fuerzas armadas: no son los generales que terminan por engullirlo, sino al revés.

No por eso, sin embargo, las FFAA dejan de afirmarse como factor real de poder. En verdad, su poder e ingerencia en temas de la vida del país que en principio no les corresponden, o no deberían corresponderles, ya venían en aumento desde el gobierno anterior, el de centroizquierda.

Ellas renuncian, empero, a viejas pretensiones de modernizar el país que habían llevado a efecto durante su gobierno, años antes, y también a sus pretensiones de afirmación del país como potencia regional. A cambio de recompensas individuales no siempre lícitas, sus oficiales adhieren de forma plena a los lineamientos militares y geopolíticos de EEUU e Israel. Los pocos que, dentro de ellas, alzan la voz contra ese arreglo espurio se vuelven blanco de persecución.

El nuevo gobierno no tiene mayoría parlamentaria pero, con los votos de la derecha tradicional y sin efectiva resistencia del partido que había dejado el gobierno ni de la izquierda en crisis, hace aprobar privatizaciones, desregulación laboral y medidas de vía libre al accionar de las fuerzas represivas.

La base social del nuevo régimen está formada por estratos medios poco letrados, con fuerte presencia de cuentapropistas a veces precarizados, atraídos por la ideología del emprendedurismo, además de miembros de corporaciones armadas. Concita también cierta adhesión de sectores populares. De ella emerge una derecha lúmpen – la bruta y achorada, o DBA – , inepta para usar cubiertos de pescado pero capaz de quitar votos a la izquierda, a la derecha tradicional y al partido más estructurado, el de centroizquierda.

Uno de los cimientos sociales de ese arreglo lo dan las iglesias evangelistas, decisivas para la victoria electoral. A ello se suman también facciones reaccionarias de la iglesia católica, como el Opus Dei, con la complicidad de la jerarquía cardenalicia.

Ésos grupos católicos son, además, uno de los eslabones de la relación con las élites empresariales, que dan su visto bueno, en lo fundamental, al nuevo régimen, al que prestan cuadros para puestos estratégicos, aún evitando vincular públicamente su imagen a ello.

El nuevo gobierno es un circo de horrores que mezcla una atroz vulgaridad con un discurso de rastrero moralismo. El presidente se rodea de familiares que inciden en el palacio y son, ellos mismos, fuente de escándalos con dinero público. Se promueve la estigmatización y persecución a los estudiantes universitarios, reputados, por esa sola condición, de “comunistas” por las fuerzas de seguridad y por la base social del régimen. Luego salen a la luz los vínculos con grupos paramilitares (en verdad, militares en horas extras, sin uniforme), y hay pruebas – o, como mínimo, muy fuertes indicios – de compromiso personal del presidente con ellos y su accionar.

Con asistencia de expertos en operaciones psicosociales nativos y extranjeros, se desarrolla una campaña permanente de difamación y estigmatización contra los opositores, con amplio uso de internet.

Contra el ex-presidente, líder del partido más organizado del país, se desata una ofensiva judicial y mediática que mezcla hechos reales de corrupción de su gobierno – algunos de ellos, sobre bases legadas por gobiernos anteriores nunca investigados – con pruebas dudosas de culpa personal y directa. Éso sirve para sacarlo físicamente de la arena política, dejando vía libre a la ejecución del programa del nuevo régimen. Él sigue, sin embargo, tomando cartas en su partido, aún a distancia.

Hay discretas señales de un acuerdo por lo menos tácito – o, cuando menos, de una convergencia de intereses – entre el líder sacado del juego y su partido, por un lado, y el nuevo régimen, por el otro. Pese a la fuerte retórica contra el gobierno anterior, usada para movilizar a sus propios adeptos, el nuevo gobierno no toca los cuadros que el partido del ex-presidente había insertado en la estructura estatal. Algunos de ellos, en verdad, sobre todo en el poder judicial, pasan a servir con descaro al nuevo gobierno.

La imposición por el ex-presidente a su partido de la eterna espera por su retorno y de candidaturas inexpresivas en las siguientes elecciones, además de su rechazo a conformar un frente contra el nuevo régimen y de la desmovilización de su brazo sindical, sirven a los dos, ya que impiden la emergencia de nuevos liderazgos que puedan amenazar a la tranquilidad del gobierno de uno y a la posición de comando partidario del otro.

Sin embargo, el carismático ex-presidente y su partido pierden una cosa,: por primera vez en años, deja de ser el eje ordenador de la política nacional, en adhesión o repudio al que las otras fuerzas se organizan, a la derecha o a la izquierda. Cede ese rol al nuevo presidente o, por lo menos, lo comparte en posición minoritaria con él.

Un peruano razonablemente perspicaz identificará en lo antedicho la descripción de lo sucedido en los gobiernos de Alan García Pérez, del Partido Aprista, y del tandén Alberto Fujimori/Vladimiro Montesinos, y de la relación entre ellos. Un brasileño con igual dósis de perspicacia podrá leerlo como la descripción de lo que sucede entre Lula y Bolsonaro.

No hay, por supuesto, analogía perfecta entre situaciones históricas distintas. Además del hecho de que García no llegó a ser preso, sino exiliado, hay unas cuantas diferencias de importancia.

Primero, los peruanos, al elegir a Fujimori en 1990, no votaron por la DBA, sino contra el shock económico prometido por Mario Vargas Llosa: solo después de su toma de posesión es que Fujimori lleva a efecto lo que antes se describió aquí – legitimado electoralmente, eso sí, luego, en 1995.

Segundo, la caída de Fujimori fue posible, en gran medida, por algo que Brasil hoy día no tiene: una prensa que cumplió con su deber de investigación y denuncia de los crímenes del fujimorismo. Entre los integrantes destacados de esa prensa de resistencia estuvieron Caretas, Liberación, La República (en vida de su fundador Gustavo Mohme Llona), Gustavo Gorriti y César Hildebrandt.

Tercero, por muy graves y repudiables que hayan sido el desvio militarista de Sendero Luminoso y su demencial violencia contra poblaciones civiles desarmadas, una orgía de sangre con trasfondo político suena todavía menos mala – por lo menos a quien no la vivió – que otra llevada a cabo en el marco de la criminalidad mafiosa y la desesperación individualista por los bienes de consumo desechables, como sucede hoy en Brasil, donde mueren cada año lo que en 20 de guerra interna em Perú.

Cuarto, todavía no se sabe quién es el Montesinos del Fujimori brasileño. A quien la prensa señala como tal, Olavo de Carvalho, parece demasiado chanta, no un verdadero genio del mal.

En lo esencial, sin embargo, las situaciones se parecen mucho, como se parecen las estructuras sociales de Brasil y Perú, y las trayectorias del PT y del APRA. Y, principalmente, la estrategia estadunidense e israelí, que tuvo en el fujimorismo su leading case, inspira al bolsonarismo.

Con Bolsonaro, Brasil asiste a la emergencia de un fenómeno social y político afianzado en un liderazgo personal que moviliza los peores instintos de una gran parte de la población brasileña y tiende a persistir incluso si su líder fuera derribado o preso.

Los peruanos conocen el desarrollo posterior de la historia, que aún no se dio en Brasil.

Fujimori cayó, incluso con el visto bueno de un gobierno demócrata de EEUU, y está preso hace 12 años, pero el fujimorismo permanece como expresión social y política con un piso de votos muy alto que lo pone permanentemente a las puertas del palacio. Para movilizar su base, recurre a fantasmas como el combate a la “ideología de género” y al “adoctrinamiento escolar” (político o sexual). Su discurso es fuertemente patriarcal, conservador y homófobo. Su modus operandi, acusar de comunista o gay a todo aquel que lo enfrenta. Precisamente lo mismo que hace el bolsonarismo en Brasil.

El temor permanente al retorno del fujimorismo no afecta por igual a las demás fuerzas políticas. En 2011, Ollanta Humala, para lograr el apoyo de los demás partidos y al final imponerse por muy estrecho margen ante la hija del ex-dictador Keiko Sofía, tuvo que renunciar a toda pretensión de reforma social que pudiera haber figurado en su plataforma. La izquierda y la centroizquierda no fueron capaces, sin embargo, de sacarle la más mínima concesión programática al banquero naturalizado estadunidense Pedro Pablo Kuczynski en aras del mismo objetivo, en 2016. Ese desplazamiento del eje político hacia la derecha ya se da también en Brasil.

La condena de Alan García por corrupción fue anulada por irregularidades procesales. Eso es lo más probable que pase con la de Lula, que podrá volver a la presidencia como volvió García.

Hoy día, todo el sistema de poder peruano está jaqueado: el Congreso, el Poder Judicial, lasempresas poderosas. ¿Quien lo defiende a muerte en el parlamento y en la sociedad? El fujiaprismo, palabra que parte de la prensa peruana acuñó para nombrar a la alianza – de conveniencia, por supuesto, pero ¿qué alianza no lo es? – entre esos dos partidos. La disposición que demostró el PT a pactar tras bambalinas con el PSDB en los 90 y 2000 no parece haber cambiado aunque sea otra ahora la fuerza hegemónica de la derecha. Se puede prever para el futuro cercano una repetición, en Brasil, entre el bolsonarismo y el PT, del Pacto de Olivos lúmpen que rige hoy en Perú.

La hipótesis de este artículo es que, con Bolsonaro Brasil no vive – al contrario de lo que habíamos pensado muchos – el retorno de un “partido uniformado”, organizado según la jerarquía militar y la visión de mundo de los think tanks de las FFAA. Lo que existe es la emergencia de un fenómeno social y político que recurre al militarismo pero se afianza mucho más en un liderazgo personal que, irónicamente, tiene un legajo militar deplorable. Dicho fenómeno moviliza las peores pulsiones de una parte significativa de la población brasileña y será de larga duración, no importa si su líder llega a ser depuesto o incluso preso.

La estrategia estadounidense fomenta hoy este tipo de régimen, bruto y brutal, que de los regímenes militares clásicos recoge tan solo la violencia, pero sin ninguna capacidad de formulación.

Los gobiernos de las FFAA como institución pueden ser muy útiles a la hora de masacrar a militantes populares pero tienen algunos inconvenientes, según han podido constatar los yanquis en los años 70/80. Les gusta, por ejemplo, tener visiones geopolíticas propias. Hasta un régimen delirantemente regresivo y alineado en lo económico a EEUU, como la última dictadura argentina, les dio dolores de cabeza al amenazar el equilibrio militar y político de Sudamérica con la guerra de Malvinas, que por muy poco no se desdobló en un conflicto entre Chile y Perú por Arica y Tarapacá.

El bolsonarismo es la expresión más acabada y de más peso de esos regímenes de tierra arrasada que EEUU hoy fomenta. Los generales son, obviamente, cómplices, y no ad honorem, pero la formulación estratégica no se da en cualquier institución militar brasileña, sino en otro lugar.

Otro inconvenciente de las dictaduras militares clásicas es que no cuidan las apariencias. En Colombia y en la Venezuela del puntofijismo, el parlamento, los partidos y el poder judicial nunca dejaron de funcionar libremente y el Estado pudo, en los 70 y 80, matar a militantes populares con igual eficacia y número que en Chile, Argentina, Uruguay o Brasil. Lección aprendida.

Esto último requiere, sin embargo, fuerzas políticas y sociales opositoras que sean, a la vez, cómplices. Se las requiere para simular normalidad democrática e incluso para llenar espacios e impedir la emergencia de otras que no lo sean. Y, para ser cómplices, se necesita darles algo a cambio: por ejemplo, algunas decenas de despachos en el Congreso y la preservación de su control sobre los sindicatos. El PT – esta es otra de las hipótesis de este escrito – ha aceptado ese rol.