Lo primero que habría que preguntarse es por qué las tres series más populares de Netflix sobre adolescentes requieren de temas violentos y oscuros: suicidio, violación, prostitución, asesinato. Ni 13 reasons Why ni Élite pueden resistir una hora de argumento sin tremendismos. Baby zafa un poco, pues los protagonistas no giran como moscas alrededor del tema.
Hay dos ideas que suelen guiar y promocionar estas producciones. La primera es la idea de que tocan temas reales de los que hay que hablar, algo tan fácil de afirmar como de relativizar; pues hoy casi todas las series tocan temas escabrosos y necesarios. Y por otra parte, al tocarlos con cierto descuido, no se puede decir tanto que los toquen como que los mistifiquen, los alejen, los romanticen.
La segunda es la idea de hacer de la adolescencia un circo de fenómenos, algo que ha arraigado en el imaginario popular, al punto de que en las series adolescentes sí o sí tiene que haber personajes raros, maleantes y divas. Y especialmente después del tiempo en que grandes cineastas exploran la adolescencia, para que después las grandes productoras condensen y tamicen todo lo que puede ser aceptado por un gran público y así renueven, por ejemplo, el teen drama. Ya con afán de generar algún tipo de thriller, para englobar público adolescente y adulto. Pues a los adultos no les interesa tanto la adolescencia, como los dramas, el suspenso y los estereotipos de clase social. Tres cosas que no deben faltar en una serie.
13 reasons alude a las razones de un suicidio, enlazado con una denuncia pública del bullying, y con una culpa generalizada difundiéndose a su alrededor. Si las razones de las personas para hacer lo que hacen suelen disociarse de la conciencia de su motivación, se puede decir que asistimos principalmente a la racionalización de un suicidio. Que la serie no nos muestra tanto las motivaciones psicológicas de la protagonista, como sus fuertes y profundas razones enumeradas, ordenadas y distribuidas. Y el temor y la culpa que generan en las personas aludidas por las 13 cintas que serán escuchadas discretamente.
Es importante porque intenta tratar un tema que en nuestro siglo no tratan ni los programas de noticias. La mayor o menor altura con la que lo trate ya sienta un referente importante por el sólo hecho de hacerlo. Es llamativa la batería de recomendaciones y precauciones que rodean a la serie, desde la línea abierta a los consejos paternales de sus protagonistas a cámara. ¿Saben que juegan con fuego y se cuidan legalmente, o realmente quieren hablar del tema tabú del Siglo XXI? No podemos saberlo.
Parecen adultos recordando la adolescencia, más que adolescentes. El espíritu de los guionistas impregna la serie, como si los personajes no pudieran separarse unos de otros, por la imposibilidad de darles vida independiente, en lo que respecta al guion; ya que las actuaciones hacen todo lo necesario para que la rigidez del guion no los afecte, con menor o mayor suerte. Así todos terminan teniendo un sentido de la responsabilidad y de la culpa, que no condice demasiado con la adolescencia ni con sus respectivos personajes. Por eso Clay, el personaje principal -que está destinado a ser héroe fallido- asume su responsabilidad como un trastorno, como algo que le viene de afuera, que perturba su adolescencia; sin dejar de ser bueno, honesto, solidario, valiente, inteligente, buen amigo y buen hijo.
Pues a todos -comenzando por Clay- parece faltarles algo de aire. Los personajes están tan estereotipados que es como si rodara una maquinaria de estereotipos: el hijo de yonqui inadaptado, el depresivo sensible, el niño rico violento y manipulador, el ambicioso sin escrúpulos de consciencia, el acosador no socializado, etc. Los personajes no tienen vida sino función, para poder darle vida -o muerte- a Hannah Baker, la chica suicida, quizás menos estereotipada, pero igualmente forzada. No se trata de una chica buena, la segunda temporada la serie muestra que no era una santa ni un demonio, sino una chica común y corriente. Pero la eficacia de su acción y conciencia victimista impregna toda la serie, volviendo a Clay un personaje trastornado que termina convirtiéndose por su proverbial valor y honestidad, en una figura de culto para el resto de los personajes, colocando un cartel a sus espaldas que dice TODOS COMPARTIMOS LA CULPA sombreando al espectador. Lo más aburrido es la culpa generalizada y la santidad de Clay, sin las cuales -por otra parte- la serie no funciona; así como la psicosis de Clay, porque no hay que olvidarse que Clay escucha voces y tiene alucinaciones. Y esto es punto flojo.
Del Bullying a la culpa
Del Bullying a la culpa
Es extraño lo que pasa con esta serie. Quizás porque se pensó para una sola temporada y luego decidieron continuarla, algunos personajes estereotipados de la primera temporada -donde Hannah era bastante buena e inocente- se humanizaron en la segunda, dejando la humanización del malo para la tercera. Como si fueran resolviendo sucesivamente sus problemas de argumento, humanizando gradualmente: a los santos los vuelve un poco ambiguos y oscuros, a los malos les revisa su vida y los presenta intentando corregir sus errores.
A veces hace cosas más extrañas, como lo que pasa con la víctima de un acto sádico y cruel, o con la reacción ordenada al peligroso inadaptado a quien no sólo acompañan, sino que incluso le crean su proceso de socialización. Digamos que a las imágenes un poco duras, la serie responde con momentos de confraternidad forzada.
Si al principio se podía creer que su éxito obedecía a que trataba el tema del bullying casi como bajo un microscopio, agrandando todo lo aparentemente trivial de sus causas y consecuencias; esto no explica lo masivo de la serie. Ni siquiera es una serie para adolescentes, aunque indudablemente estos puedan apreciarla mejor; pues los demás pueden quedar preocupados por la falta de respuesta positiva que da la serie a los problemas insolubles que plantea. En gran medida porque los chicos de la serie no hablan con sus padres, lo cual es algo sincero, pero incómodo y cuestionable para un público adulto; que no concibe ni comparte la empatía que provoca la desconfianza hacia las soluciones adultas, como propia de la identidad adolescente.
Intenta ser realista pero atravesada por estereotipos. Victimista, con muchas fallas en la realidad que plantea, la serie termina exhibiendo la culpa humana, más que aquella conciencia social del suicidio adolescente, en el cual casi no se indaga por hacer excesivo hincapié en sus razones. No se romantiza el suicidio, pero se romantizan sus razones.
No deja de ser una autorreflexión de adultos sobre culpas que se arrastran desde la adolescencia. Puede ser verosímil que una chica grabe todas esas cintas, pero ya es un poco más inverosímil que los que la rodean sientan verdadera culpa. Esto parece mirada adulta y por eso el protagonista, Clay, es una auténtica rareza. Un golem adolescente de la culpa adulta. Así como el chico malo de la tercera temporada, se parece a alguien reflexionando sobre su adolescencia en su juventud ya avanzada; pues este es otro de los grandes problemas. La velocidad de los procesos. Ligeramente acelerados.
El deportista, exitoso con las mujeres y carismático, se vuelve un yonqui asustadizo y huérfano con carita de perro bueno y lastimado en unos meses. Puede pasar, pero no tan rápido. El acosador abusado, se vuelve un hombre popular y querido por todos. El chico violador y paternalista y manipulador, se torna una persona llena de culpa, remordimientos y buenas intenciones y acciones. Puede pasar, pero en forma más lenta. Los procesos no suelen ser tan rápidos como dicta la serie. Entonces trata el tema del bullying en forma realista, pero falsifica la culpa adolescente. Y es un indirecto testimonio sobre la culpa que sienten los adultos sobre su actuación adolescente. Interesante verla.
También es un producto industrial condicionado por el clima social y la demanda. La primera temporada se basa en el bestseller homónimo de Jay Asher, por lo que la continuación de la serie es un producto netamente industrial. La necesidad de continuarla se topa con críticas a la crueldad de las imágenes, y con la imposibilidad de poder seguir el formato de trece cintas, trece capítulos. Así la segunda temporada se convierte en un thriller judicial por momentos tedioso y la tercera en un policial no muy malo. Como los tiempos de los personajes son sucesivos y no simultáneos, a pesar de contar con líneas de tiempo paralelas, en la primera temporada uno puede conocer a Clay pero sabe muy poco -creyendo saber mucho- de Hannah; mientras en la segunda temporada conoce a Hannah, pero sabe muy poco -creyendo saber lo suficiente- de su victimario.
Como las imágenes suelen ilustrar palabras posteriores a los actos que muestran, no hay imágenes esenciales. Y lo que sucede se significa principalmente con palabras. Y entonces hablan demasiado.
Élite
Élite
Si en 13 Reasons, la culpa adulta infiltra todo el guion imposibilitando auténticas conductas adolescentes en sus personajes, en Élite Netflix sube su particular vara. La historia no necesita ni requiere de verdaderos adolescentes. Excepto Marina -la chica asesinada- y la pareja gay, los demás personajes aparecen guiados por intereses definidos, claros y probablemente a largo plazo. Todos parecen saber lo que quieren, y casi no hay lugar para la espontaneidad o la inseguridad. La marquesa, especialmente, es un personaje joven de conducta muy adulta. No sólo ordena su sexualidad y su pareja y sus relaciones de forma disciplinada y enfocada, sino que también defiende los intereses de su familia con sangre fría, prudencia y sagacidad adulta.
Y si 13 reasons trata la sexualidad sin cosificarla y no puede detectarse ánimo de erotismo en sus escenas, pues a la sexualidad adolescente la muestra lejana del autocontrol y el cálculo que implica el erotismo adulto, se puede decir que sigue muy de cerca el cine independiente sobre adolescentes, que parece ser su principal modelo; en tanto que Élite busca, promociona y ostenta algo del erotismo adulto del thriller en un mundo de adolescentes.
El tema es que los actores no son adolescentes y no se puede decir que hayan hecho el suficiente esfuerzo por encarnar la adolescencia. Quizás la excepción de esto es Marina, la chica problemática y enferma que todos tratan como un problema. Pero ese personaje adolescente por antonomasia es demonizado y sacrificado. Y su pretendiente, el adolescente virgen, en la segunda temporada se vuelve adulto, vengativo, ganador y bastante astuto. Netflix continúa su debilidad por los tiempos acelerados.
Lo más molesto de la serie son los sentimientos. Aceleradísimos, incomprensibles, sobreactuados. La actuación de los deseos también es extraña, se relaciona con un interés extra. Pues el deseo parece relacionado con el poder, en forma implícita o explícita. Por otra parte, el argumento decide no prestar atención a lo más importante: los juegos de poder entre familias y clases sociales.
Pues a pesar de que en Élite los adultos son lo más importante, sus creadores no parecen conscientes de esto, porque las actuaciones adultas son en general tan mediocres como sus libretos. Serie extraña porque los adultos son protagonistas de la trama, pero esta no les da importancia. Todo parece ocurrir por las malas acciones de los adultos, y en especial su corrupción, que desata el resentimiento de clase y los romances inadaptados.
Claro que nada de esto hace que Élite tenga un mensaje social, pues el discurso social de la serie pasa de simplón a miserable. El rico tiene la plata mal habida, el pobre se vende por nada y traiciona sus valores. Si sos pobre la dignidad es un lujo, y cosas de ese estilo. Supongo que por todo lo anterior, no sólo es la serie menos realista, sino también la más adictiva.
Baby
Baby
Se basa en la historia real de dos amigas adolescentes de alta sociedad involucradas en una red de prostitución de menores con clientes de las élites romanas, en el año 2014. Un escándalo de la era Berlusconi. La versión de Netflix es libre, pero su tema hizo que la serie fuera acusada de promoción del delito en algunos países.
Miniserie de seis capítulos que no permite delinear bien la psicología de los personajes, a pesar de que las actuaciones principales son creíbles. La mayoría de los personajes poseen la espontaneidad, la ignorancia de los riesgos y la confianza que podrían asociarse a una adolescencia de clase afortunada. La amistad entre las protagonistas por momentos parece improvisada, en el mejor y en el peor sentido: se desarrolla sin esfuerzo.
Para ser una serie de seis capítulos es poco descuidada, la calidad de imagen es superior a las anteriores, la cámara se mueve un poco más, la fotografía es menos monótona, y no recurre a esas líneas de tiempo paralelas que ya parecen obligatorias en las series de Netflix, lo que le da cierta frescura y la sensación de ver lo justo y necesario.
La actuación de Alice Pagani, que venía de actuar en Loro de Paolo Sorrentino, hace pensar que no se trata de una estrella pasajera de Netflix postulando su fotogenia, sino de una actriz con futuro cinematográfico. Con muy pocos trabajos, su imagen de chica cool materialista, ya puede asociarse a la representación cinematográfica de los valores de la era Berlusconi, en la que Sorrentino indaga y ahonda y Baby bizquea.
El tema que trata no es central para los personajes: es algo que sucede y que por el momento no les cambia radicalmente la vida. No se lo romantiza ni se lo critica o condena, se lo muestra con indiferencia, como parte de los imperativos consumistas de la Italia actual. La serie no tiene ningún mensaje, no es pretenciosa, no es falsa ni erótica. Intenta contar una historia muy simple en un entorno relativamente simple, y como testimonio de la vida adolescente funciona mejor que los formatos de thriller con los que Netflix se excusa por hacer series de adolescentes. La misma chica que se prostituye también se enamora y no parece contradictorio. Como los diálogos no suelen ser relevantes, pero son buenos, creíbles, la mayor parte. Pues no explican: muestran.
Y muestran familias desintegradas, incluso desquiciadas, sin ningún tremendismo, como parte del paisaje. Muestran chicas alegres y desordenadas, que no están visiblemente afectadas por el entorno familiar, como sucede la mayor parte del tiempo, pues salir de casa es salir de casa: el mundo cambia. Y el tema de la prostitución es un poco por dinero y afán de consumo, pero no del todo. Para Chiara, el personaje principal, es salir de la pecera.
No hay ninguna lectura de una clase política corrupta con redes subterráneas de trata. Y es tan lejana de la historia real que, por ahora, no muestra empresarios ni políticos. Aquí son dos chicas de clase alta, que se prostituyen con profesionales comunes, por motivos diferentes. El tratamiento es liviano, como si se tratara de una adicción creciente al juego. Prostitución por mero afán de consumo. No parece denunciar el delito, pero tampoco exaltarlo. No sermonea ni anima: muestra una parte importante de la actualidad italiana sin querer verla. Por el momento narra la amistad de dos chicas que se encuentran tan atraídas por tener una vida secreta, como por el amor adolescente inconfesado.
* Publicado originalmente en revista Autodidactas- Mover con Cuidado, n° 3, Agosto 2019, Merlo, San Luis
* Publicado originalmente en revista Autodidactas- Mover con Cuidado, n° 3, Agosto 2019, Merlo, San Luis