por Andrés Esteban Zapata
Jocelyn Bell Burnell es una astrofísica irlandesa conocida mundialmente por ser la descubridora, en el año 1967, de la primera señal de un pulsar: el cadáver de una estrella giratoria que emite pulsos de ondas de radio a través del cosmos y que puede poner a prueba algunas de las teorías fundamentales de la física, como detectar ondas gravitacionales, navegar por el océano cósmico y quizás hasta comunicarse con seres de otros planetas. Pero Jocelyn también es conocida como una de las protagonistas de, lo que para muchxs, fue un injusto episodio en la historia de los premios Nobel: Anthony Hewish y su colaborador, Sir Martin Ryle, recibieron en 1974 el premio Nobel de Física por aquel descubrimiento pese a que el paper publicado sobre tal hallazgo llevara las firmas de Hewish y Bell Burnell.
En la historia de la ciencia moderna uno puede encontrar infinidades de casos en los que, en menor o mayor medida, el pensamiento patriarcal ha sido la base sustentable de que la mayoría de los reconocimientos y logros son del género masculino. Y Argentina no es la excepción.
Aunque Silvia Kochen ahora es una reconocida y premiada neuróloga, ella es consciente de que para hacer su recorrido en la ciencia tuvo que ir esquivando infinidades de obstáculos. En la actualidad es la única profesora adjunta en la cátedra de Neurología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Y hace quince años, cuando se presentó a concursar por ese cargo, la primera pregunta de los miembros del jurado evaluador fue si estaba casada. En la segunda pregunta la curiosidad se trasladó a cómo pensaba compatibilizar la docencia con su vida privada. También le preguntaron si tenía hijos, pero no como una muestra de afecto, sino como un factor importante a tener en cuenta para el concurso. “Ya me sentí molesta con lo primero pero estaba sola con los tres jurados y no quería perder la oportunidad de acceder al cargo”, confesó la especialista a la periodista Nora Bär que la entrevistó para que formara parte de uno de los 10 testimonios de su libro Rebelión en el laboratorio: Vidas de mujeres científicas. Al salir del encuentro les consultó a todos sus compañeros varones si también les habían hecho consultas sobre sus vidas privadas y todos contestaron que no.
Silvia Kochen, como la mayoría de las mujeres y personas de otros géneros, son víctimas de estereotipos culturales donde, a través de una separación dicotómica, se cree que las mujeres tienen propensión a un pensamiento subjetivo, emocional, concreto y metafórico, mientras que los hombres son objetivos, racionales, abstractos y literales. Este par de conceptos (que se basan en la dicotomía femenino-masculino) está sexualizado y es un problema para las mujeres ya que, si se requiere para algo ser racional, entonces inmediatamente se piensa en un varón, porque las mujeres están estereotipadas como emocionales.
Diana Maffia en su texto Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica sostiene que el sujetx políticx, el ciudadanx y el sujetx de conocimiento científico de la ciencia moderna surgen al mismo tiempo en el siglo XVII con este mismo sesgo de las atribuciones dicotómicas, produciendo así un modelo de conocimiento patriarcal.
Este modelo es la causa principal del sexismo que refleja un sistema de creencias y prácticas que crea y perpetúa desigualdades, relaciones de poder y disciplinamiento entre las personas sobre la base de su sexo, tal como lo plantea Marcela Lagarde y de los Ríos en su trabajo La construcción de las humanas: Identidad de género y derechos humanos. En una sociedad patriarcal, el sexismo es un fenómeno que se deriva, a su vez, del androcentrismo, que es una forma de ver y organizar el mundo y las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino. Para Monique Wittig, la consecuencia de esta tendencia a universalizar todo desde una mirada patriarcal es consecuencia de una “mente hétero” que no puede concebir una cultura, una sociedad donde la heterosexualidad no ordene, no sólo todas las relaciones humanas, sino también la misma producción de conceptos.
Entre los nueve científicos distinguidos en 2019 con el Premio Houssay, el más importante entregado por el sistema científico argentino, una sola fue mujer*. Una carta abierta firmada por miles de científicxs en forma de protesta detalla que solo en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), durante el año previo, se desempeñaron en tareas de investigación 5687 mujeres; 700 más que los varones.
Estos números sólo reflejan la disparidad binaria heteronormativa hombre-mujer. Si se buscan datos sobre otras identidades de género, los resultados son casi nulos.
Fran Bubani es Ingeniera Mecánica y actualmente Investigadora Asistente del CONICET en el Centro Atómico de Bariloche y la primera mujer “visiblemente trans” en el Instituto Balseiro de esa ciudad. “Decir que soy la primera trans visible significa que seguro hay más personas que no se identifican con el género asignado al nacer, pero que deciden no hacerlo público porque no se sienten protegidas”, expresó Fran en una entrevista realizada por Alejandra Zani para la Agencia Presentes, sitio web que trata temas sobre la diversidad de género en la región. Asegura que la sanción de la Ley de Identidad de Género brindó el marco legal indispensable para que ella pudiera realizar su transición. “Para las personas que estamos en lugares tradicionalmente cerrados y patriarcales, es fundamental la protección legal que brinda la ley”, sostiene la investigadora.
Pero Bubani es la excepción dentro de la excepción ya que, gracias a la aprobación de la Ley de Identidad de Género de Argentina en 2012, su género asumido “sufre” de cierto “privilegio” que otros géneros no tienen. Hay otras identidades de género que son mucho más discriminadas.
Y es que “esta ley sólo resguarda a transexuales y en ese sentido es clasista”, sostiene la psicóloga social Marlene Wayar en su texto ¿Qué pasó con la T? del diario Página 12. Allí afirma que quienes sostienen la identidad trans femenina en Argentina son un número reducido de personas con trabajo formal en diferentes institutos del Estado o un menor número de personas de clase media urbana que cuentan con el apoyo económico familiar. Y, en el campo de las masculinidades trans, en su mayoría son universitarios (en carrera o egresados) con una evidente distancia económica de las travestis en situación de prostitución.
En su obra Cuerpos desobedientes, Josefina Fernández cuenta que el concepto de género, como identidad psicosocial, aparece por primera vez en el campo de las ciencias médicas a mediados del siglo XX. Este concepto se utiliza para intentar explicar y echar luz sobre un conjunto de prácticas consideradas anómalas y que fueron reunidas bajo el nombre de “aberraciones sexuales” dentro de las cuales estaba el travestismo. Y aunque el término “transexual” fue introducido en la literatura sexológica en los años cuarenta por David Cauldwell con su trabajo Psychopathia Transexualis, recién toma relevancia en los cincuenta cuando el transexualismo, como síndrome médico, fue clínicamente diferenciado de travestismo. Pero los primeros registros existentes acerca de las llamadas “desviaciones sexuales” pertenecen al campo del derecho penal y de la criminología. En Argentina fue el sistema de salud quien criminalizó las desviaciones sexuales mientras que en Inglaterra y Alemania, los profesionales de la misma área trabajaron en un sentido contrario, luchando desde temprano por la descriminalización de los “desvíos”.
En La Revolución de las Mariposas, un trabajo de investigación publicado en 2017 que tuvo como brazo encuestador al alumnado del bachillerato popular trans Mocha Celis y, como soporte institucional, al Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de CABA, se pueden ver reflejados las cifras que reflejan la criminalización de los géneros que se encuentran por fuera de la heteronormatividad.
En el caso de las mujeres trans y travestis solo el 9% de las que fueron encuestadas para esta investigación dijo estar inserta en el mercado formal de trabajo, al tiempo que el 15% manifestó tareas informales de carácter precario y un 3,6%, vivir de beneficios provenientes de diversas políticas públicas. Para el resto, más del 70%, la prostitución sigue siendo la principal fuente de ingresos. Estas cifras son totalmente opuestas en los casos de los hombres trans en donde el 85% de quienes fueron encuestados dijo contar con un trabajo: el 48,5%, de carácter informal; el 36,4%, formal, y el 15% restante vivía de la ayuda familiar.
“La asociación entre travestismo y prostitución constituye una de las representaciones del sentido común más difundidas en las sociedades latinoamericanas y en la sociedad argentina en particular”, es la fuerte descripción que realiza Lohana Berkins en su trabajo Travestis: una identidad política. “Uno de los elementos necesarios para comprender el recurso a la prostitución como salida casi exclusiva para asegurarse el sustento es la expulsión de las travestis del sistema educativo”, agrega.
Esta afirmación se confirma ya que el trabajo de investigación refleja que el 76% de quienes no han alcanzado el nivel secundario vive de la prostitución; porcentaje que disminuye cuando se observa a quienes alcanzaron un nivel igual o superior a la secundaria.
Otro dato que refleja el trabajo es que, del total de las mujeres trans y travestis que dijeron estar estudiando en 2016, el 50% se encuentra cursando el nivel secundario. Un hecho novedoso es que casi un 16% dijo estar estudiando en la universidad. En su gran mayoría (87,9%), estudian en una institución pública.
Diana Maffia afirma que, en su carácter descriptivo, el feminismo puede probar estadísticamente que en todas las sociedades las mujeres están peor que los varones. Y que centrándose en la pobreza, se puede saber que entre los pobres, las mujeres están peor. Lo mismo si se analiza el trabajo con relación laboral, allí también las mujeres están peor y así sucesivamente. Pero Judith Butler va un poco más allá de ese análisis y afirma que “la hipótesis de un sistema binario de géneros sostiene de manera implícita la idea de una relación mimética entre género y sexo, en la cual el género refleja al sexo o, de lo contrario, está limitado por él”.
Tal como afirma Monique Wittig, los discursos que particularmente oprimen a todos los géneros, especialmente a los que se encuentran fuera de la heteronormatividad, son aquellos que dan por sentado que lo que funda una sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. Y que esos discursos nos oprimen en el sentido de que nos impiden hablar a menos que hablemos en sus términos.
Después de haber permanecido en silencio durante muchos años, un día Jocelyn Bell Burnell rompió aquellos discursos heteronormativos y habló. Aquella astrofísica irlandesa, ignorada en su descubrimiento, en 2018 recibió el Premio Especial de Avance en Física Fundamental; y, tras el anuncio del premio de 3 millones de dólares, decidió donar todo ese dinero para ayudar a las mujeres, las minorías y lxs estudiantes refugiadxs que buscan convertirse en investigadorxs de física.
* Oración escrita en género masculino adrede.