La revolución copernicana como modelo de cambio: la interpretación de Thomas Kuhn
[Viene del post anterior, acá] El epistemólogo norteamericano Thomas Kuhn (1922-1996) dedicó varios años a estudiar los múltiples aspectos que intervinieron para que la revolución copernicana se produjera cuando y como se produjo. Su interés no era meramente histórico, ya que consideraba que este acontecimiento es uno de los hitos de la ciencia occidental. Estudiando esta revolución, sostiene Kuhn, se pueden extraer enseñanzas acerca de una serie de preguntas de alcance más amplio: ¿cómo es posible el cambio en la ciencia? ¿cuál es su dinámica interna? ¿hasta qué punto se ve condicionado el curso de la investigación por el contexto histórico (político, económico, social y cultural)? ¿cómo incide la educación en la forma de la subjetividad científica? ¿qué tipo de acuerdos implícitos comparte una comunidad de expertos y de qué manera esos acuerdos pueden retardar o acelerar una innovación? ¿qué posibilidad hay de evaluar una teoría científica de manera objetiva, sin dejarse condicionar por los contextos que estamos mencionando? Dice Kuhn:
“Puesto que en muchos de sus aspectos la teoría copernicana es una típica teoría científica, su historia puede ilustrarnos algunos de los procesos mediante los cuales los conceptos científicos evolucionan y reemplazan a sus predecesores. Sin embargo, en lo que respecta a sus consecuencias extra-científicas, la teoría copernicana no puede ser considerada como típica, pues pocas son las teorías que han desempeñado un papel tan importante en el marco del pensamiento no científico. Tampoco se trata de un caso único. En el siglo XIX, la teoría de la evolución de Darwin despertó las mismas cuestiones extra-científicas. En nuestra época, la teoría de la relatividad de Einstein y las teorías psicoanalíticas de Freud han levantado controversias de las que quizás surjan nuevas y radicales orientaciones del pensamiento occidental. El propio Freud hizo hincapié en el paralelismo existente entre los efectos del descubrimiento de Copérnico, según el cual la tierra no era más que un planeta, y su propio descubrimiento, que revela la importancia del papel del inconsciente en el comportamiento humano. Hayamos o no estudiado sus teorías, somos los herederos intelectuales de hombres como Copérnico y Darwin. Los procesos fundamentales de nuestro pensamiento se han visto transformados por su causa, del mismo modo que el pensamiento de nuestros hijos o nietos se habrá transformado gracias a la obra de Freud y de Einstein. Necesitamos algo más que una simple comprensión de la progresión interna de la ciencia. Debemos también comprender cómo la resolucuión dada por un científico a un problema aparentemente menor, estrictamente técnico, puede en ciertos casos transformar fundamentalmente la actitud de los hombres frente a los principales problemas de su vida cotidiana”. (The Copernican Revolution. Planetary Astronomy in the development of Western Tought,1957; edición en castellano: La revolución copernicana, Hyspamérica, 1978, Madrid, p. 27)
Kuhn sostiene que, dada la incidencia histórica y la complejidad de la revolución copernicana, de su análisis podrían extraerse pautas para comprender la dinámica de la ciencia occidental. Propone una perspectiva histórica que podría revelarnos algo no solo sobre el pasado de la ciencia, sino sobre la historicidad misma del conocimiento científico. Por eso, a partir de mediados del siglo pasado, su planteo estuvo dirigido a cuestionar las nociones dominantes de una epistemología positivista que concibe la marcha progresiva de la ciencia como el simple despliegue de la racionalidad humana. Kuhn quiere también cuestionar los planteos tradicionales acerca de cuál es el método que nos garantiza descubrir u otorgar validez objetiva al conocimiento científico. El resultado de su investigación lo expuso en La revolución copernicana. Cinco años más tarde, las conclusiones a las que llegó en esa investigación fueron tomadas como bases para proponer una nueva perspectiva sobre el problema del progreso científico en general, ya no solo acotado a la revolución copernicana, en un libro que produjo una polémica en el campo de los debates epistemológicos: Estructura de las revoluciones científicas. (1962).
Veamos algunas de las ideas propuestas por Kuhn en La Revolución Copernicana:
- La cosmología de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) y la astronomía de Ptolomeo (100-170 d. C.) dominaron el pensamiento occidental durante varios siglos, incluso hasta después de la muerte de Copérnico (1543). Aristóteles y Ptolomeo fundaron un paradigma geocéntrico, según el cual todo el universo gira alrededor de una Tierra inmóvil.
- En el siglo IV a. C. el helénico Aristóteles brindó el marco conceptual del geocentrismo: el universo es finito y está enteramente contenido dentro de la esfera de las estrellas. Fuera de la esfera de las estrellas no hay nada, ni materia ni espacio. En el centro inmóvil de la esfera se halla la Tierra. Entre la Tierra y la esfera de las estrellas se ubica la esfera que arrastra al planeta más bajo, la Luna; esta esfera divide el universo en dos regiones: la Sublunar, que va desde la Tierra hasta la esfera de la luna; y la Supralunar, que abarca desde la esfera de la Luna hasta el confín del universo (ver figura 1). En el universo no existe el vacío, el cielo está formado por un conjunto de caparazones concéntricos constituidos por un elemento traslúcido e indeleble: el éter. Estos caparazones cristalinos forman una especie de pieza de relojería celeste que está en rotación perpetua, impulsada por la esfera exterior de las estrellas. Los humanos habitamos la Tierra, en la región Sublunar, compuesta por cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Mientras la región Supralunar es la de los movimientos circulares constantes, armónicos y perfectos, la región Sublunar en la que habitamos está caracterizada por la generación y la corrupción de las cosas, y los movimientos violentos y contingentes. En consonancia con esta cosmología, Aristóteles elaboró una física teleológica (del griego telos: finalidad o meta) según la cual todo lo que es tiende a ubicarse en su posición natural. En el universo aristotélico hay un lugar propio para cada cosa. Esta física explicaba el funcionamiento del universo, sus zonas de armonía y su región turbulenta, el movimiento y el reposo. El lugar propio de la Tierra es el centro y su estado natural el reposo. Física y astronomía se hallan en mutua dependencia.
- Cinco siglos después de Aristóteles, el astrónomo greco-egipcio Ptolomeo escribe el gran libro astronómico de la civilización helenística: el Almagesto. Si la cosmología aristotélica nos da un marco conceptual general para figurarnos un universo geocéntrico, el aporte de Ptolomeo es de índole estrictamente astronómica y matemática. Por primera vez en la historia de la cosmología, Ptolomeo reunió en un mismo sistema matemático una compleja combinación de círculos que explicaba no solo los movimientos del Sol y de la Luna, sino también las regularidades e irregularidades observadas en los movimientos aparentes de los siete planetas hasta entonces conocidos. Su modelo matemático tenía tal grado de detalle y precisión (evaluándolo con los estándares y las posibilidades empíricas de su época) que su aceptación fue enorme y su vigencia se extendió por siglos. Es interesante marcar algunas diferencias entre las teorías de Aristóteles y Ptolomeo, que por otra parte son perfectamente complementarias. La cosmología aristotélica atribuía a las esferas concéntricas un movimiento circular –y ello por motivos de armonía: Aristóteles sostenía que el círculo es el movimiento más perfecto, porque un cuerpo puede moverse en círculos eternamente en una órbita siempre idéntica. El modelo matemático de Ptolomeo era mucho más complejo, dado que el esquema circular de Aristóteles había manifestado dificultades para dar cuenta de las trayectorias visibles de las estrellas. Para mantener el lugar central de la Tierra, Ptolomeo trazó un complejísmo esquema formado por epiciclos y deferentes: un pequeño círculo, el epiciclo, gira alrededor de un punto situado sobre la circunferencia de un segundo círculo en rotación. (Ver figura 2). Si esta descripción suena complicada, cabe aclarar que se trata de una versión extremadamente simplificada de un modelo matemático que Ptolomeo desarrolló con una complejidad mucho mayor, que aquí no vamos a detallar. Aristóteles dio un marco general de la visión geocéntrica del universo, y procuró explicar la física que lo mantendría en movimiento. Ptolomeo, en cambio, estableció un sistema matemático que, gracias a su complejidad, calculaba con mayor detalle y precisión el movimiento visible de los astros, pero se desentendía de explicar las causas físicas del movimientos universales Aún así, la precisión ptolemaica nunca fue completa, y a lo largo de los siglos los astrónomos tuvieron que seguir complejizando y añadiendo casos particulares de ese modelo matemático, para dar cuenta de todas las “irregularidades” que las estrellas les mostraban en su movimiento. Desde Ptolomeo, astronomía y matemáticas serán términos usados indistintamente para mencionar la disciplina que traza el mapa estelar del movimiento del universo, sin tratar de explicarlo. Esa disociación entre Astronomía y Física (que no existía en el pensamiento aristotélico) será matenida durante muchos siglos, hasta llegar a Copérnico, que también consideraba la Astronomía como una disciplina esencialmente matemática y se abstenía de buscar una explicación física para el movimiento de los astros.
- 1400 años después de Ptolomeo, la cosmovisión que predomina en la Europa de Copérnico sigue siendo la geocéntrica. No hubo cambios radicales en la astronomía medieval. Sin embargo, esto no significa que durante tantos siglos la investigación científica no haya mantenido su intensidad. Se investigó y se discutió mucho, se hicieron reformas parciales y creció la conciencia de las anomalías que presentaba la astronomía vigente, pero la creencia en la fijeza y la centralidad de la Tierra no fue revisada. Los motivos de esta persistencia del geocentrismo hay que buscarlos más en los condicionamientos políticos y culturales de esos siglos que en cuestiones intrínsecas de astronomía. Dice Kuhn: “Los esquemas conceptuales envejecen a medida que se suceden las generaciones que los toman como marco de referencia. A principios del siglo XVI se seguía creyendo en la antigua descripción del universo, pero ya no se le atribuía el mismo valor. Los conceptos eran los mismos, pero se descubrían en ellos defectos y virtudes enteramente nuevos” (obra citada, pag. 144). A comienzos de la Edad Media, el saber antiguo se eclipsó en Europa, cuando la civilización que les dio origen declinó bajo el imperio romano. En esos siglos se produce la expansión del cristianismo, que pasa de ser una pequeña secta judía perseguida por el poder romano a convertirse en la religión oficial del imperio (por un decreto del emperador Teodosio en 380 DC). En el siglo VII los árabes invadieron la cuenca del mediterráneo y encontraron los documentos del antiguo saber aristotélico-ptolemaico, que en Europa había sido completamente olvidado. Los árabes recogieron esa herencia cultural en un período de florecimiento de la cultura islámica. Los científicos árabes emprendieron la reconstrucción de la ciencia antigua, traduciendo a su lengua los textos griegos. Esa traducción significó algo más que una traslación de un idioma a otro. Fue una apropiación y reinterpretación del saber griego por parte la cultura islámica. Incluso el título Almagesto, por el que conocemos la obra de Ptolomeo, no es el original griego, sino una contracción del título árabe que le dio un traductor musulmán en el siglo IX. Los árabes no produjeron innovaciones de fondo de la cosmología geocéntrica, pero aportaron nuevas observaciones y nuevas técnicas para calcular las posiciones de los planetas.
- Desde el siglo X, la Europa cristiana empieza a redescubrir la cosmología aristotélica, pero a partir de las traducciones árabes. La actitud del cristianismo respecto de la ciencia helénica y helenística había sido hostil en la etapa del cristianismo primitivo, pero varió a medida que la Iglesia acumuló poder político y asumió una hegemonía cultural. Mil años después de la vida de Jesús, la cristiandad alcanzó una nueva estabilidad política que le permitió reapropiarse del saber pagano, basándose en las traducciones árabes al que trataron de reenmarcar en la concepción judeo-cristiana de la existencia y en el ordenamiento feudal de la sociedad medieval. En ese período la Iglesia tuvo a su cargo no solo las cuestiones de fe sino también las del saber. Los eruditos medievales eran miembros del clero (el propio Copérnico, siglos después, sería canónigo de la catedral de Frauenburgo). Los textos científicos paganos comenzaron a ser estudiados en centros que finalmente se constitiuirían en las primeras universidades europeas, dependientes de la Iglesia. Entre el siglo X y el XIII tomó fuerza un movimiento cultural que intentó compatibilizar la fe cristiana con el saber griego. Este movimiento se denominaría Escolástica. La paradoja de esta apropiación es que la fe judeo-cristiana y el saber griego eran frutos de culturas completamente diversas, cuando no adversas, pero mil años de cristiandad ablandaron esa adversidad. Los escolásticos, que elaboraban sus doctrinas bajo el propósito de ser fieles a la vez a esa fe y a ese saber heredados del pasado, construyeron paradójicamente un saber original que no podía ser fiel a ninguna de las dos fuentes que trataba de sintetizar. La coronación de ese dificultoso esfuerzo de síntesis se produce en el siglo XIII y su versión más consumada es la obra de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), la Summa Theológica, un tratado monumental que coordinaba cuestiones de teología pura con la metafísica de Aristóteles y la cosmología geocéntrica. Durante algunos años, las autoridades eclesiásticas miraron con desconfianza esta conjunción elaborada por Tomás, pero al cabo del tiempo su triunfo fue completo: tanto es así que la filosofía tomista fue finalmente declarada doctrina oficial de la Iglesia Católica (el Papa León XIII en 1879 declaró a su autor Aeterni Patris, estatus del que goza hasta la actualidad).
- El cristianismo adoptó como suya la idea de la fijeza de la Tierra, un tema que no encontraba su origen en las Escrituras, dado que el judeo-cristianismo no desarrolló una cosmología propia. Dos factores hicieron que la adaptación del saber griego a la visión de la cristiandad de la alta Edad Media fuera trabajosa. Por un lado, los escolásticos conocieron los textos de Aristóteles en su traducción árabe y lo retradujeron en latín, lo que significa que hicieron la interpretación de una interpretación, en la que Aristóteles y el pensamiento griego ya quedaban profundamente alterados. Por otro, el orden en que fueron conociéndose los textos antiguos a través de las traducciones árabes fue azaroso: no se conocía con precisión la época en la que cada uno de ellos había sido escrito. Algunas ideas aristotélicas habían variado a lo largo de su vida y por ende no necesariamente pensaba lo mismo en sus libros de juventud y en los de madurez. El pensamiento de Aristóteles era problemático y contradictorio, pero los escolásticos se propusieron hacer con sus textos una doctrina unívoca y consistente, por lo cual, se vieron forzados a reinterpretarlo y produjeron una filosofía nueva que, en nombre de la fidelidad a la tradición, la traicionaba involuntariamente. Esta lectura de textos discrepantes, bajo el supuesto –errado- de que esos textos en el fondo querían decir lo mismo, habilitó una práctica de discusión para interpretar y despejar aparentes contradicciones y permitió una apertura a considerar diversas variantes interpretativas. La familiaridad con las discrepancias teóricas facilitó la aceptación de una astronomía plena de anomalías, sin que les resultara necesario revisar el supuesto fundamental de la fijeza de la Tierra en el centro del universo. Esta es una razón de gran importancia para entender la persistencia del paradigma geocéntrico a lo largo de tantos siglos. Así como Aristóteles parecía decir cosas diferentes en diferentes libros pero –se suponía- en el fondo decía siempre lo mismo, así también, las diversas correcciones parciales que la astronomía acumuló durante siglos se suponían compatibles con la vigencia del geocentrismo. Por encima de toda objeción empírica, la visión aristotélica de la naturaleza fue finalmente aceptada como un saber verdadero, lo cual llevó a que los escolásticos adoptaran un criterio de autoridad que tomaba a Aristóteles como “Magister”, en cuyo nombre se zanjaba toda posible discusión, Durante los años más dogmáticos de la Escolástica (sobre todo los siglos XIII y XIV), si en medio de una discusión entre posiciones contrapuestas se encontraba algún dicho del Magister que inclinara la balanza hacia una de las opiniones, la discusión terminaba con el "Magister dixit…” (el Maestro dijo… tal cosa”) y ya no había nada más que discutir. El hecho de que el Maestro fuera un pagano justificaba que no hubiera experimentado la “revelación” de la fe cristiana, pero su inteligencia prodigiosa, pensaban los escolásticos posteriores a Tomás, señalaba el punto más alto al que una inteligencia humana puede llegar sin la ayuda de Dios. Si al saber mundano de Aristóteles le sumamos la fe en Cristo, se creía, tenemos la mejor de las combinaciones posibles: la suma de una verdad natural y una sobrenatural, que en última instancia no pueden ser contradictorias. Una única verdad tradicional, heredada de los antiguos, que solo requería saber leerla en aquellos textos en los que estaba fijada: las Sagradas Escrituras y los libros filosóficos y científicos de Aristóteles. De allí que el irónico resultado de un movimiento innovador como la Escolástica desembocara en un principio de autoridad dogmática y, lo que nos resulta hoy no menos sorprendente, que la Iglesia terminara defendiendo la idea de una Tierra fija como parte de la doctrina cristiana.
- Este esfuerzo doctrinario (que suponía la supremacía cultural de la Iglesia durante los siglos altos del medioevo) se logró mantener mientras las condiciones sociales, económicas y tecnológicas lo hicieron posible. Pero el principio de autoridad estaba destinado a no poder durar por siempre. La Europa del siglo XV vio proliferar una actividad cultural que desbordaba los claustros escolásticos. Surgió una nueva clase social que venía a disputar la posición dominante que durante siglos habían ejercido la nobleza y el clero. Se trataba de una burguesía que se había enriquecido en la actividad comercial de las ciudades renacentistas. Era una clase pujante y poco apegada a la inmovilidad de la tradición, para la cual las innovaciones tecnológicas serían una clave de su poder creciente. En el campo religioso Lutero y Calvino encabezaron grandes desafíos al poder del Papado y terminaron provocando un cisma de la Iglesia. La invención de la imprenta en 1440, por parte del alemán Johannes Gutemberg, implicó la posibilidad de la reproducción masiva de los libros, lo que ayudó a la difusión de nuevas ideas y relativizó el poder de la Iglesia que hasta entonces había acopiabado los libros manuscritos en sus propias bibliotecas. Uno de los primeros libros que circularon masivamente por Europa fue nada menos que la Biblia traducida por Lutero al alemán, lo que implicaba un desafío al poder de las jerarquías eclesiásticas católicas que se arrogaban la potestad de leer e interpretar el texto religioso en latín culto a una feligresía que no entendía esa lengua. El propósito polémico de Lutero era que cualquier creyente pudiera establecer una relación personal con las Escrituras, sin la mediación de una autoridad eclesiástica.
- Otro factor de cambio: 50 años antes de Copérnico comienza un período de viajes y exploraciones marítimas, cuando los imperios coloniales se lanzan a la conquista de nuevos territorios. El mal llamado “descubrimiento” de América fue realizado cuando Copérnico tenía 19 años. Los navegantes, en su exploración de regiones incógnitas, pudieron observar los cielos desde nuevas perspectivas. En los viajes transoceánicos astrónomos y navegantes descubrieron muchos nuevos errores en la astronomía heredada.
- Durante el Renacimiento se multiplicaron sectas de origen neoplatónico que postulaban que, más allá de las cambiantes apariencias sensibles del universo, este escondía claves matemáticas eternas que solo estaban en conocimiento de los iniciados en los misterios. El propio Copérnico había recibido el influjo de las doctrinas neoplatónicas que le hacían valorizar una exigencia de armonía en la estructura del universo que él echaba de menos en el estado de la astronomía heredada. Ese fue uno de los principales motivos que lo llevaron a proponer un modelo que consideró más armónico y simple: que la Tierra y los otros planetas se movieran en círculos alrededor del Sol. Además las sectas neoplatónicas del Renacimiento rescataron un antiguo culto al Sol, fuente de luz, calor y fertilidad. Esta doctrina, que en principio se difundía entre muy pocos iniciados, permitió familiarizarse con la idea de la centralidad del Sol. Sin ese clima de transformación cultural, la innovación copernicana no habría germinado.
- Aún así el De Revolutionibus que Copérnico dedicó al Papa Pablo III no tenía una intención revolucionaria. Copérnico no se proponía desencadenar una conmoción científica, social y política como la que sucedió en los años siguientes. Ni siquiera conoció el comienzo de las controversias, dado que recibió el primer ejemplar impreso de su obra en el lecho en el que meses después iba a morirse, en mayo de 1543. De alguna manera él fue el último científico de una época, a la vez que su obra señalaba un futuro que él acaso no vislumbró.
- La conmoción de tamaña novedad no fue inmediata por varios motivos. Quizás el principal es la dificultad casi insalvable del texto de Copérnico. Más allá de lo insólito que podría sonarle a un contemporáneo suyo la idea de que la Tierra se moviera alrededor del Sol, eran muy pocas las personas que podían entender las demostraciones matemáticas que él desarrollaba, de modo que su planteo quedó en principio acotado a un grupo muy reducido de expertos. La Iglesia, destinataria directa de la obra, no iba a hacer ningún esfuerzo por difundir sus conclusiones. Por eso, la propagación de sus ideas fue muy lenta y en los inmediato no hubo ninguna apariencia de estar viviéndose una revolución científica de vastas proporciones. Incluso en su libro Copérnico no proponía la tesis heliocéntrica como una verdad resuelta, sino apenas como una hipótesis fructífera y digna de considerar, Esto que dejaba espacio para considerarla solo una especulación. Además este modelo matemático carecía todavía de pruebas empíricas suficientes. Copérnico, siguiendo la tradición de Ptolomeo (y en esto podríamos todavía considerarlo un antiguo), destinaba todo su esfuerzo en delinear un modelo matemático del cielo sin pensar en una explicación física para estos fenómenos.
- Aún para los que quisieran tomarla en serio, la idea de que la Tierra se movía alrededor del Sol repugnaba la percepción cotidiana del hombre común. Nadie había “sentido” jamás moverse a la Tierra. La sociedad estaba habituada a pautar su tiempo, la sucesión de los días y las estaciones, por el “movimiento” del Sol en el cielo. La comunidad de expertos en principio tampoco podía estar a favor: si la Tierra se movía, todo el saber acumulado por siglos estaba equivocado: habría que concebir nuevos principios físicos para explicar que la Tierra se moviera sin que los hombres lo hubieran notado. Si la Tierra se mueve, ¿cómo es que las cosas se caen hacia abajo en línea recta? Durante el lapso en que un objeto tarda en caer la Tierra debería haber estado moviéndose, de modo que veríamos al objeto caer oblicuamente. La Escolástica, que creía tener todo resuelto en los libros de la tradición aristotélica, debería asumirse como sostenedora de una doctrina falsa si se aceptaba lo que Copérnico decía. Los maestros avalados por la institución eclesiástica estarían exhibiendo una falibilidad que al poder de la Iglesia le resultaba insoportable: si se admitiera un asunto tan básico como el posible movimiento de la Tierra, eso podría dar lugar a otras discusiones que la Iglesia no estaba dispuesta a dar.
- Había todavía otro problema decisivo: Copérnico, al atribuir el centro del universo al Sol y al postular la idea de que la Tierra y los otros planetas se movían en órbitas circulares alrededor del Sol estaba equivocado. La trayectoria visible de las estrellas no permitía afirmar ni que la Tierra ni los otros planetas se movieran en círculos. Por todo lo cual, la innovación de Copérnico parecía destinada al fracaso.
- En las décadas posteriores a la muerte de Copérnico proliferaron los astrónomos dedicados a demostrar que él estaba equivocado. El más importante fue Tycho Brahe (1546-1601), que propuso un sistema en el que la Tierra seguía estando en el centro. El Sol y la Luna se movían, según él, en las antiguas órbitas ptolemaicas. Sin embargo, el resto de los planetas se movían en epiciclos cuyo centro era el Sol. Era una solución de compromiso, más aceptable para época, para la que Brahe había reunido numerosas observaciones, más detalladas y precisas que las del propio Copérnico. La ironía de la historia haría que estas observaciones iban a terminar contribuyendo a la nueva astronomía heliocéntrica, contra la voluntad de su autor.
- El problema de la forma geométrica de las órbitas de los planetas alrededor del Sol lo iba a resolver 50 años después de Copérnico el astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630), quien fue copernicano toda su vida. Para él, el Sol regía a todos los planetas y la Tierra no gozaba de ningún estatuto particular. Copérnico era criticable, sostenía Kepler, no por su audacia sino por no haber sido lo suficientemente audaz como para dejar atrás toda influencia ptolemaica. Desarrollando una técnica muy precisa para calcular las posiciones de los planetas terminó por desechar la forma del círculo para describir el movimiento de los planetas: concluyó, con una precisión admirable teniendo en cuenta los instrumentos de observación con que disponía en su época, que los planetas se desplazaban alrededor del Sol con velocidad variable en órbitas elípticas. (Ver figura 3).
Hasta acá expusimos las conclusiones principales a las que llega Kuhn en su libro La revolución Copernicana. En una próxima nota vamos a detenernos especialmente en la figura de Galileo Galilei.
[Continuará]
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