por Juan Manuel Iribarren
Como por consejo de asesor han decidido no presentar ningún proyecto
económico, habrá que hacer de cuenta que las ponencias de Espert, Broda y
Melconian en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción son el único
rastro, la única pista con la que contamos para dilucidar algo de lo que están
pensando sobre la economía, por lo que no sería descaminado hacer de cuenta
también que esa reunión semiprivada fue una reunión pública con el objeto de
dar a conocer cómo piensa el equipo económico del macrismo y por qué lo
deberíamos votar. Que no podamos recurrir al Pro para saber cómo piensa el Pro
solo es parte de la época; hoy no solo la derecha ya no cree en la división
derecha- izquierda, y los neoliberales se ven a sí mismos como liberales, sino
que hay un intento de dejar de considerar a la política como tal con el fin de
presentarla como gestión- y la gestión es racional y esa racionalidad es más o
menos compartida por todos los analistas de buen fundamento; lo que evidencia,
por supuesto, que la ideología es de los otros, y que son ellos- los gestores-
los únicos que no tienen ideología, ya que la ideología es irracional y ellos
representan el sentido común; y por sentido común también se debe entender una
razón suprema, por lo que los políticos solo deben limitarse a gestionar, o en
su defecto, a buscar quien les gestione y nada más: se trata por supuesto de
ideologías reforzadas, y hay que entender en esta naturalización de la
ideología un enorme y peligroso acto autoritario- tan brutal en sus fundamentos
como inofensivo en su imagen- expresado en la frase de Melconian: "aquí no
hay ideología, aquí hay capitalismo, aquí hay sentido común y aquí hay reglas
de juego".
Como los tiempos han cambiado, hoy algunos partidos políticos ya no
pueden lucir sus economistas como en otras épocas, hoy tienen que esconderlos,
ocultarlos, solapar un poco sus ideas, y si fuera posible, negarlos un poco,
oscurecerlos, aunque se trate de economistas reconocidos, todos doctores con
una larga reputación de la que sin embargo ya no se ocupa la sociedad civil,
que ha dejado de percibir garantías en el conocimiento académico como lo hacía
en otras épocas; pero quizás esté tan naturalizado el ocultamiento del macrismo
detrás de falsas banderas, y sea tan fácil de entender, que no pensemos que sea
importante intentar entender también la otra cara de la moneda y es por qué
estos economistas se prestan al juego, y qué lejos quedó la época en que los
economistas defendían a capa y espada sus ideas y sus locuras, diciendo lo que
había que hacer con todas las letras y en todos los medios, muy lejos de la
inquietante timidez (matizada de soberbia compulsiva, hay que decirlo) de
algunos economistas de hoy, que juegan el papel de los incomprendidos, los que
no pueden decir lo que piensan porque la sociedad no está preparada.
Que Melconian sea el único economista orgánico del Pro, que los demás
sean asesores, que incluso Espert reniegue de la política y de los políticos y
diga que no pertenece a ninguna corriente, no invalida que se pueda ver un
conjunto en las ideas, no tanto porque se presenten juntos sino porque las
diferencias sutiles en los discursos no son lo suficientemente evidentes para,
de ser conocidas, generar una repercusión pública de distinto tenor; puede que
si les tocara gobernar tuvieran algunas diferencias, pero en lo que respecta a
la opinión pública no habría diferencias sustanciales, la reacción sería la
misma, así que es conveniente ir a la cuestión central, que a mi modo de ver,
no es tanto la que dicen, como la que suponen (e incluso dicen en otras
ocasiones) al pasar: debido a que la sociedad argentina está enferma de
populismo no es posible decirle la verdad sin generar una reacción negativa
(sin que no nos voten), por lo que, dado que la sociedad argentina no puede
hacer valer su razón, ya que se trata de una razón enferma, es necesario
engañar al pueblo para evitar que el pueblo se autoengañe a sí mismo con falsas
ilusiones de carácter patológico, digamos, por ejemplo, la inclusión social, el
pleno empleo, el aumento del gasto público, entonces, resumiendo: es necesario
engañar al pueblo para que el pueblo no se autoengañe. Y con esto arribamos a
una diferencia sutil con la factoría Duran Barba que diría que es necesario
engañar al pueblo solo para llegar al poder, lo cual no es tan sencillo de ver
como reflejo de alguna ideología en particular, y parece ser un poco más
elemental; en tanto que engañar al pueblo para que ese pueblo no se autoengañe,
y por supuesto, con las mejores intenciones, no puede dejar de pensarse como
una ideología interesante de señalar ya que tratar al pueblo como a un enfermo
al que no hay que decirle lo que tiene ni explicarle cual va a ser su cura,
presupone echar por la borda todos los ideales liberales al suponer un sujeto
sin libertad, sin capacidad de decisión, y sin racionalidad, y evidentemente en
esto hay una verdad y un sentido común que presupone lo conveniente de esa
táctica y ambos, tanto la verdad como el sentido común, son una construcción
ideológica; en lo que respecta a lo conveniente, son estrictamente ideológicos
y como tales, siempre algo difíciles de vislumbrar y retener un tiempo en la
lupa. Y con lo que intenta ser invisible, lo que no quiere mostrarse, siempre
tenemos la opción de un deber: Visibilizarlo.
Ya que el macrismo se presenta como no ideológico y no creo que sea
prudente juzgarlo sin saber que piensan ellos de sí mismos, y dado que sobre
eso no pueden hablar por consejo de asesor, para acercarnos, deberíamos saber
al menos qué piensan estos economistas de sí mismos? Por supuesto, que son
liberales, pero ¿lo son realmente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de
liberales?
Comencemos por Adam Smith, educado en el empirismo, y excesivamente
realista. Realmente ¿creía en la libertad de mercado, como creería en la
libertad de mercado Von Mises, Hayek o Friedman?
"Esperar que en la Gran Bretaña se establezca en seguida la
libertad de comercio es tanto como prometerse una Oceanía o una Utopía. Se
oponen a ello, de manera irresistible, no solo los prejuicios del público, sino
los intereses privados de muchos individuos. Si los oficiales de un ejército se
opusiesen a la reducción de las fuerzas militares con el mismo celo y
unanimidad que los maestros y empresarios de todas las manufacturas, a
cualquier ley que pretenda aumentar el número de sus rivales en el mercado
doméstico; si los primeros animasen a sus soldados de la misma manera que los
segundos inflaman a sus operarios para atacar con violencia y con odio a
quienes osen proponer una medida encaminada a ese fin, entonces nos
encontraríamos con que el intento de reformar el ejército sería tan peligroso
como lo es actualmente el intento de disminuir por cualquier medio el monopolio
que los fabricantes han conseguido establecer en contra nuestro. Este monopolio
ha incrementado de tal forma el número de los obreros fabriles que, a la manera
de un ejército poderoso, han llegado a ser una amenaza para el Gobierno y, en
muchas ocasiones, hasta intimidaron al legislador. Cualquier miembro del
Parlamento que presente una proposición encaminada a favorecer ese monopolio,
puede estar seguro de que no solo adquirirá la reputación de perito en
cuestiones comerciales, sino una gran popularidad e influencia entre aquellas
clases que se distinguen por su número y su riqueza. Pero, si se opone, le
sucederá todo lo contrario, y mucho más si tiene autoridad suficiente para
sacar adelante sus recomendaciones, porque entonces ni la probidad más
acreditada, ni la más alta jerarquía, ni los mayores servicios prestados al
público, permitirán ponerle a cubierto de los tratos más infames, de las
murmuraciones más injuriosas, de los insultos personales y, a veces, de un
peligro real e inminente con que suele amenazarle la insolencia furiosa de los
monopolistas, frustrados en sus propósitos".
Es curioso que en un párrafo dedicado exclusivamente a señalar el
carácter utópico de la libertad de comercio, no decida señalar al Estado como
el responsable de que la libertad de comercio no pueda realizarse, sino
precisamente al Monopolio, como el principal referente del que hay que
ocuparse.
Pero ¿no era que Adam Smith decía que el Estado no debía intervenir con
la libertad de comercio, no debía regular los mercados, que los mercados se
autorregulaban solos?
Fuera de la metáfora de la dichosa mano invisible que guía los intereses
individuales promoviendo el bienestar general, es difícil encontrar algo así
como una teoría o explicación de la autorregulación de los mercados en su obra,
ya que Adam Smith concebía la economía política "como una rama de la
ciencia del estadista o legislador", es decir, como una disciplina de
interés más para el Estado que para los individuos, en una notoria diferencia
con el pensamiento de los economistas neoclásicos, que han hecho del individuo
y su libertad lo que Hobbes hizo del Estado, una entidad autosuficiente y
necesaria para el progreso de la humanidad, con la consecuencia de exaltar la
arrogancia empresarial y las predicciones de los economistas a niveles que ningún
científico social serio hubiera estimulado.
Sin embargo, el liberalismo no discutió a Hobbes diciendo "No es el
Estado, es el individuo", sino defendiendo una relación entre esos
individuos que necesariamente presuponía autoridades y reglamentaciones de todo
tipo, pero que limitaba el poder del Estado soberano: el liberalismo nunca fue
absolutista, nunca creyó que el individuo y su propio interés bastaban por
completo, pero tampoco creyó que el Estado debía ser algo impuesto desde
afuera, siempre puso la sociedad civil por encima del individuo, lo que más
adelante decantaría en el contrato social, donde lo que hacía el papel de entidad
era el acuerdo y por eso fue, el liberalismo, ante todo, una defensa de las
razones y el derecho que garantizara mínimos niveles de igualdad de
oportunidades, y por eso rara vez dejo de pensar en el bienestar público, y por
eso Adam Smith no justificó el interés privado por el interés privado en sí,
sino actualizando el grito ideológico-o la crítica-de Mandeville acerca de los
vicios privados como generadores de la prosperidad pública, en tiempos de Adam
Smith, la prosperidad de las naciones; realmente es muy difícil pensar que el
interés privado haya sido más importante para Adam Smith que la prosperidad
pública, comenzando por el título que escogió para ponerle a su libro.
Pero entonces, ¿qué pensaba Adam Smith del Estado?
"El gobierno civil supone una cierta subordinación; pero como su
necesidad crece gradualmente con la adquisición de propiedad valiosa, las
principales causas que de una manera natural introducen la subordinación,
crecen parejamente con el incremento de esa propiedad".
Por un lado, Adam Smith no pudo llegar a ver que la historia acentuaría
los abusos y las reacciones a los mismos y que, por lo tanto, el Estado cada
vez iba a tener que cumplir más funciones; y él no pudo ver esto en gran medida
por no conocer la revolución industrial y las consecuencias sociales que esta
traería para las clases humildes; pero también, por otra parte, con la llegada
de los totalitarismos, el gobierno civil sería identificado con el Leviatán y
ya no podría ser rescatado por los nuevos liberales, los cuales le adjudicarían
todos los males y endiosarían al individuo por sobre encima del estado : la
crítica de Locke a Hobbes se convertiría por medio de la opinión de los nuevos
liberales en una defensa encarnizada de la libertad del individuo y su razón
impoluta , y esta opinión se aferraría a las ideas de Adam Smith en un acto de
apropiación casi tan equívoco como el del superhombre nietzcheano por el
fascismo.
La sensibilidad que muestra Adam Smith para con los pobres está años luz
del profundo desprecio pseudoaristocrático ( al estilo Spencer) que muestran
los neoliberales con la suerte de las clases humildes, y es necesario recalcar
esta palabra "suerte" porque uno de los argumentos más falaces en los
que incurren los autodenominados liberales es el de creer que la meritocracia
alcanza para definir los derechos a propiedad en una sociedad libre, sin tomar
en cuenta que el papel de los méritos en la construcción de la fortuna es, por
lo menos, dudoso, y que muchas veces la suerte es el fundamento de grandes fortunas,
cuando no lo son las injusticias o cosas peores : fuera del karma oriental, y
en la sociedad occidental, es sospechosa esta fórmula de "la pobreza como
consecuencia de la falta de mérito" de un razonamiento errado, de una
consecuencia forzada de una premisa, en suma, de una evidente falacia: la
arrogancia y la irracionalidad suelen ir de la mano en estos casos, porque
ambas suelen ser siempre puntales de la clase dominante, y esta no es una razón
menor de todas las razones por las cuales es importante ampliar la clase media
para que un país progrese.
Sin embargo, Adam Smith como Locke también cree en que el Estado
principalmente protege a los ricos, aunque no diga que deba hacerlo, sino que
es así como funciona, y dado que la paz y el orden son más importantes que el
consuelo del miserable (miserable sin connotación peyorativa) para evitar que
los pobres se abalancen sobre los ricos es necesario el Estado; esta idea que
fue refinándose a lo largo del tiempo, propició que frente al ascenso del
socialismo en Europa los estados amenazados por la organización de la clase
obrera se convirtieran en estados profundamente reformados, ya que la
administración de justicia (aun con mano dura) no garantizaba que pudieran
detener el impulso revolucionario, terminaron concluyendo que sólo con un
estado más fuerte, que se ocupara de los problemas sociales, se garantizaría un
progreso continuo y no peligrarían los intereses de la Nación: así nació el
Estado de Bienestar, al que luego sería asociado el principal receptor de las
críticas neoliberales: John Maynard Keynes.
Es evidente que dentro del pensamiento liberal generalmente hubo una
defensa del estado, y de un estado fuerte que paliaría los efectos nocivos que
tienen las desigualdades sobre la construcción de una sociedad civil, en primer
lugar, protegiendo a los ricos de las consecuencias de las inquietudes que
genera su posición entre los menos favorecidos, y en segundo lugar,
otorgándoles más derechos y beneficios a los pobres para evitar estallidos
sociales y revoluciones, y esto no tuvo que ver en lo más mínimo con lo que hoy
denominan populismo sino con la
supervivencia de las sociedades industriales en épocas de profunda
desigualdad: como es impensable un liberalismo sin Estado, ya que la sociedad
tiende hacia la desigualdad y a provocar enfrentamientos, los hombres
afortunados necesitan protección de los menos desafortunados y esa protección
solo puede darla el Estado; pero a la vez, a lo largo del ascenso del
capitalismo global, cada vez se hizo más evidente que no alcanzaría con la
protección sino que habría que quitar fundamento a las inquietudes generadas
por la desigualdad, construyendo un estado de Bienestar que garantizara
servicios básicos para todos, el que hasta hoy goza de buena salud en las principales
naciones desarrolladas del mundo y ha logrado evitar la mayor parte de los
conflictos que podrían haber surgido.
Pero es injusto (o al menos inexacto) pensar que el liberalismo solo se preocupó
de proteger los intereses de la clase dominante como sugería Marx: también ha
habido grandes liberales que han sido fuertemente cuestionados (e incluso han
querido atentar contra su vida) por decir que la pobreza era un orden
profundamente antinatural , que había que gravar a los ricos y volver de a poco
a una sociedad donde todos tuvieran su propiedad de suelo, y es bueno recordar
a Thomas Paine (aunque no sea precisamente un defensor del Estado) en el
momento en que aparece a nivel mundial la idea de un impuesto progresivo a la
riqueza:
"No se trata por tanto de abolir ninguna propiedad privada, sino más
bien de permitir que todos, mediante la redistribución operada por la renta basica,
cuenten con unos recursos mínimos a la hora de decidir cómo quieren ganarse la
vida. Se trata de evitar de este modo el chantaje de la supervivencia, la
precarización social y las desigualdades flagrantes; y de permitir, en un
momento como el actual en que el concepto mismo de trabajo se halla en crisis,
encarar el porvenir desde la libertad y no desde la cruda necesidad".
Redistribución fue la palabra clave para este hombre, que invocaba la
justicia agraria mucho antes de que Marx naciera, y redistribución es hoy la
palabra clave en los principales economistas del mundo, por eso creo necesario
hacer este humilde recorrido por las ideas liberales económicas culminando con
él, tan cercano a la sensibilidad de los referentes actuales.
¿Y de qué hablamos cuando hablamos de liberales? De nada que se pueda
considerar demasiado actual, por supuesto: el liberalismo y el capitalismo han
sido hasta ahora casi incompatibles; de no ser por la enorme apropiación que ha
hecho el capitalismo de este término, la verdadera cara del capitalismo, la creación
de nuevas aristocracias, se hubiera visto ya hace mucho tiempo. Del lugar
central que ocupa el monopolio señalado por Marx a la ilustración de la clase
ociosa de Veblen no se puede decir que no se hayan dejado señales de la
incompatibilidad del capitalismo con los ideales liberales; sin embargo, la
propaganda capitalista ha sido absolutamente eficiente, y han convencido a la
gente de lo natural del asunto hasta tal punto que, como dijo Zizek, "es
mucho más fácil imaginar el fin de toda la vida en la tierra que un mucho más
modesto cambio radical en el capitalismo": que hayamos dejado de percibir
el despotismo de la sociedad de consumo, que ni siquiera entendamos su carácter
despótico, que no entendamos tampoco la fragilidad de nuestro estado de derecho,
que no está actualizado ni a las amenazas actuales ni a las intrusiones
violentas que ejerce la sociedad actual sobre nuestras vidas, debido a que hoy
las amenazas son mucho más refinadas y más difíciles de percibir , por medio de
agresiones silenciosas a las que hemos sido sometidos, por un lado por las
reglas de la eficiencia empresarial (del alimento a la medicina y mucho más), y,
por el otro lado, por una industria orientada hacia una sociedad de control, en
la que ya no podemos detectar el control que opera sobre nosotros, donde no
solo inmensas poblaciones fueron sujetas a la obsolescencia programada y a la
repetición de impulsos (a una
racionalidad técnica rentable, por encima de una racionalidad humana
sustentable), sino que la misma ciencia, que nunca ha sido libre, pero en otros
tiempos tenía un margen de maniobra, hoy parece tener cada vez menos margen de
maniobra, y especialmente en lo que se refiere al progreso de la humanidad en
su conjunto, haber sido cooptada por intereses, impidiendo el progreso para
retener los negocios; y es que incluso en las concepciones democráticas no deja
de evidenciarse que algo no cierra del todo al pretender responder la pregunta:
sí, claro, no se puede decir que no haya liberales, hay gente que cree profundamente
en el liberalismo, pero el liberalismo nació para pelear contra los
absolutismos y contra las irracionalidades de las clases acomodadas de su época,
y hoy cuando hablamos de liberales, solemos hablar en general de quienes callan
sus verdaderas ideas, sus verdaderos intereses y sus verdaderas posiciones, los
que establecen como coartada racionalidades objetivas del mercado, derechos
civiles en abstracto y demás mercancías sofisticadas, y más especialmente,
quienes consideran como absolutismo cosas similares a las que en épocas pasadas
se consideraron absolutismos (sin comprender que hoy el absolutismo se ha
vuelto mucho más sutil); quienes consideran irracional lo que no es ciencia
consensuada (sin comprender que hoy la ciencia consensuada ocupa el lugar que
antaño ocupó la religión); los que consideran la democracia y el libre mercado
valores que hay que defender a toda costa (sin comprender que la democracia
actual no es democracia y que el libre mercado actual tampoco lo es, y que,
justamente, lo único que puede garantizar en buena parte de las naciones esos
valores, es lo que anteriormente se veía con recelo, un fuerte estado
preocupado por el bienestar general ) ; es decir, que hoy se han apropiado del
liberalismo los que defienden la racionalidad del mercado con el mismo celo que
se defendía en otros tiempos la racionalidad teológica (sin comprender como la razón
humanista se ha perdido en el camino).
En suma, quienes no cuestionan más que lo que ya ha sido cuestionado en
otras épocas para mantener intactos los intereses de esta época, son esos, a
menudo, los que se llaman a sí mismos liberales, como reflejos equívocos de
ideas muertas.