jueves, 13 de agosto de 2015

De qué hablamos cuando hablamos de liberales y otras cuestiones (1)

por Juan Manuel Iribarren

Como por consejo de asesor han decidido no presentar ningún proyecto económico, habrá que hacer de cuenta que las ponencias de Espert, Broda y Melconian en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción son el único rastro, la única pista con la que contamos para dilucidar algo de lo que están pensando sobre la economía, por lo que no sería descaminado hacer de cuenta también que esa reunión semiprivada fue una reunión pública con el objeto de dar a conocer cómo piensa el equipo económico del macrismo y por qué lo deberíamos votar. Que no podamos recurrir al Pro para saber cómo piensa el Pro solo es parte de la época; hoy no solo la derecha ya no cree en la división derecha- izquierda, y los neoliberales se ven a sí mismos como liberales, sino que hay un intento de dejar de considerar a la política como tal con el fin de presentarla como gestión- y la gestión es racional y esa racionalidad es más o menos compartida por todos los analistas de buen fundamento; lo que evidencia, por supuesto, que la ideología es de los otros, y que son ellos- los gestores- los únicos que no tienen ideología, ya que la ideología es irracional y ellos representan el sentido común; y por sentido común también se debe entender una razón suprema, por lo que los políticos solo deben limitarse a gestionar, o en su defecto, a buscar quien les gestione y nada más: se trata por supuesto de ideologías reforzadas, y hay que entender en esta naturalización de la ideología un enorme y peligroso acto autoritario- tan brutal en sus fundamentos como inofensivo en su imagen- expresado en la frase de Melconian: "aquí no hay ideología, aquí hay capitalismo, aquí hay sentido común y aquí hay reglas de juego".

Como los tiempos han cambiado, hoy algunos partidos políticos ya no pueden lucir sus economistas como en otras épocas, hoy tienen que esconderlos, ocultarlos, solapar un poco sus ideas, y si fuera posible, negarlos un poco, oscurecerlos, aunque se trate de economistas reconocidos, todos doctores con una larga reputación de la que sin embargo ya no se ocupa la sociedad civil, que ha dejado de percibir garantías en el conocimiento académico como lo hacía en otras épocas; pero quizás esté tan naturalizado el ocultamiento del macrismo detrás de falsas banderas, y sea tan fácil de entender, que no pensemos que sea importante intentar entender también la otra cara de la moneda y es por qué estos economistas se prestan al juego, y qué lejos quedó la época en que los economistas defendían a capa y espada sus ideas y sus locuras, diciendo lo que había que hacer con todas las letras y en todos los medios, muy lejos de la inquietante timidez (matizada de soberbia compulsiva, hay que decirlo) de algunos economistas de hoy, que juegan el papel de los incomprendidos, los que no pueden decir lo que piensan porque la sociedad no está preparada.

Que Melconian sea el único economista orgánico del Pro, que los demás sean asesores, que incluso Espert reniegue de la política y de los políticos y diga que no pertenece a ninguna corriente, no invalida que se pueda ver un conjunto en las ideas, no tanto porque se presenten juntos sino porque las diferencias sutiles en los discursos no son lo suficientemente evidentes para, de ser conocidas, generar una repercusión pública de distinto tenor; puede que si les tocara gobernar tuvieran algunas diferencias, pero en lo que respecta a la opinión pública no habría diferencias sustanciales, la reacción sería la misma, así que es conveniente ir a la cuestión central, que a mi modo de ver, no es tanto la que dicen, como la que suponen (e incluso dicen en otras ocasiones) al pasar: debido a que la sociedad argentina está enferma de populismo no es posible decirle la verdad sin generar una reacción negativa (sin que no nos voten), por lo que, dado que la sociedad argentina no puede hacer valer su razón, ya que se trata de una razón enferma, es necesario engañar al pueblo para evitar que el pueblo se autoengañe a sí mismo con falsas ilusiones de carácter patológico, digamos, por ejemplo, la inclusión social, el pleno empleo, el aumento del gasto público, entonces, resumiendo: es necesario engañar al pueblo para que el pueblo no se autoengañe. Y con esto arribamos a una diferencia sutil con la factoría Duran Barba que diría que es necesario engañar al pueblo solo para llegar al poder, lo cual no es tan sencillo de ver como reflejo de alguna ideología en particular, y parece ser un poco más elemental; en tanto que engañar al pueblo para que ese pueblo no se autoengañe, y por supuesto, con las mejores intenciones, no puede dejar de pensarse como una ideología interesante de señalar ya que tratar al pueblo como a un enfermo al que no hay que decirle lo que tiene ni explicarle cual va a ser su cura, presupone echar por la borda todos los ideales liberales al suponer un sujeto sin libertad, sin capacidad de decisión, y sin racionalidad, y evidentemente en esto hay una verdad y un sentido común que presupone lo conveniente de esa táctica y ambos, tanto la verdad como el sentido común, son una construcción ideológica; en lo que respecta a lo conveniente, son estrictamente ideológicos y como tales, siempre algo difíciles de vislumbrar y retener un tiempo en la lupa. Y con lo que intenta ser invisible, lo que no quiere mostrarse, siempre tenemos la opción de un deber: Visibilizarlo.

Ya que el macrismo se presenta como no ideológico y no creo que sea prudente juzgarlo sin saber que piensan ellos de sí mismos, y dado que sobre eso no pueden hablar por consejo de asesor, para acercarnos, deberíamos saber al menos qué piensan estos economistas de sí mismos? Por supuesto, que son liberales, pero ¿lo son realmente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de liberales?

Comencemos por Adam Smith, educado en el empirismo, y excesivamente realista. Realmente ¿creía en la libertad de mercado, como creería en la libertad de mercado Von Mises, Hayek o Friedman?

"Esperar que en la Gran Bretaña se establezca en seguida la libertad de comercio es tanto como prometerse una Oceanía o una Utopía. Se oponen a ello, de manera irresistible, no solo los prejuicios del público, sino los intereses privados de muchos individuos. Si los oficiales de un ejército se opusiesen a la reducción de las fuerzas militares con el mismo celo y unanimidad que los maestros y empresarios de todas las manufacturas, a cualquier ley que pretenda aumentar el número de sus rivales en el mercado doméstico; si los primeros animasen a sus soldados de la misma manera que los segundos inflaman a sus operarios para atacar con violencia y con odio a quienes osen proponer una medida encaminada a ese fin, entonces nos encontraríamos con que el intento de reformar el ejército sería tan peligroso como lo es actualmente el intento de disminuir por cualquier medio el monopolio que los fabricantes han conseguido establecer en contra nuestro. Este monopolio ha incrementado de tal forma el número de los obreros fabriles que, a la manera de un ejército poderoso, han llegado a ser una amenaza para el Gobierno y, en muchas ocasiones, hasta intimidaron al legislador. Cualquier miembro del Parlamento que presente una proposición encaminada a favorecer ese monopolio, puede estar seguro de que no solo adquirirá la reputación de perito en cuestiones comerciales, sino una gran popularidad e influencia entre aquellas clases que se distinguen por su número y su riqueza. Pero, si se opone, le sucederá todo lo contrario, y mucho más si tiene autoridad suficiente para sacar adelante sus recomendaciones, porque entonces ni la probidad más acreditada, ni la más alta jerarquía, ni los mayores servicios prestados al público, permitirán ponerle a cubierto de los tratos más infames, de las murmuraciones más injuriosas, de los insultos personales y, a veces, de un peligro real e inminente con que suele amenazarle la insolencia furiosa de los monopolistas, frustrados en sus propósitos".

Es curioso que en un párrafo dedicado exclusivamente a señalar el carácter utópico de la libertad de comercio, no decida señalar al Estado como el responsable de que la libertad de comercio no pueda realizarse, sino precisamente al Monopolio, como el principal referente del que hay que ocuparse.

Pero ¿no era que Adam Smith decía que el Estado no debía intervenir con la libertad de comercio, no debía regular los mercados, que los mercados se autorregulaban solos?

Fuera de la metáfora de la dichosa mano invisible que guía los intereses individuales promoviendo el bienestar general, es difícil encontrar algo así como una teoría o explicación de la autorregulación de los mercados en su obra, ya que Adam Smith concebía la economía política "como una rama de la ciencia del estadista o legislador", es decir, como una disciplina de interés más para el Estado que para los individuos, en una notoria diferencia con el pensamiento de los economistas neoclásicos, que han hecho del individuo y su libertad lo que Hobbes hizo del Estado, una entidad autosuficiente y necesaria para el progreso de la humanidad, con la consecuencia de exaltar la arrogancia empresarial y las predicciones de los economistas a niveles que ningún científico social serio hubiera estimulado.
Sin embargo, el liberalismo no discutió a Hobbes diciendo "No es el Estado, es el individuo", sino defendiendo una relación entre esos individuos que necesariamente presuponía autoridades y reglamentaciones de todo tipo, pero que limitaba el poder del Estado soberano: el liberalismo nunca fue absolutista, nunca creyó que el individuo y su propio interés bastaban por completo, pero tampoco creyó que el Estado debía ser algo impuesto desde afuera, siempre puso la sociedad civil por encima del individuo, lo que más adelante decantaría en el contrato social, donde lo que hacía el papel de entidad era el acuerdo y por eso fue, el liberalismo, ante todo, una defensa de las razones y el derecho que garantizara mínimos niveles de igualdad de oportunidades, y por eso rara vez dejo de pensar en el bienestar público, y por eso Adam Smith no justificó el interés privado por el interés privado en sí, sino actualizando el grito ideológico-o la crítica-de Mandeville acerca de los vicios privados como generadores de la prosperidad pública, en tiempos de Adam Smith, la prosperidad de las naciones; realmente es muy difícil pensar que el interés privado haya sido más importante para Adam Smith que la prosperidad pública, comenzando por el título que escogió para ponerle a su libro.

Pero entonces, ¿qué pensaba Adam Smith del Estado?

"El gobierno civil supone una cierta subordinación; pero como su necesidad crece gradualmente con la adquisición de propiedad valiosa, las principales causas que de una manera natural introducen la subordinación, crecen parejamente con el incremento de esa propiedad".

Por un lado, Adam Smith no pudo llegar a ver que la historia acentuaría los abusos y las reacciones a los mismos y que, por lo tanto, el Estado cada vez iba a tener que cumplir más funciones; y él no pudo ver esto en gran medida por no conocer la revolución industrial y las consecuencias sociales que esta traería para las clases humildes; pero también, por otra parte, con la llegada de los totalitarismos, el gobierno civil sería identificado con el Leviatán y ya no podría ser rescatado por los nuevos liberales, los cuales le adjudicarían todos los males y endiosarían al individuo por sobre encima del estado : la crítica de Locke a Hobbes se convertiría por medio de la opinión de los nuevos liberales en una defensa encarnizada de la libertad del individuo y su razón impoluta , y esta opinión se aferraría a las ideas de Adam Smith en un acto de apropiación casi tan equívoco como el del superhombre nietzcheano por el fascismo.

La sensibilidad que muestra Adam Smith para con los pobres está años luz del profundo desprecio pseudoaristocrático ( al estilo Spencer) que muestran los neoliberales con la suerte de las clases humildes, y es necesario recalcar esta palabra "suerte" porque uno de los argumentos más falaces en los que incurren los autodenominados liberales es el de creer que la meritocracia alcanza para definir los derechos a propiedad en una sociedad libre, sin tomar en cuenta que el papel de los méritos en la construcción de la fortuna es, por lo menos, dudoso, y que muchas veces la suerte es el fundamento de grandes fortunas, cuando no lo son las injusticias o cosas peores : fuera del karma oriental, y en la sociedad occidental, es sospechosa esta fórmula de "la pobreza como consecuencia de la falta de mérito" de un razonamiento errado, de una consecuencia forzada de una premisa, en suma, de una evidente falacia: la arrogancia y la irracionalidad suelen ir de la mano en estos casos, porque ambas suelen ser siempre puntales de la clase dominante, y esta no es una razón menor de todas las razones por las cuales es importante ampliar la clase media para que un país progrese.

Sin embargo, Adam Smith como Locke también cree en que el Estado principalmente protege a los ricos, aunque no diga que deba hacerlo, sino que es así como funciona, y dado que la paz y el orden son más importantes que el consuelo del miserable (miserable sin connotación peyorativa) para evitar que los pobres se abalancen sobre los ricos es necesario el Estado; esta idea que fue refinándose a lo largo del tiempo, propició que frente al ascenso del socialismo en Europa los estados amenazados por la organización de la clase obrera se convirtieran en estados profundamente reformados, ya que la administración de justicia (aun con mano dura) no garantizaba que pudieran detener el impulso revolucionario, terminaron concluyendo que sólo con un estado más fuerte, que se ocupara de los problemas sociales, se garantizaría un progreso continuo y no peligrarían los intereses de la Nación: así nació el Estado de Bienestar, al que luego sería asociado el principal receptor de las críticas neoliberales: John Maynard Keynes.

Es evidente que dentro del pensamiento liberal generalmente hubo una defensa del estado, y de un estado fuerte que paliaría los efectos nocivos que tienen las desigualdades sobre la construcción de una sociedad civil, en primer lugar, protegiendo a los ricos de las consecuencias de las inquietudes que genera su posición entre los menos favorecidos, y en segundo lugar, otorgándoles más derechos y beneficios a los pobres para evitar estallidos sociales y revoluciones, y esto no tuvo que ver en lo más mínimo con lo que hoy denominan populismo sino con la  supervivencia de las sociedades industriales en épocas de profunda desigualdad: como es impensable un liberalismo sin Estado, ya que la sociedad tiende hacia la desigualdad y a provocar enfrentamientos, los hombres afortunados necesitan protección de los menos desafortunados y esa protección solo puede darla el Estado; pero a la vez, a lo largo del ascenso del capitalismo global, cada vez se hizo más evidente que no alcanzaría con la protección sino que habría que quitar fundamento a las inquietudes generadas por la desigualdad, construyendo un estado de Bienestar que garantizara servicios básicos para todos, el que hasta hoy goza de buena salud en las principales naciones desarrolladas del mundo y ha logrado evitar la mayor parte de los conflictos que podrían haber surgido.

Pero es injusto (o al menos inexacto) pensar que el liberalismo solo se preocupó de proteger los intereses de la clase dominante como sugería Marx: también ha habido grandes liberales que han sido fuertemente cuestionados (e incluso han querido atentar contra su vida) por decir que la pobreza era un orden profundamente antinatural , que había que gravar a los ricos y volver de a poco a una sociedad donde todos tuvieran su propiedad de suelo, y es bueno recordar a Thomas Paine (aunque no sea precisamente un defensor del Estado) en el momento en que aparece a nivel mundial la idea de un impuesto progresivo a la riqueza:

"No se trata por tanto de abolir ninguna propiedad privada, sino más bien de permitir que todos, mediante la redistribución operada por la renta basica, cuenten con unos recursos mínimos a la hora de decidir cómo quieren ganarse la vida. Se trata de evitar de este modo el chantaje de la supervivencia, la precarización social y las desigualdades flagrantes; y de permitir, en un momento como el actual en que el concepto mismo de trabajo se halla en crisis, encarar el porvenir desde la libertad y no desde la cruda necesidad".

Redistribución fue la palabra clave para este hombre, que invocaba la justicia agraria mucho antes de que Marx naciera, y redistribución es hoy la palabra clave en los principales economistas del mundo, por eso creo necesario hacer este humilde recorrido por las ideas liberales económicas culminando con él, tan cercano a la sensibilidad de los referentes actuales.

¿Y de qué hablamos cuando hablamos de liberales? De nada que se pueda considerar demasiado actual, por supuesto: el liberalismo y el capitalismo han sido hasta ahora casi incompatibles; de no ser por la enorme apropiación que ha hecho el capitalismo de este término, la verdadera cara del capitalismo, la creación de nuevas aristocracias, se hubiera visto ya hace mucho tiempo. Del lugar central que ocupa el monopolio señalado por Marx a la ilustración de la clase ociosa de Veblen no se puede decir que no se hayan dejado señales de la incompatibilidad del capitalismo con los ideales liberales; sin embargo, la propaganda capitalista ha sido absolutamente eficiente, y han convencido a la gente de lo natural del asunto hasta tal punto que, como dijo Zizek, "es mucho más fácil imaginar el fin de toda la vida en la tierra que un mucho más modesto cambio radical en el capitalismo": que hayamos dejado de percibir el despotismo de la sociedad de consumo, que ni siquiera entendamos su carácter despótico, que no entendamos tampoco la fragilidad de nuestro estado de derecho, que no está actualizado ni a las amenazas actuales ni a las intrusiones violentas que ejerce la sociedad actual sobre nuestras vidas, debido a que hoy las amenazas son mucho más refinadas y más difíciles de percibir , por medio de agresiones silenciosas a las que hemos sido sometidos, por un lado por las reglas de la eficiencia empresarial (del alimento a la medicina y mucho más), y, por el otro lado, por una industria orientada hacia una sociedad de control, en la que ya no podemos detectar el control que opera sobre nosotros, donde no solo inmensas poblaciones fueron sujetas a la obsolescencia programada y a la repetición de impulsos  (a una racionalidad técnica rentable, por encima de una racionalidad humana sustentable), sino que la misma ciencia, que nunca ha sido libre, pero en otros tiempos tenía un margen de maniobra, hoy parece tener cada vez menos margen de maniobra, y especialmente en lo que se refiere al progreso de la humanidad en su conjunto, haber sido cooptada por intereses, impidiendo el progreso para retener los negocios; y es que incluso en las concepciones democráticas no deja de evidenciarse que algo no cierra del todo al pretender responder la pregunta: sí, claro, no se puede decir que no haya liberales, hay gente que cree profundamente en el liberalismo, pero el liberalismo nació para pelear contra los absolutismos y contra las irracionalidades de las clases acomodadas de su época, y hoy cuando hablamos de liberales, solemos hablar en general de quienes callan sus verdaderas ideas, sus verdaderos intereses y sus verdaderas posiciones, los que establecen como coartada racionalidades objetivas del mercado, derechos civiles en abstracto y demás mercancías sofisticadas, y más especialmente, quienes consideran como absolutismo cosas similares a las que en épocas pasadas se consideraron absolutismos (sin comprender que hoy el absolutismo se ha vuelto mucho más sutil); quienes consideran irracional lo que no es ciencia consensuada (sin comprender que hoy la ciencia consensuada ocupa el lugar que antaño ocupó la religión); los que consideran la democracia y el libre mercado valores que hay que defender a toda costa (sin comprender que la democracia actual no es democracia y que el libre mercado actual tampoco lo es, y que, justamente, lo único que puede garantizar en buena parte de las naciones esos valores, es lo que anteriormente se veía con recelo, un fuerte estado preocupado por el bienestar general ) ; es decir, que hoy se han apropiado del liberalismo los que defienden la racionalidad del mercado con el mismo celo que se defendía en otros tiempos la racionalidad teológica (sin comprender como la razón humanista se ha perdido en el camino).


En suma, quienes no cuestionan más que lo que ya ha sido cuestionado en otras épocas para mantener intactos los intereses de esta época, son esos, a menudo, los que se llaman a sí mismos liberales, como reflejos equívocos de ideas muertas.


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