por Federico Anzardi
Periodista (ex editor de Rock Salta, editor del blog Frases rockeras)
En 1998, una pancreatitis está a punto de matar a Diego Arnedo. La enfermedad obliga al bajista a bajar muchos cambios y a Divididos a replantear su carrera, por entonces incierta después del autoboicot por el éxito de La era de la boludez. Ese año aparece Gol de mujer, un compilado de lugares comunes del grupo. Un penal fuerte y al medio.
En febrero de 2000, el Suplemento Sí! pone en tapa a un Ricardo Mollo flaco que contrasta con el gordo que se comía las cuerdas de sus guitarras. El impactante cambio es “la consecuencia visible de una fuerte transformación interior”. “No sé qué hacer con mi pasado, con mi presente y mucho menos con mi futuro”, dice, contento con su incertidumbre existencial porque la ve como un nuevo comienzo. Ese año empieza a tomar clases de canto. El tipo que gritaba y roncaba despierto en la aplanadora noventosa comienza a dejarle el micrófono a un cantante limpio y profundo.
Divididos madura hasta posicionar esa revolución del ser en el lugar más importante de su motor creativo. Convierte a Ricardo Mollo en el gran protagonista de los últimos quince años de la banda. Narigón del siglo, yo te dejo perfumado en la esquina para siempre, publicado a principios de 2000, es la primera señal del cambio.
Para grabar el álbum, el grupo aprovecha el 1 a 1 y se instala en Abbey Road. La experiencia londinense entrega dos grupos de canciones separadas por temáticas bien definidas, a medio camino entre el sonido clásico de la banda y la innovación. Con el tiempo se convierte en uno de los discos más celebrados del trío.
Lo primero que se escucha en el disco es la radiografía social de un país cíclico. Divididos vuelve a hablar de una era de la boludez que sigue su curso. Narigón… marca características que van más allá del cambio de siglo. Señala la tendencia nacional a estallar siempre a fin de año, logrando una “mezcla rara de angustia y cañita voladora”. “La firma del opa” habla del menemismo en fuga y está musicalizada con un tambor metálico que le da un aire de gobierno de república bananera.
La otra sección de canciones es la más atractiva y representa el verdadero cambio. “Par mil”, “Qué pasa conmigo”, “Vida de topo” y “Spaghetti del rock” forman la columna vertebral de la renovación espiritual. Con una balalaika tocada por Arnedo y tablas hindúes a cargo del baterista Jorge Araujo, Mollo desinfla su ego reconociendo no ser tan importante y aclara que lo suyo no es una cuestión religiosa, sino una búsqueda interior que espera encontrar el alma. Probablemente golpeado por una separación traumática que lo lleva a preguntarse qué pasa con él y a empezar a entender que se agranda con un poco de amor, el flaco Ricardo no quiere angustia ni soledad. “Spaghetti del rock”, una balada con cuerdas y estribillo FM es una incursión inédita para la banda. Con la sensibilidad a flor de piel, Divididos deja de lado sus clásicas letras abstractas y pone las emociones al frente.
El 2000, año fundamental para Divididos, sienta las bases del futuro. En doce meses, el trío avisa que no se va a quedar quieto. La presentación de Narigón del siglo... en el Luna Park junto a DJ Zuker, el show experimental en la desaparecida FM Supernova y el concierto en el Pucará de Tilcara son muchos hitos en poco tiempo.
La mezcla rara de angustia y cañita voladora aparece otra vez en diciembre de 2001. Menos de un año después, Divididos vuelve a editar un disco mitad existencial y mitad escrito con el diario. Vengo del placard de otro es un álbum heterogéneo y desparejo, donde se percibe a un trío que todavía está buscando “qué puertas abrir, qué puertas cerrar”. Las morcillas de la tapa no sólo son el moretón del golpazo nacional post Fernando de la Rúa, también funcionan como cicatriz de la banda. El grupo atraviesa la tranquilidad después de la paliza, aún sin saber para dónde ir. La foto interna, con Arnedo en camilla tras haber sido asaltado y golpeado, es más que apropiada.
Otra vez, lo mejor está en la búsqueda interior. “Puertas” es una gran metáfora del caos mental y los desafíos de comenzar de nuevo. La inclusión de “Guanuqueando”, de Ricardo Vilca, grabada en vivo en Tilcara, no sorprende. Es un paso más en el camino folclórico de la banda. A Mollo se lo escucha mejor. En todo el disco ya canta distinto, pero acá disfruta en medio de un clima de peña no marketinera, sin ponchos. El audio que cierra el álbum (“Uei paesano”) parece agregado de apuro para respetar la cuota absurda de cada disco. Es un trabajo con poco humor, de recuperación y volver a ponerse de pie. Narigón del siglo... había sido el impulso, Vengo… es la duda, el preguntarse si el cambio es efectivamente posible.
La búsqueda continua en 2003 con un show acústico en el teatro Gran Rex, editado en un álbum doble llamado Vivo acá. Sirve para romper prejuicios y mejorar canciones. En 2004, Jorge Araujo abandona el grupo y lo reemplaza Catriel Ciavarella, el cuarto y hasta ahora definitivo baterista de la banda. Comienza entonces un ostracismo discográfico que impacienta a los fanáticos y a la prensa. Se vislumbra un Chinese Democracy autóctono. Pero el proceso que había comenzado en 1998 está consolidándose internamente.
“Más vale que los rockeros jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad. Porque en esa profesionalidad se establece un juego que contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer incontenible la piel original de la idea creada”, escribió un Spinetta rabioso en 1973 en su manifiesto Rock, música dura, la suicidada por la sociedad. Amapola del 66, publicado en marzo de 2010, reivindica las ideas del rock que originaron el movimiento en nuestro país y provocaron que Mollo y Arnedo se hicieran músicos. El disco rechaza la industria que reemplazó la angustia existencial de los inicios y que moviliza todo proceso creativo.
“Muerto a laburar” y “Amapola del 66” resumen la idea del disco. En la primera canción, Luca Prodan es utilizado por la maquinaria discográfica y comercial del rock, que lo vuelve morbo-pasión, bandera y ringtone. En la segunda, Mollo canta mejor que nunca y dice que el tiempo es hoy, abriendo un círculo que se cierra dos temas después, en “Senderos”: allí explica que viene de ayer, pero no es el ayer. Mañana es mejor. Spinetta omnipresente. Los herederos del Flaco podrían cobrar regalías por este álbum. Amapola del 66 no es una reedición de los viejos valores, sino una redención del ingenuo sueño del rock que sirve para trascender al ser, encontrar el alma.
En los últimos quince años, Ricardo Mollo y Diego Arnedo sumaron a su gran capacidad instrumental y compositiva un elemento que es más difícil de encontrar y que no aparece sólo por ensayar mucho con el baterista de turno: aprendieron a hablar sólo cuando tienen algo para decir. Alcanzaron la madurez conociendo sus tiempos. Nada suena forzado en el Divididos actual. Porque bebe de sus influencias y convicciones más profundas para mirar al futuro.
[Foto por Ignacio Arnedo]
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