por Oscar Cuervo
Editor de los blogs Taller La Otra, Un largo y Uno cada día, conductor de La otra.-radio, docente.
En la mega-encuesta que emprendimos junto a La Música es del Aire y Patologías Culturales, Charly García ocupa, entre los artistas más votados, un curioso e incómodo puesto 14, compartido con Los Natas y Valle de Muñecas, lo que deja una idea muy imprecisa de la importancia de la obra de Charly en el período que va desde el 2000 a la actualidad. Incomodidad e imprecisión de la contabilidad aritmética. Porque, por un lado, Charly es una estrella radiante en torno a la cual gira el completo sistema de la música popular argentina contemporánea; por el otro, estos últimos quince años pueden considerarse los del eclipse de la estrella. Y, sólo tal vez, un período de espera de una futura restitución de su lugar solar.
¿Según qué parámetros la importancia de Charly sería equiparable a la de Los Natas o Valle de Muñecas, e incluso quedaría atrás de Acorazado Potemkim, El Mató a un Policía Motorizado o los mismísimos Babasónicos? Según el arbitrario corte temporal que elegimos para hacer nuestra consulta y según la inexorabilidad de las opiniones sumadas una por una.
El tiempo que va del 2000 hasta hoy es el de su indisimulable declinación, lo que lo pone muy lejos de aquellas cimas creativas: Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974), Películas (1977), Grasa de las Capitales (1979), Yendo de la cama al living (1982), Clics modernos (1983), Piano Bar (1984), La hija de la lágrima (1994) o Say no more (1996), lo que va desde los grandes capítulos de la novela argentina en tiempo real, con una instantaneidad como nadie supo captar, ni en el cine ni en la literatura; menos que menos en la música; hacia el abismo negro de su cueva interior. Obras inconmensurables, postales de una percepción demasiado aguda en fricción con un mundo lacerante. Varias generaciones han preformado su sensibilidad entre los destellos y las zonas oscuras de estos discos. Sería inhumano pretender que esa entrega se prolongue perpetuamente.
La obra de Charly, como corresponde a todo gran artista romántico, se funda en el cuerpo de Charly. Y a menudo sucede que el cuerpo del artista se funde en su obra. Por eso la década del 90 termina con un cuerpo fundido: el agotamiento es efecto del dispendio que la obra demandaba. Llegado a un punto, en plena noche neoliberal, su show interminable devino en teatro de la crueldad en el que la música era la reverberación de un cuerpo exangüe.
Como fuera, si nos limitáramos a decir que el período 2000-2014 constituye su simple decadencia, sería un dictamen correcto y perezoso. Porque, si bien el ritmo creativo y la inspiración fueron apagándose, en el eclipse hubo momentos de fulgor como los que pocos o casi ningún otro músico puede ofrecernos.
En 2002, cuando casi todos desesperábamos de él, Charly nos ofrece un disco: Influencia, y en el centro del disco un tema, “Influencia”, que curiosamente él no compuso, sino extrajo de algún rincón de su caótica memoria pop. Una pieza de Todd Rundgren olvidada por todos a cuya versión original, según Charly, le faltaba producción. Y vaya si tenía razón. El modo de apropiación que lleva a cabo sobre este material ajeno es un gesto de genialidad asombrosa. No hay quizás otra canción más Charly García que esta que él no compuso. La traducción de la letra es de una elegancia insuperable, cada palabra calza no solo en la métrica, en los acentos y en el sentido, sino que también funciona como la más ajustada autoconsciencia que él podría haber plasmado. La versión concisa y serena de los años que Charly vivió en peligro. En “Influencia” (la versión), traduciendo a Rundgren, se traduce a sí mismo para el público terráqueo, con mucha mayor precisión que la que ningún observador externo podría lograr. “Debo confiar en mí,/ lo tengo que saber/ pero es muy difícil ver/ si algo controla mi ser./ Puedo ver y decir y sentir mi mente dormir/ bajo tu influencia.” Los ojos enrojecidos de su primerísimo primer plano en el arte gráfico del CD logran con elementos mínimos reforzar la connotación demoníaca a la que alude la letra. El tratamiento sonoro de la canción es límpido, con apenas el esqueleto rítmico y armónico y, bien adelante, la voz de una vulnerabilidad que el original simplemente desconocía. Ese registro vocal expone una desnudez documental que desafía los límites de un género, el pop, que suele preferir vestuarios y maquillajes.
El resto del disco se mueve con astucia entre la apropiación explícita, el plagio soterrado, la revisitación de sí mismo y la cita oculta. En “I’m not in love” extrae una frase melódica de “She’s not there”, un tema de una banda inglesa de principios de los sesenta, The Zombies. y alrededor de ese “It’s too late to say I’m sorry, baby” que Charly traspone como “es tu ley hacerme sentir culpable”, construye una explicación de su extravío existencial (“Estoy andando por las vías del tren/ haciendo cosas que no quiero hacer/ pero esto tiene una explicación/ I’m not in love”) de sabor agridulce.
También los Stones de “Sing this all together” se dan cita en “El amor espera”, una suite de varias partes (cualquier compositor menos agraciado podría hacer varios discos con las ideas musicales que Charly pone en juego en cuatro minutos y medio) que remite a momentos épicos del propio García de Sui Generis, Serú Giran o La hija de la lágrima, es decir, un Charly eterno y esencial, digno de cualquiera de sus mejores discos:
Pero si resbalas y no te caes, mi amor.
pero si tus alas no se queman al sol.
todo el mundo sabe que no puedo vivir sin vos.
Somos como peces que están fuera del mar,
fuimos tantas veces hacia el mismo lugar.
todo el mundo quiere, todo el mundo quiere olvidar.
El resto del álbum acompaña como puede a estas tres glorias. Influencia es al mismo tiempo un disco de covers ocultos y un autorretrato cuya síntesis se opone deliberadamente a la disipación de sus precedentes caóticos de los noventa.
¿Se puede hacer historia con un solo disco? Más aún, ¿con solo tres canciones? Sí, si son tres canciones tan buenas como estas. Como las que ningún otro puede hacer.
Pero por 2004 Charly todavía tiene algo más para ofrecer: una noche inolvidable en el Quilmes Rock, bajo una lluvia torrencial. Un show que empieza en modo errático pero al que la tormenta insufla de una potencia desbocada, una celebración del rock and roll y una ceremonia triunfal. Quizás se haya tratado de su mejor y a la vez su último gran show.
Lo que sobreviene es tocar fondo y tratar de vivir para contarlo. Una rehabilitación en público, en la que todos nos congratulamos por su supervivencia. Y luego el reposo de una etapa revisionista, de un Charly que se detiene a contemplar lo que ha hecho y a recrearlo respetando las partes de cada canción, como nunca antes lo había hecho. Ese revisionismo llega a su momento culminante en el Teatro Colón de “Líneas paralelas” (2013).
Lo que venga de acá en más (¿una película? ¿nuevas canciones?) es algo que comentaremos en nuestro balance de 2033.
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