por Diego Mancusi
Periodista y músico (La Orquesta Carmesí), co-conductor de Monoambiente en Nacional Rock
“Los Natas son los Backstreet Boys del stoner”, berrea un fulano enojadísimo en ese maravilloso vórtice de elitismo de sótano llamado Metal Archives. Antes en su perfil definía: “jeans ajustados, campera de cuero y pelo largo representan la imagen del heavy fucking metal”. Una cosa explica la otra: la vieja guardia del rock pesado, con su imaginario tallado en piedra desde los 70, su innato recelo al cambio y su identidad mayormente obrera, recibió al grupo liderado por Sergio Ch como se recibe al rubiecito nuevo en la escuela pública. “Lo de Los Natas no es metal”, repetirán hasta hoy, negándole el status heavy a algo flagrantemente inspirado por Black Sabbath sólo por los desaires estéticos y por el pecado de acercar la música oscura a la juventud de clase media (¿y alta?) que no mamó la diáspora de V8 ni se sintió cómoda calzándose la remera de Maiden y tomándose un tren al Oeste para ver un festival con siete bandas de logo ilegible.
Sólo con esa miopía por elección se puede ver a Corsario negro (2002) como un disco en el que Los Natas -volvemos a citar al amigo Gabometal86- “se están ablandando todavía más”. Tras un par de álbumes que podríamos enmarcar en la ortodoxia valvular (sin que por ello sean menores: Ciudad de Brahman de 1999 es de lo mejor de su carrera), el trío se alía con Billy Anderson (productor de Melvins, Orange Goblin, High on Fire, Sleep, Om y demás bestias sludge), amaina el pulso, clarifica el sonido, agrega matices, se suelta y a la larga gana en contundencia. El clima queda establecido en la intro, una recreación ominosa de “Also Sprach Zarathustra” convenientemente llamada “2002”. De ahí a la marcha amenazante de “Planeta solitario”, dictada por un riff reiterativo que repta sobre una base psicodélica. La batería de Walter Broide dispara ritmos imposibles en “Patas de elefante”, mientras que “El cono del encono” es doom puro y duro, mucho más cercano a la narcolepsia dañina de Electric Wizard que a Queens of the Stone Age. La coda boogie woogie de “Lei motive” desemboca en un amigable pasaje ambiental llamado “Hey Jimmy”, pero la paz se acaba con el fraseo cortante de “Contemplando la niebla”. “Bumburi” muestra otra gran influencia: el Pappo's Blues de los primeros cuatro volúmenes, con su trote rocanrolero que promete reviente pero se ahoga en disonancia. Kyuss y Vox Dei se entrecruzan en “Americano”. Pasa el drone de un minuto “El gauchito” y llega al fin el tema que da nombre al disco, un instrumental de casi ocho minutos que sintetiza todo lo que venimos escuchando: riffs marciales sobre estructuras inquietas, atmósfera sobre groove, calma y furia sobre movimiento, pesadez sobre libertad.
V8 edita en 1983 Luchando por el metal, el big bang de todo lo que nos gusta. Casi dos décadas después Los Natas hacen de Corsario negro su “Luchando contra el metal”, un disco con el que se meten de guapos al ring del heavy y le hacen frente a todo lo que se venga con técnicas poco convencionales. ¿Consecuencias? Por un lado la acción: una nueva concepción de lo agresivo, que engendraría un público y pariría una escena, además de darles margen para estirar el género hasta lo irreconocible en el doble interestelar Toba trance (2004) y luego rebotar con el uno-dos al hueso, crudo y riffero, de El hombre montaña (2006) y Nuevo orden de la libertad (2009). Y por otro la reacción: mucho cabezón escupiendo bilis por un despiste que ni el caudillo Iorio pudo apaciguar grabando con ellos nada menos que “El ass de espadas” de Motörhead.
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