martes, 1 de abril de 2014

Juana Molina, Fernando Cabrera, aprendices de magos

por Willy Villalobos

Cuenta la leyenda que este verano tocaron el negro Rada, Jaime Ross y Fernando Cabrera en uno de esos megafestivales donde no terminás de ver a un artista que ya está subiendo el otro.

También cuenta la leyenda que hace unos cuantos años el Negro y Jaime se llevan como el orto, pero de eso no me voy a ocupar en esta crónica porque, la verdad, poco agrega.

Pero resulta que ese día, el día que tenían que tocar los tres, Rada y Ross, a quien los une o separa la figura de Mateo, no puedo con mi genio, se pusieron de acuerdo.

Resulta que tenían que decidir quién iba a cerrar el recital y era obvio que cualquiera de los tres tenía suficientes pergaminos y trayectoria para hacerlo. Pero a Jaime se le ocurrió sugerirle a Rada que el indicado para dar por terminado el concierto era Cabrera y el Negro estuvo de acuerdo inmediatamente.

“Donde toca Cabrerita ya no puede tocar nadie”, dijeron los dos a dúo.

¿Hay un elogio mayor que ese para Fernando Cabrera, uno de los más grandes compositores del Uruguay?

¿No es este un buen motivo para salir corriendo a buscar su música? Cabrera es un amigo imprescindible para entender ese loco mundo del que formamos parte y eso lo tienen bien claro sus compañeros de ruta.

La idea con la que escribo es esa. Tratar de transmitir lo importante que son estos grandes, me refiero a Fernando Cabrera y Juana Molina, para que todos los que se banquen la sensibilidad y la inteligencia que ellos transmiten puedan tener en su mochila esas canciones que sirven como bastones para caminar la vida.

Dije Juana Molina porque también voy a escribir algo de lo que vi y escuché en su misterioso recital del teatro Solís, un pequeño teatro Colon. Lo comparo para que se tenga en cuenta el marco en el que Juana, merecidamente… ¿tocó?, me parece que esa palabra es chiquita para describir la brujería con la que conquistó al público.

También está claro que donde toca Juana tampoco puede tocar nadie más.

Tendrían que ver la cara de asombro y felicidad de la gente saliendo del Solís para corroborarlo.

Más de mil kilómetros viajé para encontrarme con estos dos tesoros y doy gracias a mi espíritu inquieto por haberlo hecho.

La escritura va a ser desordenada, voy a mezclar los dos recitales porque pienso que estos dos grosos tienen mucho en común y logran llegar al mismo lugar usando métodos completamente diferentes.

El año pasado vi a Cabrera en Buenos Aires con su nueva banda: Herman Klang en teclados, Juan Pablo Chapital en guitarra, Ricardo Gómez en batería y Federico Righi en bajo.

A la salida del concierto se armó una discusión y el tema era si el quía era mejor sólo o en banda. Suele suceder cuando los artistas cambian la propuesta, como en este caso, que genera ciertas resistencias, ya que estaba asegurado que tocando sólo te rompía el bocho y que con la banda hay algo nuevo que distrae, que lo saca del centro de la escena. Debo reconocer que estaba equivocado, el tipo es impresionante, se presente como se presente. "Nosotros tocamos chiquito, el resto lo hace el maestro”, me decía Herman al finalizar el concierto en el espacio Guambia, un lugar donde en la época de los milicos se animaban a presentar a los impresentables para los que usan gorra.

De todas maneras al terminar el recital uno se queda con las ganas de escuchar más a la banda, porque cada vez que pelan, asombran.

Juana Molina, la maravillosa Juana, la Heidimetal Juana, creo que es un apodo que le viene perfecto, hizo magia en el Solís.

Acompañada por Odín Schuwartz en teclado, el tipo que tiene toda la jugada en la cabeza, y Diego López de Arcante en batería, haciendo justo lo que Juana necesita, y la rubia en el centro con teclado, pedales y con una guitarra eléctrica colgada que le da un aire rocanrolero que la hace más linda todavía.

”El cambio fundamental para mí de la guitarra eléctrica es que no se ve ni se oye. La tenés pegada al cuerpo y es como que se integra físicamente. Con la acústica hay un aire entre vos y la guitarra. En la eléctrica la tenés pegadita, hay algo que pasa ahí, es muy importante y lo descubrí ahora” -dice Juana para explicar el cambio de instrumento.

Aunque en el recital vuelve a tocar temas viejos con la acústica a pedido del público, que quiere escuchar temas de los primeros discos.

Tanto Cabrera como ella necesitan compañía para poder jugar a lo que mejor saben y no estar tan pendientes de la cosa.

Los dos presentaban disco nuevo, ella Wed 21 y él Viva la Patria.

Juana se ríe de sí misma, ridiculiza sus equivocaciones, conversa con el público, baila, agradece a sus músicos cuando la ayudan a recordar cómo sigue la película. Su manejo del escenario nos recuerda que el humor que tantos extrañan en su paso por la tele sigue intacto. Juana y sus hermanas siguen vivitas y coleando, pero están en otra cosa, cambiaron. Esta vez las hermanas son esos misteriosos sonidos que va grabando uno sobre otro hasta conseguir una orquesta que, si te entregás, te lleva a increíbles mundos de placer.

Había que bailar al ritmo de la magia que la bruja proponía desde el escenario. El Solís quedaba demasiado careta como para poder soportar sentados semejante propuesta.

Juana se supera, ya no hace eje en sus letras sino en la alquimia que los sonidos producen cuando se mezclan con frases que se repiten. “Es un Mantra”, me dice la rubia que me acompañó a verla. Para mí es brujería de la buena.

Ella y Cabrera tienen mucho en común. Los dos son algo así como discípulos de uno de los más grandes músicos del mundo, Eduardo Mateo. Los dos son muy exigentes con el público porque necesitan que los que los vayan a ver estén a la altura de su sensibilidad.

Cabrera te va llevando de a poco, como un boxeador que te va tocando con la izquierda, te va tanteando, hasta que luego de describir una situación totalmente cotidiana te emboca un derechazo, una verdad, que te deja en la lona, emocionado. “Estoy regando el tiempo con tu recuerdo/ y entre los dedos con el agua vas vos”. O “Te atrapó la noche/ la oscuridad traga y no convida”, dos de los tantos knock-outs de Cabrerita.

Juana hace lo mismo, arma una orquesta invisible y cuando menos te lo imaginás, ya estás navegando por donde ella quiere, volando con las aves de su imaginación.

Hablando de reconocimiento, también sabemos que ninguno de los dos es profeta en su tierra, aunque el caso de Cabrera es todavía más incomprensible. Estamos tan acostumbrados al maltrato que cuando aparecen los aliados no sabemos reconocerlos.

Hay quienes dicen que Fernando canta mal, que desafina... ¡que canta como una oveja! Son los mismos que cuando el tipo empieza a triunfar en Buenos Aires se les ocurre prestarle atención.

Y es gracioso porque se fijan en que los argentinos le presten atención a Cabrera, a pesar de que “todos los argentinos son unos chorros”, a pesar del “tuerto y la vieja”, a pesar del pedido de ayuda a los EEUU que hizo el futuro presidente del Uruguay pensando que Néstor los iba a… ¡invadir! Y, como si esto fuera poco, hace un par de semanas , el ministro de economía de Mujica dijo que Argentina era un país imprevisible, justo en medio de un intento desestabilizador,  y el candidato a presidente por el Partido Blanco, Lacalle Pou, lacayito, una especie de Macri de bolsillo, dice que Cristina es una mujer desequilibrada.

Estos giles que no se dan cuenta de los tesoros que tienen en la esquina de su casa, necesitan que los porteños los tomemos como propios para empezar a valorarlos.

Pero todo esto supongo que a Cabrera lo tiene sin cuidado. Para él “detenerse es morir” y si bien nosotros sabemos que, “se quema aquel que quiera su corazón”, da gusto acercarse, pase lo que pase.

Juana y Cabrera son de los que no encajan, aprendices de magos, imprescindibles para todos los que no quieren que nadie se ponga en su lugar, que nadie les mida el corazón.


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