sábado, 21 de noviembre de 2015

Las patentes y el derecho a una salud para todos


por Susana de Luque y Gabriela Bes

El tema de las patentes farmacéuticas es un asunto clave cuando se considera la salud y la calidad de vida de nuestra sociedad argentina. Está íntimamente relacionado con los precios de los medicamentos y  por consiguiente, con los presupuestos de salud pública y privada y el  acceso de la población a un derecho fundamental como lo es el derecho a la salud. Las patentes farmacéuticas son parte de los denominados derechos de propiedad industrial y habilitan a sus poseedores -empresas farmacéuticas multinacionales- a explotar comercialmente los medicamentos que han resultado de sus procesos de investigación y desarrollo.  El otorgamiento de una patente farmacéutica pretende reconocer, en términos económicos, la inversión realizada para la invención de medicamentos capaces de curar o mejorar las dolencias humanas. Las patentes son territoriales, es decir, que es una prerrogativa de los estados nacionales decidir a través de sus organismos correspondientes (I.N.P.I., Instituto Nacional de la Propiedad Industrial, en Argentina) si este derecho de propiedad industrial, se otorga o no. Para ello las oficinas de patentes deben evaluar tres variables: el nivel de innovación, de creatividad y de aplicación industrial  que posee  la invención que se pretende patentar. El reconocimiento de una patente implicará el derecho de explotar en forma monopólica durante un lapso aproximado de 20 años la producción y comercialización de las drogas o medicamentos patentados, proteger sus datos de prueba por 5 a 12 años y obtener una marca comercial con  registro sanitario previo.

Como en cualquier mercado, las prácticas monopólicas conducen a distorsiones y arbitrariedades en los precios. Pero en el ámbito de la salud la situación se torna mucho más inequitativa y dislocada en la medida que cualquier individuo o familia está dispuesto a pagar lo que sea necesario con tal de resolver su dolencia. Es en este marco en el que las empresas definen sus precios de venta. Como resultado de esta situación, se establecen precios abusivos que generan ganancias y transferencias multimillonarias desde las arcas sociales públicas y privadas hacia las empresas farmacéuticas transnacionales. La falta de relación existente entre los costos de producción de un medicamento -incluyendo las inversiones en desarrollo e investigación-  y los precios de venta deja ver una lógica mercantil extorsiva desleal que lucra con las posibilidades del bienestar de las poblaciones. Las patentes farmacéuticas y las prácticas monopólicas asociadas a su otorgamiento se constituyen, de este modo, en barreras que impiden el acceso al  medicamento como bien social  y con ello, se erigen como claros determinantes sociales de la salud. Si bien esta problemática es más dramática en los países de recursos medios y bajos que no disponen del conocimiento ni de la infraestructura necesaria para producir medicamentos, también es una realidad palpable en los países más ricos.

Por esta razón resulta imprescindible que el Estado adopte una posición activa en defensa de los intereses de la población. Si bien, por un lado está obligado por los acuerdos internacionales * a dar lugar a las solicitudes de patentes, por el otro, su responsabilidad principal es cuidar los recursos comunes y evitar los abusos de precios que provienen del ejercicio de una posición dominante en el mercado. Esto en el contexto de un sistema económico que ve en la salud una mercancía antes que un derecho. Es necesario que exista un compromiso político por parte del Estado que se focalice en los pacientes y la salud pública y ponga freno a los intereses de la Industria farmacéutica.

Argentina ha sostenido una tradición de cautela respecto al otorgamiento de patentes en el país. Por otra parte, en la última década, algunas iniciativas regionales desde MERCOSUR y UNASUR se han venido enfocando en el logro de decisiones conjuntas que permitan mejorar la posición negociadora de los países integrantes. Entre ellas podría mencionarse el acuerdo realizado en el  año 2009 entre los ministros de salud del Mercosur para la redacción de “guías de patentabilidad”. Estas guías tienen como objetivo construir procedimientos comunes y patrones de evaluación claros para posibilitar una revisión crítica de las patentes solicitadas en los distintos países. No en pocas oportunidades las empresas del sector intentan patentar drogas o medicamentos que no presentan caracteres suficientemente novedosos o, a través de lo que se denomina práctica de “evergreening”, intentan prorrogar los beneficios de una patente ya obtenida incorporando pequeñas modificaciones al producto y tratando de justificar su extensión y sus ganancias por muchos más años. En  2012, el Ministerio de Industria, Ministerio de Salud y el INPI emitieron en forma conjunta la Resolución MI 118/2012  MS 546/2012  INPI 107/2012 de patentes de invención y modelos de utilidad, dando  pautas para el examen de patentabilidad de las solicitudes de patentes sobre invenciones químico-farmacéuticas. Por otra parte, en consonancia con la necesidad de fortalecer la producción local de medicamentos, en diciembre de 2014 se sancionó la ley 27113 que declara de interés público y estratégico la investigación y producción de medicamentos en nuestro país y se anunció la creación de una Agencia Nacional de Laboratorios Públicos. Por último, en la reunión de ministros de salud de UNASUR de setiembre de 2015 se acordó la negociación conjunta para la provisión de drogas farmacéuticas y la posibilidad de conseguir rebajas sustanciales en los precios de compra.

Reflexión

Resulta importante tener en cuenta estas cuestiones porque es mucho el dinero que está en juego y son múltiples los instrumentos con los que tanto el Estado como la sociedad civil cuentan para llevar adelante acciones que contribuyan a evitar situaciones abusivas, y de este modo posibilitar el acceso a una salud de mejor calidad para todos (licitaciones obligatorias, salvaguardas en salud, oposiciones, importación paralela).  No hay dudas de que quienes adhieren por ideología a la preeminencia de la libertad de mercado antes que a las regulaciones estatales terminan favoreciendo a aquellos que tienen posiciones dominantes en el mercado, descuidando un derecho plasmado en la Constitución Argentina: el derecho a la salud. La integración regional de nuestro país con el resto de los países de la región no es una mera cuestión de latinoamericanismo folklórico sino que entraña la posibilidad de defender nuestros intereses desde una posición de mayor fortaleza, por ejemplo, frente a los laboratorios multinacionales farmacéuticos. En los últimos años, en Argentina, ese espíritu de consolidación regional y defensa de los derechos humanos –como lo es la salud- se ha instalado de manera auspiciosa. Habría que fortalecer (y votar) a quienes seguirán por este camino y rechazar de plano a quienes dejarían la salud a merced de los desatinos del mercado internacional. 


* En 1994, la constitución de la Organización Mundial del Comercio vino a reemplazar al acuerdo GATT sobre aranceles que regía hasta ese momento las prácticas de comercio internacional. La OMC incorporó temáticas trascendentes como las de la propiedad intelectual, las inversiones y los servicios, que hasta ese momento no formaban parte de los acuerdos y las negociaciones internacionales. A partir de estos acuerdos, los países miembros se comprometieron a modificar sus legislaciones locales y adecuarlas a los nuevos marcos internacionales. Se establecieron plazos y nuevas negociaciones a futuro. En el año 2001 se llevó a cabo la denominada Ronda de Doha cuyo objetivo principal fue avanzar en la reducción de los obstáculos al libre comercio. Los temas más sensibles, dados los intereses que involucran, fueron aquellos relacionados con el comercio agrícola y con los derechos de propiedad intelectual. Respecto a estos últimos, en esa oportunidad se acordaron los ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual para el Comercio) que intentan fortalecer, en una declaración aparte, la interpretación de los acuerdos en favor de la Salud Publica.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La pasión según Kierkegaard

Pintura: Alicia Puy

por Juan Carlos Sánchez Sottosanto *

Esta presentación anhela cumplir con un doble propósito; en primer lugar, brindarles a todos una cálida bienvenida a las Undécimas Jornadas Kierkegaard, que este año se titulan “Kierkegaard: una pasión”. En segundo lugar, y utilizando o remedando el método de comunicación indirecta como gustaba nuestro amigo danés (y más indirecta aún, porque lamentablemente no puedo estar presente en este momento), hablar de la pasión según Kierkegaard. Elegí adrede un título equívoco; quizás lo único no condenable de él sea el artículo “la”. Pues, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “pasión”? ¿por qué “según”? ¿Quién es (y utilizo adrede también el presente y no el pretérito) Kierkegaard? Las preguntas no son inocentes, por supuesto.

En nuestra habla cotidiana pasión puede remitirnos al deseo amoroso o a un hobby o a un equipo deportivo. Yendo a un diccionario podemos descubrir sus etimologías en el latín passio y en el griego pathos. En los vericuetos de la jerga escolástica, heredera del aristotelismo y del estoicismo, las pasiones pueden ser todas las afecciones de nuestra voluntad. Podemos hablar de pasiones que son virtudes y de otras que son vicios, y sincretizarlas con los conceptos cristianos de nuestra imagen y semejanza de Dios pero también con la herencia del pecado. Podemos hablar de pasión como padecimiento, o ponerle una mayúscula y allí entrar en la Pasión por excelencia, la de Cristo, que ha inundado toda una iconografía, toda una literatura, todos los catecismos. Los cristianos recuerdan (supuestamente) esa pasión a través de símbolos y rituales, el más conspicuo de ellos el de la llamada “semana santa”. El Cristo flagelado y después crucificado es una presencia tan fuerte que aún los no cristianos pueden introducir en las metáforas del lenguaje esas imágenes del Calvario. Erasmo, generosamente, habló también de la “pasión de Sócrates” y así, a partir de dos tremendos dramas individuales, se crean los grandes pilares de aquello que, para bien o para mal, llamamos Occidente.

Sobre el “según”, podemos decir que podríamos haber optado por otros adverbios y preposiciones, y hablar de la pasión de, por, hacia, ante, contra Kierkegaard. Y en cuánto a Kierkegaard, sospecho que todo “apasionado” por él tendrá más de un recaudo o sentimiento de imposibilidad al desear caracterizarlo. Posiblemente ese apasionado sienta, como Sócrates ante el oráculo délfico, que cuánto más intenta conocerlo más inaprehensible le resulta, pero paradójicamente esa inaprehensibilidad vuelve a Kierkegaard aún más apasionante. No suelen manejarse así las despistadas entradas de las enciclopedias que, soto voce SK, nos hablarán de fechas, del autor de, de un filósofo, de un teólogo, de un escritor, del padre del existencialismo o de tres estadios o del introductor del concepto de angustia en el léxico filosófico o cosas por el estilo. Pero de interrogar a Kierkegaard –o en sus defecto, a algunos de sus libros, en especial a aquellos no firmados con seudónimo sino con su propio nombre- nos encontraríamos con la autoconciencia de ser “solamente” un escritor religioso; que la pasión por excelencia es la fe; que el clímax pasional de una vida es ese punto cuasi místico (aunque detestaba el misticismo) que él llamó “instante”, la irrupción de la eternidad en el tiempo –y ya no el tiempo como imagen móvil de la eternidad como quiere el Timeo de Platón- para poder escuchar (o no escuchar, o escandalizarse ante) la voz de nuestro contemporáneo, el Cristo de los Evangelios, ante el cual las dimensiones cronológicas, históricas, geográficas, sencillamente se desmoronan ante la singularidad ebullente de ese escuchar o de ese ignorar en el cual se construye nuestra libertad.

Recordemos, sin embargo, que Kierkegaard siempre se erige como nuestro contemporáneo, pero que las cronologías oficiales nos dicen que murió un 11 de noviembre de 1855 y por lo tanto este miércoles, en estas mismas Jornadas, se cumplirán los 160 años de su muerte o, si queremos ir más allá con un paralelismo, con la pasión y muerte de ese individuo que creyó en el cristianismo pero que también sabía de su propia imposibilidad de ser un cristiano a plenitud. Del individuo que, tras una prolongada lucha –o agonía, en su  sentido etimológico- contra la cristiandad, perversión nefanda, burguesa y cómoda del verdadero cristianismo, murió colapsado cuando esa cristiandad, institucionalizada y sintiéndose traicionada por un pensador de valía, se ocupó en terminar con sus ya frágiles nervios. En ese sentido, la pasión de Kierkegaard –léase la fe, léase Jesucristo- lo llevó al padecimiento casi con rigores tan fuertes como los del Jesús histórico. Casi al martirio: en el sentido vulgar del término, pero aún más y nuevamente, en el etimológico: TESTIGO con su vida y con su muerte de su pasión por Cristo y su adversión (otra pasión) hacia esa caricatura de la palabra de Cristo que era –es- la cristiandad.

Pascal decía de Jesucristo que estará en agonía hasta el fin de los tiempos. ¿Podemos atrevernos a decir lo mismo de Kierkegaard? Yo creo que sí. Que su agonía comenzó hace dos siglos y no ha terminado, y felizmente no hay visos de que termine. Agonía en sentidos positivos, negativos y quizás neutros. Mientras podamos seguir a la escucha de su voz –siempre dirigida a un lector único y nunca erigida como una teoría abstracta- esa agonía continuará. Mientras nos interpele y lo interpelemos, e incluso decidamos dejar de escucharlo, Kierkegaard estará en una agonía –una lucha, un juego, una pasión- que no resultará en vano. Pero hay aspectos de esa agonía que no dejan de ser sorprendentes o, como querría nuestro autor, paradójicos. ¿No es acaso sorprendente que entre los “apóstoles” más ilustres de nuestro “escritor religioso” hayan sobresalido, con la notable excepción de un Gabriel Marcel en el campo católico o de un Karl Barth en el protestante, pensadores o artistas no creyentes de la talla de un Heidegger, un Sartre, un Camus, un Kafka, un Bergman? ¿No es sorprendente realmente esta pasión? ¿O que con una pasión en sentido opuesto haya tenido detractores tan interesantes como un Lukáks o la Escuela de Frankfurt? ¿Es negativo que sus “escuchas” más trascendentes hayan negado las pasiones más fuertes de nuestro amigo, a saber, la fe y Jesucristo? No desde el momento en que esa escucha, fragmentaria y parcial o como se quiera, ha enriquecido para siempre la cultura del siglo XX. No desde el momento en que Kierkegaard siga existiendo como “posibilidad”: posibilidad en el sentido kierkegaardeano; si las prostitutas y los publicanos eran mejores para Cristo que los fariseos y los hipócritas, ¿porqué la pasión de Kierkegaard no sería más noble en manos de los ateos y de los agnósticos que en el de los miembros de una cristiandad que sigue demostrando, día a día, su pacto tácito con los aspectos más deleznables de nuestra sociedad? Creo que esa agonía es buena; creo que puede haber un Kierkegaard pasado por el tamiz de un Lacan o incluso (o mejor aún) por el de un lector ingenuo que compra un libro de nuestro héroe en una librería de viejo y esa misma noche, con pasión, comienza una lectura no mediada por nadie. 

Creo que el peligro está en otra parte. En el Kierkegaard de manual. En el Kierkegaard sistematizado cuando su horror por toda sistematicidad es más que patente en sus escritos. El Kierkegaard “paperizado” si se me permite el neologismo, es decir, reducido a la sombra gris de un paper que se alimentó de otros papers y con los que la Academia se retroaliamenta para no morir, pero que puede terminar matando de aburrimiento. Afortunadamente no existe una iglesia kierkegaardiana, pero lamentablemente sí una institucionalización de su pensamiento. Hay un Kierkegaard, en fin, reducido a un fósil al que debe viviseccionarse, fragmentarse, atomizarse, discutirse y llenarse de abstracts y key words y notas al pie que nadie lee pero que engrosan currículos. Yo tengo un amigo paleontólogo que ciertamente es un apasionado por los dinosaurios; pero felizmente también ama escuchar a pájaros vivos, ver reptiles vivos en su hábitat, y contemplar las estrellas. 

Fosilizar, paperizar a Kierkegaard es matarlo dos veces, prolongar su agonía en el sentido más crudo. Es dejar de verlo como una posibilidad y crear certezas que pueden durar lo que la vida útil de un paper. Es no haber aprendido nada de él: que él es un yo que se dirige a un tú que casualmente soy yo y sólo yo.

Amemos los fósiles pero escuchemos los pájaros de nuestro patio. Ojalá estas jornadas estén llenas de apasionados por Kierkegaard, o de quienes se asomen a su voz por primera vez. Que la agonía sea posibilidad y escucha e interpelaciones mutuas.

Nuevamente les doy la bienvenida a las Undécimas Jornadas Kierkegaard.


* Este texto fue leído en la apertura de las recientes XI Jornadas Kierkegaard, llevadas a cabo durante los días 9, 10 y 11 de noviembre en la Biblioteca Nacional (ver más acá)

martes, 3 de noviembre de 2015

El escorpión y la rana


por Alicia Benjamín

Desde hace tiempo, en nuestro país está habiendo un diálogo de sordos; en realidad no se trata de un diálogo, sino de dos grupos que hablan idiomas completamente diferentes. Con una lógica totalmente dispar.

Parto de lo siguiente: No se puede dar por sentado que quien vota a alguien lo vota porque cree que va a gobernar mejor o va a hacer mejor las cosas. O le va a mejorar la calidad de vida a la gente. En muchísimos casos no es así; y no lo es explícitamente.

La estrategia del macrismo ha sido, y es,  genial: hacer invisible su gestión. Macri no estuvo gobernando durante 8 años la ciudad de Buenos Aires; por ende, no se le puede pedir cuentas por lo hecho, lo no hecho, lo mal hecho. El conjuga los verbos en tiempo futuro, como alguien que se presenta por primera vez y que propone un cambio. 

Entonces: cuando la rana grita, desaforadamente, que Macri, en su gestión, subió al cuádruple el ABL, a más del triple el subte –que eran los dos únicos servicios sobre los cuales podía incidir-, y que seguramente pasaría lo mismo a nivel nacional –paralelamente a que se quiten los subsidios de los servicios restantes, para reducir el gasto público, reducción a la que todos los economistas que lo acompañan adhieren explícitamente- ; cuando la rana denuncia a voz de cuello el recorte presupuestario en salud y educación, el aumento de la mortalidad infantil en la Ciudad de Buenos Aires, por primera vez en décadas;  y cuando la rana quiere hacer oír estos datos puros y duros de la realidad, el escorpión no escucha, no entiende, no le interesa. 

¿Pero acaso el escorpión es muy rico, o muy insensible, y no le importa eso? No, al contrario: en muchos casos le cuesta ganar su dinero, trabaja, o está ya jubilado, considera que tiene que apoyarse a la educación pública y que los hospitales tienen que funcionar; los subsidios le han aliviado el bolsillo todos estos años, se molestó mucho cuando subió tanto el subte, incluso empezó a reemplazar, cuando le era posible, algunos viajes en subte por el colectivo. O a pensarlo dos veces si eran pocas cuadras y caminar un poco.  Lo del ABL tampoco le gustó ni le pareció justo. Algunos escorpiones, con un departamento de lo más común, pasaron a pagar muchísimo más, porque se reevaluaron las propiedades. 

Pero esto no tiene importancia alguna, porque Macri no está gobernando la Ciudad de Buenos Aires.

Nadie habla bien de Macri o de su gestión. Porque no hay ninguna gestión nombrada como tal; él representa una propuesta de cambio a futuro. Nada ocurrió en estos 8 años que dependiera de él, ya que el único gobierno que está en el banquillo es el gobierno nacional.  Y el cambio del que se habla todo el tiempo es ni más ni menos que éste: que deje de estar Cristina, o en líneas generales, “los K”. 

Las ranas gritan, también, reclamando que la oposición “no se disfrace de lo que no es”; por ejemplo, que no hagan estatuas en homenaje a la Rana Mayor, siendo que históricamente, y desde siempre, la han odiado de todo corazón.  Pero es un planteo ingenuo: es como pedirle a una lagartija que no se disimule entre las piedras, o a una serpiente que avise cuando está por atacar. La invisibilidad es un atributo esencial de algunas especies, no es travestismo político.

Esto tiene que ver con lo anterior: que Macri no esté gobernando la ciudad desde hace 8 años hace que ninguna de todas las cosas que pasaron –siempre tienta ponerse a enumerarlas, pero no tiene sentido, porque su gestión no existió, por ende, los actos de su gobierno no existieron tampoco en tanto tales- ; digo, ninguna de todas las cosas que pasaron, pasaron realmente en tanto consecuencias, buenas o malas, de su gestión. Puesto que ella no existió, esas cosas no existen. Así como tampoco parecen haber existido las ocurridas hace no tantos años -20, 15, 10 años- . Son el pasado. La única conjugación verbal que parece tener cabida es la del tiempo futuro. 

Esto se relaciona asimismo con algo que lleva al paroxismo la in-comunicación: cuando de un lado se reivindica la “política”, y se piensa y habla en términos políticos, y se valora como bueno o malo lo que fuere en tanto responde a tal o cual política, mientras que del otro lado se considera la “política” misma como mala palabra, o se afirma que “todos los políticos son iguales (ladrones, corruptos, mentirosos, etc.)”, ya es imposible todo diálogo. Podría parecer contradictorio que se vea como un valor que alguien “no venga de la política”, siendo que ese alguien se está dedicando a la política, está presentándose a elecciones, está aspirando a gobernar o efectivamente ya está haciéndolo hace años. Pero es coherente desde esta otra perspectiva: Macri, como “los mercados”, tiene manos “invisibles”, entonces, no se trata de política, no existe en tanto opción política. Y por eso no tiene ningún sentido el exigir que se debatan  explícitamente propuestas políticas.

Nadie reivindica la gestión de Macri en estos 8 años; no me refiero, por supuesto,  a los que lo critican y han votado por otras opciones, sino a los mismos que lo votaron en cada ocasión, y que están pensando, ahora, en volver a votarlo. No se escucha ningún elogio ni reconocimiento de lo hecho, o siquiera de las propuestas a futuro –propuestas de cambio a la vez que de conservación de “lo que se hizo bien”, aunque eso que supuestamente “se hizo bien”, depende totalmente de decisiones políticas que se quieren “cambiar”. Pero, otra vez, caemos en hablar de política, siendo que el partido se está jugando en otro lado, con otras reglas, en otro idioma.

Este es, pues, un aspecto de la cuestión, que se sintetiza así: la gestión de  Macri  en la Ciudad, a lo largo de estos 8 años, no ha tenido lugar. Ha habido acontecimientos sueltos, como el desastre de la inscripción en los colegios públicos, el cierre de salas de hospitales, los impuestos aumentados, los derrumbes anunciados de edificios con saldos trágicos, la violencia de la Metropolitana con indigentes y dentro del Hospital Borda,  Niembro,  los falsos contratos con las radios provinciales, los cortes de luz masivos por negligencia; etc.; pero que no se unificaron alrededor de un nombre propio ni una gestión determinada. La única gestión nombrada como tal ha sido la nacional; y esta nominación toma su fuerza, no de un debate o puesta en cuestión de decisiones políticas, acertadas o erróneas, o incluso de denuncias con pruebas concretas, sino  de la repetición mediática  de consignas: “los K”, “Hotesur”, “Nisman”,  o de la injuria: “la yegua”;  denuncias que, en su inmensa mayoría,  sólo tuvieron lugar en los medios, por no tener sustento alguno para poder desplegarse a nivel de la justicia. Porque la realidad que contaba, y que cuenta, parece ser solamente  la que se visibiliza y se nombra como tal. 

Y otro aspecto fundamental tiene que ver con algo muy complejo, que podría resumirse en esta pregunta: ¿es seguro que uno quiera estar bien, estar mejor, o al menos, no estar peor? Sea ese “uno” el individuo, o el genérico “país”.

No, no es seguro.

“Terapéuticamente” hablando, es todo un logro llegar a querer estar mejor, en lo que sea, y actuar en consecuencia. Es algo que se dice todo el tiempo, desde el sentido común;  pero no es tan frecuente que ocurra efectivamente.

Kierkegaard, un pensador danés del siglo 19, decía algo muy interesante, con lo que Freud estaría totalmente de acuerdo: él planteaba que muchas personas elegían sufrir, y sacrificar sus vidas, negándose a recibir nada bueno del Otro, con tal de demostrar que ese Otro había fracasado en su gestión. Y que por siempre habría de fracasar. Y también decía que, de esta manera, dichas personas se afirmaban, desesperadamente, en una identidad, en un ser sí mismos, a expensas de ese rechazo al Otro.

Cuando el escorpión, en su travesía por el río, le clava el aguijón a la rana; cuando no puede no hacerlo,  afirma desesperadamente su ser escorpión, rechazando todo lo que provenga de la rana, aunque –o porque- eso sea lo único que  podría  mantenerlo  a flote. 

Y en esa triste afirmación de su ser, muchos escorpiones se suicidan.

Muchos. No todos.