domingo, 27 de marzo de 2022

No es tu angustia, estúpido

por Juan Manuel Iribarren

Sabemos que lo que sucede hoy en la Argentina es demasiado angustiante para ser procesado adecuadamente. Podemos imaginar que los sentimientos y los pensamientos de los sectores populares sin representación –el invisible precariado argentino– está tomando caminos imprevisibles de los que no sabemos nada. Podemos imaginar gran rabia, trastornos psíquicos, impotencia profunda, fuerte dolor, desplazamientos forzados, violencia, autolesiones. Pero con la angustia pasa como con  todo: su representación social opera en forma ideológica. No podemos acceder a la angustia de los que están sufriendo verdaderamente y sólo tenemos acceso a la representación de la angustia de los que toman “decisiones” o de los que “piensan” el país. No tenemos prácticamente documento de quien laburando  todo el día no puede acceder a los alimentos que necesita. No sabemos todas las familias destruidas por situaciones económicas más graves. Todos los golpes, indiferencias, desvalorizaciones, maltratos sufridos.

Desde hace un buen tiempo que los intelectuales han monopolizado la angustia, y detrás de ellos los políticos. Casi toda la intelectualidad actual parece una gigantesca representación de la angustia por no poder hacer nada, por establecer una pluralidad de voces bien remunerada que parece inédita en la historia moderna, y a la vez no entrega una sola voz plural, ni una sola persona que pueda enraizar en algún proceso colectivo. Eso que Mark Fisher detectó en la “impotencia reflexiva” de la juventud y Bifo Berardi en los resultados de la profesionalización del trabajo cognitivo: “el pensamiento crítico como una forma de sufrimiento” sin cualidad terapéutica.

Lo cierto es que nunca antes los intelectuales se habían divorciado tanto de la sociedad. Y no se trata de prejuicio anti-intelectualista ni nada parecido; se trata de precisar que cuando los discursos no dan con una voz plural, entonces hay angustia individual, narcisismo, alma bella y falsedad ideológica. Aparece todo lo que un intelectual detesta. Y hay, entonces, contradicción profunda.

Con respecto a los políticos, no nos engañemos: su angustia es sobreactuada. Probablemente no lo sea frente a una guerra, pero sí frente a una crisis económica. Piensan en la gobernabilidad y sienten profundo stress, no angustia verdadera. Por eso a la política hay que exigirle actos de transformación y criticarle sus representaciones de angustia. Las representaciones de angustia, siempre y en todo lugar, son ideológicas y ante todo sirven para legitimar la desigualdad.  

Y el macrismo marcó la cancha, fueron ellos los que comenzaron con la angustia, con tener que hacer cosas que no querrían hacer, pero tienen que hacer en forma compulsiva. Y Alberto no fue rival: obedeció. Entendió la economía como la entendió el macrismo: cuestión de especialistas, que bajen los costos laborales, mistifiquemos la producción de empleo digno, dibuje maestro. Entendió la relación con los sectores populares como la entendió el macrismo: canje de planes por comunicación directa (aviso de incendio) con representantes de aquellos sectores populares movilizados en tiempos de crisis, pues el macrismo no está dispuesto a representarlos y Alberto tampoco: tiene diálogo y los escucha, medianamente alerta porque los mantiene en necesidad permanente. La oficina de Carolina Stanley continúa, Grabois nos puede avisar cuando esté por incendiarse. Y en cuanto a los medios: periodismo de guerra, pero esta vez con intereses corporativos distintos, vendettas comprensibles pero que agregan más confusión y enaltecen a la oposición. Pues si no se dieron cuenta, ellos están profundamente orgullosos de ser los villanos, pues en la modernidad villano y mártir y héroe se confunden, son cool. Y agradecen a C5N por haberles dado su lugar de estrellas.

Con respecto al documento "La unidad del campo popular en tiempos difíciles", tiene una característica ya bastante común en nuestros días. Es un texto a favor de la gobernabilidad que se presenta como un texto a favor de la Unidad. Y no dice lo más importante: no se trata de circunstancias sociales y económicas en abstracto.  Se trata de unas condiciones de gobernabilidad impuestas por la oposición política. Lo que bastaría para tornar evidente que “la mejor estrategia en la etapa actual para enfrentar a las fuerzas de la derecha, la ultraderecha y el neoliberalismo” no puede ser jamás aceptar las condiciones impuestas por esas fuerzas. En su polémica con el marxismo popular, Karl Polanyi escribió en 1949 lo siguiente:

“Todo esto debiera prevenirnos para no depender demasiado de los intereses económicos de ciertas clases al explicar la historia. Tal enfoque implicaría tácitamente la rigidez de tales clases en un sentido que sólo puede existir en una sociedad indestructible…

Por lo tanto, en última instancia es la relación de una clase con la sociedad en conjunto lo que proyecta su papel en el drama; y su éxito se determina por la amplitud y diversidad de los intereses que pueda servir, aparte de los propios. En efecto, ninguna política de un interés clasista estrecho puede salvaguardar bien ni siquiera ese interés, y esta regla tiene pocas excepciones. A menos que la alternativa al arreglo social sea un hundimiento en la destrucción total, ninguna clase crudamente egoísta podrá mantenerse en la delantera”

Y justamente esta última oración es la que nos corresponde, una clase crudamente egoísta ha logrado poderes de extorsión inéditos en nuestra historia democrática, para que la alternativa al arreglo social sea vista por (casi) todos como un hundimiento en la destrucción total.

Pues, no: hay opciones. Cuando queremos cumplir nuestros compromisos, queremos cumplir nuestros compromisos para ser considerados un país “serio”. Muy bien: tengamos la fiscalidad progresiva de los países “serios”. No un superficial impuesto a la riqueza, sino la búsqueda de una madurez fiscal que comience por implementar la profunda reforma que necesita el país para volverse viable. De lo que hoy hablan muchos economistas en el mundo mientras nuestros debates televisivos ponen a boxear a Keynes y Hayek, cuando discusiones que operaban eficazmente 40 años atrás ya no sirven más que para entretenimiento refinado. Hay más opciones: finanzas funcionales, monedas no convertibles, inclusive podríamos comenzar a leer a Silvio Gesell, estudiar la Teoría Monetaria Moderna y ver si tiene algo para decirnos. Pero no. Boludeo cósmico. Todo con tal de no enfrentar a la clase crudamente egoísta.

There is no alternative. Realismo capitalista, angustia individual. Muy adentro.

No es Maquiavelo, Alemán

La carta de los intelectuales albertistas en ningún lugar menciona la gobernabilidad, pero no habla de ninguna otra cosa. Moderación no es firmeza diplomática en el contexto actual: es gobernabilidad bajo chantaje de una clase. Jorge Alemán sale a defender la moderación y como si se le hubiera olvidado aclarar algo, después de la respuesta de los intelectuales kirchneristas ("Moderación o pueblo"), escribe unos apuntes bastante extraños sobre "La diferencia entre ideología y política". Y no entiende (o no quiere entender) muy bien la diferencia: la mistifica: “realidades que se contaminan, se recubren, mantienen entre sí conexiones difíciles de desentrañar” De la ideología afirma: “sistema estable e imaginario que intenta una representación de la realidad"… “intenta”

… (porque) siempre se encuentran en ella elementos que la distorsionan…

…la ideología necesita de esa distorsión inconsciente para que sea estable en nuestra explicación del mundo. También le otorga su estabilidad, la inercia que las representaciones ideológicas mantienen a lo largo de su vida…

…no es nunca una mera traducción de la política…

…siempre hay una imposibilidad de recubrir enteramente la estabilidad de la ideología con la contingencia de la política...

…Una ideología que se imagina que la política es mera traducción de sus contenidos olvida que la política tiene su propio arte y sus reglas…

Una política que se olvida de la ideología que la inspiró tarde o temprano desemboca en una pura relación cínica con el Poder”

Libre traducción e intervención del texto: si entendemos que la ideología es la representación de una realidad que permite la constitución de un sujeto, la ideología está bajo presión psíquica por las necesidades de instrumentalización política. La ideología necesita una explicación del mundo pero promueve actos que la refuercen en lo posible y produzcan cierta objetividad, y sin embargo esos actos no traducen la autonomía política original. Y esto ciertamente es más difícil de entender que lo inverso, que viene a ser el tema que nos ocupa: la política no es nunca mera traducción de la ideología. Y es curioso que el texto no se atreva a nombrar aquello que lo desvela y que todo el mundo puede comprender fácilmente y prefiera, en cambio, nombrar “realidades que se contaminan” y alguna especie de traducción mutua compleja cuando en realidad dice algo más simple. Dice: donde la política mantiene relativa autonomía, la ideología es distorsionada por cualquier concepto de autonomía, dado que la ideología exige obediencia. La ideología, lo repito, exige obediencia. Y no, el texto no dice eso de ningún modo, pero ciertamente “intenta” ocultarlo y se nota.

¿Y cómo actúa, entonces, esa suerte de presión psíquica? Generando una angustia que se parece mucho a la autocompasión. Ninguna otra cosa son el primer documento albertista y el texto de Alemán, más que la “angustia” que sufren las convicciones ideológicas bajo la presión de las necesidades de la realpolitik. Nuestra explicación del mundo se vuelve estable gracias a esa distorsión. Que porquería todo, estamos tristes, pero con la confianza de ser realistas y la esperanza de ser comprendidos. Ok.

Ahora bien, ¿es lícito entender la política como distorsión de una ideología? Alemán no se lo pregunta y recurre a Maquiavelo y afirma: “La política posee una relativa autonomía, atravesada por contingencias, coyunturas, relaciones de fuerza, situaciones inesperadas y todo aquello que el genio de Maquiavelo, verdadero fundador del concepto de “autonomía de lo político”, designó con el término Fortuna.

Es curioso que un analista lacaniano lector de Zizek, explique así la diferencia entre ideología y política. Difícil pensar que no entiende la política, habría que pensar que tuvo un lapsus pasajero y tratar de describirlo. Y en ese lapsus para Alemán la política se reduce a Maquiavelo, es decir, astucia y cálculo para conseguir y sostener el poder ante todo tipo de circunstancias, y en el peor de los casos cinismo. Pero autonomía política no es necesariamente autonomía del príncipe, para Spinoza política sería composición de cuerpos y fuerzas, aquello que implicaría una autonomía política de la multitud. Para Badiou y para el idealismo alemán, acontecimiento social. Para Zizek, una revuelta que no sea capturable por el discurso del Amo. Para 1968, pedir lo imposible. Para el pueblo no voy a decir lo que es, voy a decir lo que debería ser y lo que todos saben: aquel terreno donde se disputa lo posible.

Y aquí está el mayor problema, pues esto puede ser interpretado de dos formas. Lo posible como un campo abierto, o lo posible como un campo cerrado. La hegemonía ideológica interpreta lo posible como un campo cerrado. Y esto hace que muchas veces se use esta frase en el sentido más conservador de la oración: la realpolitik. ¿Y qué hay de lo posible como un campo abierto?  ¿No es acaso igualmente político? ¿Qué sería de la Perestroika- Glasnost sin la Primavera de Praga? Alemán olvida que lo posible no es necesariamente un campo cerrado. ¿Y por qué lo olvida?

Porque asume la moderación como una posición política, y después de  asumir la posición cínica del príncipe (pues eso es lo que quiso hacer) en realidad lo que descubre y evidencia es una posición ideológica (pues eso es lo que termina haciendo). Y aquí habría que recordar algunas cosas: Alberto no es príncipe, Alberto obedece a los intereses de una clase crudamente egoísta, busca la autonomía de la mera gobernabilidad más que la de la soberanía política, por lo cual Maquiavelo no nos sirve de entrada. Y toda esa “Unidad para” es falsa. Unidad por mera gobernabilidad en cuerda floja, extorsionada, hiriente.

Alemán parece también decir: la ideología son los otros. Los que quieren romper la Unidad, los que no están de acuerdo con las coordenadas de las posibilidades realistas de nuestro tiempo. Pues no, tampoco. Las ideologías no se detectan tanto por las convicciones de cómo actuar ante una determinada situación, como por el hecho de que presentan sólo una única forma de actuación posible. La oposición a la ideología no es la política, sino el pragmatismo, pero en el sentido clásico del término: investigación de problemas y aplicación de soluciones sin presupuestos ideológicos, bastante distinto a su sentido más habitual, basado en la apropiación que las hegemonías ideológicas han hecho del término como sinónimo de única visión realista. Y a pesar de esto, la política puede ser pragmática, más que distorsión ideológica. Y no es este el lugar para demostrarlo, pero en la historia muchas veces ha sido así y lo seguirá siendo. En su capacidad de transformación de la realidad, la política ha demostrado ser superior a la ideología. 

Y escribís un texto donde sugerís que la ideología son los otros, pero la ideología sos vos, y a la vez no es tu ideología: y esa es tu verdadera angustia, no la traducción política de tu ideología, sino la instrumentalización ideológica de lo que entendes por autonomía política, es decir, la falta de conciencia de tu falta de autonomía política que a la vez traiciona tu ideología: lo contrario a Maquiavelo. No te preocupes, le pasa a todo el mundo.   

La mera afirmación de que no hay alternativa es justamente una posición ideológica y no política. Y queda claro que vulgariza la política, que no entiende las dimensiones revolucionarias del concepto. En el lapsus de Alemán, política es Maquiavelo y punto, pero Política fueron las Madres, fue toda resistencia civil imprevista, fueron los chalecos amarillos y fue miles de veces un desacuerdo profundo, una renuncia importante o una fractura. Por eso, Política también es lo que hoy Alberto identifica como narcisismo y Alemán como ideología. Política sería un movimiento ciudadano antimonopolio para bajar el precio de los alimentos, por ejemplo, si no asistiéramos al fracaso de la política en la sociedad argentina; que es la contraparte de la excesiva profesionalización política en la dirigencia y discursos semiautomáticos en la mayor parte del resto de la población, exaltada y dividida entre la indignación y la arenga. Y es cierto, la Argentina es un país complicado y se va a complicar más, pero la política no requiere necesariamente de un príncipe, Alemán. 

Y en el fondo parece un mea culpa por ponerse de un lado de la grieta con el que no está íntimamente de acuerdo, no quiere ser cómplice de lo que se viene. Todo bien con Maquiavelo, pero reducir la política a Maquiavelo puede traer estos problemas. Creer que la política es esencialmente astucia o cinismo, búsqueda y mantenimiento de poder. Sabemos que no es así, que olvidamos cosas que sabemos perfectamente. La vuelta de las Madres a la Pirámide de Mayo no era un acto ideológico, era un acto político, que no implicaba traducción o distorsión de ideología, ni la más mínima búsqueda de poder soberano. Y muy pocos de nosotros nos atreveríamos a afirmar que la astucia jugó un papel más importante que la desesperación. ¿No te parece? ¿Cómo querés llamarlo? ¿Estético? Terreno de lo posible como campo abierto, Alemán, el deber de un intelectual en tiempos de crisis es nunca olvidar eso.

2 comentarios:

  1. Un lúcido artículo. Gracias. El campo de lo abierto le da otra posibilidad a lo posible. No sólo es desde adentro.

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  2. No lo conocía a este Iribarren y la verdad que me causa muy grata impresión. No sé si por su estilo de escritura correcto y comprensible, si por su hondura analítica o si por desnudar al chanta de Aleman. No termino de tragarme lo de la TMM, pero bueno, nadie es perfecto. Excelente artículo.

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