por Oscar Cuervo
El reciente 5 de marzo se cumplió el centenario del nacimiento de Pier Paolo Pasolini (Casarsa, Bologna). Y el 10 de junio próximo se cumplirán 40 años de la muerte de Rainer Werner Fasbinder. Es es por consiguiente un año pasoliniano/fassbinderiano, lo cual condensa la más potente conjunción del cine contemporáneo, dos de los artistas más vigentes del siglo pasado. No son precisamente dos de las figuras más fetichizadas por las sectas cinéfilas. Será interesante constatar cuántos festivales nacionales e internacionales rememoran la fuerza incandescente de dos cineastas que interpelan al presente como pocos de los que están en actividad.
Pasolini, el inaceptable *
I
La decisión de Pasolini de ponerse a filmar, hace ya 58 años, El Evangelio según Mateo, tiene para nosotros un atractivo irresistible. Y esto tanto por aquella situación en la que Pasolini decide encarar este proyecto, como por esta desde la cual nosotros hoy vemos el film.
Pasolini es un ateo filmando el Evangelio.
Dice: «yo no creo que Cristo sea hijo de Dios, porque no soy creyente –al menos en la conciencia–. Pero creo que Cristo es divino: o sea, creo que en Él la humanidad ha llegado a ser tan alta, tan rigurosa, tan ideal, que va más allá de los límites comunes de la humanidad...» *
Dice algo que no cabe en la cabeza de ningún comunista, de ningún librepensador para quien la Ilustración sea su condición natural. Y Pasolini es comunista, es el más librepensador de los iluministas.
(Habría que aclarar el carácter herético del comunismo de Pasolini, habría que aclarar que fue expulsado de PCI por su "decadentismo estético”; en realidad esos son los motivos eufemísticos que alegaron los comunistas cuando expulsaron a Pasolini, pero en realidad lo expulsaron debido a las denuncias que lo señalaban como pedófilo: un par de menores de edad de Casarsa -un pueblito de la región del Friuli del cual Pasolini era dirigente comunista- dijeron que habían mantenido contactos sexuales con él: y eso es inaceptable para un comunismo urgido de aceptabilidad:
«Nos basamos en los hechos que han determinado un grave expediente disciplinario a nombre del poeta Pasolini –decía L’Unità, órgano de prensa del partido comunista italiano el 29 de octubre de 1949- para denunciar, otra vez más, las deletéreas influencias de ciertas corrientes ideológicas y filosóficas de los distintos Gide, Sartre y de otros tantos poetas y literatos decadentes que quieren hacerse pasar por progresistas, pero que en realidad recogen los más deletéreos aspectos de la degeneración burguesa.» (Y, pensándolo bien, quizá no lo hayan expulsado por degenerado, quizá esa haya sido sólo una coartada: quizá muy pronto les quedó claro que Pasolini era un inaceptable)).
Pasolini es capaz de albergar ideas en su cabeza que lo hacen un inaceptable, hasta para sus camaradas comunistas. Y, por ser inaceptable, es poeta. Porque la poesía no es para él un nicho estético donde esconderse del mundo. La poesía es una posición de resistencia frente a un mundo inaceptable, es la lengua insigne de los que no aceptan.
Pero hay una raza que no acepta coartadas,
una raza que en el instante en que ríe
se acuerda de su propio llanto, y en el llanto, de su risa
una raza que no se exime ni siquiera un día, ni una hora,
del deber de la presencia airada,
de la contradicción en que la vida no concede
jamás adaptación alguna, una raza que hace
de su propia dulzura un arma que no perdona.
Yo me enorgullezco de ser de esa raza.
Oh, muchacho, también yo, claro.»
“El sueño de la razón”, en Poesía en forma de rosa, 1961-1964
«Quiero añadir que nada me parece más contrario al mundo moderno que la figura de Cristo, suave en el corazón, pero nunca en la razón, decidido en el ejercicio de su libertad, como voluntad verificadora de la propia religión y como desprecio continuo de la contradicción y del escándalo.»
II
La situación desde la cual nosotros vemos hoy la película:
Una amiga, al enterarse en 2004 de que yo estaba preparando un dossier Pasolini para el número 4 de revista La otra, me preguntó de qué se trataba. Le conté que había llegado a mis manos una vieja revista española de 1965 en la que se relataban los pormenores de la realización, el estreno y el consiguiente debate que produjo en su momento El Evangelio según Mateo. Le conté que entre otros documentos muy interesantes, estaba la correspondencia que Pasolini había mantenido con miembros de la Pro Civitate Christiana, una agrupación católica a la cual Pasolini había acudido para asegurarse de que su película se atuviera al más estricto respeto a la doctrina cristiana.
Mi amiga me responde: «claro, Pasolini vivió en una época en la que ser gay no era, para nada, gay. Y eso le debe haber producido un inmenso complejo de culpa...»
Mi amiga es una respetable exponente de esa clase media para la cual la emancipación, la incredulidad, la ausencia de oídos para lo sagrado, es una conquista de su condición social. En el mejor de los casos, la fe puede asociarse al complejo de culpa. Y Pasolini tendría motivos para sentirse culpable, "si tenemos en cuenta el contexto histórico en el cual desarrolló su obra".
Para una librepensadora tan encadenada a su emancipación como esta amiga que me hizo el comentario sobre Pasolini, el gesto del poeta y cineasta comunista decidido a filmar el Evangelio es inaceptable, todavía hoy. Y es por eso que Pasolini lo filmó. Porque siempre se colocó en posiciones en las cuales no le sería posible ser aceptado.
A nosotros el Evangelio no puede resultarnos sino inaceptable. Estamos preparados para comprenderlo todo y siempre situamos cada fenómeno cultural en su contexto. Así podemos comprender el Evangelio como un producto cultural circunscripto en determinadas coordenadas históricas, así podemos comprender la religiosidad de las masas populares como una expresión de su todavía no alcanzada emancipación.
A los librepensadores nos gusta hablar de política, de policiales, de piqueteros, de mass media, de grandes relatos, de psicología, de teología, de urbanismo, de estética, de semiótica, de merchandising, de probabilística, de bailística, de clacisismo, de modernismo, de postmodernismo, de Hadewijch, de diversidad sexual, de capacidades diferentes, de arte pop, de canciones tontas, de panorámicas, de bitcoins, del live update, del spam, de PTA, de DC, de Pixar...
Pero nosotros, librepensadores, encadenados a nuestra emancipación como a la adquisición a la que no somos capaces de renunciar, tan capacitados para comprender cada cosa en su contexto, hay algo que no podemos aceptar: el Evangelio. Y otra cosa más: que un comunista librepensador, el más librepensador de los comunistas, Pasolini, sea capaz de filmar el Evangelio sin el menor rastro de ironía, de parodia, de sarcasmo, sin un solo guiño a nuestra conquistada emancipación.
III
Pero, ¿quién es Pasolini, el hombre que, hace ya casi 60 años, se siente llamado a hacer un film sobre El Evangelio según Mateo? Podríamos decir rápidamente: “poeta, cineasta, semiólogo, pensador, militante”, palabras que también le cabrían a muchos otros y con eso quedaría más o menos respondida la cuestión de qué es. Pero en ese caso no habríamos dicho quién es, ni siquiera habríamos puesto en foco el punto donde se intersectan los caminos del poeta, el cineasta, el semiólogo, el pensador y el militante. Y aún si lográramos ponerlo en foco, todavía faltaría decir qué es Pasolini para nosotros. Porque Pasolini es el nombre de una tensión que nos atraviesa, una cierta manera de liberar las fuerzas que nos traban, de abrirlas hacia el mundo y no quedar sofocados por ellas.
Pasolini viene de antes, de mucho antes: su madre, Susana Colussi, maestra de escuela elemental, hija de una antigua familia de campesinos de Casarsa cuya existencia se puede rastrear hasta el siglo XV, es la persona que Pasolini amó desde el primer día de su vida hasta el último:
Es difícil decir con palabras de hijo
aquello a lo que en el corazón apenas me asemejo.
Tú eres la única en el mundo que sabe de mi corazón
lo que ha sido siempre, antes de cualquier amor.
Por eso debo decirte lo que es horrible reconocer:
en el seno de tu gracia nace mi angustia. Eres insustituible.
Por eso está condenada a la soledad la vida que me has dado...
“Súplica a mi madre” de Poesía en forma de rosa
Cuando Pasolini comienza a escribir poesía, lo hace en friulano, el dialecto de su madre. Cuando filma el Evangelio, pone a su madre en el rol de María, la madre de Jesús. La fidelidad de Pier Paolo a ella durará todo lo que dure su obra (y dura todavía).
El padre, Carlos Alberto Pasolini, teniente de infantería, heredero de una familia noble venida a menos, es un hombre enredado con el fascismo, con el alcohol y con la desconfianza. Su matrimonio con Susana Colussi será desgraciado, su autoridad apenas logrará una sumisión formal que mantendrá a la familia en el encono, lo que no hará más que fortalecer el vínculo entre madre e hijo. Sólo muchos años después de que el padre muera, Pasolini rescatará en su memoria el vínculo de ternura y sensualidad que lo ligaba a ese hombre que fue para él un desconocido.
Novela familiar como muchas otras. Pero la singularidad de Pasolini consiste en haberla experimentado no como una neurosis pequeño-burguesa, no como una coartada para vivir en la amargura (como hace la gente normal), sino como un don y como una oportunidad. Alguna vez dijo: los problemas de la vida no hay que resolverlos, hay que vivirlos. Su vínculo con lo arcaico, con el habla dialectal, sus amados rostros campesinos; pero también su proyecto burgués, su empresa emancipadora, su “carrera” artística, la asunción de su sexualidad, su militancia anti-fascista y su nostalgia por una autoridad legítima: así pudo abrir ese nudo, abrir su sentido, plantarlo en el mundo, ponerlo en obra. Su obra trabaja sobre esa tensión sin renunciar nunca a ella, al contrario: manteniéndola tanto como sea posible.
(Es difícil, hablando de Pasolini, sortear el peligro del biografismo. Pero hay una manera: este semiólogo, que quiere descifrar la lengua de la realidad, escribe al vivir: escribe lo que vive pero también vive lo que escribe. Su singularidad es capaz de comunicarse y comunicarnos, no hablando la lengua universal de la ciencia, sino poetizando: es decir, dándole nombre a las fuerzas que lo agitan).
«No he tenido, por decirlo así, formación religiosa. Mi padre no creía en Dios. Si iba los domingos a misa, sólo era por respeto a una institución garantizadora del orden social. Practicaba externamente, por todas las razones que llevan a un hombre de derecha a bautizar a sus hijos, a casarlos ante el sacerdote... Mi madre mantenía las tradiciones religiosas de la mayor parte de los campesinos. Su fe era la prolongación de su poesía o, como dicen los teólogos, una religión natural. Por lo tanto, yo no he sufrido ninguna presión religiosa. Las únicas veces que me hacía la rata era para escapar al catecismo. La enseñanza del catecismo me resultaba insoportable. El colegio de curas me resultaba el peor de los presidios».
A mediados de la década del 50 le escribe al poeta católico Carlo Betocchi: «En cuanto a la pregunta “¿qué es la realidad?”, su cultura burguesa y cristiana ya tiene preparada la respuesta. Y, sobre tal base, la eventual interpretación marxista sólo puede ser rechazada. Ahora yo lo envidio a usted y a los de su generación que ya tienen preparada esa respuesta: y envidio a los que creen en la respuesta aún potencial de la filosofía marxista. Yo me encuentro en el vacío, ni aquí (si bien todavía aquí por la violencia de la memoria, por la coacción de una infancia y de una educación) ni allá (si bien ya en la aspiración, en la simpatía por una vida que se renueve, y proponga una fe, si no otra cosa, en su ser en acto). Todo esto es escandaloso. (...) Pero siempre una posición sincera es escandalosa, este es uno de los conceptos absolutos del cristianismo, ¿no es verdad? A mí no me falta valor, pero siento que en este momento una elección sería un acto desesperado: un acto irracional, que requiere una forma de misticismo, si me decidiera por el “allí”; y un acto renunciador, peligrosamente viciado, si me asentase definitivamente –a gozar éxtasis católicos y exquisitamente burgueses- “aquí”».
A Pasolini no le falta valor: al contrario, es su enorme valor lo que le permite no resolver los problemas, sino vivirlos. Sería más cómodo refugiarse en una visión católica de la existencia, sentirse parte de una iglesia consoladora que reconforte su espíritu, cerrar las heridas, olvidar (todos quieren olvidar). Pero Pasolini no es lo bastante burgués para aspirar a ese confort, prefiere la intemperie.
El marxismo le ha enseñado que el cielo que promete la religión es el mundo al revés de la miseria material, una ilusión para soportarla mejor: «la religión es la realización fantástica de la esencia humana, porque la esencia humana carece de verdadera realidad (...). La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura abrumada, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación sin espíritu» (Karl Marx, Crítica a la filosofía del derecho de Hegel).
Pero es ese mismo valor de Pasolini, su mismo amor por la verdad, lo que le hace descubrir muy pronto que el comunismo también tiene preparada una respuesta a la pregunta por la realidad, y resulta así otra variante de la religión: la promesa de una historia progresiva, el cielo en la tierra. Con el agravante de que el cielo comunista promete saciar el hambre de pan, pero olvida que no sólo de pan vive el hombre. Si el comunismo es impotente para producir una verdadera alteridad en este mundo sin corazón, si sólo termina proponiendo una mera alternativa a él, es porque no tiene oídos para lo sagrado. En eso, Marx es sólo otra variante del iluminismo moderno, que ha venido a abolir lo sagrado; y sus seguidores, los marxistas, terminarán por reducir todo a un reparto equitativo del pan.
Pasolini necesitará cada día del resto de su vida para descubrir y volver a descubrir que la izquierda pretende una felicidad idéntica a la de los explotadores. Y así, «una lucha definida verbalmente como revolucionaria marxista-leninista se degrada en una lucha civil vieja como la burguesía, esencial para la existencia misma de la burguesía».(Cartas luteranas, 1975)
Cuando en sus últimos años de vida alce su voz para denunciar los efectos devastadores que la revolución neocapitalista produce sobre el hombre y sobre el mundo, ya sabrá muy bien que contra esta mutación antropológica el comunismo no puede hacer nada porque, en un punto decisivo, burgueses y comunistas son lo mismo: «Porque hay una idea conductora que es común a todos: la idea de que el peor de los males del mundo es la pobreza, y que por tanto la cultura de las clases pobres debe ser sustituida por al cultura de las clases dominantes». (Cartas luteranas)
«A algunos críticos de obediencia católica les ha molestado que sea un marxista el que se apropie de esta historia: son exégetas ultraconservadores de un relato que, por otra parte, casi no leen. Me reprochan una ingerencia que debe pisotear sus derechos. Pero me pregunto, ¿cuáles? No me molestan demasiado y, en todo caso, mucho menos que los elogios que he recibido de los organismos católicos. (...) Por otro lado, los críticos marxistas han objetado mi elección del tema, así como la “falta de compromiso” con la que, según ellos lo he tratado. Realmente, yo habría podido hacer la historia de Cristo dándole el aspecto de un agitador político y habría tenido el nihil obstat de los marxistas oficiales. No lo hice así porque va contra mi naturaleza profunda desacralizar cosas y personas. Al contrario, tiendo a sacralizarlas lo más posible».
Como militante comunista forma parte de las fuerzas modernizantes que ayudan a disolver las estructuras sociales del clerical-fascismo, cuya opresión ha sufrido en carne propia; como poeta, cineasta y semiólogo, aprende a descifrar la lengua en que nos habla la realidad, dispone su oído a escuchar antiguas palabras nunca escritas; y al escucharlas advierte que esa modernidad que él mismo promueve acabará borrando todos los signos y arrasará el mundo. Y así descubre la escandalosa fuerza revolucionaria del pasado, la gracia de los siglos oscuros.
«Entonces, según usted -dice reticente,
mordisqueando el bolígrafo - ¿cuál es
la función del marxista?» Y se dispone a apuntar.
«Con... delicadeza de bacteriólogo... yo diría [balbuceo
preso en ardores de muerte]
mover las masas de ejércitos napoleónicos, estalinistas...
con miles y miles de anexos... de forma que...
la masa que se dice conservadora [del Pasado] lo pierda:
la masa revolucionaria, lo gane
reedificándolo en el acto de vencerlo...
“Una desesperada vitalidad”, Poesía en forma de rosa
Hola Oscar, hay algún libro en particular donde estén compilados los texto/entrevistas de Pasolini sobre el Evangelio de Mateo o cristianismo general?
ResponderEliminarHola, Guille, no que yo sepa: hay textos dispersos en diversas publicaciones. Se anuncia la salida pronto de Pasolini por Pasolini, que incluye entrevistas a Pasolini de toda su vida. Quizás ahí haya algo más. Pero no sé si respecto del Evangelio hay un texto que recopile todo.
EliminarGracias, excelente tu texto. Tan bien escrito, tantas citas precisas y mucho por pensar. Abz.
ResponderEliminarMuchas´gracias, Guille.
EliminarUna auténtica maravilla de ensayo en el filo de la navaja que corta la ideología y la fé.
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