miércoles, 11 de octubre de 2017

La repetición 2



por Oscar Cuervo

[Viene de acá]  El joven enamorado de La repetición parece encontrar en Job un espejo de sus desdichas y también la entereza anímica para sobreponerse a la pérdida efectiva que él mismo no soporta ni siquiera vislumbrar en la relación con su amada. Por eso le escribe a Constantín Constantius :

 “¡Oh Job, déjame unirme a ti con mi dolor! Yo no he poseído las riquezas del mundo, ni he tenido siete hijos y tres hijas, pero también el que ha perdido una pequeña cosa puede afirmar con razón que lo ha perdido todo; también el que perdió a la amada puede decir en cierto sentido que ha perdido a sus hijos y a sus hijas; y también él que ha perdido el honor y la entereza, y con ellos la fuerza y la razón de vivir, también él puede decir que está cubierto de malignas y hediondas llagas”. (1)

El joven había quedado paralizado ante la posibilidad de perder a su amada en el momento en que nada indica que podía perderla, excepto el fantasma del hastío del que él huye. Job perdió efectivamente sus posesiones terrenales y esta historia le permite al joven proyectarse en una posibilidad que podríamos llamar aniquiladora. Por una proyección de pensamiento, el muchacho vive la caída de todas sus posibilidades como su posibilidad inevitable. Perder algo es el anticipo de perderlo todo. El muchacho tiene a su chica pero cree/sabe que la está perdiendo. Perder algo finito despierta un vértigo infinito. El joven encuentra en Job a su auténtico confidente, alguien que lo entiende mejor que Constantín. Vuelve una y otra vez a ese libro, para reconocerse en los lamentos del personaje del Antiguo Testamento cuando clama al cielo por el dolor de sus pérdidas, pero también para sostenerse en la resolución del hombre que ni siquiera en la desgracia más espantosa reniega de su vida. Job logra que el propio Dios comparezca ante sus reclamos y le responda en persona: no se trata de ser premiado por las buenas acciones que puede llevar a cabo, puesto que no puede abarcar los motivos de Dios. Job comprende la respuesta de Dios y acepta que, incluso siendo un hombre justo, no tiene la capacidad para entender esto:

“Yo te conocía sólo de oídas/ mas ahora te han visto mis ojos. / Por eso me retracto y me arrepiento / en el polvo y la ceniza” (2)

Al ver que Job no perdió su fe y entendió la vanidad de sus lamentos, Yaveh le restituye todo lo que le había sacado, pero ahora se lo da por partida doble. Se trataba de una prueba a la que Job fue sometido y él pudo superarla. En esta restitución, el joven de La repetición encuentra una salida a su propia desesperación. Pero se da cuenta de la dificultad de reconocer qué es una prueba: no hay saber posible respecto de cuándo se está sometido a una prueba y cómo actuar ante ella. No hay ciencia de las pruebas. Cada prueba sólo atañe a una persona singular y solo a él cada vez y no otra. Hay que quedarse sólo y sin saber frente a un otro que lo pone a prueba. Esto no es cabalmente comprendido por el narrador de La repetición, el propio Constantín Constantius. Así que el final de este relato que giró alrededor del problema de la recuperación (un milagro que parece haber acontecido en el relato de Job) queda envuelto en un aire enigmático.

Leí este libro varias veces y siempre me quedó la sensación de que el asunto más importante de que trata no está escrito, tal vez solo señalado. Me parece que Kierkegaard logra ese efecto enigmático a través de su narrador, Constantín Constantius, porque el que cuenta la historia no termina de entenderla. ¿Cómo sonaría una historia contada por un narrador que no la comprende del todo? Ahí está la gracia de la comunicación indirecta: merodear un tema sin poder abarcarlo. Cuando le comenté esta idea a otros expertos en estudios kierkegaardianos, no me miraron bien. Los lectores de filosofía están acostumbrados a leer libros en los que quien enuncia cree saber de qué está hablando. Pero quizás la idea de un narrador que no comprende bien su historia no sea tan extraña para la literatura. La repetición es, después de todo, una novela, aunque su "autor", Constantín Constantius, la caracteriza como "Un ensayo de psicología experimental", lo que parece un chiste, como muchas veces pasa con los títulos y los subtítulos de los pseudónimos de Kierkegaard.

Un año después de La repetición, Kierkegaard publica El concepto de la angustia con otro pseudónimo, Vigilius Haufniensis [cuyo significado podría traducirse como el vigía de Copenhague; “vigilius” también es una persona en estado de vigilia, es decir, que está vigilando, no duerme, se queda despierto], con un curioso subtítulo: "Un mero análisis psicológico en dirección al problema dogmático del pecado original". Otro psicólogo, ¿otro chiste? En la nota 3 de su libro, Vigilius se refiere sarcásticamente a La repetición y lo relaciona con otro libro editado ese mismo día, el 16 de octubre de 1843, titulado Temor y temblor, firmado por Johannes de Silentio, otro pseudónimo de Kierkegaard..

Vigilius dice:

"Este último libro, desde luego, es una obra estrafalaria, y lo curioso es que así lo quiso el autor intencionadamente. Sin embargo, en cuanto yo sepa, él ha sido el primero que con energía se ha fijado en la repetición (...). Pero C. Constantius vuelve a ocultar en seguida lo que ha descubierto, camuflando el concepto con el ropaje bromístico de la correspondiente descripción. Es difícil decir por qué ha hecho semejante cosa, o más bien es difícil de comprenderlo. Claro que él mismo nos aclara (al principio de la carta con que cierra el libro) que ha escrito de esa forma "para que no puedan entenderlo los herejes". Por otra parte, no pretendiendo otra cosa que tratar el tema estética y psicológicamente, era natural que la forma fuese humorística. Tal efecto lo consigue admirablemente, unas veces haciendo que las palabras signifiquen todo, otras significando lo más insignificante. De esta suerte, el tránsito de un sentido a otro -o, mejor dicho, el constante estar cayendo de las nubes- es provocado sin cesar por los contrastes bufos que escalonan la obra". (3)

Efectivamente, en una carta que funciona como epílogo de La repetición, Constantius se dirige a su lector:

"Mi querido lector:

"Perdona que te hable con tanta confianza, pero no te preocupes, que todo quedará entre nosotros. Porque a pesar de ser un personaje ficticio, no eres para mí una colectividad, una multitud indiferenciada, sino un ser singular. Estamos, pues, los dos solos, tú y yo.

"Si admitimos de entrada que no son lectores verdaderos los que leen un libro por razones fortuitas y baladíes, extrañas por completo al contenido del mismo, entonces tendremos que afirmar categóricamente que incluso los autores más leídos y celebrados no cuentan en realidad sino con un número muy reducido de verdaderos lectores. ¿Quién, por ejemplo, desperdicia hoy ni un minuto de su precioso tiempo entreteniéndose con esa idea peregrina de que ser un buen lector es un auténtico arte? ¿Y, todavía menos, quién es el prodigio que intente de veras ejercitarse en este arte de ser un buen lector? Este lamentable estado de cosas no ha podido menos que ejercer una influencia decisiva en un autor a quien conozco personalmente y que, a juicio mío, hace muy pero muy bien, a imitación de Clemente de Alejandría, en escribir de tal manera que los herejes no puedan comprenderlo" (4).

Entonces no es él, sino un autor al que Constanín Constantius conoce personalmente, a quien él no nombra, el que imita a Clemente de Alejandría [150-215] al escribir para que los herejes no puedan comprenderlo. Constantius aprueba y emula ese proceder. Vigilius Haufniensis atribuye imprecisamente esas palabras al propio Constantín. ¿Quién es el autor al que él conoce personalmente? ¿Será el mismo Kierkegaard, un escritor fantasma? Más allá de esta atribución enigmática y juguetona, todo el párrafo es muy significativo por los procedimientos de escritura que Kierkegaard pone en marcha a través de su laberíntica remisión de pseudónimos. Constantius le habla a un lector que es al mismo tiempo un personaje ficticio, querido y singular. Dice estar solo con aquel ser -ficticio- a quien escribe. Hoy sabemos que Constantín mismo es un personaje ficticio creado por Kierkegaard para escribir La repetición, al que otro autor ficticio creado por Kierkegaard, Vigilius, califica a la vez de original, errático e inconsecuente.

Constantín además epiloga su libro diciendo que es muy difícil que un autor encuentre a un verdadero lector. Le adjudica a la buena lectura el rango de prodigio artístico. Esto se hace posible si el autor hace silencio sobre algo decisivo y confía en que puede existir al menos un  lector que sea capaz de entenderlo solo.

Claro que, cuando alguien escribe un texto pensando en un lector singular que no sabe si existe, no puede estar seguro que su silencio será captado. Solo un buen lector puede encontrar un silencio en medio de un texto. Se ha dicho que Kierkegaard vaciló mucho en llegar a la versión final de La repetición; incluso que, una vez escrito, arrancó unas páginas que consideró inconvenientes para publicar. Pero hay todavía algo más: un año después, Kierkegaard revela que Constantius en La repetición se refiere a lo mismo que Johannes de Silentio en Temor y temblor. Este vínculo no debería dejar de asombrarnos si consideramos que La repetición y Temor y temblor son libros de tonalidades tan distintas, cuya similitud temática también dista de ser evidente como sostiene Vigilius. Pero no es tan asombroso desde el momento en que sabemos que Kierkegaard los publicó el mismo día, como el lado A y el lado B de un concepto.

Enonces: eso que falta en La repetición está en Temor y temblor; o bien lo que falta, falta en los dos libros.

[Continuará]


(1) La repetición, p.243.
(2) Job, 42, 5-6.
(3)  El concepto de la angustia, Orbis, 1984, pág. 41.
(4) La repetición, p. 276-277.


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