viernes, 4 de octubre de 2019

Visión sobre Perú


por Henrique Júdice Magalhães
1

La literatura peruana no tiene muchas equivalentes en el mundo en calidad y volúmen. A los clásicos José María Arguedas, César Vallejo, Mario Vargas Llosa, Ricardo Palma y Ciro Alegría y a los también consagrados Julio Ramón Ribeyro, Manuel Scorza, Clorinda Mato de Turner, Abraham Valdelomar y Alfredo Bryce hay que añadir decenas de escritores, jóvenes o no tanto, de muchísimo talento y sensibilidad para hurgar en los vericuetos de la sociedad peruana. De allí sacan la materia prima de novelas y cuentos que resultan tanto o más importantes para comprender al país que su respetable tradición historiográfica y ensayística, en la que se destacan Jorge Basadre y Pablo Macera. Pero cuidado: quien mejor logró tal entendimiento (Arguedas) también por ello terminó por suicidarse, y su viuda se fuE después a Sendero Luminoso y estuvo 14 años presa.

Parecería que al tener tantos buenos escritores, Perú se permite el lujo de eliminar algunos, en general a temprana edad como en los antiguos sacrifícios incas y preincas: Javier Héraud (21 años) [1]; Edith Lagos (19); José Valdivia Domínguez (35); Hildebrando Pérez Huarancca, en la casa de los 30 [2]. Los tres primeros comprobadamente muertos, el último desaparecido, todos a raíz de actividades políticas armadas que, en un país muy injusto, consideraron necesario emprender. Los tres últimos, de extraviada manera, pero eso no importa ante los crímenes de Estado que segaron sus vidas.

La calidad y diversidad musical es igualmente impresionante y en eso merece especial reconocimiento la contribución negra, representada, por ejemplo, por la voz y el repertorio de la espléndida Susana Baca. La más grande cantantautora peruana, Chabuca Granda, lo es no solo por su talento, sino también porque, al sumar a sus valses criollos un encomiable trabajo de valorización de esas expresiones de origen africano, se volvió una artista-síntesis de la diversidad musical de Perú. Y es justo agregar una mención a lo que produce la incorporación de influencias del jazz, el blues y la bossa nova a la música del país. En ese rubro se ubica la voz más bella y expresiva que he tenido el privilégio de oír: la de Ingrid Merath (aunque canta también boleros). A la falta de una grabación suya, la interpretación que hace Pilar de la Hoz de un clásico vals con exquisitos arreglos jazzísticos es una buena muestra de esa interesante aleación.

Los versos de Javier Lazo en “De los amores", que canta Baca; los de Chabuca en “Cardo o ceniza”; y los de Juan Mosto Domecq en “Quiero que estés conmigo” hablan de los intensos, desatados amores que saben vivir e inspirar ciertas damas que hay en Lima.







Tal música y la rara clase de mujer que la inspira, más algunas ricas comidas (frutas, jugos, chocolates, helados) y dos o tres periodistas y abogados que valen la pena (bonus de haber vivido recientemente bajo el autoritarismo, que pone dichas profesiones a prueba), son, quizás, lo único bueno de una ciudad que vive de espaldas al país, es intransitable, tiene demasiado ruido de bocinas, muy precario suministro de agua (un daño más que causaron los españoles, ya que antes el servicio andaba bien [3]) y una oferta cultural sorprendentemente acotada ante su misma producción. No fue en el més que pasé allá, sino a pocos días de regresar a Buenos Aires, que he podido ver (en Sala Lugones) cinco buenísimas películas de Francisco Lombardi pertenecientes a la filmoteca de la Pontifícia Universidad Católica del Perú.

2

Ni el arte milenario que dejaron los ancestros de la mayoría de los peruanos está disponible para sus descendientes. En Argentina –país de escasa herencia precolombina– los hacendados ricos del siglo XIX y comienzos del XX, en pos de ilustrar al país, traían de Europa obras de arte clásico para exponerlas en museos del Estado donde todavía hoy cualquiera puede verlas graátis o pagando muy poco. La colección entera del Museo Nacional de Bellas Artes no vale, por supuesto, la vida de un único indio asesinado en la campaña del desierto. Pero en Perú, donde no hubo menos muertes, las reliquias literalmente brotan del suelo y no haría falta importar nada, manda una sarta de huaqueros [4] que las saquea para traficarlas, tenerlas en casa o en museos privados donde cobran entradas caras no solo de turistas sino de sus conciudadanos. En espacios que pertenecen al Estado, como la Huaca Pucclana, en Lima, o el Qoriqancha, en Cusco, tampoco entran gratis los peruanos.

País rico en recursos naturales, Perú fue también una colonia rica, lo que conllevaba la existencia de condados y marquesados. El primer congreso independiente los anuló, pero, casi 200 años después, los herederos de aquella gente, o quienes dicen serlo, siguen pidiendo la rehabilitación de sus títulos. No al Estado peruano, sino al español, que les hace caso [5]. A aquella conocida pregunta sobre cuándo se jodió Perú, planteada en una novela de quien hoy es también marqués en España, corresponde agregar esta: ¿hasta cuando lo seguirá jodiendo la antigua metrópoli?

Quien subscribe no adhiere al etnocacerismo [6], pero si se trata de reivindicar aportes civilizatorios del Occidente iluminista y democrático, la España del 1600 y sus rezagos tampoco son parte de eso.

Las corridas de toros, prohibidas hace más de 100 años en Argentina, Uruguay y Chile, y blanco de restricciones hoy día en Ecuador, Venezuela, Bolivia y Colombia, tienen en Perú vigencia plena. Un reciente intento de suprimirlas concitó la fuerte y cohesionada reacción ya no solo de decrépitos con fantasías virreynales, sino también de la flor y nata de la ilustración peruana [7], incluidas personas cuya respetable hoja de servicios a la causa de los derechos humanos autorizaría esperar mejor conducta ante la tortura de animales de otras especies. Son los casos de Ricardo Uceda, periodista denunciante de los más letales aparatos clandestinos del Estado en la era fujimorista, y Diego García Sayán, quien como ministro hizo retornar el país a la jurisdición interamericana y es por eso denostado a diario por la prensa de derecha.

A la aristocracia peruana le encanta también las peleas de gallos –en Brasil, costumbre rural clandestina o de arrabal, a la que podrá adherir algún nuevo rico o postmoderno que lo crea cool, jamás quien se pretenda gente refinada o de alcurnia. Pero el maltrato animal no es en Perú, monopolio de ningún sector social, sino una de las muy pocas instituciones que no conocen barreras étnicas, ideológicas ni de clase en una sociedad tan racista y segmentada.

En más de un distrito de Lima se comen gatos previamente sometidos a tormentos [8] – costumbre tan venida de España y bendecida por la Iglesia Católica como la tauromaquía. Toda una contradicción en el país de San Martín de Porres, la única persona además de Francisco de Asís en preocuparse por los animales no humanos en los dos mil años de catolicismo. Y para hacer gala de su crueldad, Sendero Luminoso tenía la costumbre de ahorcar perros en postes –lo que, como otras prácticas aberrantes que llevó a efecto dicha organización, parece emular las de las fuerzas del Estado [9].

3

A raíz del conflicto de los 80/90, Perú es hoy un país signado por un trauma inmenso, alrededor del que se desarrolla un proceso de memoria histórica problemático pero existente –a diferencia de Brasil, mi país de nacimiento, donde la opción por la amnesia y la ignorancia histórica es plena.

En el Lugar de la Memória, Tolerancia e Inclusión Social (LUM), representación física de dicho proceso, he escuchado a Sofía Macher, ex-integrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) peruana, decir que Alberto Fujimori, sentenciado y preso por crímenes de lesa humanidad investigados por dicho organismo, salvó al país del terrorismo. Según la misma Macher, los derechos humanos sí se pueden negociar y el reconocimiento de las víctimas de los crímenes de las Fuerzas Armadas no debe darse sin anuencia de los uniformados [10].

La CVR promovió lo que, en Argentina, se conoce como “teoría de los dos demonios” [11] pero en versión muy empeorada, como se desprende de esos dichos. Su informe nivela en la categoría de “perpetradores” a las FFAA, Sendero Luminoso, el Movimiento Revolucionário Túpac Amaru y los grupos paramilitares, es decir, se trata a la violencia estatal, antiestatal y paraestatal como si pudieran conllevar el mismo tipo y nivel de responsabilidad. En el LUM, sin embargo, solo hay espacio para el descargo de las FFAA (o sea, ¿ya dejaron de ser lo mismo?). El informe de la CVR repite ad nauseam la expresion “lucha antisubversiva” y no habla del terrorismo de Estado.

Ese sesgo despertaría en Argentina o en Chile reacciones de escándalo. En Perú, ni siquiera calma los furibundos ataques que sigue dirigiendo a la CVR, tras 16 años de la conclusión de su trabajo y solo por haber señalado que los militares violaron los derechos humanos, un arco periodístico y parlamentario que rebasa a la derecha claramente violenta. A la manera brasileña, promueven el negacionismo de los crímenes de las FFAA y, al mismo tiempo, su reivindicación.

Sendero Luminoso tuvo un accionar atroz, con conductas claramente terroristas, ajenas a los principios y métodos históricos de la izquierda armada latinoamericana: coches-bomba en zona de intensa circulación [12], asesinatos de soldados y de civiles a hachazos, piedrazos y dinamita, masacre de un pueblo entero, incluso mujeres y niños [13]. Muy distinta, la acción armada del MRTA tampoco se justificaba en una democracia política plena como el Perú de los 80, donde cualquier propuesta ideológica podría acceder al gobierno y la actividad periodística, sindical y las reivindicaciones sociales eran libres en un principio y solo fueron dejando de serlo cuando los grupos armados dieron al deep State peruano el pretexto para terminar con eso matando no solo a sus miembros, sino a dirigentes sindicales [14] y periodistas [15] de izquierda.

Pero nada puede relativizar los crímenes del Estado peruano contra integrantes de Sendero Luminoso (masacrados de a cientos en distintos penales en 1986 y 1992) y del MRTA (ultimados tras rendirse en la casa del embajador japonés en 1997) y contra poblaciones enteras (niños incluso) en Soccos [16], Accomarca [17], Cayara [18] y sabrá Diós cuántos pueblos andinos más. Aberrantes para quien comparta valores de justicia y humanidad, las peores acciones de Sendero Luminoso eran débiles intentos de imitar el modus operandi del Estado con que deseaba medir fuerzas.

Nada justifica, tampoco, el negacionismo que rige hoy en Perú y rebasa a los 80-90. El más preciado tesoro tangible que poseo es un libro de Javier Heraud. Lo es por haber llegado a mis manos desde las de quien me lo dio. Esa persona – bondadosa, de fulgurante inteligencia, culta y sin cerramientos ideológicos – creía que Heraud se había suicidado. Posiblemente, así se lo dijeron en su colegio.

Es cierto que las FFAA peruanas, salvada la discusión sobre el decenio de Fujimori, pueden decir que en los 80-90 actuaron subordinadas al poder político civil, al que no intentaron voltear sino defender. Pero esto, lejos de atenuar la responsabilidad de los militares, debería generar la de los civiles. La línea establecida por la CVR y el Poder Judicial peruano para responsabilizar a Fujimori porque fue un dictador, pero no a Alan García, Fernando Belaúnde Terry y sus ministros, porque no lo fueron –línea que en los hechos rige en Argentina respecto de las responsabilidades de De la Rúa, Duhalde y algunos de sus ministros sobre la represión de 2001 y 2002 – es muy cuestionable. Desde que Belaúnde, García y Agustín Mantilla están muertos, esa discusión se vuelve metafísica en Perú en lo inmediato, pero el modo de sortear la contradicción es admitir que un gobierno no necesita ser una dictadura para ser criminal. No indultar a Fujimori como premio por haber terminado con el terrorismo, como sostiene un sector de la prensa hegemónica peruana [19] que además quiere dar lecciones a Colombia para que no haga demasiadas concesiones a las FARC en pos de lograr la paz [20] y aplique la metodología del nipón.

La responsabilidad no termina en el poder político. En Argentina, hay jueces presos por tan solo hacer la vista gorda a los crímenes de la dictadura de 1976-83 [21]. En Perú, fueron partícipes mucho más activos de violaciones a los derechos humanos. Al prescindir de toda formalidad para matar a sus opositores, Videla y Pinochet ahorraron a sus jueces bochornos como condenar extranjeros por traición a la patria [22] y apresar compatriotas por actividades (más bien declaraciones) que, siendo o no delito ante la ley del país, se habían realizado en... Inglaterra, que negó a Perú la extradicción de su autor, atrapado durante un viaje a España, que sí se prestó a ese rol [23].

4

Perú es hoy un país tan corrido a la derecha que hasta a un ícono de la derecha internacional y antiguo delfín de la peruana que un día lo quiso como presidente (Mario Vargas Llosa) se lo tilda de velasquista [24] (es decir, de comunista) en el mayor y más tradicional diario de Lima. Para el caso inmediato, porque él apoyaba, en un ballotage, a un candidato vagamente de centroizquierda contra la hija de Fujimori. Pero también porque impulsa el proceso de memoria a medias contra el negacionismo total y rechaza destruir obras de arte, aún planteando ocultar sus inscripciones [25].

Hay, en verdad, una burda explotación política del miedo al terrorismo, que ya tiene incluso nombre específico: terruqueo [26]. No pocos periodistas en Perú “deben agradecer a SL haber resuelto su problema de falta de trabajo”, como señala el ex-líder estudiantil José Carlos Vértiz.

Se volvió tabú cuestionar al operativo militar contra la toma de la residencia del embajador de Japón que terminó con 17 muertos en 1997 (14 del MRTA, incluso adolescentes; 2 del Ejército y un solo rehén que –¡oh casualidad!– era ministro de la Corte Suprema y no se amilanaba ante Fujimori). Buena muestra del valor que se da a la vida humana en el país.

Hay revuelo, sin embargo, cada vez que un ex-integrante de los grupos armados de los 80 termina de cumplir su condena y deja la cárcel. Aunque sean mujeres mayores que nunca participaron un hecho violento, como la conotada bailarina Maritza Garrido Lecca (25 años en la cárcel, gran parte de ellos a cuatro mil metros de altura y sin tener siquiera espacio para hacer movimientos de baile) y la monja Nelly Evans y Sybilla Arredondo, viuda de Arguedas.

Pero el terruqueo tiene también aplicaciones políticas relacionadas al presente: estigmatizar y criminalizar protestas contra proyectos mineros que contaminan aguas y tierras, por ejemplo.

La minería es – junto al narcotráfico – la fuente de la falsa prosperidad que vive hoy Perú. Igual a la que vi en Brasil en la primera década de este siglo: ningún servicio básico funciona bien y algunos lisa y llanamente no funcionan, pero hay plata en el bolsillo o la sensación de tenerla y comprar en cuotas. Parecida, también, a la de la Argentina menemista, en el sentido de que se la usa para tapar el trauma del pasado, para la fuga en clima de farándula hacia adelante, sin saber adónde.

La clase dirigente peruana ha sido, en eso, precursora: el país tiene acuerdos de libre comercio con EEUU y China, lo que refuerza la destrucción de la industria local pero garantiza el flujo de entrada de dinero, aún cuando una de las potencias se vea en problemas o intente causarlos para sacar ventajas de su relación con Perú. Pero la cotización de los recursos naturales es irremediablemente volátil. Algún día viene un sacudón económico y la sociedad tiene que enfrentarse con sus propios dilemas, todos a la vez.

En Brasil, la respuesta a tal situación fue el ascenso de un régimen brutal y el incremento de la criminalidad mafiosa en todos los níveles, del cuello blanco hasta la calle. Argentina pudo salir mejor de su colapso, incluso adoptando una administración económica en cierto grado menos rudimentaria: no logró salir de la dependencia de sus productos primarios, pero retiene uno de cada tres dólares de sus ventas al exterior y con eso sostiene los servicios públicos que conforman un razonable aparato de bienestar. Perú, cuando llegue ese día, sí deberá encarar sus fantasmas. Nadie puede saber ahora si la respuesta social será el rebrote de la lucha armada (terrorista o no), el giro hacia una barbarie más profunda sin cualquier trasfondo político (como Brasil) o pasará por el ajuste de cuentas con el pasado en el marco de la construcción de una sociedad mejor.


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