por Julieta Manterola
I
John Stuart Mill
(1806-1873) fue un filósofo inglés y uno de los fundadores de una de las
teorías morales más importantes: el utilitarismo. Esta corriente filosófica fue
iniciada por James Mill (padre de Stuart) y Jeremy Bentham (amigo de James y
padrino de Stuart).
El utilitarismo tiene
un nombre muy malo pero, a mi juicio, es una teoría muy buena. La teoría
utilitarista tiene un único principio: “la mayor felicidad para el mayor número”.
Precisamente en el libro titulado El
utilitarismo, John Stuart Mill afirma: “El credo que acepta como fundamento
de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las
acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas
en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se
entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y la falta
de placer”. Así, para el utilitarismo, un acto es moralmente correcto cuando
maximiza la felicidad general. De todas las alternativas de acción posibles en
un momento dado, el utilitarismo nos dice que debemos realizar aquella
alternativa que generará más felicidad (o menos infelicidad) en el mundo. (Al
menos esto es lo que diría el utilitarismo que se llama “de acto”. El
utilitarismo “de regla” diría otra cosa, pero no es mi intención explicarlo
ahora.) Pongamos un ejemplo: para el utilitarismo, yo debería donar todo el
dinero que me sobra luego de cubrir mis necesidades básicas. El dinero que me
gasto dándome gustos y comprándome cosas que (estrictamente) no necesito maximizaría
mucho más la felicidad general si fuera gastado en comida y abrigo para gente
cuyas necesidades básicas permanecen insatisfechas. Así que, para el
utilitarismo, mi obligación moral es donar un porcentaje de mis ingresos mensuales
a aquellos que lo necesitan más que yo.
Sin embargo, ya en la
época de Mill, algunos objetores de la teoría utilitarista decían que “la
felicidad no puede constituir […] el fin racional de la vida y la acción humana
[…] porque es inalcanzable”. A estos objetores, Mill les responde lo siguiente:
“Si por felicidad se entiende una continua emoción altamente placentera,
resulta bastante evidente que esto es imposible [de alcanzar]. Un estado de
placer exaltado dura sólo unos instantes, o, en algunos casos, y con algunas
interrupciones, horas o días, constituyendo el ocasional brillante destello del
goce, no su llama permanente y estable. La felicidad [a la que se referían los
epicúreos] no es la propia de una vida de éxtasis, sino de momentos de tal
goce, en una existencia constituida por pocos y transitorios dolores, por
muchos y variados placeres, con un decidido predominio del activo sobre el
pasivo, y teniendo como fundamento de toda felicidad no esperar más de lo que
la vida puede dar. Una vida así constituida ha resultado siempre, a quienes han
sido lo suficientemente afortunados para disfrutar de ella, acreedora del
nombre de felicidad”.
Mill sostiene que el
fundamento de la felicidad es “no esperar más de lo que la vida puede dar”.
Pero, ¿qué significa esta frase? ¿Cómo saber qué es lo que la vida puede dar?
No digo nada nuevo si
digo que, mientras Kant sigue a los estoicos, Mill sigue a Epicuro. Así, esta
frase de Mill debe ser entendida a la luz de la carta que Epicuro le escribe a
Meneceo. Epicuro (aproximadamente 341
a.C.-270 a.C.) fue un filósofo que comprendió lo fundamental y que, en una
carta de pocas páginas, escribió todo, y lo único, que debía ser escrito. Para
Epicuro, la felicidad era ese estado que los griegos llamaban ataraxia, un estado de imperturbabilidad
del alma. En su carta, dice lo siguiente: “También a la [imperturbabilidad] la
consideramos un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco sino para
que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos
de que más agradablemente gozan de la abundancia quienes menos tienen necesidad
de ella y de que todo lo natural es fácilmente procurable y lo vano difícil de
obtener”. A ese estado de imperturbabilidad no se llega satisfaciendo todos
nuestros deseos (o la mayor cantidad posible de deseos), sino deseando poco (o
casi nada).
Es llamativa la
semejanza de las palabras de Epicuro con las palabras del Tao: “quien se
contenta con lo que tiene es rico” (33), “quien se apega a las cosas se
desgasta inútilmente” (44), “lo que el sabio desea es no tener deseos. No
valora los bienes de difícil alcance” (64).
La afirmación de que
el “fundamento de toda felicidad [es] no esperar más de lo que la vida puede
dar” significa entonces que el fundamento de la felicidad es “contentarse con
poco” o “contentarse con lo que se tiene”.
Lejos del conformismo
y la resignación, estas afirmaciones son algo muy diferente: una crítica al
consumismo. Estamos acostumbrados a pensar que seremos felices (o más felices)
cuando tengamos una casa más grande, un auto más nuevo, una computadora más rápida,
un celular más lindo, un monitor de más pulgadas… Pero si nuestra felicidad
depende de cumplir estos deseos, entonces nuestra felicidad está perdida para
siempre.
Mill dice: “He
aprendido a buscar mi felicidad limitando mis deseos, en vez de intentando
satisfacerlos”. Esta frase captura y expresa toda la sabiduría de Epicuro (y
del Tao, agregaría yo). La felicidad no está en tener cosas ni en cumplir
nuestros deseos, sino en todo lo contario: en limitar los deseos y en depender
y necesitar cada vez de menos cosas.
El utilitarismo no es
una teoría hedonista por más que hable del placer. Más bien, es una teoría que
recomienda la frugalidad y la sencillez, en los gustos y en los placeres, como
medio para alcanzar la felicidad.
II
John Stuart Mill fue
también un político. De 1865 a 1868, fue diputado de la Cámara de los Comunes
(la Cámara baja del Parlamento inglés). Como diputado, propuso reformar la ley
electoral. Su propuesta consistía en cambiar la palabra “hombre” por la palabra
“persona” de modo que las mujeres también pudieran votar. Pero su propuesta fue
desestimada.
Pero además de filósofo
y político, Mill fue también un hombre muy enamorado.
Mill se enamoró perdidamente
de una mujer llamada Harriet Taylor (1807-1858), una feminista muy reconocida de
su época. Harriet se había casado a los 18 años con John Taylor. Pero a los 23
años, en 1830, conoció a Mill (que tenía casi la misma edad que ella) y ambos sintieron
enseguida una gran atracción y admiración mutua. Lo malo es que en esa época no
existía el divorcio, así que Harriet no podía separarse de su marido para
casarse con Mill. Ambos iniciaron entonces una larga amistad (que fue la
comidilla de los círculos intelectuales de su época) y una intensa colaboración
filosófica. En 1832, escriben juntos los Ensayos
sobre el matrimonio y el divorcio. Harriet y su marido tienen una crisis
matrimonial y deciden separarse por un tiempo. Harriet se muda a París y Mill
la sigue. Pero el idilio no podía durar para siempre. Harriet vuelve y llega a
un acuerdo con su marido: seguirá casada con él y mantendrá las formas pero a
la vez continuará su amistad con Mill. La relación de Harriet y Mill era una
relación imposible para las costumbres y las leyes de la época.
En 1849, Harriet
queda viuda. Su marido muere de cáncer. Dos años más tarde, en 1851, Harriet y
Mill finalmente se casan, luego de 21 años de amistad y ambos ya con más de 40
años. Cuando se casan, Mill redacta un texto, de nulo valor legal pero de gran
valor simbólico, en el que rechaza todos los derechos que la ley de matrimonio
de ese momento le confería sobre su esposa y sus bienes y declara que, en lo
que a él respecta, ella permanece tan libre, después del casamiento, para
disponer de su vida y de sus bienes, como antes de casarse.
En 1858, luego de 7
años de matrimonio, Harriet muere. Mill la sobrevive 15 años. En esos años, publica
Sobre la libertad (1859), El utilitarismo (1863) y La sujeción de las mujeres (1869). En
este último libro, Mill pretendió plasmar las ideas que su esposa y él compartían
acerca de la situación de las mujeres y fue considerado por las feministas de
esa época como una especie de biblia.
En el libro Sobre la libertad, publicado apenas un
año después de la muerte de Harriet, Mill escribió una bellísima dedicatoria:
“Dedico esta obra a
la recordada y llorada memoria de aquella que fue la inspiradora y, en parte,
autora de lo mejor de mis escritos. A la amiga y esposa, cuyo excelso sentido
de la verdad y de la justicia fueron mi mayor acicate, y cuya aprobación
constituyó el mejor de los reconocimientos. Al igual que todo lo que he escrito
durante muchos años, este libro es tanto de ella como mío. Aunque de manera
insuficiente, esta obra, tal como la presento, ha contado con la inestimable
ventaja de haber sido revisada por ella; había dejado algunas de las más
importantes secciones de la misma para una más cuidadosa revisión, que ya nunca
tendrá lugar. Si fuera capaz de exponer ante el mundo la mitad de los grandiosos
pensamientos y nobles sentimientos que yacen enterrados con ella, mi papel se
vería reducido al de intermediario de todo el provecho que de tal se derivase, mucho
mayor del que pueda concluirse de todo lo que yo pueda escribir sin la
inspiración y la ayuda de su inigualable sabiduría”.
Cada vez que leo esta
dedicatoria no puedo evitar conmoverme y emocionarme, muchas veces hasta soltar
alguna lágrima. Imagino el amor profundo que se tenían, la admiración y la
pasión que sentían el uno por el otro y que fue lo único que pudo ayudarlos a
pasar esos años de amistad/amor sin estar juntos, como era el deseo de ambos.
John Stuart Mill fue
un filósofo extraordinario y el fundador de una de las teorías morales más
relevantes. Pero fue además un hombre profundamente enamorado que espero 21
años por la mujer que amaba, sin alejarse nunca de su lado.
Gracias, Julieta, por acercarnos la historia de J.S. Mill, quien proponía "cambiar la palabra “hombre” por la palabra “persona” de modo que las mujeres también pudieran votar."
ResponderEliminarY, además, un hombre enamorado...
gracias por leerlo liliana! me alegra que te haya gustado :) besos!
ResponderEliminarhola lili:debo decirte que al escribir este texto, estabas en mi mente. hace tiempo ya, una vez subí a facebook ese fragmento donde Mill habla sobre la felicidad y vos me preguntaste algo muy parecido a lo que yo escribí: y cómo sabemos qué es lo que la vida puede dar? siempre pensé que esa pregunta merecía una respuesta seria. éste es mi intento de respuesta. saludos!
ResponderEliminarla vida solo puede dar vida y muerte, el problema es como conseguir mayor cantidad de vida lo cual nos pone en lucha contra la vida, salvo que aceptemos un instante de vida como la totalidad de la vida , lo importante no es ser feliz lo importante es Ser, prefiero ser antes que no ser ; Ser bastaría, el problema es que uno es mas bien la nada sin las cosas que lo conforman 2 piernas una guitarra, 33 libros, las golosina de la infancia ,esta pc el pc etc. o sea el problema no es el consumismo sino que nos consuma el deseo de algo que no tenemos, pero si el objeto de deseo no tuviera costo y fuera gratis y solo fuera beneficio lo consumiríamos , no tendría sentido las teorías estoicas de occidente u oriente,lo que nos perturba es el costo de las cosas, no las cosas, es decir que nos producen mas mal del bien que nos otorgan,aunque el bien que nos otorgan es superior al mal porque el bien es superior al mal y viceversa, tenemos una tendencia u otra solo por la relación costo beneficio , ser no tiene costo o es impagable o es una deuda .
ResponderEliminarel mundo nunca sera frugal y sencillo
me hiciste acordar a la frase "antes muerta que sencilla"...
ResponderEliminarno sé. los filósofos/as no adivinan el futuro.