sábado, 16 de noviembre de 2013

El filósofo, la feminista, Epicuro y el Tao

por Julieta Manterola

I

John Stuart Mill (1806-1873) fue un filósofo inglés y uno de los fundadores de una de las teorías morales más importantes: el utilitarismo. Esta corriente filosófica fue iniciada por James Mill (padre de Stuart) y Jeremy Bentham (amigo de James y padrino de Stuart).

El utilitarismo tiene un nombre muy malo pero, a mi juicio, es una teoría muy buena. La teoría utilitarista tiene un único principio: “la mayor felicidad para el mayor número”. Precisamente en el libro titulado El utilitarismo, John Stuart Mill afirma: “El credo que acepta como fundamento de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad, incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y la falta de placer”. Así, para el utilitarismo, un acto es moralmente correcto cuando maximiza la felicidad general. De todas las alternativas de acción posibles en un momento dado, el utilitarismo nos dice que debemos realizar aquella alternativa que generará más felicidad (o menos infelicidad) en el mundo. (Al menos esto es lo que diría el utilitarismo que se llama “de acto”. El utilitarismo “de regla” diría otra cosa, pero no es mi intención explicarlo ahora.) Pongamos un ejemplo: para el utilitarismo, yo debería donar todo el dinero que me sobra luego de cubrir mis necesidades básicas. El dinero que me gasto dándome gustos y comprándome cosas que (estrictamente) no necesito maximizaría mucho más la felicidad general si fuera gastado en comida y abrigo para gente cuyas necesidades básicas permanecen insatisfechas. Así que, para el utilitarismo, mi obligación moral es donar un porcentaje de mis ingresos mensuales a aquellos que lo necesitan más que yo.

Sin embargo, ya en la época de Mill, algunos objetores de la teoría utilitarista decían que “la felicidad no puede constituir […] el fin racional de la vida y la acción humana […] porque es inalcanzable”. A estos objetores, Mill les responde lo siguiente: “Si por felicidad se entiende una continua emoción altamente placentera, resulta bastante evidente que esto es imposible [de alcanzar]. Un estado de placer exaltado dura sólo unos instantes, o, en algunos casos, y con algunas interrupciones, horas o días, constituyendo el ocasional brillante destello del goce, no su llama permanente y estable. La felicidad [a la que se referían los epicúreos] no es la propia de una vida de éxtasis, sino de momentos de tal goce, en una existencia constituida por pocos y transitorios dolores, por muchos y variados placeres, con un decidido predominio del activo sobre el pasivo, y teniendo como fundamento de toda felicidad no esperar más de lo que la vida puede dar. Una vida así constituida ha resultado siempre, a quienes han sido lo suficientemente afortunados para disfrutar de ella, acreedora del nombre de felicidad”.

Mill sostiene que el fundamento de la felicidad es “no esperar más de lo que la vida puede dar”. Pero, ¿qué significa esta frase? ¿Cómo saber qué es lo que la vida puede dar?

No digo nada nuevo si digo que, mientras Kant sigue a los estoicos, Mill sigue a Epicuro. Así, esta frase de Mill debe ser entendida a la luz de la carta que Epicuro le escribe a Meneceo. Epicuro (aproximadamente 341 a.C.-270 a.C.) fue un filósofo que comprendió lo fundamental y que, en una carta de pocas páginas, escribió todo, y lo único, que debía ser escrito. Para Epicuro, la felicidad era ese estado que los griegos llamaban ataraxia, un estado de imperturbabilidad del alma. En su carta, dice lo siguiente: “También a la [imperturbabilidad] la consideramos un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco sino para que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos de que más agradablemente gozan de la abundancia quienes menos tienen necesidad de ella y de que todo lo natural es fácilmente procurable y lo vano difícil de obtener”. A ese estado de imperturbabilidad no se llega satisfaciendo todos nuestros deseos (o la mayor cantidad posible de deseos), sino deseando poco (o casi nada).

Es llamativa la semejanza de las palabras de Epicuro con las palabras del Tao: “quien se contenta con lo que tiene es rico” (33), “quien se apega a las cosas se desgasta inútilmente” (44), “lo que el sabio desea es no tener deseos. No valora los bienes de difícil alcance” (64).

La afirmación de que el “fundamento de toda felicidad [es] no esperar más de lo que la vida puede dar” significa entonces que el fundamento de la felicidad es “contentarse con poco” o “contentarse con lo que se tiene”.

Lejos del conformismo y la resignación, estas afirmaciones son algo muy diferente: una crítica al consumismo. Estamos acostumbrados a pensar que seremos felices (o más felices) cuando tengamos una casa más grande, un auto más nuevo, una computadora más rápida, un celular más lindo, un monitor de más pulgadas… Pero si nuestra felicidad depende de cumplir estos deseos, entonces nuestra felicidad está perdida para siempre.

Mill dice: “He aprendido a buscar mi felicidad limitando mis deseos, en vez de intentando satisfacerlos”. Esta frase captura y expresa toda la sabiduría de Epicuro (y del Tao, agregaría yo). La felicidad no está en tener cosas ni en cumplir nuestros deseos, sino en todo lo contario: en limitar los deseos y en depender y necesitar cada vez de menos cosas.

El utilitarismo no es una teoría hedonista por más que hable del placer. Más bien, es una teoría que recomienda la frugalidad y la sencillez, en los gustos y en los placeres, como medio para alcanzar la felicidad.

II

John Stuart Mill fue también un político. De 1865 a 1868, fue diputado de la Cámara de los Comunes (la Cámara baja del Parlamento inglés). Como diputado, propuso reformar la ley electoral. Su propuesta consistía en cambiar la palabra “hombre” por la palabra “persona” de modo que las mujeres también pudieran votar. Pero su propuesta fue desestimada.

Pero además de filósofo y político, Mill fue también un hombre muy enamorado.

Mill se enamoró perdidamente de una mujer llamada Harriet Taylor (1807-1858), una feminista muy reconocida de su época. Harriet se había casado a los 18 años con John Taylor. Pero a los 23 años, en 1830, conoció a Mill (que tenía casi la misma edad que ella) y ambos sintieron enseguida una gran atracción y admiración mutua. Lo malo es que en esa época no existía el divorcio, así que Harriet no podía separarse de su marido para casarse con Mill. Ambos iniciaron entonces una larga amistad (que fue la comidilla de los círculos intelectuales de su época) y una intensa colaboración filosófica. En 1832, escriben juntos los Ensayos sobre el matrimonio y el divorcio. Harriet y su marido tienen una crisis matrimonial y deciden separarse por un tiempo. Harriet se muda a París y Mill la sigue. Pero el idilio no podía durar para siempre. Harriet vuelve y llega a un acuerdo con su marido: seguirá casada con él y mantendrá las formas pero a la vez continuará su amistad con Mill. La relación de Harriet y Mill era una relación imposible para las costumbres y las leyes de la época.

En 1849, Harriet queda viuda. Su marido muere de cáncer. Dos años más tarde, en 1851, Harriet y Mill finalmente se casan, luego de 21 años de amistad y ambos ya con más de 40 años. Cuando se casan, Mill redacta un texto, de nulo valor legal pero de gran valor simbólico, en el que rechaza todos los derechos que la ley de matrimonio de ese momento le confería sobre su esposa y sus bienes y declara que, en lo que a él respecta, ella permanece tan libre, después del casamiento, para disponer de su vida y de sus bienes, como antes de casarse.

En 1858, luego de 7 años de matrimonio, Harriet muere. Mill la sobrevive 15 años. En esos años, publica Sobre la libertad (1859), El utilitarismo (1863) y La sujeción de las mujeres (1869). En este último libro, Mill pretendió plasmar las ideas que su esposa y él compartían acerca de la situación de las mujeres y fue considerado por las feministas de esa época como una especie de biblia.

En el libro Sobre la libertad, publicado apenas un año después de la muerte de Harriet, Mill escribió una bellísima dedicatoria:

“Dedico esta obra a la recordada y llorada memoria de aquella que fue la inspiradora y, en parte, autora de lo mejor de mis escritos. A la amiga y esposa, cuyo excelso sentido de la verdad y de la justicia fueron mi mayor acicate, y cuya aprobación constituyó el mejor de los reconocimientos. Al igual que todo lo que he escrito durante muchos años, este libro es tanto de ella como mío. Aunque de manera insuficiente, esta obra, tal como la presento, ha contado con la inestimable ventaja de haber sido revisada por ella; había dejado algunas de las más importantes secciones de la misma para una más cuidadosa revisión, que ya nunca tendrá lugar. Si fuera capaz de exponer ante el mundo la mitad de los grandiosos pensamientos y nobles sentimientos que yacen enterrados con ella, mi papel se vería reducido al de intermediario de todo el provecho que de tal se derivase, mucho mayor del que pueda concluirse de todo lo que yo pueda escribir sin la inspiración y la ayuda de su inigualable sabiduría”.

Cada vez que leo esta dedicatoria no puedo evitar conmoverme y emocionarme, muchas veces hasta soltar alguna lágrima. Imagino el amor profundo que se tenían, la admiración y la pasión que sentían el uno por el otro y que fue lo único que pudo ayudarlos a pasar esos años de amistad/amor sin estar juntos, como era el deseo de ambos.

John Stuart Mill fue un filósofo extraordinario y el fundador de una de las teorías morales más relevantes. Pero fue además un hombre profundamente enamorado que espero 21 años por la mujer que amaba, sin alejarse nunca de su lado.

5 comentarios:

  1. Gracias, Julieta, por acercarnos la historia de J.S. Mill, quien proponía "cambiar la palabra “hombre” por la palabra “persona” de modo que las mujeres también pudieran votar."

    Y, además, un hombre enamorado...

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  2. gracias por leerlo liliana! me alegra que te haya gustado :) besos!

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  3. hola lili:debo decirte que al escribir este texto, estabas en mi mente. hace tiempo ya, una vez subí a facebook ese fragmento donde Mill habla sobre la felicidad y vos me preguntaste algo muy parecido a lo que yo escribí: y cómo sabemos qué es lo que la vida puede dar? siempre pensé que esa pregunta merecía una respuesta seria. éste es mi intento de respuesta. saludos!

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  4. la vida solo puede dar vida y muerte, el problema es como conseguir mayor cantidad de vida lo cual nos pone en lucha contra la vida, salvo que aceptemos un instante de vida como la totalidad de la vida , lo importante no es ser feliz lo importante es Ser, prefiero ser antes que no ser ; Ser bastaría, el problema es que uno es mas bien la nada sin las cosas que lo conforman 2 piernas una guitarra, 33 libros, las golosina de la infancia ,esta pc el pc etc. o sea el problema no es el consumismo sino que nos consuma el deseo de algo que no tenemos, pero si el objeto de deseo no tuviera costo y fuera gratis y solo fuera beneficio lo consumiríamos , no tendría sentido las teorías estoicas de occidente u oriente,lo que nos perturba es el costo de las cosas, no las cosas, es decir que nos producen mas mal del bien que nos otorgan,aunque el bien que nos otorgan es superior al mal porque el bien es superior al mal y viceversa, tenemos una tendencia u otra solo por la relación costo beneficio , ser no tiene costo o es impagable o es una deuda .

    el mundo nunca sera frugal y sencillo

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  5. me hiciste acordar a la frase "antes muerta que sencilla"...

    no sé. los filósofos/as no adivinan el futuro.

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