miércoles, 19 de noviembre de 2014

Todos tus Herzogs





por PabloT *

Cada época tiene su Werner Herzog.

Desde aquellos lejanos ciclos en cineclubes setentistas que, antes de cada proyección en 16 mm, entregaban programas fotocopiados con la ficha técnica de lo que ibas a ver –Woyzeck y Aguirre fijas– hasta el debate a partir del estreno de su Maldito Policía.

Del arco que va del rubricado corte con el decadente cine alemán anterior a los 60 (respecto del cual él, junto a colegas no afines entre sí, se consideraba “huérfano”), hasta su rarísima inserción en el Hollywood actual, donde filma con Christian Bale o Nicholas Cage.

De aquellos dossiers escritos sobre películas de escasa distribución, que no podían volver a verse tan fácil, a los dossiers que continúan floreciendo hoy en toda revista de cine más o menos sesuda, cuyos autores cuentan con disponibilidad vía download.

En lo personal, de un misterio a un mundo.Cuando era chico, me llevaban de oficio al Cosmos para ver adormilantes películas rusas y polacas que oscilaban entre la bajada de línea y el humanismo ramplón. ¿Qué era, qué quería significar ese afiche con el tipo desgreñado de ojos lunáticos mirando y esgrimiendo una carta en la puerta del cine? En ese entonces me quedé con el interrogante. Pasarían unos cuantos años hasta zambullirme en el mundo de este cineasta y resolver al fin El Enigma de Kaspar Hauser.

La cuestión es que un diacrónico e hipotético diagrama de Venn sobre la percepción de su cine a lo largo del tiempo mostraría un área común a casi todos los círculos, una zona de consenso que probablemente señalaría que (preparen las tranquilizadoras etiquetas):

- ama los personajes excéntricos de la sociedad en que viven,

- borronea las fronteras de la ficción y la realidad, con puestas que tienden a la distancia documental,
- es megalomaníaco,

- es romántico,

- duplica en su filmación la aventura que quiere contar,

- va en busca de la verdad (“extática”), a sabiendas de la imposibilidad de capturarla,

- persigue a lo largo y a lo ancho del planeta una imagen no bastardeada (“virgen”).

(El que quiera, que agregue otros ítems generalizadores).

Afortunadamente, más allá de esto, Herzog sigue siendo un tanto inasible. Eso lo hace vigente. Ergo: podemos seguir discutiéndolo.

Parte de su secreto: es tridimensional en un sentido profundo (¡lejos de los lentes 3D!). Porque hay tres lados en su hacer que se complementan pareciendo separados, sólo hasta que, viéndolos al sesgo, denotan su encastre:

- El inmediatamente reconocible, el del creador de ficciones. Cualquier personaje avasallante de Klaus Kinski salta como resorte en nuestra memoria visual y ejemplifica esta vertiente.

- El lado documentalista (¿lado “B”?), menos conocido, presenta un ramillete de personas reales en situaciones reales que, paradójicamente, lucen más como de ficción (o medio inverosímiles para el estatuto de la realidad que manejamos cotidianamente). ¿En verdad existe esa competencia entre subastadores alienados? ¿o ese director de cine tranquilamente dispuesto a morir arrollado por lava volcánica? ¿y ese lirista loco atrincherado en una isla? La cantera documental de Herzog parece inagotable, siempre hay un corto o mediometraje a descubrir que se sostiene solo y que redimensiona todo el corpus. Además, para una mayor contaminación entre ambos lados, Herzog los interviene sutilmente. Un botón de muestra: en País del silencio y la oscuridad (1971), la heroica protagonista relata a cámara cómo fue quedándose sordo-ciega en su infancia a partir de un golpe. Y recuerda emotivamente la imagen de un saltador de esquí que vio antes de enceguecer. Por el libro Caminar sobre Hielo y Fuego: los documentales de Werner Herzog, nos venimos a enterar de que fue el cineasta quien escribió tal evocación y convenció a la mujer: “esto es importante para la película, puede que no lo entiendas, pero por favor di este texto para mi”. Dos años después, filma alrededor de esa imagen El gran éxtasis del escultor de madera Steiner.

- Pero dijimos tridimensionalidad, por lo que falta un lado, acaso el más elusivo de todos: el que lo tiene como actor. Sus composiciones en dos películas de Harmony Korine: en Julian Donkey Boy como padre terrible de familia disfuncional, y en Mister Lonely como padre-piloto de un convento de monjas voladoras (!), parecen dialogar, por lo autoritario y lo excéntrico de sus respectivos personajes, con la imagen pública que de él fueron construyendo las anécdotas de filmación (tanto las verdaderas como las falsas). Y podemos sumar al lote a The German, el atemorizante jugador de poker profesional que acaricia conejitos en The Grand (2007), la comedia de Zak Penn apenas disfrazada de documental.

Pero estos eran personajes inventados. ¿Quién dice que en sus “puros” documentales (mencionando al azar: The White DiamondLa Soufriere Grizzly Man), o en Tokyo-Ga de Wim Wenders, viéndolo o escuchándolo narrar, no ha venido creando un único, sólido personaje siempre igual a sí mismo? Y en este punto sí que tiembla la supuestamente ordenada biblioteca del Internet Movie Database, el sitio web más consultado sobre data cinematográfica. Es que, a la hora de Herzog, se le confunden ciertos estantes. No el de Director, ni el de Producer o Writer, impecables, pero sí el de Actor (listando sus actuaciones) en relación al de Self (que señala sus apariciones como él mismo).

Incident at Loch Ness de Zak Penn, por ejemplo, es un falso documental en el que Herzog hace del director de cine Herzog y sin embargo lo ponen en el anaquel Self, como si no pudieran discriminar persona de personaje. Digamos en descargo de los notarios que la trama fomenta el borramiento de esos límites: el alemán embarca cámara en mano en una expedición para ubicar al legendario monstruo del título, pero lo que vemos no es otra cosa que la filmación de su fracaso, su making off. Cajas chinas, autoconciencia, lo que quieran, lo cierto es que el film está pavimentado sobre el mito del cineasta aventurero dispuesto a desafiar a la naturaleza. Y, justamente por eso: ¡qué bien que le sale a Herzog hacer de Herzog!

* Este artículo fue publicado originalmente por revista La otra n° 23, verano 2010.

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