por Luciano Deraco
Algo así como esas fotos viejas que retienen momentos entrañables, resistiendo amarillentas los embates del tiempo y el polvo del olvido.
Cualquier imagen elegida al azar de esos seis tipos pícaros y guarros que respiraban irreverencia parece ya anacrónica, desfasada y ajena. Así y todo, cualquiera de estos retratos furtivos de una ya época añeja y casi irreconocible nos instala, al menos por un instante, ante un cóctel de libertad, baile y desparpajo. No obstante, el exótico menú no acababa en una colorida y animada entrada de jolgorio. Tampoco en el sonido potente de esa banda ideal de los primeros 80, minada de talentos como Gustavo Bazterrica, Cachorro López, Daniel Melingo o Andrés Calamaro, en su época más popular. Era la pluma sagaz e iluminada de Miguel Abuelo la que dejaba satisfecho hasta al apetito más voraz, tambaleando de yapa, a cuanto cerebro gris se le topara en el camino hacia la mesa de la deidad.
La aventura de Los Abuelos de la Nada había sido inaugurada con notable lisergia en el ocaso de los años sesenta: su primera formación data de 1968, integrada por "Mayoneso" Fanacoa (teclados), Miky Lara (guitarra rítmica), Alberto "Abuelo" Lara (bajo) y "Pomo" Lorenzo (batería); Claudio Gabis, fue primera guitarra en la grabación del simple "Diana Divaga". Pero en la cara B ("Tema en flu sobre el planeta") aparece nada menos que Norberto Pappo Napolitano como guitarra líder.
Después vino un voluntario exilio europeo de Miguel (del que también queda un disco: Miguel Abuelo & Nada , 1975). A su regreso (1981), los Abuelos tuvieron su reencarnación más hedonista y festiva al compás de la tan ansiada recuperación democrática. Al horizonte, sus melodías funcionaban como un reflector que a cada nota derramaba luz sobre las anquilosadas sombras de tantos años de miedo y desesperanza.
Después vino un voluntario exilio europeo de Miguel (del que también queda un disco: Miguel Abuelo & Nada , 1975). A su regreso (1981), los Abuelos tuvieron su reencarnación más hedonista y festiva al compás de la tan ansiada recuperación democrática. Al horizonte, sus melodías funcionaban como un reflector que a cada nota derramaba luz sobre las anquilosadas sombras de tantos años de miedo y desesperanza.
En una de las canciones del primer disco de esta etapa, titulado simplemente Los Abuelos de La Nada (1982), lookeado como el anfitrión perfecto de un momento de cambio y movimiento, Miguel invita a salir del letargo con entusiasmo y convicción: “si Buenos Aires despierta/ yo digo se despereza/ siente libertad/ busca la alegría de ir a más”.
Entre risas pícaras y atorrante, en una clara declaración de principios, Abuelo nos definía su libertad, como si hiciera falta, como si cada gesto, movimiento, palabra o verso de su ser no la hubiesen terminado de expresar: “Libertad/ socia de los peregrinos/ libertad/ luz, coraje, amor divino/ yo soy tu bandera, libertad.”
Abuelo no era un tipo fácil de diezmar. Criado en el preventorio Rocca y con mucha calle encima, no era de esos inseguros que tragan saliva ante un puñado de reaccionarios siempre dispuestos al insulto o la agresión. El escenario era como el patio de su casa. Su autoridad incuestionable le permitía plantarse firme y provocador, tan seguro como imparable. “No se desesperen, locos/ todo va a estar bien/ ninguna bala parará éste tren”, cantaba hiperquinético en una de las canciones del segundo disco (Vasos y besos, 1983).
Pito en mano, sobre las tablas siempre estaba dispuesto para el trance del sentir, en su ambigua forma de bailar, dejando en claro que tanta intensidad contenida en versos, puede y debe coexistir sin miedo con el cuerpo.
Atrás ese conjunto soñado, un verdadero seleccionado de virtuosos que le imprimió a la imperante corriente new wave ese particular y vistoso quiebre latino, sumando la picardía más visceralmente criolla.
Quizás en las líneas más inspiradas de su carrera, Abuelo advierte que la fiesta debe continuar, incluso en ausencia del anfitrión: “Que no se rasgue como seda el clima de tu corazón” pide en “Himno de mi Corazón”, una de sus canciones más agudas y emotivas aparecida en el disco homónimo (1984).
En 1986, sin el brillo de los discos anteriores, pero con el filo pendenciero de su pluma eterna, se lanzó a una errática y conclusiva aventura: Cosas Mías, el último trabajo, no contó con los mismos músicos (esta formación fue integrada por Kubero Díaz, Marcelo "Chocolate" Fogo, Juan del Barrio y el baterista Polo Corbella, el único que quedó de la formación anterior), ni con el apoyo del público, la prensa y las discográficas. Aún así, alcanza para malherir a los distraídos: “Ahora, si esto continúa hundiéndose/ ¡yo! el Capitán, el calavera/ me sumergiré con toda mi realidad...” proclama en “Capitán Calavera”.
Como otro notable alumno de una promoción signada por el descontrol y los excesos, encontró la muerte en otoño del 88 a manos del SIDA y casi a la par de los otros dos grandes hacedores del cambio de los años 80: Luca Prodan y Federico Moura.
Algo así como mirar alguna de esas fotos viejas que retienen momentos entrañables, resistiendo amarillentas los embates del tiempo y el polvo del olvido: la música de Miguel y sus Abuelos esboza siempre una sonrisa cómplice y pasional, entre pupilas melancólicas.
Un grande Miguelito.
ResponderEliminar