jueves, 18 de enero de 2018

Soy un filósofo un tanto turbado de salud/ me internaron y salí/ no tengo psique


¡Qué milagro!
Hoy me siento de parabienes bien
sentado frente a una pava de fuego
a la espera: que los dioses
se olviden de mí.
En demasiados embrollos me han metido ellos
incluso en negociejos
ya era hora: descanso
me procuro un bledo
disfruto: ¡qué sainete!
Defraudé sí la confianza.
Demasiado rápido
empecé a hacerme el gil
("poesía eres tú”)
... la pluma se le cayó de las manos
... sangre en las venas
el frío
graso del español enteco
el armazón misericordia
de la parodia póstuma

¡Pst!

¿Hasta tenemos una vida cotidiana
conque ahora?
Las suculentas formas de la vendedora de aguarrás
pensé: pero más tarde
hay tiempo y luego: en cambio
decidí darme una vuelta por el bar
para verla cómo anda la cara de la especie:
ella prorratea por ahí
soneto de encargo: primera
novela mala
: igual
a pesar de todo
encontraré a Regina Olsen
en la calle de los farolitos infamados
y la instalaré en un chalet tranquilo
frente al mar sirena

Y ella me querrá
y yo la querré

Soy un filósofo un tanto turbado de salud
me internaron y salí
no tengo psique
adiós
¿Qué puede hacerse conmigo sino amarme?
Mi familia lo comprendió
y me renta.
Para los viejos
me dedico a la enseñanza de Freud:
por suerte los psicoanalistas
            —mis muchachos—
son como los ángeles:
creen en el sexo y en Dios.
Ahora,
         
           Regina Olsen me pide un beso
y yo se lo doy
y yo se lo doy en la sal de los párpados
: es mi arte
un trebolar de afectos :
es mi arte y
¿Que si te quiero? Por supuesto que te quiero
por supuesto

O. Lamborgini-Hartz, EL PASTOR DE OVEJAS (1978)



Ilustración: Carmen Cuervo

domingo, 14 de enero de 2018

Mis simpatías todas argentinas, y yo voy a dar mi vida por este país tan raro

"La causa justa", por Osvaldo Lamborghini

Ilustración: Carmen Cuervo

Terminado el partido empezaban, lamentablemente a “desarrollarse los acontecimientos”, las pioladas y las bromas de mal gusto, ese repugnante clima de “formamos todos una gran familia” creado generalmente por los acostumbrados al naranjín, pero que la juegan de campeones del “vinacho” –como dicen ellos, y que a las tres copas ya perdieron, ya están en pleno show, pero manifestando sus preferencias por el género sentimental–: abrazándose con todo el mundo, babeándose y buscando una manera infalible de asegurarles amistad a todos los compañeros. Los más inteligentes y seguros de sí mismos creen, en algún momento, haberla encontrado. Pegándose una fuerte palmada en la frente, empiezan a llevarse a sus colegas aparte, uno por uno, para decirles en plan confesional:

–Mirá, hermano, yo te quiero tanto que, te lo juro por mi madre, te chuparía la pija si fuera puto, sí, te lo juro, y vos sabés que yo no soy puto.

Este tipo de declaraciones creaba problemas, y el encargado de relaciones públicas internas tenía que andar a los saltos para evitar trifulcas, pues muchos de los “tan queridos” que su compañero llegaría a ese extremo (si fuera puto) para demostrárselo, pero el tan querido (sabía que no era puto), con lágrimas en los ojos y además una lógica perfecta, deducía que la respuesta adecuada era:

–Y vos sabés que yo estaría a tu disposición: lo primero que haría al levantarme a la mañana sería enchufártela en la boca. Te digo más, me quedaría sin trabajo, porque te inundaría de leche la garganta en la misma jeta del Gerente General. (Este, que estaba presente, opinaba para sí que había otras formas de manifestar la amistad.)

Y ya empezaba la pelea, precedida de diálogos aclaratorios de asombrosa lucidez:

–A mí no me inundarías de leche un carajo, ¿o al final te creés que soy puto en serio? ¡Avisá! Sos vos el que la mirás con cariño...

Como ya tenían audiencia, ninguno de los dos quería dar el brazo a torcer (ni a coger, dado el tema en cuestión). El defraudado porque primero le ofrecían chuparle la pija, y después cagarlo a trompadas, quería comérselo vivo al incoherente de mierda:

–Para que lo sepas, viejo, a mí no me gusta la carne de chancho, y tampoco soy ningún bufarrón. Buscate un marinero, si no andás muy necesitado: si estás muy caliente a Vos no te basta toda la tripulación de un portaaviones...

Chupapijas (si fuera puto) alcanzó a ponerle negro el ojo derecho, y El Desocupado (por dejársela mamar en la misma jeta del...) buen derechazo a la mandíbula y además la siguió obsesionado con el tema de dejársela chupar (¡por su culpa se había quedado sin trabajo!):

–Si yo quiero que me la chupen, tengo diez minas que andan relocas por prendérseme a la teta.

El otro boludo, también incansable:

–Claro, vos tenés tetas: ¿Qué marca de corpiño usás?

Volaban las trompadas, pero poquito: la nula resistencia para el alcohol y el exceso de público ayudaban a evitar desgracias. Pero:

En cierta ocasión, ayudaron estos dos giles a la aparición de un fanático de la verdad: El japonés, ingeniero electrónico, demasiado impasible (era muy tímido, a escondidas se había tomado tres cinturones negros, perdón se quiso decir tres vasos), con toda calma les explicó que irían a parar todos los degenerados al hospital, hasta Nal.

–¿Y por qué? –preguntó Nal.

–Vos los excitás, vos, culón.

Que irán a parar todos al hospital, o directamente a la tumba, si era muy fácil: mientras él los iba matando a todos, todos a la fosa común. Aquello era tierra, no asfalto.

Hablaban en serio.

En serio partió por la mitad a todas las sillas de madera con el canto de las manos: ¡Karatecas!

Fue una vergüenza. Todos (29) se refugiaron en las duchas y lograron trabar la puerta. Desde una ventana parlamentaban con el señor Tokuro, inútilmente.

–¿Pero en qué lo hemos ofendido, hombre? –le preguntaba Heredia, el que quería tanto a todos que les chuparía la pija (si fuera puto).

Tokuro: El que falta a la palabra falta al honor. El que hoy falta al honor, traiciona al amigo, es capaz de traicionar Patria y Emperador.

Con la puerta trabada, Heredia otra vez empezó a envalentonarse:

–Pero cortelá, Tokuro, yo no faltaba a ninguna palabra, a ningún honor, tampoco traicioné. Y no me venga con su puto Emperador.

Tokuro: Para la conversación exacta, las mismas palabras. Ya mismo pido disculpas por grosería que tendré yo, Tokuro, es decir. Usted le dijo, señor Heredia, al señor Mancini que le chuparía la pija tanto le quería. Yo no lo he visto. Ahora, ofensa grave: dijo “puto” a Emperador Japón.

Heredia empezó a aporteñarse otra vez:

–Pero avivesé, Tokuro, yo le dije que se la chuparía si fuera puto. Hasta se lo juré por mi vieja, y le aviso, ¿eh?, le aviso, yo con esas cosas no juego.

Tokuro: Pero ¿usted quiere a señor Mancini?

Heredia: Eso no significa que vaya a chuparle la pija. Eso sería en el caso de que yo fuera puto.

Tokuro: Usted es puto.

Heredia: Mire, Tokuro, debe ser un lío que usted se hizo con el idioma.

Tokuro: No, ningún lío con el idioma. Usted es puto.

Heredia: Me parece que esto va a terminar mal, no me obligue, Tokuro, todo tiene un límite...

Mentira: Tokuro, cinturón negro y aterradora fama de violento cuando se creía en la causa justa. Heredia estaba cagado hasta las patas.

Tokuro: Yo lo obligo. Usted tiene que chupar pija a señor Mancini...

Heredia: ¡Pero cómo, cómo...!

Tokuro: Yo no sé cómo. Yo no soy puto.

Heredia: Señor Tokuro, todo era una broma. Usted interpretó mal.

Tokuro: Yo entendí bien. Usted le dio el sí. Que incluso se la haría chupar aunque estuviera frente al Gerente General. ¿Miento, señor gerente general?

Gte. Gral.: No, no es que mienta, ocurre que según el nivel del diálogo, la confraternización se excede. Usted sabe, una palabra trae a la otra.

Tokuro: Pero Heredia quería chupar pija Mancini, y otra palabra trae Hiroshima.

Heredia: ¡Si fuera puto! Entienda, Tokuro: me encantaría chuparle la pija a Mancini si yo fuera puto, lo elegiría a él para que me rompiera el culo.

Tokuro: Es puto. ¿Por qué si no pensar qué cosas haría si fuera puto?

“El coro” empezaba a hartarse. Que Heredia y Mancini se las arreglaran con Tokuro... Así se lo dijeron a Heredia.

Heredia: Soy un buen muchacho, señor Tokuro, se lo pido por favor... (llorando a lágrima viva). No podré volver al trabajo, ni a mi casa...

Tokuro: Uds. deciden. Yo quiero aquí fuera a Heredia y Mancini. Uds. creen que esa puerta es segura. La rompo y entro. Golpe en el cuello a cada uno. Golpe mortal. Uds. deciden. Gerente debe venir también. Mancini dijo que se la dejaría chupar en su propia jeta.

- - -

Era un atardecer cualquiera, o como diría el más canalla de los sofistas: cualquiera (era un atardecer). Una bandada de pájaros quería volver a sus nidos. Precisamente. Precisamente eso era lo difícil. Si la bandada, disfrazada de jugadores de fútbol, se atrincheraba en unas duchas, atemorizada por un solo pájaro, el samurai, un pájaro con la manía del honor. ¿Deben tener coraje los hombres? Un arquero Col-on ¿tiene además la obligación de ser un héroe? Porque cada uno había pasado lo suyo en la vida. Y ahora, que todo parecía haberse tranquilizado, tenía que reaparecer, como un fantasma: Lo Suyo en la Vida, otra vez. Qué traidor, qué puñalada podía ser un poco de esperanza. Miraron a la Empresa como pidiéndole amparo. La Empresa era el Gerente General, el doctor Mariano Soria. A nadie le importa Mariano Soria. Pero la Empresa, ahora resulta evidente, no estaba preparada para enfrentarse al Tokuro de la palabra empeñada ni a la fuerza que generaba, esta vez en su propia contra, esa palabra empeñada e incumplida por dos de sus más humildes representantes. Ya discutían en la sala de las duchas para que luego, solidarios y unidos, ese nipón demente no los desnucara por el último chiste, cuando, claro todo se trataba de un simple chiste, y a los gritos, desde la ventana, se lo comunicaron a Tokuro:

–¡Todo se trataba de un simple chiste!

El sol tocó la blanca dentadura del señor Tokuro, quien pensó unos minutos y luego, riendo con su risa más límpida, exaltado, se les unió sin abandonar su puesto. Dijo:

–¡Todo se trataba de un simple chiste!

–Pero, claro, señor Tokuro. –Nal se atrevió (increíble) a contestar por todos–. Si todos somos amigos y trabajamos juntos, nos ganamos el pan en la misma Empresa, lo de prometerse esas cosas es una costumbre de nuestro amado país, la Argentina, ahora en guerra con el Imperio Británico.

Eufóricos, todos al unísono:

–¡Argentina, Argentina, Argentina!

Todavía con destellos en su dentadura, el señor Tokuro se levantó adoptando un aire marcial cuando se coreó una vez más la palabra ¡Argentina! El señor Tokuro entonces confesó:

–Mis simpatías todas argentinas, y yo voy a dar mi vida por este país tan raro. Argentina: ¡todo era un simple chiste! Esto me alivia. Los iba a matar porque estaba triste por la deshonra de la palabra incumplida. Yo me alisté como voluntario para Malvinas.

Miró los avances del cielo, cuyo color natural, mañana o en mil años, retornaría. Era un país enorme y raro, lleno de chistes, pero la palabra se cumplía, pensó. Luego cortésmente:

–Gracias. Ayudaron a conocer a extranjero esta tierra. Algún día comprenderé la llanura de sus chistes. Pero me alegro porque la palabra será cumplida. Vengan, señor Heredia, Gerente, señor Mancini. Yo puedo desempeñar el papel de testigo. Cierran las ventanas y que nadie mire repugnante acto íntimo que se va a cometer. Vengan, señor Heredia, señor Mancini

domingo, 7 de enero de 2018

Campos de batalla

Cándido López, los campos de batalla online, el documental de José Luis García sobre el pintor de la guerra infame



Batalla de Tuyutí, Cándido López, óleo sobre tela, entre 1873 y 1885

por Carmen Cuervo

La guerra del Paraguay, Cándido López y el documental de José Luis García

Cuánto habrá en nuestros actos de decisión voluntaria y cuánto de destino que arrastra. Ahora mismo me pregunto cuánto queda de mí en estos comentarios y cuánto de una fuerza que me lleva más allá de mí. Lo mismo les sucedió a los protagonistas de la historia que voy a contar.

Mucho tiempo después de que hubiera terminado, Cándido López pintó la guerra del Paraguay. Sus obras retratan las acciones desde 1865 hasta la batalla de Curupayti, momento en el que el pintor fue herido y se le amputó un brazo. Él tampoco sabía las razones por las que se había involucrado.



Fotograma del film de José Luis García

La gran guerra (1864–1870) fue un enfrentamiento militar de la Triple Alianza —una coalición formada por Brasil, Uruguay y Argentina— contra el Paraguay. La coalición estaba apoyada por el Imperio británico. Mientras que Paraguay era gobernado por el mariscal Solano López, que tenía una política de independencia económica y aspiraba a tener influencia respecto de los asuntos de América del Sud. 

En 2005, José Luis García realiza el documental Cándido López, los campos de batalla. El director se obsesiona con la búsqueda de los lugares exactos que aparecen en la obra del pintor, para observarlos desde el mismo punto de vista en que se ubicó López, pero luego no puede evitar continuar el viaje hasta el lugar donde termina la guerra.

Después de la Batalla de Curupaytí, Cándido López, 1893

Sabiendo que es imposible, ahora intento escribir unas palabras sobre estas tres cosas a la vez: la guerra, el pintor y la película.

José Luis García se encuentra casualmente con el nieto del pintor en una librería y ahí nace el viaje que lo lleva desde Buenos Aires hasta Cerro Corá en Paraguay, donde había finalizado la guerra. En ese largo recorrido aparecen frente a la cámara los cuadros del pintor ; los paisajes que él pintó tal como se ven hoy, pero también el nieto de Cándido López dando su testimonio y los descendientes de combatientes paraguayos contando sus penurias. La cámara se encuentra con el paradójico relato de un ciego que intenta ubicar los lugares precisos en que estuvieron los campos de batalla. Frente a la mirada del espectador aparecen esos paisajes todavía agrestes, abandonados o detenidos en el tiempo. Vemos objetos y construcciones de la época: los restos de las balas que fueron disparadas en la guerra o las ruinas de los bustos de sus héroes. Se suman otros testimonios: la voz de un arqueólogo inglés especialista en batallas que trabaja para la televisión de su país, un científico engreído y versero. También podemos ver el testimonio de Sian Rees, una novelista inglesa que escribió un libro exitoso sobre Eliza Lynch,la mujer irlandesa que vino al Paraguay y se convirtió en la madre de cuatro de los hijos de Solano López. Rees cuestiona el intento de Solano López de hacer del Paraguay una nación sin deuda externa, económicamente independiente, como si esto fuera un proyecto irrazonable y premoderno. Vemos mapas, planos originales, libros, leyendas, fotos de la familia del Mariscal López. Aparece el entonces (2005) director del Museo Histórico Nacional, que hace un interpretación inverosímil del tema. Podemos intentar una reconstrucción de la guerra, pero hay contrapuntos y contradicciones. ¿Qué es ser paraguayo? ¿Qué es ser británico? ¿Hasta qué punto los correntinos son más argentinos que paraguayos? ¿Qué sienten los brasileños? ¿Qué papel jugaron los argentinos en esa guerra infame promovida por una potencia colonial que destruyó a una nación soberana? En ese momento y ahora. Difícil saberlo.

El 2 de junio de 1865, Cándido Lóezse embarca con su batallón aguas arriba. En su diario personal anota los campamentos en los que se van instalando: Guardias Nacionales de San Nicolás, Uruguayana, Paso de los Libres, Fray Bentos, Ensenadita. Participa de las batallas de Yatay, Tuyutí y Curupaytí. En este recorrido va haciendo bocetos. El 22 de septiembre de 1866, al cruzar una zanja, un casco de granada le despedaza la mano derecha. Solo después de abandonar la guerra y volver a Morón, basándose en los bocetos, pinta sus veintinueve óleos.



Detalle

Los cuadros sobre la batalla de Curupaytí muestran las filas de árboles de altos troncos y copas redondas, árboles 50 veces más altos que cualquier hombre y, en el fondo, el cielo, el río y un campamento con montones de pequeños soldados, casi azules y casi invisibles. Una multitud de escenas simultáneas. En las trincheras de Curupaytí dos ejércitos se apuestan frente a frente. El cañón paraguayo escupe su fuego rojo, los aliados huyen en estampida, se ven cañonazos rojos y humo blanco Y en un tronco, sentado y herido, el pintor.

Un fragmento del oleo de la Batalla de Tuyutí, librada el 24 de mayo de 1866, muestra a la mayoría de los soldados paraguayos ya muertos, con sus uniformes rojos. Hay manchas rojas sobre la tierra, se ven pequeños siluetas  atravesadas por lanzas, minúsculas banderas paraguayas con franjas rojas, anaranjado el fuego de explosiones y humo blanco. Algunas miniaturas de caballos desbocados, otros muertos, y enorme la tierra y enorme, el río, el agua que se llevará la sangre y la convertirá en enfermedad mortal. El humo se confunde con el cielo gigante y oculta el fantasma del enemigo.

En otro óleo, o quizás en el mismo, aparece la flota del Imperio brasileño. Sobre el río, un grupo de diminutos buques rodeados de la inmensidad del agua.Y con su artillería dibuja en el enorme cielo un espectáculo de fuegos artificiales.

Detalle

Los cuadros de Cándido López, belleza y horror

Se ha señalado que el pintor hizo distintos usos de sus croquis: los repite con fidelidad o varía la altura de la línea del horizonte o el espacio abarcado. En ocasiones, el boceto se limita al paisaje y los personajes recién aparecen en la pintura. Pinta desde la memoria y la imaginación. Hay una deformación del color y las proporciones. Muestra numerosas escenas al mismo tiempo, desde arriba, con una visión de gran angular, en vez de la pobre y limitada visión humana. Hay cierto gigantismo en la mirada de la naturaleza. Por el contrario, los hombres son miniaturas. Hasta la batalla de Curupayty, aliados y paraguayos se habían repartido victorias y derrotas. Después, gracias al apoyo económico de Gran Bretaña, los aliados aniquilan sin piedad a los paraguayos, matando literalmente a todos sus hombres, robando sus bienes y sus tierras. Las mujeres y los niños paraguayos tienen que participar en la guerra. Vencido en Tuyutí, el Mariscal López abandona Asunción con lo que le queda, simulan fiestas con música en la noche para escapar del enemigo. Antes, entierran los tesoros que otros buscarán eternamente, hasta hoy. 

Sin soldados, proyectiles ni alimentos, los paraguayos son una caravana de fantasmas. Se retiran rumbo a Cerro Porá, con los restos de un ejército y la muchedumbre que los seguía, eluden a sus perseguidores durante seis meses. Solano López se interna más y más profundamente  en el desierto, por  pantanos y selvas donde nadie antes había pisado. Estas escenas no fueron pintadas por Cándido López. A través del rugido de los cañones en Humaitá, el retiro en la Palúdica, la derrota en Itá-Ybate, los últimos días en Piribebuy, una marcha penosa hacia un final trágico, dejando a su paso los cuerpos de sus seguidores muertos de hambre y de los restos mortales de los presuntos traidores. 

Eliza Alicia Lynch, la esposa del Mariscal, siguió con el hombre que amaba, fue hasta Cerro Corá, esperando contra toda esperanza, con sus cinco hijos. Junto a hombres dispuestos a morir antes de ser sojuzgados. A través interminables caminos, en medio de los bosques, sobre las altas cordilleras, se los veía avanzando en silencio.  El Mariscal Francisco Solano López, el caudillo paraguayo, terminó lacerado por un oficial brasileño un día de marzo de 1870.

El documentalista José Luis García dijo que conoció el tema de esa guerra de niño, cuando su padre repudiaba que le hubieran puesto el nombre Mariscal Solano López a la calle donde ellos vivía en Buenos Aires. Yo supe de la guerra cuando un compañero paraguayo que estudiaba conmigo en la Universidad de Buenos Aires y era mi amigo me dijo que odiaba a los argentinos por aquel suceso. De una u otra forma, todos nos enfrentamos a los campos de batalla y quedamos comprometidos.


***



 Dice José Luis García, director de Cándido López, los campos de batalla:

"Quería buscar el punto de vista exacto desde el cual había bocetado Cándido López. Tenía una curiosidad como fotógrafo, López era un personaje que siempre me había resultado atractivo, desde que visitabamos el Museo de Bellas Artes con mi madre y veía esos cuadros que parecían dibujitos animados. De hecho, analizando su obra casi todos los cuadros que hace sobre Curupayti son protocinemátográficos. Tienen un relato de plano y contraplano, de detalles. Cándido López de alguna manera es un habitante de limbos, quedó enganchado cuando perdió el brazo en Curupayti en el limbo de la guerra, siguió hasta su muerte pintando los cuadros de esa guerra.  Al ser Brasil y Argentina aliados de la potencia colonial británica, Paraguay tiene un contexto geopolítico trágico. Argentina y Brasil no querían precisamente industrializarse, sino comerciar las cosas que llegaban de Inglaterra. Paraguay sí quería tener un desarrollo".




"Sarmiento dice que la guerra contra el Paraguay concluye por la sencilla razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de 10 años. Sarmiento es el presidente en Argentina cuando termina la guerra en 1872, cuando matan al mariscal Francisco Solano López y hace esa declaración muy dramática y muy cierta. Fue la primera guerra contemporánea, en el sentido de que hubo participación civil y fue más allá de los campos de batalla. Hasta la mitad había sido una guerra clásica, donde un ejército peleaba en el campo de batalla contra el otro, pero después fue una guerra de exterminio. La población del Paraguay quedó absolutamente diezmada. Cuando Brasil entra en el Paraguay, al final de la guerra, lo primero que hace es destruir el alto horno donde los paraguayos hacían palas y ventanas. Los brasileños no tenían un alto horno y lo primero que hacen es destruirlo, podían haberlo aprovechado para hacer cosas para ellos, pero no era lo que les interesara. El gaucho argentino se vestía de la cabeza a los pies con ropa que venía de Inglaterra, hecha con el cuero argentino, mientras el soldado paraguayo se vestía integramente con ropa confeccionada en Paraguay. Eran dos modelos económicos en pugna. Pero está claro por qué se estaba peleando, no porque Solano López fuera un dictador. Fue el bautismo de fuego del Ejército Argentino, había tropas de todas las provincias que tenían que integrarlo por ley".

Ver película online: